La isla, de Mercedes Araujo. Bajo la luna, 2010.
por Hernán Schillagi
La visitada metáfora de «la isla» para referirse a la
soledad o al abandono más extremo recorre gran parte del imaginario de todo
lector. El Robinson Crusoe, de Daniel
Dafoe, funciona como el paradigma ineludible de cómo mantener la civilización a
ultranza en tierras tan solitarias como extrañas. Así también, los personajes
de Julio Verne se encuentran «aislados» como castigo ante la desobediencia (Los hijos del Capitán Grant), como el aprendizaje
forzoso (Dos años de vacaciones) o el
confinamiento personal e inolvidable del Capitán Nemo (La isla misteriosa). Aunque es cierto que toda isla puede contener
un tesoro oculto, como nos proponía Stevenson. Por lo tanto, Mercedes Araujo (Mendoza, 1972) parte
desde esos supuestos literarios para describir y narrar (los verbos son los
correctos) un inquietante proceso de abandono.
![]() |
Mercedes Araujo |
En La isla (Bajo
la Luna, 2010) [1], Araujo recala en la naturaleza luego de un camino poético
que empezó con Ásperos esmeros
(2003), pasando por el compartido Duelo (2005)
junto a Cecilia Romana y Carolina Esses; pero fundamentalmente, el intenso
recorrido que realiza en Viajar sola (2009),
libro que describe sus experiencias subjetivas en el continente africano, que
la llevó a reflexionar: «Nací entre
montañas, persigo la hierba / y ansío el desierto…». Pues ese trayecto, arduo y sinuoso, tiene su asidero en las costas poéticas de esta obra.
El tópico de la naturaleza moviliza y justifica cada
palabra de La isla. Como en los Poemas de animales de Ted Hughes,
Mercedes Araujo encuentra en el recurso de la animalización (lo contrario de la
prosopopeya, y no tanto) el medio alambicado para decir que su refugio último
es lo «natural», ya que el abandono al que se ve forzada (¿por qué?, ¿por
quién?) resulta ser lo «antinatural», lo imposible de relatar: «Al abandono
salvaje le ofrendo la herida prometida…» (p. 23). Sin melodrama ni
autocompasión, la poeta nos anuncia que su cuerpo es el que fue echado a un
pozo.
Por eso es que los poemas resultan desde los recuerdos,
pero es a través del dolor que el yo lírico va mutando y encuentra en sus
diferentes metamorfosis (lagartija, pez, pájaro) un modo de confundirse con el
paisaje y mirar hacia delante, ya que nos
avisa: «entre el pasado abigarrado y el futuro deshabitado, lo que hay es
poesía…», para reforzarlo luego con la
voz de Emily Dickinson: «La retrospección es la mitad de la prospección / Y a
veces más». En uno de los poemas, Araujo también dice: «hoy el cuerpo ha tomado
la forma de un tipo de culebra, / parda, oscura, con llagas por todo el cuero…»
(p. 26). Es la misma voz que testifica las transformaciones como si fueran
lejanas, pero no ajenas.
El lector que ingrese efectivamente a La isla se va a encontrar con un grupo
de poemas sin título ni numeración secuencial. Es decir, la propuesta de
lectura es la suma de fragmentos o textos breves, pero con versos de amplio
período, donde la voz -que persigue un destino o una revelación- narra una
experiencia tan devastadora como sutil. La figura tonal propia de la narrativa
intenta dar unidad al poemario; aunque, es cierto, hay veces que las
descripciones de la naturaleza circundante distraen y empantanan el fluir del
«relato»: «Esta mañana descubrí un animal que tiene el cuerpo negro / muy liso y
en cada pata tres dedos, / pasa sus días en compañía de un pájaro de pico agudo
y plumaje blanco mezclado de pardo…» (p. 34). Los poemas, entonces, ganan en
voluptuosidad, pero pierden en precisión: «Tengo plumas de muchos colores y
también un rosario / hecho de huesos de pescado, piedras blancas y verdes /
incrustadas en los labios y las orejas…» (p. 30)
No obstante, la musicalidad de los poemas está
garantizada. La conexión vital con la naturaleza y el paisaje van creando una
respiración proteica, un decir ondulante a veces, sumado a una sintaxis
dislocada que atrapa. Marcelo Leites en La
música de la poesía sugiere: «La música de la poesía actual puede
equipararse a la música de la prosa; la prosa y la poesía ya han dejado de ser
dos extremos que nunca se tocan. Y en esa música tal vez haya menos verbos (es
decir menos acciones) y más descripciones…» [2] Por lo tanto, no es casualidad que
Araujo sea también narradora [3] y sepa manejar momentos de cierta tensión y
diálogos expectantes hacia un destinatario -una segunda persona, un «vos»- que
tal vez resulte ser el factor que ha provocado este aislamiento y además una
«voz otra» que no responde al llamado: «O también podría decirte estoy algo
cambiada / si me vieras: vigilo, espero, aguardo el regreso del azul…» (p. 45).
El paso del tiempo es el tiempo de la espera solitaria,
sin embargo existen algunos hitos como cuando se convierte en pájaro; ya que
allí observamos que se ha cumplido un ciclo completo de las estaciones: «Te
contaría que los pájaros que se habían ido, han vuelto…» Para decir más
adelante: «el desconsuelo se ha vuelto mayor, / una cobardía que recién ahora
conozco…» (p. 27). Sigue siendo el hábitat salvaje el que marca el ritmo y la
ausencia, aunque deviene en cobijo, madriguera o cueva ante el desamparo. El
estado de ánimo se manifiesta en las metamorfosis constantes, pero hacia el
final, la conciencia de los miedos se hace palpable y comienza un
descubrimiento del ser a pesar del dolor: «de todos los miedos sólo uno
persiste, / convertirme en un lagarto verdadero…» (p. 45). En consecuencia
repasa todas las mutaciones e, indefectiblemente, la mirada ha cambiado; el
llanto en la más pasmosa soledad ha logrado «enjuagar», limpiar el dolor y
mirar de nuevo el ambiente que la rodea.
Con La isla, la
mendocina Mercedes Araujo se instala con firmeza en un grupo interesante de mujeres
poetas como Claudia Masin (Chaco), Paula Jiménez (Buenos Aires), Bettina
Ballarini (Mendoza) y Claudia Prado (Chubut); que han sabido sostener, desde
hace más de una década, un lirismo cimarrón que se permite «impurezas»
prosaicas o genéricas. Como así también llevar adelante esa «doble voz» de la
que hablaba Alicia Genovese: «La primera voz, respondiendo a las exigencias de
una crítica […] que se preocupará por el entramado del texto, por su trabajo
con los procedimientos. La segunda voz, dejando en la superficie textual las
marcas de un sujeto que disuelve una identidad social sobrecargada de mandatos
y deberes para proyectarse en otra distinta que es básicamente la
reformulación…» [4] Así, la isla de la poesía, finalmente, cada vez se va habitando más
de nuevas miradas y voces notables.
Tres poemas de La isla
Hay días en
los que me hundo en el agua y no sé
si por influjo
de la luna o por un simple movimiento del sol
puedo
deslizarme sobre la tierra tan sinuosamente
como una
serpiente con aros de color azul intenso
desde la cola
a la boca, pero ese cuerpo de serpiente
pálido y
embozado no soy yo,
quisiera poder
aclarar cerca de tus oídos
algunas de
estas cosas, me has dicho
que no es
posible por ahora,
ya que las
nuevas ocupaciones te llevan todo el día
y también que
tu vida es mejor, más sólida.
no me hagas
caso, simplemente, podrías decirme
si es verdad
que las escamas de mi cuero
siguen
brillando a pesar de haber sido
arrancadas una
por una, y que aún así
el cuerpo está
contento con esta pequeña vida.
*
En cada oscuridad la luna elige
sólo una de sus caras y es aquella alumbrada por el sol
mientras la otra vive en penumbras,
esto seguramente ya lo sabrás,
de nada sirve esperar –como la flor que duerme
vuelta mineral en una roca ínfima–
algunas respuestas que se revelan
como ranitas quietas en medio de la noche,
las descubrís a punto de pisarlas,
o a veces demasiado tarde.
*
Lo que ocurre tiene que ver con el clima,
en días como hoy, cálidos y tormentosos,
el aire se llena de recuerdos
que dejan el cuerpo desnudo, sobrevenido
como un accidente, en estos días el aire
es dominante y triste el destello
que por la noche, en medio de una emboscada,
se escribe sobre la copa de unos árboles
a los que sólo el movimiento permite adivinar.
[1] El libro obtuvo el Tercer Premio en poesía del
Fondo Nacional de las Artes en 2009.
[2] Foguet y otros (2011), La música de la poesía, Buenos Aires, Ediciones del Dock.
[3] Es
autora de la novela La hija de la Cabra que ganó en 2011 el
Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes.
[4] Genovese, Alicia (1998), La voz doble. Poetas argentinas contemporáneas, Buenos Aires,
Biblos.
1 comentarios:
Excelente reseña crítica, que hace las veces también de guía de lectura para este complejo e inspirado libro de Mercedes. Recomendable.
Publicar un comentario