Marcelo Leites junto al Juanele (de algún modo) |
Por Marcelo Leites
(Especial para El desaguadero)
La poesía es para mí entre otras muchas cosas, un estado de contemplación, un estado donde la interioridad y la exterioridad se funden armoniosamente. Por supuesto que este estado –como la paz, como la felicidad— no es permanente. Elegí el poema Río que abre mi libro Resonancia de las cosas. El título del libro remite a todas aquellas cosas, personas, lugares que fueron significativas para mí en algún momento. Y cómo esas cosas aparecían como un eco lejano, produciendo una resonancia que originó la escritura. Pero el libro ya fue reseñado por Carlos Battilana (en Diario de Poesía), Santiago Espel y Jorge Aulicino (en la presentación del libro). Así que me voy a centrar en el poema.
El río Uruguay bordea la ciudad de Concordia, donde vivo. En la costa he permanecido mirando el agua correr, a veces calma, a veces agitada. Pero siempre o casi siempre mi mirada se perdía en algo que estaba más allá del alcance de la mirada en el punto de confluencia entre el horizonte y el río. Podía pasarme horas enteras sólo en esta actitud contemplativa. A veces, aparecía algún pájaro, pero nada alteraba el silencio del lugar, sólo acompasado por el suave murmullo del agua. También los pescadores formaban parte del ritual. Ellos también aparecían sumidos en algo que estaba más allá de su espinel. Y también eran capaces de esperar durante horas y horas que «picaran» los peces. Uno de esos días fue que se me ocurrió que la actitud del pescador y la del poeta tenían algunos puntos en común. Y de a poco se me fue ocurriendo el poema, que escribí en varios días de trabajo.
Inmediatamente después de escribir el poema, me di cuenta de que había una «resonancia» de Juan L. Ortiz, sobre todo de ese poema tan conocido Fui al río, donde el poeta se siente atravesado por el río y su percepción cambia después de haberlo «visto» en profundidad. Pero también había un eco de otro poema, que transcribo más abajo: El agua, uno de los poemas cortos más memorables de Ortiz. Seguramente escribí mi poema con el recuerdo inconsciente de esos dos poemas. En el caso de El agua, los elementos comunes son el pescador y esa mirada extasiada sobre el río. Salvo que en el poema de Juanele el protagonista es el pescador, en cambio en mi poema es el yo lírico el que se confunde con el pescador.
RÍO
Leve
viento sopla en la superficie
ámbar
de una última paleta de luz.
Trae
olor de espinillos florecidos
del
monte cerca de la orilla.
En
su canoa un pescador tironea
lentamente
el largo espinel:
llega
casi a costa uruguaya.
Con
ojos virados como mosca
recorre
los saltos de agua y el vuelo
rasante
de gaviotas hambrientas.
Las
horas parecen no transcurrir.
El
curso del río cambia.
El
viento sopla fuerte.
Viene
tormenta parece.
El
bote sigue anclado y estable,
no
conviene remar contra corriente.
Mejor
me hago el distraído.
No
presto atención al cimbronazo
de
la correntada contra el bote.
Entreveo
las colinas lejanas
y
los sauces en las barrancas,
con
el corazón al aire.
El
aguardiente quema la garganta
y
reconforta.
Ya
no espero el pique
los
peces, la pesca.
Espero
que el clima
se
ponga de mi lado.
El
viento amainará
y
el río volverá a su cauce.
Sólo
hay que dejarse llevar
por
el flujo de las cosas.
Y
esperar pacientemente.
Ya
no quedan pájaros y la noche
que
se avecina es una metáfora
de
la soledad más absoluta.
Las
señales son múltiples
y
el aparejo vacío abre
todavía
más sus sentidos.
Los
truenos se van apagando.
Las
nubes se disuelven.
La
atmósfera está en calma.
El
río es un largo espejo plateado.
Te
quedás inmóvil
con
la mirada perdida sobre las lomas
más
allá de la línea del horizonte,
donde
el agua se junta con la luna
durante
un tiempo inconmensurable.
Después
volvemos a la costa.
Podemos
regresar a casa.
Marcelo Leites, de Resonancia
de las cosas, Ediciones en Danza, 2009.
*
EL AGUA
Veis
la de pies ligeros, mis amigos?
Quién
vio una gracia, así,
con
esas manos de luz
en
pétalos
para
los ojos
y
más pétalos
para
una melancolía
de
orilla?
Quién
vio, decid, quién vio?
Oh,
no es la danza, sólo ella.
Es
una alegría de cabellos, más allá de ella misma,
en
un ir de destino
hacia
el escalofrío del principio…
La
alegría, mis amigos, la alegría destrenzada
Para
un amor que se va, ay,
en
las velas del día…
O
la alegría pura
que
muestra hasta las alas de la luz
sin
requerir mostrarse ella,
en
una idea ya de la alegría…
Y
no es con ella nada, nada,
el
pescador
que
sale de la noche
con
su palidez
más
íntima,
en
los iris más fugados,
para
el gusto de arriba,
y
continúa en el vacío,
sólo
asido,
cuando
se queda totalmente sin hora,
a
la liana del vino…
Nada?
Y
ese cielo ahora a sus pies,
desde
sus pies hasta las islas,
en
una brisa de países
de
un más allá hundidos?
Nada?
No
es también él
una
sombra
muelle
y
fluida
en
la destilación imposible
de
los follajes
y
de las colinas
y
de las nubes
y
de las líneas de los vuelos,
de
ese abismo a sus pies?
No
se pierde asimismo, él, sin saberlo,
sauce
sin saberlo
o
cinta de paso sin saberlo,
en
un infinito que mira y mira
del
otro lado de la vida
en
una ausencia
celeste?
Juan L. Ortiz
1 comentarios:
Marcelo: Después de leer esta "historia" de tu poema, quiero leer tu libro. Trataré de conseguirlo. Saludos, F.
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