domingo, 3 de agosto de 2014

La poesía es una red que sólo recoge los peces del silencio

Templo de pescadores,  
de Denise León. 
Alción Editora, 2013. 
64 páginas


por Fernando G. Toledo

¿Es todo el lenguaje una gran red, la poesía un pez atrapado para alimento de una boca que, más que hambre, tiene sed?

En esa pregunta sin respuesta se recuesta Templo de pescadores (Alción, 2013), el libro de la poeta tucumana Denise León que obtuviera en 2012 el segundo puesto en el Concurso de Poesía Premio Fundación Banco Ciudad.

Como una especie de contraparte a su poemario anterior, El saco Douglas (construido por espesos fragmentos de prosas poéticas), aquí nos encontramos con una serie de poemas breves compuestos por versos brevísimos, casi balbuceos que con timidez perturban el silencio de un paisaje quieto y solitario: el paisaje de un pescador ante la mudez apenas inquietada del agua.

Aunque está dividido en tres partes, el libro tiene una unidad imperturbable. En la primera, parece trazarse el tono general: el de una voz imprecisa que susurra, como para sí misma, reflexiones breves y a la vez poderosas sobre el paso del tiempo. Un paso que no es limpio como una cuchillada, sino brutal y demoledor como un estallido en el interior del ser.

Así lo canta la voz poética, que nos dice (en uno de los pocos poemas titulados y que lleva el nombre de la obra):

«...todo
puede ser perdido.
Inútiles castillos
se levantan
y
–más allá–
se abren
y se cierran
las semillas». 

Aparece, en esa constatación lírica de la expoliación del tiempo, un segmento de Salmos, en los que el interlocutor (nombrado como «Señor») es casi un apoyo vacío, incapaz de responder.

Buscando en ese vacío, hablando al silencio desde el silencio, Denise León construye un poemario de extraña y queda belleza. Una red sin peces, pero con las palabras justas, peces sin agua en la red del poema.



Tres poemas de
Templo de pescadores
de Denise León


Por qué lanzas tu red,
Señor.
Todo esto
te pertenece.
Yo
–en cambio–
planté semillas
que no florecieron.


*

Cumple tus promesas, Señor:
No te despiertes de mí
ni me prohíbas
el dolor
con tu razón traidora.
Mi cuerpo
se ha enfriado
como los barcos
desnudos.
Han cambiado
tantas cosas.
Pero el dolor
arde
como la fiebre
o
como otro corazón.

*

Ahí
donde a veces
estaba tu cuerpo
los días
se caen.



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