domingo, 4 de abril de 2010

La revolución cotidiana


(algunos conceptos subjetivos sobre poesía y escritura programática, y una pequeña ética del escritor, escrita por alguien que no se atreve a decir que lo es)










por Damián López*
(Colaboración especial para El Desaguadero)

Me permito empezar estas palabras con un acto simultáneo de soberbia y honestidad: un dato autobiográfico.

En 2008 escribí (convendría decir «se escribió») un poema-libro llamado loqueporandarentrejuarrozygirondo.

Venía de terminar la otra cara de la almohada y experimenté algo que tal vez muchos hayan sentido: vacío. Ya no tenía nada más para decir. El libro estaba cerrado, y de este lado no quedaban demasiadas palabras (tampoco quedaban residuos, no soy un escritor muy prolífico, y todo lo que había escrito hasta ese momento iba al libro).

Entonces tuve la necesidad de escribir sobre no escribir. Sobre el momento en el que un escritor se define a través de su carencia: He-Man fue siempre mejor sin su espada, un arma todopoderosa esgrimida por un estúpido sólo conduce a estupideces. Y atravesado como estaba por las dos enormes figuras de Juarroz y Girondo, por su poesía, por sus reflexiones sobre la poesía (que en algún punto, son siempre lo mismo), la idea de la imposibilidad de escribir (falaz en sí misma) evolucionó hacia el espacio de la no-escritura, la antiescritura, la poesía tal y como la entiendo por estos días.



¿Cómo puede escribirse sin escribir, o mejor dicho, cómo se puede aniquilar algo por medio de sí mismo? Ensayo una respuesta, a riesgo de crear una ensalada irreconocible de Barthes, Juarroz, Foucault y Girondo.

Toda escritura, todo lenguaje, se encuentra al servicio de un poder. Todo lenguaje se define más por lo que prohíbe que por lo que permite. El lenguaje, vehículo por antonomasia, emana un halo de restricciones ideológicas que apuntan al sujeto oyente con la atracción de «lo natural», «lo dado», «lo que va de suyo», «el sentido común».

Para el ser humano, no existe lo exterior al lenguaje, estamos fatalmente atados a su mecanismo. Sin embargo, el lenguaje puede ser vulnerado, puesto en jaque, llevado a su propio margen, desde dentro de sí mismo. El lenguaje puede alcanzar un estado de continua renovación crítica, saltando constantemente ante el menor indicio de petrificación: la escritura (la materialización del lenguaje, entendida como una práctica social sujetante) encuentra su antinomia en la literatura, y más específicamente en la poesía.

La poesía, antes que una escritura, es un HECHO DE LENGUAJE.

La diferencia radica, creo, en que la escritura es un acto de recopilación (con cierto grado de conciencia) de retazos ideológicos siempre ajenos que han sido representados en el lenguaje. Ejemplo evidente: un adolescente habla del firmamento, apenas entendiendo qué es, pero poderosamente sujetado por la idea (ajena) de que las palabras poseen un «índice de poeticidad» que les es natural. Y ni hablar de palabras tan rebalsadas de significaciones superpuestas como «gorila», «metafísica» o «belleza».

La poesía en cambio, es un proceso contrario. No es un acto de liberación stricto sensu, en tanto no nos liberamos del lenguaje, pero sí involucra liberarnos de una mirada, de una significación histórica y aparentemente inmutable de las palabras, que se nos viene susurrando desde generaciones.

Me animaría a decir que la poesía no es creación (tenemos negada la condición adánica), sino resurrección, invención por medio del despojo, un hermoso estado de pánico ante el pesado compromiso de nombrarlo todo nuevamente, pero sin disponer de una manera o materia distinta. Atrapado entre el sacro imperio del significado y la novedosa dictadura del significante, el escritor propone el carnaval, la subversión de todo lo establecido: el poema es un universo en el que cada elemento se define por sí mismo en virtud de ese instante en el que existe.

Confieso que después de la palabra «universo» venía un adjetivo, aunque finalmente no pude decidirme por ninguno.

¿Universo cerrado? La poesía es permeable por propia elección: se deja andar, no se molesta con interpretaciones despegadas de la germinal, porque la libertad es-en-ella, y la subversión abarca la interpretación (concuerdo con Eco que la interpretación es una parte del proceso generativo de la poesía, en tanto enunciado). El carnaval de los lenguajes rompe con el camino unívoco que el lector debe desandar hacia el sentido único, como una especie de Hansel/Gretel siguiendo las migas del banquete del autor omnipotente.

¿Universo estable? Sin duda que no: la inestabilidad de la poesía da cuenta de su carácter continuamente experimental, marginal, outsider. Lo poético pende de un hilo extraño y polimorfo, inasible e indestructible, esquivo pero no utópico. En constante mutación, abdicando de sí misma ahí donde algún poder la ha enrolado a su discurso, la poesía «desequilibra», en el sentido más futbolero de la palabra, aun cuando mi nulo interés por los deportes no me permita comprenderlo del todo.

¿Universo sólido? La solidez es algo que reclamo más que la belleza: un poema no merece la salvación por uno sólo de sus versos. Un libro de poesía no debería ser un conjunto caprichoso de poemas. Creo en que el poema es un cuerpo vivo, un organismo que no puede subsistir si no es entero, en su plenitud. Y esto no pasa por la belleza, sino por la solidez: un poema que pierde su peor verso y pierde su sentido, es un poema bien logrado (un poema como una casa de naipes, diría un poeta amigo). Es más, creo que no hay versos buenos y malos en un poema, sino momentos de mayor o menor crisis y goce, pero ese vaivén no es otra cosa que obviedad. Y si muchos autoproclamados escritores pudieran entender que no toda frase debe ser escrita para ir al bronce o a la portada del diario, la poesía gozaría de una existencia un poco más saludable.

Y en este momento empieza a tallar el concepto de escritura programática.

Estoy casi seguro de que todos los escritores escriben por alguna necesidad: necesidad de expresar sus sentimientos, o de resultar intelectualmente interesantes, de salvarse de la locura, o simplemente necesidad de arrogarse una chapa que les provoca un placer escondido, morboso y húmedo. Y en la medida en la que esa necesidad es atendida, evoluciona y se manifiesta, nos vamos incorporando a ciertos “tipos” de escritor: el escritor compulsivo, libreta en mano/mundo adelante, el que cuenta sus poemas y se alegra estrictamente de que el número crezca, el que publica compulsivamente, el tímido que no lee, el snob que confunde incomunicación con hermetismo, el ingenioso, el imitador, el tipo laburante, el que ama su oficio de palabrero.

Obviamente, las pretensiones y las ideologías que sustentan a cada uno de estos dizques arquetipos se encuentran a universos de distancia. Sin embargo, creo que el concepto del “programa de escritura” nos une a todos, aunque a simple vista parezca una hermosa estupidez.

Un programa (en el sentido de lo estipulado, lo por venir) es algo así como aquello que regula, encauza, el desarrollo poético durante cierto tiempo. Resulta, sin dudas, un concepto demasiado ambiguo, que tal vez puede definirse mejor por ahora por lo que NO es: no es una pulsión (ya sea escribir como forma de lucha social, o por el mero objetivo de acumular textos); no es una intención (conmover, deleitar, shockear, «elevar el espíritu»); puede no ser una decisión en tanto alguien puede desarrollar un programa sin proponérselo, tal como me pasó a mí con lo que posteriormente se convirtió en mi primer libro. La sensación de vacío que comentaba anteriormente no era respecto de la escritura en general, sino del programa de escritura específico del libro: yo no tenía nada más para decir, respecto de ese tema y en los términos estéticos en los que lo había hecho.

Un programa de escritura vendría a ser entonces una serie más o menos consciente de premisas que permite encauzar el quehacer poético hacia un producto sólido, estable. Premisas que pueden abarcar lo temático, lo estético, lo lingüístico, lo gráfico, etc. [1]

Ya van a saltar los fundamentalistas a decirme que muchos poetas escriben siempre sobre los mismos temas y más o menos con el mismo estilo (Juarroz como uno de los principales exponentes). Estamos de acuerdo, pero no del todo.

Tal vez me encuentre demasiado imbuido de una cierta mirada sobre la literatura sanjuanina, pero debo plantear aquí un doble riesgo que corre la poesía por estos días. Por un lado, existe una peligrosa cantidad de «escritores» y «poetas» que dedican su tiempo exclusivamente a la producción de obra, abandonando la reflexión estética, el debate, la lectura (teórica y literaria), el análisis, la crítica; escudados en que «escriben lo que sienten» (los más pacatos) o en que «el arte no se explica» (los snob-herméticos), o simplemente acostumbrados al ritmo impuesto por ciertos encuentros de escritores, donde hay 5 minutos por autor, 40 autores, felicitaciones automáticas, aplauso de foca y, con suerte, alguna charla interesante de trasnoche.

Por otro lado, existen criticólogos crónicos que se dedican a ejercer el tirabombismo impune (y muchas veces cobardemente anónimo). Estos especímenes también abundan: practican la bohemia desde la comodidad de su ropa, libros y tranquilidad compradas por papá y mamá; vapulean los espacios académicos a los que no son capaces de sobrevivir, o a los que no son capaces de interpelar de manera legítima por pura cobardía; todo lo que no se amolde a su nihilismo adolescente es tratado de «establishment», mientras que su producción se reduce a unos cuantos versos incomprensibles salvo para dos o tres allegados, entre los cuales no falta el que halaga sin comprender, por no correr el riesgo de resultar descastado.

Entre estos dos polos, el oficio de la poesía se ve seriamente vulnerado, y pierde dos de sus factores troncales: auto-reflexión y comunicabilidad.

Y tal vez la escritura programática, tal como la entiendo (apenas) sea un punto de fuga posible para esta dicotomía: experimentar libremente, pero sobre la base del conocimiento y la claridad conceptual; componer un libro de poesía y no producir un amontonamiento de poemas; mantener vivo el debate, pero sustentarlo con una obra coherente con nuestros postulados; producir constantemente, pero prestando atención a cada paso dado; entender la estética y el estilo como procesos mutantes, poblados de capítulos que se cierran sobre sí mismos para dar lugar a otros más o menos distintos; pensar el oficio de la poesía no como una escritura «por deporte», sino como el desarrollo de un cuerpo orgánico; ¡leernos! ¡Entablar el diálogo! Animarnos a ser una comunidad que se hace cargo de su tiempo y de su lugar en la historia de la poesía. Ser capaces de pararnos en la fisura, animarnos a no negar nuestro perfil delirante ni nuestro perfil seriote, ser burgueses bohemios, docentes anarquistas, poetas que desean tener un plasma de 50 pulgadas para ver el mundial.

Por eso la poesía es para mí una revolución cotidiana. Porque implica pararse frente a la vida de una manera específica, militando por el valor del lenguaje, por una mirada que permita observar el revés de las cosas, donde reside su cara más perversa. Creyendo en la omnipresencia de la poesía, buscándola en todas las voces, devolviéndole a la gente el derecho a ejercerla y a consumirla, pero planteando siempre las responsabilidades que es necesario asumir.

En la actualidad, corremos el peligro de convertir la poesía en un ejercicio de escribir para escritores. No existe UNA manera de ensayar una salida, pero es necesario que todos los que decidimos esgrimir la palabra como medio de conocimiento, de comunicación y de transformación del mundo, reflexionemos sobre cómo convertir poesía en acción, acción en vida misma.


*Nació en Rosario (dentro y fuera de Santa Fe) en 1983. Desde 2003 reside, por razones hormonales, en San Juan, donde cursa la carrera Licenciatura en Letras (aunque en realidad no cursa, le faltan 2 materias, entonces va sólo cuando es estrictamente necesario), y ejerce como padre, amo de casa, sonidista, músico, corrector, yerno y otras yerbas, no por jactancia de la variedad, sino por redonda obligación.
Ha publicado la otra cara de la almohada (poemas, elandamio ediciones, 2008).
Actualmente trabaja, con fiaca admirable, en un libro consistente en tres poemarios en serie:
loqueporandarentrejuarrozygirondo/ loqueporvolvercaminando/ loqueavecesperonotanto.
Como músico, se encuentra en pleno desarrollo de "músicaparaeltrance", un proyecto antojadizo y sin propósito, del cual algunos fragmentos ya han salido a la luz.
Parte de su material (el que todavía no puede ser vendido) puede encontrarse en su blog, desconfianzacrónica, en los blogs de amigos compasivos que tal vez lo publican, o en blogs enemigos donde se infiltra descaradamente.


[1]Reconozco que el concepto de “escritura programática” o “programa de escritura” debería ser más desarrollado, y parece en este escrito un capricho de alguien que se jacta de generar terminologías inútiles. Pero lo cierto es que a medida que se me fue esbozando en la cabeza, pude ir encontrando huellas de circunstancias similares en otros autores, con los que comparto al menos la generación.
Tal vez a través de la lectura de ciertas producciones el concepto pueda explicarse mejor que en estas breves palabras. Por ello sugiero, recomiendo, arrimo, propongo, impongo descaradamente o tiro sobre la mesa como al descuido los siguientes libros:
- «Muñequitachocadora» de Eliana Drajer (Ediciones del Suri Porfiado, 2009)
- «Operación Claridad» de Valeria Zurano (Ediciones Ramos Conspira, 2009, disponible para descarga gratuita en buscandoeltiempoperdido.blogspot.com)
- «Primera persona» de Hernán Schillagi (Ediciones Culturales de Mendoza, 2009)
- «loqueporandarentrejuarrozygirondo» (disponible para descarga gratuita en desconfianzacronica.blogspot.com)

La lista continúa, obviamente
.

17 comentarios:

Gabriel Vanella dijo...

"el poema es un universo en el que cada elemento se define por sí mismo en virtud de ese instante en el que existe".
Rescato esa bandera porque aunque uno se desanima por momentos, ya que juega el juego de escribir con las reglas del idioma, y sus cárceles y constantes limitaciones, la poesia es una posibilidad en si misma de burlar un poco ciertas múltiples construcciones que asfixian...
Excelente texto... saludos

Hernán Schillagi dijo...

Damián: en primer lugar, agradecer públicamente tu colaboración para la revista. Un ensayo es una forma de pasión extraña: ya que es un desborde contenido, un voyeur que se mira a sí mismo, una cabeza abierta que late con locura.

En segundo término, recuerdo que Pizarnik decía algo así como que escribir poesía -como el humor y el suicidio- es un acto profundamente subversivo. Además, pienso -en concordancia con Gabriel y vos- que lo que estamos resistiendo todos (algunos más conscientes que otros) es la "dictadura del lenguaje". El problema es que nustras armas de doble filo son las palabras. El tiro es muy probable, nos saldrá por la culata.

Sin embargo, allí está el "accionar", el compromiso de no aceptar el mundo como nos es dado. Indagar el poema, salirle al cruce con los tapones de punta. ¿Domarlo? Ni ahí. Si lo hermoso está en cabalgar por su geografía inhóspita y accidentada.

Algunos han intentado combatirlo con el silencio (desde Mallarmé en adelante). Idea bellamente contradictoria. Pero la respuesta no está allí. Nunca se ganó una batalla sin ir al frente.

Aunque es muy válido ante la hoja en blanco, el abismo (justo estoy saliendo de terminar libro y me he quedado medio en bolas); buscar en la imposibilidad de escribir como motivación. En mi caso, lo que trato de hacer es escaparme para otro género. Escribir microrrelatos, ensayos sobre la vida cotidiana, crónicas, sumarle un capítulo más a la novela que nunca terminaré. El "látigo que Dios nos dio", parafraseando el genial Truman Capote, castiga dulcemente. Luego vuelvo con otros ojos "bien contaminados" a escribir poemas.

Pd: tu ensayo me encantó, hay mucha tela para cortar y hasta hilachas para tironear. Espero que haya otros que aporten su mirada. No creo que éste sea mi único comentario.

Damián dijo...

Hernán:

largos se me hicieron los días en los que no quise parecer ansioso e inaugurar los comentarios o bien salirle al cruce al primero.

ahora, con la perfecta excusa de agradecerte yo públicamente esta oportunidad, me largo a continuar el diálogo.

también pizarnik decía que el secreto está en mirar la rosa hasta pulverizarse los ojos... ¿y si nuestra rosa no es otra cosa que el lenguaje? pues bien, se nos pulvericen los ojos nomás, y miremos esta herramienta que nos mata mientras nos permite vivir con miradas nuevas, liberando al lenguaje del peso que le han impuesto (de su "valor pragmático y cotidiano", diría mi queridísimo Roberto Juarroz)

simbolizar es poner algo en lugar de otra cosa. es el acto que nos define como seres humanos. y la poesía es el punto de máxima tensión del proceso de simbolizar, la zona de clivaje del lenguaje (perdón por la rima).

curioso es sin duda este proceso de hablar de uno para que otros encuentren algo que los dice, sacar nuestros fantasmas y ponerles nombres tan particulares y tan propios que terminan por obtener mil caras posibles (qué otra cosa es la metáfora que aprehender el mundo, y en un acto mismo hacerlo carne y ventana hacia otros).

ya veremos por donde nos llevan estos necesarios debates. por lo pronto, me siento profundamente feliz de poder encontrar personas con las cuales me une una necesidad de hacer del lenguaje no sólo el vehículo, sino el objeto mismo de nuestra lucha, de nuestra revolución cotidiana.

Escribir, coleccionar, vivir dijo...

Me pareció novedoso el planteo que hacés de la solidez que debería tener un poema. Como vos, considero que un texto no debería redimirse por uno o algunos versos logrados. Mucho tiempo lo creí así y casi toda mi escasa producción poética se sustenta en que me he dedicado a convencerme y convencer a otros de que tal o cual poema merece ser "salvado" por unos versos atinados. Como si un escrito poético fuera una torta que tiene una capa de duraznos al natural (pasable), otra de crema chantilli de panadería (un asco) y una central de merengue que es UNA MARAVILLA. ¡Qué error! Todo poema debe funcionar como un organismo compacto que inicie su camino junto al lector en el preciso lugar donde las convenciones del lenguaje caen. Y si la poesía tiene las llaves para abrir la puerta y salir a jugar no hay que hacerlo con un puñado de frases sueltas para el bronce, como decís, sino con esa tirada de versos indisolubles que conforma un buen texto lírico.
¿Será por eso que hace meses que no escribo? Probablemente.

Damián dijo...

Paula:
un amigo sanjuanino, muy buen poeta, dice que un poema debe ser una casa de naipes: cualquier alteración, por mínima que sea, provoca el derrumbe.

muchas gracias por leer el texto. lo escribí sinceramente pensando en ustedes, en abrir hacia ustedes una grieta mínima sobre el gran debate de la poesía.

también hace meses que no escribo. tal vez sea porque este es el tiempo en el que me toca vivir. la palabra volverá, supongo, como la oscura golondrina de ese poeta que aborrezco.

saludos a todos, y tal vez pronto podamos encontrarnos en cuerpo.

Escribir, coleccionar, vivir dijo...

¿Y si lo aborrecemos por qué lo tenemos tan presente a Gustavo Adolfo? Como tus oscuras golondrinas, siempre que una voz pregunta qué es poesía viene el breve poema a darme su respuesta de amor. Me parece que en la adolescencia nos metieron tan a fuego a Becquer que lo vamos a tener tatuado en algún rincón a pesar de todo el láser que usemos para borrarlo.

Creo que los tiempos de silencio son los propicios para poblarlos de otras voces. Yo, por lo pronto, escucho y leo. Ah, y anoto palabras de rima consonante... ¿Volveré y seré soneto? Ja. Por ejemplo, golondrina - bocina - cocina - usina - puede servir para una composición que ponga en contraposición la sociedad industrial con la naturaleza. ¡Sí, me fui al carajo!

Saludos

Hernán Schillagi dijo...

Paula: hay veces que la forma de algún modo ayuda a encontrar el contenido: Sí, dos términos vetustísimos, pero siguen diciendo algo. Otra cosa que hice entre libro y libro fue tomar envases preconcebidos y asumir el reto de moverme en esa cancha: el haiku, el tanka y también el soneto.

Un consejo sobre la rima consonante: tratar de no hacer coincidir palabras de la misma clase (sustantivo- sustantivo; verbo verbo), ya que es considerado un facilismo. Cualquiera podría rimar con verbos de la primera conjugación. ¡Hola, Calamaro! ;-)

Hernán Schillagi dijo...

Con respecto a si la poesía es un castillo de naipes o si «eres tú», sumo esta idea/imagen de un ensayo de Fabián Casas:

«El poema, rodeado de los márgenes en blanco, como un avión en el aire, está sujeto a la misma presión que estos gigantes de los cielos: si falla una pequeña tuerca, todo se puede venir abajo...»

Escribir, coleccionar, vivir dijo...

Hernán, es en serio que estoy haciendo listas con palabras consonantes y el otro día escuchando a nuestro querido compositor de Jaén anoté: tijeras/escaleras, frenazos/arañazos, tenazas/amenazas... ¡todos sustantivos! El facilismo está en todos lados. Pero como vos sugerís, y en honor a Sabina, también combina muy bien distintas clases de palabras: bombillas/amarillas, redentora/aurora, trago/pago.
Por ahora anoto con canciones, los autores de tango son buenísimos. Es curioso pero antes no le daba ni bola a las rimas y ahora se me está entrenando el oído.

sergio dijo...

Hay algo más (y menos) programático que una vida? Entonces, no me parece que alguien deba escribir programáticamente un libro. A quién le parezca que lo lleva hacia adelante, pues adelante!! Pero, no necesariamente la cosa funciona así: Cavafis escribió y reeescribió a lo largo de toda su vida un puñado de poemas sin pensar siquiera en libro y el resultado es, todos lo sabemos, maravilloso.

Ah, muy bueno el ensayo. Lo que sí, como está bien argumentado, las alusiones a las vidas personales de poetas y críticos me parecieron un golpecillo bajo e innecesario.

Damián dijo...

Sergio:
Antes que nada, gracias por la lectura.
Yo tampoco creo que nadie DEBA escribir programáticamente un libro.
Por supuesto que existen poetas como Kavafis, pero también existen poetas como Girondo, que desde un principio tuvieron la intención de desarrollar una estética, llevándola (libro tras libros) a sus puntos más tensos: "en la masmédula" puede intuirse tímidamente en "Veinte poemas para ser leídos en el tranvía".
Lo más loco es que Girondo fue el único que no abandonó la intención vanguardista, que no significa experimentalismo por sí mismo, sino más bien una búsqueda semi-consciente dentro de ciertos parámetros que, una vez desarrollada la obra, se hacen visibles en cada texto. Eso es un programa de escritura.
Tan bien existen poetas como Juarroz, que "arrancaron de arriba", con una estética ya desarrollada, que fue reconcentrándose (a veces pecando de repetida) en una obra sumamente fecunda.

Creo que ser programático no es ser programado: escribir X cantidad de poemas antes de fin de mes es ser programado. Y creo que el ejercicio de la poesía debe ser una trinchera contra la "vida", pero no en términos de oposiciones como "la vida es programada/ la poesía es espontánea", "en la vida hay que ser diplomático/ en la poesía digo lo que quiero" o "en la vida a nadie le importa nada/ en la poesía hay lugar para los sentimientos".
La poesía es de por sí un espacio de revolución en la medida en la que nos animamos a mutar las jerarquías impuestas del lenguaje, instaurar el carnaval y retroalimentar la vida cotidiana con ese ejercicio.

(en este momento leo tu última frase y suspiro y pienso... "ay, si conocieras san juan") tanta gente peca de silencio y tanta gente se arroga el título vacío de "poeta", que a veces hace falta llamar las cosas por su nombre y plantarse firme ante el relativismo a ultranza donde tantos cobardes se refugian.

un abrazo enorme para vos y para todos

Gabi Jimenez dijo...

Considero que el poema no está en el escritorio, escondido detrás de una taza de café o que se le pueda cantar "piedra libre" a través de rimas o recursos remanentes. Tengo la impresión (por lo que he hablado con Damián)que al tratar sobre lo "pro-gramático" se apunta al encuentro vivencial,(ver "por lo que volver caminando" de D.Lopéz) a la experiencia en la vida misma (que por otro lado no deja de ser lenguaje). Ir a la palabra podría intentar ser una especie de traducción de este término, y la palabra está viva (salvo que la matemos, o solamente la dibujemos) NO se detiene en una sumatoria de imágenes "sólidas" o de recursos efectistas, si se detiene se muere. Arlt decía que iba a la esquina a buscar la historia, y que la historia lo estaba esperando ahí. Creo que lo programático tiene que ver con eso, con el "chip" que tenemos en la cabeza, con el modo en que abordamos el mundo, el poema está entre todo eso, sólo que quizás, a veces, simplemente no lo vemos.

negro dijo...

algunas dudas:
¿ al servicio de qué o cuál poder escribieron Sade, Masoch,Macedonio, Zelarrayán,...?
¿ por qué te da cosa Damián la "peligrosa cantidad de escritores y poetas ? Hubo cacerias por que se pensó que abundaban ... ( P.Pescara " Extinciòn y Silencios ;FFyL -UNC-1998)
y por último- chè loco qué rebuscado sos para ser tan,pero tan cotidiano " factores trocales"; andáaa.
saludos a los desa.

Damián dijo...

Ricardo:

El catálogo de escritores que proponés confirma lo que propongo. El lenguaje sirve a algún poder en la medida en la que no es reflexionado, no es vulnerado, no es llevado a su propio margen, no es desvestido de significaciones históricas impuestas sobre las que no se piensa en la realidad cotidiana: palabras y palabras que se usan sin dar cuenta de la historia que acarrean, de la carga ideológica que se les ha impuesto. Esto no significa que hemos perdido el derecho a utilizar ciertas palabras, sino todo lo contrario: es importante que cada uno de nosotros recupere para las palabras el lugar de vehículo de ideología. Si bien no todos los autores que mencionas escribieron exclusivamente literatura, el concepto de literatura desde el que Barthes se posiciona abarca otros discursos. La literatura es el ejercicio de la renovación del lenguaje. "El lenguaje no es sólo el vehículo de la lucha, sino el objeto mismo de la lucha" (M. Foucault).

Por otro lado, a mi no me "da cosa" ninguna cantidad de nada. Es real que el medio literario que conozco (puede no ser el mismo que el tuyo ni tener las mismas características) no propone al escritor otro espacio que no sea el de mostrar su producción. La reflexión sobre la manufactura, algunas declaraciones estéticas o poéticas, el debate, están generalmente vedados en cafés literarios, encuentros de escritores, mesas de lectura etc. Y el problema de eso no es la cantidad, sino que, aunque parezca paradójico, el texto propiamente dicho está sobrevalorado dentro del oficio total de la escritura, literaria, filosófica o cual fuere. Pensé que usar las comillas podían evitarme esta aclaración. Pido disculpas.

Y por último, proponer una oposición entre "rebuscado", que es un término sumamente vago, generalizador e inconsistente, y "cotidiano", simplemente es algo que no entiendo. Por supuesto que no hablo como escribo ensayos (Macedonio en cambio sí lo hacía, qué rebuscado, no?). Generalmente trato de que en mi escritura no haya espacios para que la gente interprete motivada por el mero gusto de generar una polémica vacía, o con ganas de provocar una pelea inútil. Prefiero una opinión sincera proponiendo algo diferente a lo que yo digo que el ejercicio estéril de tomar palabras aisladas, descontextualizarlas e investirlas de un significado políticamente incorrecto que no tienen. Creo que esta vez no me salió tan bien. Pido disculpas nuevamente.

Ah, ¿qué es un "factor trocal"?

Gabi Jimenez dijo...

Ricki, es por demás claro que detrás de todo uso del lenguaje, e incluso dentro del mismo, hay una "voluntad de poder" que puja por decir. Podríamos tomar como ejemplo "cotidiano" el caso de tu tocayo R.Martin y su carta develadora respecto a la identidad sexual,(desconozco si hay más coincidencias que las nominales...) ahí tenés cotidianidad + voluntad de poder, ejerciendo conjuntamente (no es tan loco ¿no?).
En otro orden de aclaraciones, la "peligrosa cantidad de poetas y escritores" parece que en el texto va por el lado de la mera acumulación de burda palabrería, verbigracia: comentarios a ensayos literarios que finalizan con muletillas de guión televisivo de "alta" calaña (andáaa ¿lo sacaste de Videomach? ¡buenísimo!

negro dijo...

hola; ah si me equiboquié ...pero qué es un factor troncal ?

otra pregunta: es muy cotidiano y revolucionario aparecer entre Juarróz (con leche) y Girondo, así como así.

ah chiquilín conozco lo que cuesta el aceite y sé lo ammmvicioso que se puede llegar a ser teniendo hambre de huevos fritos.

gbl jmnz : verbigracia .qué quiere decir ?

sin ámino de molestar. atte

ricardo

a los chicos del desaguadero
un gran y afectuoso saludín

Damián dijo...

la verdad que me siento satisfecho de que este artículo haya servido para el desahogo y el delirio...

otra conexión entre él y ciertos comentarios, no encuentro...