miércoles, 28 de marzo de 2012

El último vaso con agua

La necesidad de leer poesía




«Ahora y aquí y mientras viva
tiendo palabras-puentes hacia otros.
Hacia otros ojos van y no son mías.
No solamente mías:
Las he tomado como he tomado el agua…»


Circe Maia

por Hernán Schillagi


Hay una imagen que me tortura desde hace unas semanas. Pienso que alguien va caminando apurado por las calles de una ciudad cualquiera y se detiene de golpe porque acaba de darse cuenta que necesita un poema. Por lo tanto, temo que este fotograma mental me anda persiguiendo punzante por un único motivo: no es posible que suceda.

Por el año 1999 leí, en una entrevista que le hacían a la poeta mendocina Bettina Ballarini, una frase que adopté inmediatamente porque encerraba una pequeña verdad. El motivo de la nota era que ella había recibido una mención en un concurso, y al describir sus preferencias como lectora decía: «Me son necesarios...» y luego nombraba un grupo de poetas insoslayables para su existencia. Unos años más tarde le escuché contar en una conferencia a la autora de esa maravilla llamada La saga de Los Confines, Liliana Bodoc, que ella había tomado decisiones capitales de su vida aferrada a un poema. No por casualidad, a su lado, Diana Bellessi presentaba Los días del fuego.

Por eso es que a veces digo: «Tengo necesidad de Borges, o de Lorca, o de Orozco, o de Giannuzzi...» y corro sediento a beberlos como si fueran el último vaso con agua. Pero las necesidades, una vez saciadas –siempre parcialmente–, se modifican o regresan con fuerzas distintas. Es que si a alguien le preguntaran: «¿Cuál es el poema de tu vida?», o, más tímidamente «¿qué poema andás necesitando?», las respuestas siempre serían diferentes. Aunque no descarto que pueda existir un único poema, nada más, que nos diga, nos constituya.

Con la aparición de los blogs como espacio para aportar contenidos propios a la red, se dio casi al mismo tiempo un hecho notable: bitácoras que empezaron a «colgar» a diario un poema. No importa si el texto es de factura personal o es el resultado de un trabajo curatorial de las bibliotecas analógicas que abarrotan nuestras casas. Espacios virtuales como el de Jorge Aulicino (Otra iglesia es imposible), o el de Esteban Moore (Alpial de la palabra), por nombrar solo a dos de los más activos, recogen años de exploración profunda en breves posteos, difunden a poetas jóvenes, traducen y rescatan del olvido a algunos autores mayores por la falta de reediciones actuales. Pero, ¿quién se los pidió? Pareciera que Moore y Aulicino –además de otro centenar de bloggers poéticos– le estuvieran respondiendo al ensayista Alfonso Berardinelli que dice de los poetas del siglo XXI «tienen una vaga idea de lo que puede ser poesía pero no tienen lecturas variadas[…]. En este sentido, los poetas tienden a leer poco, tanto a los clásicos como a sus contemporáneos» [1]. Sin embargo resulta bastante desalentador que se escriba/recite/traduzca/publique poemas nada más que para otros poetas. El mismo Berardinelli, por tanto, sentencia: «Hoy la poesía es muy apreciada, teóricamente, pero no tiene verdaderos lectores…». ¿Será por eso que Olga Orozco decía risueñamente que al encontrarse con un lector de poesía que no escribía le daban ganas de plantarlo para que creciera?[2]

Entonces vuelvo a inquirir con menos sarcasmo que perplejidad: ¿es el poeta un taxidermista perverso? Es decir, el que escribe poesía conserva algo (un objeto textual en este caso) que el resto de la sociedad –la gente de a pie– considera poco importante, inexistente. Si hasta hay grupos que por las noches mendocinas, en un gesto nietzschiano, han pegado carteles que rezan: «La poesía ha muerto». Habiendo tantos otros rubros para declararlos difuntos, justo a la poesía le viene a tocar. Todo un gesto de reafirmación, dirán los optimistas. Sin embargo, la sociedad, tal vez, nos está exigiendo silencio. ¿Callarse será, sin más, hacerle el juego al discurso dominante y aplanador? La sospecha de la autocomplacencia siempre está a la vuelta de la esquina: escribir para otros poetas, o para los críticos y el periodismo especializado (todos poetas, también). Pero qué puede ofrecer la poesía a un mundo que no se detiene a contemplar, a reflexionar acompasadamente. En La pequeña voz del mundo, Bellessi anota: «La pregunta, o la afirmación en torno a cuánto se lee poesía, o lo poco que se la lee es de vieja data. Los argumentos también. Sin duda es una lectura de resistencia, una lectura exigente que demanda atención…»[3]. Para definir más adelante: «La complacencia de iluminados con que ciertos poetas justifican que la poesía pueda leerse menos me parece una falsía.»

Es más que seguro que este planteo no solo es una cuita del género lírico. No muchos deben transitar las calles solicitando como fieras ver un cuadro del fauvismo, o que sintonice el taxista la Sinfonía N°5 de Schubert. No obstante, la poesía porta en su ADN tanto la popularidad (no hay que olvidar  nunca que en el medioevo se recitaba en las plazas y las tabernas) como también la marginalidad más pasmosa; ya que se encuentra expulsada de raíz del mercado editorial, afuera de toda consideración y reconocimiento de los medios masivos. Así y todo, la poesía se las rebusca para aparecer y levantar la mano en zonas no convencionales: bares, paredes, redes sociales o cualquier lugar imprevisto donde la palabra camaleónica se infiltre. La velocidad irrefrenable de las urbes, la incorporación de la electrónica móvil en la vida cotidiana, el consumismo atolondrado y la información tan candente como vacua; nos mantiene la cabeza distraída y el corazón alejado de lo que verdaderamente importa: una voz que se arrima para decirnos lo que ya sabíamos en nuestro interior, pero que no nos atrevíamos a poner en palabras. De hecho, un poema tiene el poder de modificar algunas estructuras mentales. Tal vez sea cierto y nadie necesite de un poema como tampoco la poesía necesita que nadie la defienda. Aunque algunos, como Antonio Requeni –entre otros miles y miles de invisibles– lo intenten una vez más:

Oscuro fuego


¿Quién necesita que yo escriba?
Sin embargo es hermoso
vivir por la belleza, aproximarse
al fuego oscuro en el que arde
la fiesta y el misterio de la vida.
Aunque a nadie le importe.
Brilla en la noche el verso
bello y desamparado
como un cuerpo desnudo.



***
[1] «Vivimos la era del pos poeta». Entrevista a Alfonso Berardinelli en el suplemento Ñ de Clarín, sección «La cátedra», 2010.
[2] Travesías. Conversaciones entre Olga Orozco y Gloria Alcorta. Coordinadas por Antonio Requeni)». Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1997.
[3] La pequeña voz del mundo, Diana Bellessi. Ed. Taurus, Buenos Aires, 2011.

9 comentarios:

Omar Ochi dijo...

Hernán:

Hambriento de poemas y mendigo de esos 'panes desesperados' que Juan Gelman menciona en una de sus obras prolíficas, tengo el agrado de agradecer la contundencia de tu ensayo como quien agradece y comparte una mano levantada y una voz que reclama la justicia poética (tan ajena; tan nuestra) de estos días a media sombra.
Vi el cartel: ''la poesía ha muerto'',y, en ese instante, pensé en la situación actual de la poesía respecto al mercado editorial: ''expulsión'', no voy a buscarle un sinónimo a tu idea porque también soy conciente de esta indignación literaria y no se me ocurre otra palabra. Quizás, en ese momento, no se me ocurrieron tantas cosas como las que acabás de decir en tus líneas. No obstante, Destaco esta frase made in Schillagi (y made in poeta conciente): ''La velocidad irrefrenable de las urbes, la incorporación de la electrónica móvil en la vida cotidiana, el consumismo atolondrado y la información tan candente como vacua; nos mantiene la cabeza distraída y el corazón alejado de lo que verdaderamente importa: una voz que se arrima para decirnos lo que ya sabíamos en nuestro interior, pero que no nos atrevíamos a poner en palabras''.
Un abrazo, queridos poetas. Ojalá el pan muerda al hambriento...

Anónimo dijo...

Hernán, me gustó mucho el artículo. Mientras lo iba leyendo pensaba en un poema justamente de Requeni que se llama: "Milan Kundera dice que la poesía ha muerto" o algo así y justo me encuentro con la referencia de Requeni al final.
Me asombró la pintada Niezcheana. Me sacó una sonrisa de la cara. Me parece genial que se pinte eso, sobre todo porque es como un certificado de vida, ¿no te parece?.
Yo creo que hay, como en nosotros, un devenir. La poesía no ha muerto, la poesía está muriendo, es decir como cualquiera de nosotros. Yo estoy muriendo. Vos estás muriendo.
Y si uno está muriendo también está viviendo. Gerundios aparte, la poesía es como el agua, se cuela por todos lados.
La poesía es como la sed.

Bueno es saber que los vasos
sirven para beber.
Lo malo es que no sabemos
para qué sirve la sed.

(Machado dixit)


Leandro Calle

Fernando G. Toledo dijo...

En términos filosóficos está claro que la poesía no es necesaria, sino contingente. En términos sociopolíticos creo que la poesía tampoco es necesaria: la poesía es, lo he dicho alguna vez, «lo que nadie pide». Y sin embargo, en términos psicológicos (que es desde donde se aprecia la «vibración» estética), la poesía puede resultar un bien tan necesario como el agua, aunque como recuerda Leandro Calle citando a Machado, no sepamos de dónde viene esa sed. Como el tabaco o alcohol (lo supongo, pues ni fumo ni bebo), la poesía puede ser tal vez adictiva, aunque difícilmente tenga daños colaterales, y sí muchos beneficios directos. La manera de mirar el mundo desde el punto de vista poético, que se parece a veces al punto de vista filosófico y otras al punto de vista demencial, es distinta a otros puntos de vista. Porque todo lo que mira un poeta es probable víctima de su red de versos. Es un eterno cazador, un cazador pobre(como diría Fernández Moreno), que le da «a lo que salga».
Para mí la poesía es necesaria en mi vida como lo es la música, las artes en general, los sabores exquisitos en mi boca. Podría vivir sin todo ello, pero sería una vida peor.

negro dijo...

hola: unas cosita.
¿ el taxidermista es per- verso x eso escribe poesía , o el perverso taxidermista ( con su oficio) hace puesía ?.
gracias. chau.

sergio dijo...

Me gusta la idea de Toledo de una vida “más peor”. Es decir, hay vidas más o menos satisfactorias. Sin poesía, estoy seguro, mi vida sería más insatisfactoria de lo que es hoy. O me gustaría menos. Y, sospecho, tiene que ver con la lucidez que, según de Beauvoir, “no constituye la felicidad pero la favorece y da valentía”. Es decir, la poesía nos afila los sentidos y nos da energía (Susan Sontag dice: yo acumulé energía leyendo a Paul Goodman. Que, entre muchas otras cosas, era poeta). Yo, aunque sea políticamente incorrecto, no creo en la felicidad de los ignorantes. Creo que es ignorancia. Es decir, si uno va por la vida sin plantearse nada, seguro tendrá menos conflictos. Pero, al mismo tiempo, tendrá una vida más opaca. Entonces, si lo extiendo a un nivel macro, pienso que si el mundo es tan horrible como es, es porque hay poca gente que entra en contacto con la poesía. Que si la poesía fuera venerada por todas las personas que habitan este planeta, este sería un lugar mucho más agradable, menos contaminado (en todo sentido). Y cierro este comment con unas palabras de un sr que le dio mucha vida a este mundo: Borges. Dice: felices los que guardan en la memoria palabras de Virgilio o de Cristo, porque estas darán luz a sus días. Y Cristo aunque no lo veamos muy a menudo tenía mucho de poeta, sobre todo en el uso híper connotativo de su lenguaje.

Hernán Schillagi dijo...

Omar: gracias por tu comentario tan alentador. Gelman sería un testigo vivo y lúcido de cómo la poesía es tan de primera necesidad, a punto tal que te salva en los momentos trágicos. Gelman se refugió en los poetas místicos españoles durante el exilio. Allí encontró la fuerza para seguir escribiendo luego del horror.

Hernán Schillagi dijo...

Leandro: muy cierto lo que ponés en evidencia: «La poesía no ha muerto, la poesía está muriendo, es decir como cualquiera de nosotros. Yo estoy muriendo. Vos estás muriendo...» Pero al mismo tiempo, la poesía muta para sobrevivir (al menos eso creo). Esta larga agonía lírica encuentra paliativos en los bares, en las millones de páginas web donde se "cuelga" con uñas y dientes.

Qué hermosa la cita de Machado. Es así, nos quedamos extasiados y perplejos ante la revelación, y ese vacío nos llena.

Hernán Schillagi dijo...

Fernando: sí, la mirada del poeta es una trampera "confiable". Semejante contradicción hace al quehacer poético mismo, ya que la poesía se vuelve, para la sociedad de consumo, en algo inestable. Una carga de TNT en medio de la noche de San Juan y San Pedro.

Dice Vicente Fatone en "Filosofía y poesía":"La filosofía es una enfermedad del lenguaje. La poesía es una enfermedad del lenguaje..." Por lo tanto, ¿quién necesita de las enfermedades? Pero solo aquel que se enferma recuerda lo valioso de estar sano y vivo.

Hernán Schillagi dijo...

Sergio: no sé si puedo estar del todo de acuerdo con tu opinión acerca la "felicidad de los ignorantes". Seguro que hay mucho que aprender de la gente simple, de a pie e "iletrada". Nos pasa como docentes. Pero eso es otra discusión.

El que no se acerca a la poesía es probable que no lo haga por prejuicios. Allí sí hay un rastro severo de ignorancia, pero de la otra, la ignominia.