sábado, 11 de mayo de 2013

La historia del poema «Río» de Marcelo Leites

Marcelo Leites junto al Juanele (de algún modo)



Por Marcelo Leites 

(Especial para El desaguadero


La poesía es para mí entre otras muchas cosas, un estado de contemplación, un estado donde la interioridad y la exterioridad se funden armoniosamente. Por supuesto que este estado –como la paz, como la felicidad— no es permanente. Elegí el poema Río que abre mi libro Resonancia de las cosas. El título del libro remite a todas aquellas cosas, personas, lugares que fueron significativas para mí en algún momento. Y cómo esas cosas aparecían como un eco lejano, produciendo una resonancia que originó la escritura. Pero el libro ya fue reseñado por Carlos Battilana (en Diario de Poesía), Santiago Espel y Jorge Aulicino (en la presentación del libro). Así que me voy a centrar en el poema. 

El río Uruguay bordea la ciudad de Concordia, donde vivo. En la costa he permanecido mirando el agua correr, a veces calma, a veces agitada. Pero siempre o casi siempre mi mirada se perdía en algo que estaba más allá del alcance de la mirada en el punto de confluencia entre el horizonte y el río. Podía pasarme horas enteras sólo en esta actitud contemplativa. A veces, aparecía algún pájaro, pero nada alteraba el silencio del lugar, sólo acompasado por el suave murmullo del agua. También los pescadores formaban parte del ritual. Ellos también aparecían sumidos en algo que estaba más allá de su espinel. Y también eran capaces de esperar durante horas y horas que «picaran» los peces. Uno de esos días fue que se me ocurrió que la actitud del pescador y la del poeta tenían algunos puntos en común. Y de a poco se me fue ocurriendo el poema, que escribí en varios días de trabajo.

Inmediatamente después de escribir el poema, me di cuenta de que había una «resonancia» de Juan L. Ortiz, sobre todo de ese poema tan conocido Fui al río, donde el poeta se siente atravesado por el río y su percepción cambia después de haberlo «visto» en profundidad. Pero también había un eco de otro poema, que transcribo más abajo: El agua, uno de los poemas cortos más memorables de Ortiz. Seguramente escribí mi poema con el recuerdo inconsciente de esos dos poemas. En el caso de El agua, los elementos comunes son el pescador y esa mirada extasiada sobre el río. Salvo que en el poema de Juanele el protagonista es el pescador, en cambio en mi poema es el yo lírico el que se confunde con el pescador.



RÍO

Leve viento sopla en la superficie
ámbar de una última paleta de luz.
Trae olor de espinillos florecidos
del monte cerca de la orilla.
En su canoa un pescador tironea
lentamente el largo espinel:
llega casi a costa uruguaya.

Con ojos virados como mosca
recorre los saltos de agua y el vuelo
rasante de gaviotas hambrientas.
Las horas parecen no transcurrir.

El curso del río cambia.
El viento sopla fuerte.
Viene tormenta parece.

El bote sigue anclado y estable,
no conviene remar contra corriente.
Mejor me hago el distraído.
No presto atención al cimbronazo
de la correntada contra el bote.
Entreveo las colinas lejanas
y los sauces en las barrancas,
con el corazón al aire.
El aguardiente quema la garganta
y reconforta.
Ya no espero el pique
los peces, la pesca.
Espero que el clima
se ponga de mi lado.
El viento amainará
y el río volverá a su cauce.
Sólo hay que dejarse llevar
por el flujo de las cosas.
Y esperar pacientemente.

Ya no quedan pájaros y la noche
que se avecina es una metáfora
de la soledad más absoluta.
Las señales son múltiples
y el aparejo vacío abre
todavía más sus sentidos.
Los truenos se van apagando.
Las nubes se disuelven.
La atmósfera está en calma.
El río es un largo espejo plateado.

Te quedás inmóvil
con la mirada perdida sobre las lomas
más allá de la línea del horizonte,
donde el agua se junta con la luna
durante un tiempo inconmensurable.

Después volvemos a la costa.
Podemos regresar a casa.


Marcelo Leites, de Resonancia de las cosas, Ediciones en Danza, 2009.

*

EL AGUA

Veis la de pies ligeros, mis amigos?
Quién vio una gracia, así,
con esas manos de luz
en pétalos
para los ojos
y más pétalos
para una melancolía
de orilla?

Quién vio, decid, quién vio?

Oh, no es la danza, sólo ella.
Es una alegría de cabellos, más allá de ella misma,
en un ir de destino
hacia el escalofrío del principio…
La alegría, mis amigos, la alegría destrenzada
Para un amor que se va, ay,
en las velas del día…
O la alegría pura
que muestra hasta las alas de la luz
sin requerir mostrarse ella,
en una idea ya de la alegría…

Y no es con ella nada, nada,
el pescador
que sale de la noche
con su palidez
más íntima,
en los iris más fugados,
para el gusto de arriba,
y continúa en el vacío,
sólo asido,
cuando se queda totalmente sin hora,
a la liana del vino…

Nada?
Y ese cielo ahora a sus pies,
desde sus pies hasta las islas,
en una brisa de países
de un más allá hundidos?
Nada?
No es también él
una sombra
muelle
y fluida
en la destilación imposible
de los follajes
y de las colinas
y de las nubes
y de las líneas de los vuelos,
de ese abismo a sus pies?

No se pierde asimismo, él, sin saberlo,
sauce sin saberlo
o cinta de paso sin saberlo,
en un infinito que mira y mira
del otro lado de la vida
en una ausencia
celeste?


Juan L. Ortiz

1 comentarios:

Fabián O. Iriarte dijo...

Marcelo: Después de leer esta "historia" de tu poema, quiero leer tu libro. Trataré de conseguirlo. Saludos, F.