María del Carmen Marengo. |
por María del Carmen Marengo (*)
Especial para El Desaguadero
Mi hijo nació prematuro, luego de un embarazo que, de
muy placentero en los primeros meses se transformó sorpresivamente en uno de riesgo.
Así supe que la experiencia de la maternidad y el nacimiento pueden estar muy
lejos de la versión idealizada y edulcorada que concebimos socialmente.
Siendo sietemesino, nacido con un kilo y cuatrocientos
gramos, mi niño pasó inmediatamente, en sus primeros minutos de vida, a
incubadora. La sala de incubadoras corresponde a la terapia intensiva de los
bebés, por eso los padres generalmente cuentan con un horario restringido de
visita, que en nuestro caso era de unas dos horas al mediodía y de hora y media
al atardecer. Algo tienen esas visitas de ritual, y de peregrinación: primero
madres y padres formábamos una cola frente a la puerta del recinto (que nunca
se abría a la misma hora), luego, una vez que ingresábamos, nos colocábamos las
batas obligatorias, luego hacíamos otra fila para el lavabo y esperábamos
pacientemente el turno para lavarnos las manos, así hasta que por fin cada uno
accedía a su pequeño en su caja de cristal. Quienes han pasado por esa
experiencia saben que los minutos que se comparten con un hijo en esa
circunstancia están fuera del tiempo y que la actitud de recogimiento que uno
ve en los otros padres es absolutamente conmovedora. Pero el tiempo se hace
presente implacablemente y hay que retirarse y dejar a las criaturas en ese
templo ajeno, en el que las luces no se apagan y la actividad no cesa.
Todo el que ha tenido un familiar, un ser querido en
terapia intensiva, sabe lo doloroso que es tener que retirarse y dejarlo aunque
solo sea por unas horas hasta el día siguiente. Esas horas son un vórtice que
solo se viven a contrarreloj para llegar nuevamente al momento del día en que
se pueda volver a verlo con vida. Porque, como me decía un amigo hace unos años,
uno no quiere irse porque en el fondo de esa resistencia está el terror de que
nuestro ser querido se nos muera en esas horas de ausencia. Ese desgarramiento,
creo, es aun más fuerte en el caso de nuestros recién nacidos, que han sido
esperados por meses para que estén con nosotros, a nuestro cuidado, y que son
la encarnación misma de la fragilidad.
Allí quedan en manos de médicos y enfermeras. Ellas,
estas últimas, son las «manos sabias» a las que alude el poema, las que
realmente saben cómo mover a los pequeños con una pericia admirable. Son
también las que utilizan el verbo «guardar» para referirse al hecho de volver a
ponerlo en la incubadora (ya que, salvo en casos de gravedad los niños pasan el
rato en brazos de sus padres). Terminado el tiempo, preguntan «¿lo guardamos?».
Luego de veintiséis días, nuestro bebé llegó por fin a
casa. Tuve la suerte de tener una licencia de tres meses a partir del
nacimiento, en los que estuve dedicada exclusivamente a su cuidado y a escribir
mientras él dormía. En esos meses surgieron este poema y los que lo acompañan
en la sección correspondiente del libro La
vida numerosa. Fueron de los meses más lindos de mi vida.
El calor de nuestras manos...
El calor de
nuestras manos
no alcanza
para protegerte.
Venimos hasta
vos
a diario
para que tu
cuerpo pequeñito
nos dé la vida
que nos falta,
y que nos
concedas la gracia
de que el día,
que recién
comienza
y ya termina,
vuelva a nacer
mañana.
Manos sabias
vuelven a
guardarte.
Nos vamos
y el corazón
será una tierra
de nadie
hasta que
volvamos.
(del libro La vida numerosa)
(*) María del Carmen Marengo nació
en Balnearia (Prov. de Córdoba) en 1968. Ha publicado los libros de poemas El fuego invisible (Alción, 2001), El camino de los ángeles (Alción, 2003),
El libro de los jardines y los abismos
(Recoveco, 2007) y La vida numerosa (Cartografías,
2014), la nouvelle El legado (Alción,
2010) y los ensayos Geografías de la
poesía: representación del espacio y formación del campo de la poesía argentina
en la década del cincuenta (Municipalidad de Córdoba, 2006), por el que
obtuvo el Premio Municipal Luis José de Tejeda en 2005, y Curiosos habitantes. La obra de Bustos Domecq y B. Suárez Lynch como
discusión estética y cultural (Facultad de Filosofía y Humanidades, 2014).
Poemas suyos han sido publicados en revistas nacionales e internacionales.
Recibió el doctorado en Literatura Latinoamericana por la Universidad de
Maryland y es Licenciada en Letras Modernas por la Universidad Nacional de
Córdoba. Se desempeña como profesora en la Escuela de Letras de la Universidad
Nacional de Córdoba y en nivel terciario.
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