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por Rubén Valle (*)
Especial para El Desaguadero
Si partimos de la premisa del teórico de la comunicación Carlos Scolari de que «todo lo que escribimos o decimos sobre la IA ya es viejo», efectivamente esto que estás leyendo ya es viejo y por lo tanto se puede pisar el freno aquí. O se puede seguir y, al final del recorrido, concluir que todo es tan nuevo y paradojal que valió la pena poner la lupa en la letra chica de la inteligencia artificial.
A continuación, algunos apuntes, breverías analógicas surgidas del autor interpelándose a sí mismo y a su circunstancia (digital).
• ¿Qué nos preocupa, la calidad poética de la IA o que un poeta se quede sin trabajo? A ver, empecemos de nuevo.
• Si la inteligencia es artificial, ¿por qué la poesía que genera no habría de serlo?
• Ahora bien, si artificial es todo aquello que ha sido hecho por el ser humano, no por la naturaleza, entonces el poema ―siempre― es una construcción humana. Es decir que también lo serían aquellos versos elaborados por una máquina fabricada por el hombre. Bienvenidos al loop.
• Nada más en las antípodas que Poesía e IA: la poesía es misterio; la IA, eficiencia, certidumbre. Precisión.
• La IA es resultadista. Es Boca clasificando una y otra vez por penales. La poesía es la Scaloneta. Y ya lo dijo mejor Pier Paolo Pasolini: «El goleador es siempre el mejor poeta del año».
• Desafiar a la IA a que haga un poema resulta tan antipoético como pedirle a un poeta que emocione a un software.
• Un poeta con mucho oficio, en plena conciencia de sus herramientas, experiencia y objetivos, ¿no debería dar también como resultado más poesía artificial?
• Malo, bueno o regular, lo que genera la IA no es otra cosa que lo que los humanos le aportamos en cada interacción, más una codificada búsqueda propia y las interconexiones que generan los propios bots. De ese caos híper controlado sale un Frankenstein más o menos respetable. También aquí corre lo de «para gustos no hay nada escrito». O demasiado, F5 mediante.
• No olvidar un detalle no menor: hay tanta, pero tanta mala poesía, que lógicamente la IA puede producir poemas que resultarán tanto mejores. Lo contrario sería algo así como «Luthiers versus fabricación en línea».
• Como buena máquina, da lo que se le pide. Si se le solicita un poema, eso tendremos. Técnicamente será un poema, pero no hay ninguna garantía de que incluya esa cualidad intangible que entendemos ―los humanos, claro― como «vuelo poético».
• Borges, en el prólogo de La rosa profunda: «Dos deberes tendría todo verso: comunicar un hecho preciso y tocarnos físicamente como la cercanía del mar». El mar IA es preciso, pero intocable.
• Como su conocimiento es intuitivo, la IA no tiene la capacidad de reflexión o de pensamiento racional. Por eso sus resultados son lógicos y prescinden del «alma», a falta de una palabra más contundente. Carece del concepto de obra, no sabría (sin instrucciones precisas) articular por sí misma poemas sueltos y darles un sentido de unidad. Quizás lo haga en lo formal, no en la profundidad de lo auténticamente poético.
• Si un taller como el de Fabián Casas enseñaba a encontrar poesía en el motor de un auto, ¿por qué no habríamos de hacer lo mismo en una aplicación?
• Confirmando su parte inteligente, la IA reconoce: «Aunque es posible crear poesía sin autor humano, la mayoría de la poesía considerada relevante y significativa suele ser creada por un poeta con una identidad y una voz distintiva». A confesión de parte, relevo de pruebas.
• ¿Importa, importará el concepto de autoría? El poema que produce la IA es resultado de cientos de miles de poemas aprendidos, de innúmeras preguntas de usuarios y de carga ex profeso de programadores. El autor de ese aleph es tanto un nadie en especial como un todos en su incomprobable medida.
• En cuanto a la disolución de ciertas categorías «clásicas», como autor y lector, también este último ya no es lo que era. En un contexto donde la economía de la atención surge como un concepto propio de estos vertiginosos tiempos, la figura del lector también es cada vez más fluida y etérea. ¿Nace otro tipo de lector? ¿Un lector al que ya no le importe el autor? ¿Un lector que no lea?
• «¿Heredarán los robots la Tierra? Sí, pero serán nuestros hijos». La improbable sentencia no es de un poeta, un analista de sistemas o un sociólogo futurista. Es de Marvin Misky, quien junto a John McCarthy fundó en 1959 el laboratorio de inteligencia artificial del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). El mismo, habría que advertir, que cree que «cuando los ordenadores tomen el control, puede que no lo recuperemos. Sobreviviremos según su capricho. Con suerte, decidirán mantenernos como mascotas».
¡Guau!
(*) Una versión de este texto fue leído en la mesa «Yo, robot lírico: poesía e inteligencia artificial», que formó parte de las actividades del Festival Internacional de Poesía de Mendoza 2023.
1 comentarios:
Excelente y profundo!
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