martes, 18 de septiembre de 2012

El fuego de la creación

Entrevista a José Luis Menéndez

El poeta, editor y ensayista José Luis Menéndez.



Corren tiempos de sordera, o más bien de ruido extremo. Tiempos donde las voces se confunden en una maraña que nada dice y de la que suelen, apenas, atraparse frases sueltas, tibiezas, liviandades. ¿Qué aspiración puede tener un Orfeo contemporáneo, alguien que quiera emular a aquel mítico personaje que tocaba la lira para que escucharan su canto (sus versos)? 

El poeta y ensayista mendocino José Luis Menéndez ha buceado en esa pregunta a través de los nombres de cuatro «orfeos» perennes que aún hoy nos llaman con su palabra. En Orfeo en la ciudad, las venas abiertas de la razón mítica, el también autor de Cuerpo de mujer revisa la potencia actual de las voces de William Blake, Baudelaire, Allen Ginsberg y Juan Gelman y su influencia en los poetas que los siguieron.

Con la excusa de este nuevo volumen (editado por Alphalibros, editorial del propio autor, que se puede consultar en internet), Menéndez cuenta cuál es su concepción de un Orfeo para el siglo XXI y de su propio canto en estos tiempos.

–¿Cómo surge la idea de este ensayo, Orfeo en la ciudad, las venas abiertas de la razón mítica, y cómo fue el proceso de su escritura?
–Creo que los libros, en buena medida, son respuestas a preguntas que uno mismo se hace. En este caso, mi pregunta fue sobre la consistencia en poesía. ¿Qué fuego especial, qué gracia existe en la creación de esos poemas que no tienen fin, que perduran a través del tiempo? Me di dos repuestas, una mirando a ciertos creadores del pasado, de distintas épocas, desde el siglo XVIII. Así, con el estudio de algunos ejemplos, y usando como nexo integrador a Orfeo, el padre mítico de todos los poetas, salió este intento de dar una respuesta, que, como pasa siempre, nunca es todo lo completa, todo lo clara, que uno quisiera. Valga, en todo caso, como un aporte más, en esa ilusión que inspira la palabra, aproximarse a un objeto que nunca se alcanza.  

–¿Y la otra respuesta?
–La otra se sitúa en el presente. ¿Qué poesía quedará de hoy? Tengo la sospecha de que gran parte de la buena poesía que habrá de perdurar, será anónima, se perderá o se ganará en la anonimicidad. Pero esta respuesta todavía no la puedo defender. Tengo que seguir pensando. ¡Y eso cuesta mucho!

–Volviendo al libro, ¿qué características reúnen los poetas elegidos: Blake, Baudelaire, Ginsberg, Gelman? ¿Siguen siendo, fuera de la fecha en que escribieron su obra, aún contemporáneos, por el hecho de ser «clásicos»? 
–La característica común es que, además de escribir bien, con originalidad, abriendo nuevos caminos, contrariando los usos y las convenciones, y en parte, hasta el canon moral de su tiempo, pusieron todo, se jugaron todo por aquello en lo que creían. Y creo que sí, que tienen la perdurabilidad de las obras clásicas, que se pueden leer ahora con deleite y provecho. Pero claro, siempre con la debida ubicuidad histórica. Si el lector no sabe lo que pasaba en el mundo en los ’60 y ’70, si no sabe que ocurrió en Vietnam, si no sabe de las luchas civiles por la paz en el propio cuerpo del Imperio, no va a entender a Ginsberg, por ejemplo.

–La poesía, se ha dicho con insistencia, suele ser un género lateral, casi un intruso en la literatura si tenemos en cuenta sus lectores. ¿Qué queda, entonces, para el ensayo sobre poesía?

–La poesía es lateral en términos de mercado. Es cierto que no se vende pero se lee. Hay mucho trigo tapado por la paja, obvio. Pero justamente por eso, un ensayo que apunte a comprender las diferencias, tal vez tenga cierto valor. Ojalá Orfeo... pueda ayudar en eso.

–Tu tarea, al parecer, como ensayista va a la par de tu trabajo como poeta. ¿Estás trabajando también en un libro de poemas?

–Sí, sin apuro, tratando que los textos decanten, se limen tanto en el ir y venir entre la mente y el ordenador, que adquieran la doble condición que requieren los poemas, sonoridad y sustancia. No siempre se logra, por supuesto. Pero es lo que se intenta. En un par de meses espero tener editado Defensa del diablo, con dibujos de Egar Murillo. Trata de ser un pequeño manifiesto anti-maniqueo, de mostrar otra forma de la religiosidad, opuesta a las verdades únicas, al absolutismo, a la exclusión.

–Han pasado 22 años desde la edición de tu primer libro de poemas, Juego sin límites. ¿Cómo caracterizarías tu propia poesía? ¿Ha habido cambios de estilo en la misma?
 
–Es imposible vivir sin cambiar. Aún dentro de una coherencia elemental, se van dando distintas graduaciones, variantes de estilo, de actitud, en todo lo que uno hace, incluyendo el modo de escribir poesía. De más joven se quiere decir todo de una vez, no se acepta el error, se trata de imponer ideas de cualquier modo, después no. Más tarde, si te pones en la piel del otro, te das cuenta de que cada uno tiene su parte de razón y que de todos podés aprender algo. Excepto, claro, de aquellos con quienes, como dice la canción de Serrat, tenés «algo personal», los dueños del mundo, los que viven del sufrimiento ajeno. Seguramente eso se traduce en lo que pensamos y escribimos ahora.

–¿Cómo caracterizarías el panorama de la poesía actual en Mendoza?

–Sobre eso estoy perdido. Es la pregunta que yo quisiera hacerte a vos (risas).




Poemas de 
José Luis Menéndez


Paraíso

Aquí está el Paraíso.
En las ecuaciones del pan.
En la trama paciente
del amor y del odio.
En la sabiduría de los pecadores
que intuyen
(lo mismo que Heine)
de qué altura nos llama
el más lívido y viejo
     ritual de servidumbre.

Sí costilla de mujer.
Sí pezones erectos.
Sí falsa eternidad.
Sí rebelde paciencia.
Aquí está el Paraíso.
En el jardín
de las coronas grises.
En la flor que espera
todavía escarcha
relámpago
tiniebla
su tiempo de nacer...

(de Juego sin límites, 1990)



Crece un rayo de cielo sobre el muro

Crece un rayo de cielo sobre el muro
que circunda mi verbo prisionero.
Crece y tiende su manto justiciero
sobre el pulso de mi amor maduro.
Pero luego se marcha y queda oscuro
ese patio cuadrado donde espero
sus besos abismales y el esmero
con que aleja sus pasos de mi apuro.
Sólo deja en mi piel su pecho duro
y una rosa que juega su cadencia
sobre las culpas de mi tallo impuro.
Lo demás son cenizas y desiertos.
Quemadura del ave de tu ausencia
con los fuego de mis ojos abiertos.

(de Tierra firme, incluido en libro Uno más uno, compartido con María Inés Cicchitti, 1991)


(La caída de la casa Usher)

Cada tanto el temblor
sobre la tierra quieta.
Arboles rendidos
al embate del agua.
Aluviones de sangre
sobre la ley del hombre
y de la piedra.
Aciago serpenteo
de todos los ocasos.
Por eso el viejo calvo
solamente comía
las comidas insípidas
solamente vestía
los ropajes livianos
el reflejo más débil
le quemaba los ojos
y hasta la fragancia de las flores
le sofocaba el alma.
Y por eso la muerte
no pudo morir sola:
Tuvo que volver desde el silencio
para que todo se callara
para quitar del puente
y de la noche
sus frágiles sustentos
para mirar las torres
(con su heráldica fósil)
resumiendo su luz
en los pantanos.

(de Reunión con Poe, 1994)


La vagina

Volcán por donde ingresa un hálito de viento
y sale una erupción de carne en llamas
una diferida tempestad.

Agazapada
cubierta por la tenue vestidura del aire
instala su perfume frutal.

Pequeña, recta, consagrada
inspira la más alta ceremonia del tacto
el reflejo de todos los milagros.

Abierta hacia un dolor
que se ha clavado entre la a y zeta
de un abecedario de júbilo
hay un día que no le pertenece,
ella lo acepta con la bondad de una cosecha
y el anhelo de los tiempos heroicos
hasta ver que florece como un puño cerrado.

No ha valido el juego de las proporciones
la naturaleza suele equivocarse
y todas pagaron ese yerro con aciago temblor
hundidas en la zona de la angustia y la muerte.

Eso pasó desde la noche
de los primeros partos
–y fue como una náusea
de la especie, un arrorró herido–
hasta los himnos de la nueva ciencia
los milagros de la modernidad.

Luego de millones de inviernos
ella decide ahora con quien
decide si ha llegado el momento
decide la intensidad de la primer caricia
y decide la caricia final.

El esperma lo sabe.
Dulce y febril se para
sobre los vidrios ensangrentados
y pregunta por la copa intacta.

Después espera y tiembla.

(de Cuerpo de mujer, 2007)



Mensaje incierto

La voz humana de la religiones
no tiene disonancias.
O me aceptas o serás condenado.
El Diablo es diferente.
Agasaja, maldice, procura disuadir
juzga si le piden un juicio
pero nunca se atribuye la gracia
de imponer un castigo.
Tampoco diferencia por edades ni credos
ni por sexo ni castas. Solo espera.
Las religiones se suelen confundir
según sea el peso de los pecadores.
Dicen quien habrá de salvarse
pero a veces vacilan
nunca lo dicen por completo.
A menos que se trate de un réprobo confeso
de un asesino contumaz
de un suicida insolvente
no revelan ninguna certidumbre.
No saben lo que debe hacerse
con quienes matan en su nombre
con los infieles populares
con los pastores pederastas
con la filosofía griega.
Y siempre hay un espacio
cuando toda defensa es imposible
para la misericordia divina.

(de Defensa del diablo, de inmintente edición)

1 comentarios:

Hernán Schillagi dijo...

Fernando: muy buena entrevista. Menéndez no solo es un gran poeta, sino que su compromiso con la poesía viene dejando huella hace muchos años. Sus entrevistas, su portal en internet (el primero en su momento), sus breves ensayos en los diarios y este libro interesantísimo hacen que sigamos atentos a sus palabras.