Poesía incandescente
por Fernando G. Toledo
A veces la poesía es capaz de encender fuegos tan
poderosos que su alcance se nos pierde de vista. A veces su quemadura es de 4º,
5º o 10º grado, y deja las fibras del cuerpo en plena incandescencia. Y a veces
la poesía (otra, la misma) acaba en el fuego avergonzado de la intolerancia, en
el fuego escandaloso de la censura.
En 2012 se cumplieron 50 años desde que un tal
Rodolfo Eduardo Braceli, a la sazón poeta debutante y periodista declarado, se
enfrentara a esos poderes ígneos de la poesía. La suya propia, por cierto. Con
la euforia propia de un joven de 21 años que ha acunado durante largas noches
su versos, dio en junio de 1962 a la imprenta su primer libro, Pautas eneras. No iba a tener la suerte,
sin embargo, de que esa edición respirase con la voz baja de sus lectores: el
gobierno de facto de entonces secuestró gran parte de la edición y la quemó en
el playón de Casa de Gobierno.
Poco después, sin embargo, y haciendo caso omiso a
tales fogosas advertencias, Braceli publicó una nueva edición. Pasado medio
siglo, la editorial Capital Intelectual reedita ese libro, que resulta no sólo
un documento de un poeta naciente, sino también una prueba de cuánto puede
arder la poesía al tocar pieles sensibles.
El propio Braceli, quien decía por entonces que «para
ser poeta / no se necesita ser poeta», rememora la andadura de fuego de su
libro y habla de la presentación que poco después realizó en Mendoza de dicha
reedición.
La primera edición de Pautas eneras. |
–Mi Pautas
eneras era un librito pequeño, abrochado, 300 ejemplares delgaditos
editados por la Biblioteca San Martín. Yo alcancé a sacar un paquete con 70
ejemplares. A los tres días de salir de la imprenta oficial fue prohibido,
secuestrado y quemado en el playón de la Casa de Gobierno. Se armó un despelote
enorme.... La directora de la biblioteca, Manuela Mur, presentó la renuncia.
Después de varias semanas se la rechazaron. Yo, como todo autor que saca su
primer libro, creí que iban a soltar las palomas y a declarar feriado
provincial. Tuve sentimientos encontrados, furia, congoja. En principio la
solidaridad me vino más de afuera que de adentro (Chile y Buenos Aires), de
escritores mayúsculos como Leopoldo Marechal.
–¿Qué recordás del momento de la escritura de esos poemas? ¿Imaginabas
que de algún modo algunos de ellos podían despertar escozores, incendiarios o
no?
–No se me pasó por la cabeza que hubiera semejantes
prohibidores y quemadores, esa clase de humanos que no es otra que la que hoy
mismo extraña y clama por «mano dura» y justifica la tortura y la pena de
muerte y la madre que los parió. Pero debo decir que nuestra soleada provincia
tiene una larga tradición de censura con fuego. Por ejemplo, al poeta Víctor Hugo Cúneo le quemaron una y otra vez su quiosquito de libros viejos. Al hoy
tan nombrado Julio Le Parc le pusieron fuego en una pequeña exposición que se
hizo en las sala de Patiño Correa y Pampa Mercado. No es de extrañar la censura
y el fuego en una provincia que es el emporio de las derechas. Yo no soy un
héroe por haber sido quemado: cuando el fuego viene de estos tipos, es una
condecoración.
–A pesar de todo, antes de terminar el año aquel de 1962, una segunda
edición (impresa por el enorme Gildo D’Accurzio) ve la calle. ¿Previste que esa
segunda edición podía seguir el mismo destino que la primera? Como autor: ¿no
temías una hoguera para tu propia persona, sobre todo porque estaba precedido
por un prólogo más encendido de furia y poesía que los ejemplares que quemaron?
–No, no imaginé que podía haber otra censura.
Escribí el prólogo furioso dedicado a los «keroseneros intelectuales» sin
calcular consecuencias. Escribí de cuajo. Escribí como escribo hoy,
virginalmente, con un entusiasmo acaso candoroso, inefable, que me enciende una
y otra vez, y me hace pensar y sentir que estoy escribiendo por primera y por
última vez. En cuanto a D’Accurzio: él nos editó a todos, desde a Di Benedetto
a Tejada Gómez, pasando por Lorenzo y Ramponi, y Crimi y Tudela y Vega. Hizo
por Mendoza más que diez gobernadores juntos.
–¿Le pagaste la edición?
–Cuando imprimieron los 1.500 ejemplares de mi
segunda edición de Pautas eneras, a fines de 1962, le pagué con un kilo y medio
de pan de una panadería de la calle Buenos Aires, a la que me llevó para darme
una preciosa lección. En esa panadería, en su interior, señalándome el horno,
me mostró que hay fuegos y fuegos. Fuegos que queman libros y fuegos que le dan
semblante al pan nuestro de cada día.
–A 50 años de Pautas
eneras, ¿cómo ves al poeta que escribía por aquel entonces con el que contempla
hoy ese libro? Un lector que te ha seguido tu escritura puede decir que ya tu «caligrafía
lírica» está declarada allí...
–Así es.. En mis
Pautas eneras están las semillas de mis libros siguientes: El último padre, La conversación de los
cuerpos, Cuerpos abraSados… De mi primer libro rescato su austeridad: no
caí en la tentación de fabricar metáforas «poeticudas».
–¿Cuáles eran tus lecturas o autores referenciales de por entonces?
–Mucho Whitman, mucho César Vallejo, algo de
Girondo, más Pablo de Rokha que Neruda...
–Pautas eneras
busca extraer la poesía de las cuestiones cotidianas, de la celebración del
mundo. Hay un poema emblemático: «qué bello / es mear de noche...». ¿Fue esa
una búsqueda estética o se impuso a tu pluma?
–En todo caso, si fue una búsqueda, fue una búsqueda
no buscada, inconsciente. Para mí no vale aquello que se aproxima a la
fabricación de temas, de imágenes o de lenguaje, como dije, poeticudo.
–Hay otro poema muy especial: Ventajas de la mala memoria.
Suena... suena a una canción de Leonardo Favio. ¿Usó tus versos para escribir
la canción Quiero aprender de memoria?
La reedición 2012, con dos textos nuevos. |
–El joven Rodolfo Eduardo Braceli se mostraba ya bastante irreligioso
por aquel entonces. ¿Dios está desde entonces en el «a-dios» para vos?
–Mi padre, un hombre que nunca fue a la escuela, un
hombre que se paga lecciones clases particulares con un maestro, era una
especie de socialista curioso: por ejemplo, les pagaba doble aguinaldo a sus
empleados, cuando no existía la obligación del aguinaldo. Era un socialista tan
raro que respetaba los caminos que hacía un director de Vialidad que se llama
Francisco Gabrielli. Un socialista que nos mandó unos años a colegios de curas,
a Don Bosco. Mi irreligiosidad corresponde a mi religiosidad. Los curas me
quisieron enseñar que el único Dios verdadero era el católico, apostólico y
romano. Yo al oír eso me di cuenta de que la religión institucionalizada era
una reverenda güevada. Es inconcebible que el Dios de mi religión sea el
verdadero. A partir de eso me volví alguien que oscila entre ser agnóstico,
digamos, los días pares, y ser ateo los días impares. No creo en nada porque
creo en todo.
Poemas de
Pautas eneras
de Rodolfo Braceli
1
Heme aquí:
de pronto solo,
arrinconado
de cuclillas en mí mismo.
He comprobado de repente
que a pesar de sus inmensas orejas
los hombres son sordos.
Yo les grito,
les hago señas,
pero ellos siguen caminando.
Indiferentes, me dejan a la vera de la vida.
…estoy ausente hasta de mi rabia:
quieto,
con los brazos
largos
de tanto apuntar al suelo,
callada la boca
los ojos cansados de buscar
y de luego retornar desencantados,
el corazón disponible
los labios inéditos.
…Joven apenas
algo niño aún, heme aquí:
casi afónico de sentimientos
de tanto gritar callado,
cansado de estar cansado
y temo que hasta de respirar.
Agotada mi saliva,
seco de lágrimas
…en medio de una muchedumbre
hecha a mi imagen y semejanza…
59
Qué bello
es mear de noche
después de una larga jornada
hacia los cuatro puntos cardinales:
mear a la intemperie
bajo las estrellas
con las piedras por testigo.
Plegaria con arena
¡Dios o lo que fuera!
no nos condenes
a ser arena y nada más
arena larga y sucesivamente.
Danos, al menos,
la posibilidad de sufrir
y de no creer en Ti.
El hermano de Dios
Dios está viejo.
¡Que venga el hermano, entonces
–el hermano
menor, se entiende–
porque, definitivamente,
Él no está para los presentes trotes.
Por lo demás, Señor Juez,
América latina
reclama un Dios con paciencia,
y en lo posible
de su misma generación.
¡Pobre Dios!
¡Pobre Dios!
¡Pobrecito!
Yo no quisiera estar en su pellejo.
No me explico
cómo se las va a arreglar
para ser justo
con los muchachos de este siglo
y con las muchachas
y con los niños;
sobre todo con esos niños
a los cuales no sé
si aún les queda
la posibilidad
de un padre carpintero.
3 comentarios:
Fernando: muy buena la entrevista. Es notorio cómo las respuestas de Braceli destilan una vida transitada con intensidad. Ese fuego nadie puede apagarlo.
Por otro lado, terminé recién la 3° edición, la del 50° aniversario, de "Pautas eneras". Hermoso libro. Los jóvenes y leves poemas se ven abrazados por un par de prólogos y otro par de textos alfinal increíbles.
Brindo por esta edición y por la poesía, obviamente.
¡Salud!
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