viernes, 5 de marzo de 2010

Bajo el amparo de las palabras




por Paula Seufferheld


El refugio, Victoria Schcolnik, Abeja reina, 2008, 75 páginas.

Abrir un poemario representa de por sí para el lector de poesía la posibilidad de hallar un refugio. El final de la lectura confirmará si el esperanzado visitante ha quedado desnudo y a la intemperie o ha encontrado la protección de las palabras que buscaba. ¿Qué decir cuando ese refugio poético se llama El refugio? Sin duda, las expectativas se duplican. Victoria Schcolnik, a medida que discurran las páginas de su extenso texto, primero, no defraudará la promesa del título; segundo, irá desplegando un variado tapiz de refugios para que los viajeros-lectores corran a guarecerse. Allí encontrarán la fuerza de sus poemas breves de impronta narrativa en donde las metáforas tienen la contundencia de sentencias y, paradójicamente, la cadencia de las reflexiones que se susurran al oído. También hallarán abrigo en imágenes en las que la naturaleza, reducida a sus elementos esenciales, es una presencia constante.

En el bello y certero prólogo de Claudia Masin, la poeta chaqueña se pregunta si se construye un refugio porque se tiene miedo o para arrebatarle poder a éste. El libro tiene respuestas para ambos interrogantes. De pronto el miedo es padecimiento del que se pretende huir: «llevame del dolor con tu música,/ que se desprenda/ como cuando la humedad aparece en los muros/ y la pintura empieza a abrirse». En otras circunstancias, esta emoción oscura es poder al que se intenta desafiar: «entré allí/ donde la serpiente se enrosca a descansar// quería descubrir cómo se amoldaba a mis formas/ el refugio de un animal/ que se dispone a atacar ante el mínimo peligro».

El poemario está dividido en cuatro secciones. Cada una de ellas se abre con sugestivas fotos en blanco y negro en donde la fotógrafa, Dolores de Torres, capta las sombras que proyectan en la pared botellas o floreros llenos de agua. Lo sabemos: las sombras no tienen contenido ni continente; todo escapa a ellas. Esta afirmación recorre como una verdad el libro entero. No hay refugios que no puedan franquearse o derribarse con el simple roce de una mano, la fuerza directa de una mirada o el golpe de una idea. Los refugios son, en definitiva, sombras, simulacros para huir del miedo o combatirlo.

Primer refugio: el propio cuerpo

No existe cuerpo que no sea máscara protectora también. Detrás de esa carne de yeso, el yo lírico no se siente reconocido: «cada vez que siento una presencia, me doy vuelta/ como si yo fuese/ un objeto al que se le acercan sin tocarlo jamás». El refugio aquí es puerta hacia el conocimiento doloroso de la incomunicación y la soledad.

Otros refugios

Un refugio también se levanta con recuerdos. Una mujer los encuentra en los zapatos de quien fuera su papá. El tiempo, entonces, retrocederá con esa rapidez que no tiene para avanzar: «se los probará, sentirá que le quedan grandes/ y en esa pequeña distancia recordará que es niña/ y que tenía padre». Otras veces, recuerdos menos felices buscarán amparo en la voz poética que los reclama: «me quedo/ concediendo nombres a lo que se desplomó en el empedrado/ y todavía retiene/ la lumbre de haber vivido alzado al viento».

Los refugios no son solo moradas solitarias. Un cuerpo puede buscar a otro para, juntos, resistir: «¿si ocurriera que nos apoyáramos cuerpo contra cuerpo,/ y luego, el resto del tiempo fuera una lucha por no caer?».

A veces adoptan la hechura de construcciones ajenas. Vivir aprisionado es habitar un refugio no elegido: «¿cómo se vive una vida en el lugar errado?».

La palabra, ¿el refugio imposible?

Para cualquier poeta la palabra es cuerda, lanza, puente que se tiende entre el silencio y el abismo de papel. No hay viaje más ambicioso y Schcolnik lo sabe: «es tarde/ y los niños corren por el campo/ buscando el secreto/ que escribo y escribo/ sin encontrar». A pesar de ello, desea hallar ese refugio vedado: «si inventara un lenguaje/ que uniera mi necesidad a la satisfacción, una palabra/ que me diera refugio». Estos versos cierran el libro y el lector se pregunta si este poema no debería ser, en realidad, el primero. Inmediatamente se contesta que no, que fue imprescindible desandar el camino de todos los refugios contemplados: los viejos zapatos que devuelven a una mujer su niñez, el lago frío en el que el yo lírico quiere nadar con los cardúmenes o el cerezo que regala sombra y flores para apretar. En cada caso, la poeta construyó firmes guaridas con el material noble de sus palabras. No sé si cumplió en parte su deseo de inventar un lenguaje. Solo ella podrá decirlo tras su máscara. Lo que puedo afirmar con seguridad es que bajo el techo de sus versos el miedo se vuelve un animal indefenso.



Algunos poemas de «El refugio»

*

de la tierra creció un cerezo
como si las ramas fueran un cielo
que jamás se nubla

el viento acercaba los pájaros

bajo el árbol
buscó una sombra

una flor cayó en su palma
la apretó
hasta que ya no tuvo la fuerza

*

que pasaría si un ejército llegara al lugar de batalla
y los enemigos hubieran muerto,
cómo hace uno cuando aquello
por lo que le ha tocado luchar
ya no existe
y se encuentra haciendo movimientos inútiles
limpiando la escarcha de inviernos pasados
esperando lo que ya no se ama

*

te espero
como se espera la punta de una lanza
aún no clavada en el cuerpo

*

si pudiera darle a las palabras la forma
de las curvas en las hojas

tal vez dejaría de sentir el tirón
de lo que es arrancado antes de caer

Victoria Schcolnik*, en El refugio



*Victoria Schcolnik nació en Buenos Aires, 1984. Es Licenciada en Comunicación y poeta. Editó en tres antologías, incluyendo La última poesía Argentina (Ediciones en Danza, 2008). Fundó junto a las poetas Teresa Arijón, Paula Jiménez, Claudia Masin, Mercedes Araujo y Guadalupe Wernicke la editorial Abeja reina, a través de la cual publicó su primer libro de poemas, El refugio.

6 comentarios:

Fernando G. Toledo dijo...

Excelente libro, lo disfruté enormemente. Y no dejó de sorprenderme la potencia de la voz de Schcolnik, así como su madurez, cuando se trata de un primer libro. Entre tantos libros de poemas breves que no dicen nada, El refugio lo dice todo por ellos.

Hernán Schillagi dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Hernán Schillagi dijo...

El libro de Victoria Schkolnik viene a reafirmar el paso del sello de "Abeja Reina" que ha editado además a Paula Jiménez (que ya fue reseñado aquí) y a la mendocina Mercedes Araujo ("Viajar sola"). Las ediciones son hermosas y muy cuidadas. La de "Ni jota" tenía dibujos de la autora y un juego interesante en la disposición de los textos.

Por otro lado, me gusta que los libros de poesía se prologuen o traigan palabras en la contratapa. De por sí la poesía tiene algo de caprichosa y solitaria, por eso un texto que tire algunas puntas o trace un par de líneas enriquece y unifica el poemario en cuestión. En este caso, el prólogo de Masin lo cumple muy bien.

Los poemas de "El refugio" poseen algo fundametal: un trabajo sorprendente de la metáfora y unos remates hondos y contundentes que, a pesar de la brevedad, cuesta que pasen desapercibidos.

Paula, tu lectura del libro ha sido muy lúcida y al mismo tiempo me gusta cómo tomás el término "refugio" y lo exprimís hasta que llegue a la reflexión.

Ojalá que la lectura de este libro no quede aquí y muchos intenten conseguirlo y se den el gusto.

Gabriel Vanella dijo...

¡Cómo puedo hacer para conseguir el libro?

Escribir, coleccionar, vivir dijo...

Yo creo, Hernán, que la que logró exprimir el término refugio hasta resignificarlo poéticamente fue Victoria. Lo único que hice fue seguir ese recorrido de lugares únicos para compartir con ustedes mi interpretación. Gracias igual por tu cumplido.

Hernán Schillagi dijo...

Gabriel: realmente sólo los pude conseguir en Buenos Aires. Hay una librería "De la Mancha" en calle Corrientes y otra en San Telmo que sé que están. Si entrás al blog de Paula Jimenez, Beso taiwanés, creo por por ahí salen los puntos de venta, sino seguro en abejareinalibros.blogspot.com