por
Hernán Schillagi
Desde el año 2001, el
Gran Premio Literario Vendimia recompensa al ganador con la publicación y una suma fuerte de dinero por una obra completa. No son muchos los concursos argentinos que tienen estas características y una continuidad sin fisuras. A pesar de las controversias y gestiones equívocas,
Javier Piccolo, con sus 25 años, lo entendió bien, apostó todo este año en el rubro poesía con
De Barro y Ceniza y ganó para grata sorpresa de todos. En esta entrevista para
El Desaguadero conoceremos qué piensa sobre la escritura literaria, sus afinidades electivas, sus influencias, la pasión por el periodismo literario y todos los proyectos que lo desvelan. El resultado será, seguramente, una necesidad voraz de leer su primer libro.
-¿De qué trata tu libro de poemas De Barro y Ceniza? ¿Tiene una estructura o un punto de partida temático?
-El punto de partida del libro es simple: la carpeta donde tengo los poemas. Sé de algunos poetas que alrededor de una idea construyen todo un libro donde los poemas son partes específicas de un camino que te lleva desde el principio al final. No es mi caso, no me sale. Se me ocurre algo y, si suena bien en la cabeza, lo escribo. Por ahí después resulta una porquería, o me pierdo en el medio del escrito y de repente se va para otro lado. Ahí decido su destino: basura o firma, archívese y comuníquese.
Sin embargo, al momento de «componer»
De Barro y Ceniza recurrí a juntar los poemas que más me gustaban de los que ya tenía escritos y a partir de ahí busqué algún hilo conductor, una manera de unirlos. Me guíe mucho por los consejos que me había dado
Sergio Pantaley, mi profesor de fotografía, para montar una muestra fotográfica y los apliqué. De esa forma quedaron afuera varios poemas que me gustaban y otros tantos entraron por la ventana para darle forma al libro.
Al final quedó algo bastante estructurado, en tres partes.
La idea que me surgió después de la selección que había hecho fue la de articular los poemas a través de destruir lo que creemos conocer, tratando de alcanzar nuestro propio reconocimientos, encontrarnos a fin de cuentas, sin las torpes mediaciones que nos pone el mundo. A partir de ahí, quedaron tres secciones en el libro: la primera, va por el lado de destruir un poco, de reducirlo todo al barro y a la ceniza. La segunda vendría a ser la estancia en esos escombros, algo un tanto desolador. Y la tercera parte busca mostrar algo un poco más esperanzador, la idea de poder construir(nos), siempre mugrientos, sucios pero puros dado tanto trajín.
Después de todo eso, habrá que ver qué quedó realmente en el libro, jeje.
-¿Te habías presentado antes a algún certamen literario?
-Sí, a varios, locales e internacionales, siempre con rutilante fracaso, salvo escasas excepciones (un par de publicaciones como «finalista»). El problema es que en esas excepciones, no había guita de por medio… Y esa es una de las cosas más importantes de este premio, no voy a negarlo. Eso es lo primero que motiva. La edición de un libro también, claro. Además, está la otra parte, que es la que se mueve por los medios, presentando a este premio como «el más relevante de la provincia». También es un gran incentivo.
-¿Qué importancia tiene este premio para tu poesía y para vos?-En cuanto a mí poesía, habrá que preguntarle a ella que importancia le da. Seguro que estará contenta de andar en papel dando vueltas por ahí. Y por otra parte, espero que no tome actitud
vedette a partir de ahora, porque así me resultaría más difícil acercarme a ella.
-¿Qué pensás de los libros de Ediciones Cultura de Mendoza? ¿Has leído a los ganadores de los certámenes anteriores?-Confieso que he leído pocos libros de
Ediciones Culturales. Sin embargo, publica a veces cosas disímiles, que algunas me interesan más que otras. Sobre los ganadores anteriores del certamen vendimia, he leído a algunos; pero de ellos rara vez he leído el libro ganador. Accedí a muchos escritores por blogs, por los diarios, por revistas, por encuentros, por otros libros, etc., que habían ganado el Vendimia en ocasiones anteriores, como Alejandro Frías, Hernán Schillagi, Fernando G. Toledo, Rubén Valle, Pablo Colombi.
-Si tuvieras que definir tu estilo o tu poética en general ¿Hay una línea estética a la que te adscribís o que te representa?
-Yo suelo decir que
primero uno escribe, después viene otro a catalogarlo, a ejercer la función de librero o bibliotecario. «¿Y esto en qué sección lo pongo?». Yo no sé, creo que el lector o el catalogador se encargará de eso en su momento. A mí me cuesta hacerlo con mi propia obra. Una vez, me acuerdo, escribí un cuento que me parecía tristísimo y cuando lo leí, mis amigos se empezaron a cagar de risa. Son cosas que pasan.
Lo que sí puedo decir es que busco (o trato) la sencillez, la simpleza, la contundencia. No me gustan las vueltas, las palabras o metáforas complicadas, los códigos herméticos; siento que marcan una distancia y eso no me gusta en lo más mínimo. De ahí a que lo logre, es otra cosa…
Dentro de esa búsqueda, puedo nombrarte poetas que admiro, o tipos de los que me gustaría tener algunas facilidades de las que carezco. Las imágenes de Martín Albarracín, el juego de Mauco Sosa, la potencia de Darío Vélez, la simpleza de Prevert o Benedetti, el compromiso de Zitarrosa. No me sale mucho, que digamos.
-¿Qué poetas mendocinos y argentinos frecuentás en tus lecturas? ¿A cuáles sentís como referencia y por qué?
-Confieso que no soy un gran lector de poesía.
Me he dado cuenta que hay relación inversamente proporcional entre lo que leo y lo que escribo. Lo que más leo son novelas, luego cuentos y en tercer lugar poesía. Y resulta que tengo escritos muchos poemas, algunos cuentos y ninguna novela (salvo aquellas aventuras de la infancia).
Los poetas que admiro y siento como referencia son aquellos que nombré anteriormente y ya que estamos agrego a
Juan Gelman. Repito, siento que no he leído suficiente poesía como para hacer más extensa esta lista. Siempre hay poemas sueltos que he encontrado por ahí que también me han gustado mucho, pero no puedo citarlos porque no los recuerdo en este momento.
-Como «agitador cultural» a través de la revista Palabra (que dirige con Mauco Sosa) ¿Cómo observás la movida literaria en Mendoza en los últimos cinco años?
-Los últimos cinco años se corresponden, casualmente, a nuestra entrada al ámbito cultural como agitadores. Antes de eso, mucho no sabía. Aclarado esto,
la movida literaria la veo en muchos aspectos desmembrada, como que cada grupo actúa por su cuenta y hasta ahí llegó. Tiene sus cosas buenas, porque de repente cada cual está agitando por su lado y siempre hay algo asomando en cuanto a literatura mendocina se refiere. Pero no dejamos de ser asonantes. Por ejemplo, con los dos números de la revista nos ha ido muy bien, vendimos bien, recibimos buenas críticas, etc.; pero fallamos en la gestión, no aprendimos a dar un salto (aunque fuera al vacío, por lo menos). Me da la sensación de que lo mismo sucede a nivel general con la movida literaria acá.
A raíz de eso empezamos un proyecto con Gonzalo Córdoba (de la Editorial Pan), con la idea de que la movida implique movimiento hacia más o menos el mismo lado. A fin de cuentas, todos los que escribimos queremos que nos lean (aún los que reniegan de ello), más allá de diferencias de estilo y de criterio. La idea es que vayamos hacia allá, a la caza de las ediciones, de los lectores, un gran safari, en fin.
-¿Cuáles son los pasos a seguir de este proyecto gráfico?¿Están trabajando en un nuevo número de la revista?-Sí, estamos trabajando en el nuevo número. De hecho, pienso utilizar parte del dinero del premio para editar este nuevo número (del cual no voy a arriesgar todavía fecha de salida). Además de eso, estamos con ganas de mandarnos para Internet al mismo tiempo, un recurso que teníamos bastante dejado de lado. De todo esto habrá novedades en cuanto esté listo.
-Antes de ganar el Premio Vendimia ¿Qué opinabas del concurso?En general, lo mismo que pienso de todos los concursos: el resultado es la opinión de un grupo de tipos sobre lo que leyeron.
El Vendimia siempre me pareció un poco hermético. Como que había poca renovación. Y bastante descreimiento. Sin embargo, obstinado y terco, seguí enviando, hasta que a este grupo de tipos en particular les gustó lo que envié.
-Por primera vez desde 2001, el jurado está integrado por un representante que no es de la provincia, Carlos Carbone (de Buenos Aires) ¿En qué aspectos creés que el premio mejora con este cambio?
-Mejora en el aspecto de que acá, en el ambiente, casi nos conocemos todos. Entonces cualquier decisión puede estar sujeta a críticas. «Ah, Juancito y Pedrito que fueron jurados premiaron a Cholito porque estuvieron en un recital de poesía el otro día juntos y chanchos amigos». Y a partir de eso, una tonelada de sutilezas, casi siempre hirientes. Y por otro lado, una mentalidad medio pueblerina de que los escritores, jurados, etc., de afuera tienen más «autoridad». No necesariamente es así. Pero lo que sí asegura es algo de imparcialidad.
Una queja constante acá es que los concursos los ganan siempre los mismos y hace dos años, con el concurso Municipal (con jurados de afuera y todo) ganaron Rubén Valle y Pablo Colombi: «los de siempre». Ahí no escuché muchas quejas, el jurado de pronto era más «creíble». Qué sé yo, en el fondo lo que está en juego es el ego del escritor, bastante grande por cierto y cuando no está satisfecho, puede rugir por cualquier lado. Repito, el resultado es la opinión de algunos tipos sobre lo que leyeron.
Si esos tipos son de Mendoza, Buenos Aires o París, bien; pero eso no asegura que posean más o menos autoridad literaria para juzgar algo. Imaginen de repente que García Márquez, Saramago y Salman Rushdie fueran jurados. Perfectamente podría pensar “«ah, no estos tipos van a juzgar mal porque ya están hechos y no les calienta» o bien «son unos viejos chochos, no entienden la nueva movida». Y si el jurado fuera Mengano, Sutano y Fulano, podría pensar «¿y estos quiénes son?» o «su decisión me importa un pito». Todo resulta muy subjetivo y cuando uno se presenta a un concurso (sea cual fuere), tiene que estar dispuesto a jugar ese juego con las reglas que ya están puestas. Y después, a aguantarse.
Nadie va a ser mejor ni peor escritor por el resultado de un concurso.
-El poeta Hugo Mujica dice sobre la poesía: «Escribo para saber». Entonces ¿para qué escribe poemas Javier Piccolo?Para resistir, para buscar, para creer que encontré y volver a buscar, para no perderme en el intento, para zafar, para jugar, para pensar que estoy haciendo algo que resulta en una multiplicación infinita de la nada, para que yo quiera, para quien quiera, para excusarme de mis derrotas, para minimizar los pocos triunfos, para justificar el próximo trago y el próximo brindis. Para nada y para que eso sea, de alguna forma, algo.