lunes, 3 de febrero de 2014

Una blasfemia necesaria



                                              
blasfemo, de Leandro Calle. Alción Editora, Córdoba 2013, 53 págs.



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Todo poeta es un blasfemo reflexivo.

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Leandro Calle (Zárate, 1969) repite en su nuevo libro las minúsculas en el título, al igual que en el anterior entonces (Alción, 2010). Pero esta vez con un sentido que va más allá de lo estético: el blasfemo iguala al mismo nivel a «dios» para poder enrostrarle un par de verdades duras, crueles y hasta impiadosas: «nosotros condenados a la pena de muerte / él a cadena perpetua».

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Abro el libro. Tiene dos partes bien diferenciadas. La primera, la que da título a la obra completa, continúa con la ausencia de mayúsculas en una serie encadenada de poemas sin nombrar, con versos de amplio espectro y otros bien breves. Como una respiración que refleja la agitación de las ideas de este sacrílego decir. El segundo capítulo, «Cuerpo», otra serie de quince poemas, aunque separados. Todos poemas de seis versos heptasílabos, excepto el último que, caligramáticamente, se descompone en palabras sueltas, arrojadas a la página en blanco sin un punto final.

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En este diálogo tan igualitario como imposible, las preguntas universales se imponen: qué hay antes y después de la vida, la ausencia misma de dios, la duda como motor de la creencia. Hay intentos valientes de respuesta, por supuesto, el amor es dios y no al revés, el silencio como lo único cierto y concreto, así como la muerte no es atributo divino, ya que dios –propone el blasfemo poeta- no se lleva a nadie. Le exige, además -y sin permiso mediante-, hablar de los muertos, de los teólogos y las religiones, de lo eterno, de la sexualidad: «hablemos de dios teniendo sexo / ¿su posición favorita es siempre arriba?». Ironía y sarcasmo para el que padece el mutismo de alguien tan cruel como un padre borracho y golpeador.

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Leandro Calle más que atacar se defiende: «Al blasfemar afirmo tu presencia».

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Hacia el final del primer capítulo/libro, el impío reconoce que le es imposible no «desgastarse» u «oxidarse» por los golpes de la vida, las dudas, el dolor y los temores, por eso sabe que no dejará de beber en los silencios de dios. En un pareado endecasílabo que resulta ser el clímax de esta «tirada» tan poética como difamatoria dice: «sucia de dios esta ciudad que habito / sucia de dios y limpia de infinito». Así y todo, el yo lírico admite a regañadientes la existencia de una realidad absoluta y trascendente -¿agnosticismo al fin?-, como también hay escepticismo religioso y algo de apateísmo: la existencia de dios o no, no solo no es conocida, sino que es irrelevante. Aunque la blasfemia no deja de ser, a su pesar, una dolorosa confirmación.

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Susan Sontag: «Las satisfacciones que encontramos en el Paraíso perdido no proceden de sus concepciones sobre Dios y el hombre, sino de la energía, la vitalidad y la expresividad superiores encarnadas en el poema…». Blasfemo es una creación humana, una «creatura» de un poeta -salvaje y racional- que escribe sin pudor para demostrar que, tal vez, es el único que realmente está vivo.

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Llego a la segunda parte: «Cuerpo». Es un contraste en estilo y tono con la primera. Donde había furia e irreverencia, ahora hay elegancia y sensualidad. El epígrafe de Octavio Paz: «Y las sombras se abrieron otra vez y mostraron un cuerpo» no es azaroso (no olvidemos además los ensayos sobre amor y erotismo de La llama doble). Poemas de celebración del cuerpo y, por tanto, del sexo. Acaso una hermosa manera de blasfemar y de aclamar lo único cierto: la vida. Juega con el oxímoron y reflexiona en sinestesia: «inmóviles caminan / dos caracoles quietos» o «tus dos orejas cantan. / Una canta en silencio / otra grita colores». Hay una vuelta intencional a las mayúsculas en esta especie de tankas extendidos y personales. La métrica regular de los versos sugiere una cadencia más gozosa que monótona. Aquí, Calle tiende un puente hacia su libro entonces, donde el amor era el motor de búsqueda, una sed que encendía y saciaba al mismo tiempo. Aunque en los poemas de «Cuerpo», el amor físico surge ahora como una posibilidad.

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El erotismo, entonces, como una posible y paradógica respuesta de «apagar el deseo», el deseo de creer sin dudas -sin fisuras- en un ser supremo y bondadoso: «No quisieran volar / no quieren ser del aire. / A veces tus dos manos / se aferran tanto al cuerpo…».  Finalmente, en el último poema, el cuerpo alcanza cierta sublimación y deja irremediablemente de existir. Es «ese algo que arde» repetido lo que, provocativamente, lo llama y desvela al yo lírico.

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Todo blasfemo es un poeta desatinado.




Algunos poemas de Blasfemo, de Leandro Calle


durante años salí a buscarte
y ahora que no te busco te aparecés en las esquinas
y me mirás con esa cara de silencio

*

busco a dios en tus ojos
no lo encuentro
tampoco está en la tarde de domingo
descielado
bajo lentamente por tus piernas
y la zarza arde todavía

*

una lata vacía es una lata vacía
pero la he llenado de lápices, marcadores y alfileres
ahora ya no es más una lata vacía
ahora es una lata llena
una lata vacía es también la posibilidad de llenar algo
una lata vacía
es como la mitad de la muerte

***

Cuerpo

III

Ejército de oriente
rebaño de corderos
tus dientes permanecen
asidos a mi carne.
No los burla la muerte.
No los arrastra el hambre.

VII

No son malas serpientes
ni anguilas recostadas.
Tus labios son de pólvora.
Mojados, embebidos
tienen color de incendio.
Apagan el deseo.

XI

Huellas en la madera
mordedura del hacha
es tu sexo una encina
donde puedo habitarte.
Se duerme entre temblores.

No se despierta nunca.

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