Paulina Vinderman. |
Por Paulina Vinderman (*)
Especial para El Desaguadero
Edgar Bayley
solía venir a casa a menudo y después de la cena, leíamos poesía y hablábamos
hasta el amanecer.
Una noche
tocamos el tema de la adjetivación; hablamos del adjetivo justo, del que
ennoblece y también del que mata.
En un
determinado momento, con su vozarrón inolvidable, Edgar se manifestó harto del
exceso de adjetivación de muchos poetas.
Unos quince días
después una imagen irrumpió. Una imagen muy precisa: una mujer que avanzaba
hacia mí bajo un sol implacable. Y cuando comencé el poema, recordé aquella
conversación y me propuse obviar los adjetivos en homenaje a Edgar. Así, lo
único que hice fue concentrar el material, «enfocar la atención en lo que es
dado» (Denise Levertov dixit).
Acelerar la
percepción, atrapar lo esencial, podando antes de escribir.
Utilicé la
palabra «dama» en lugar de «mujer» como un guiño del amor cortés; Edgar era un
eterno enamorado, para él la mujer era un enigma a develar, igual que la poesía.
Mucho después,
pensé en esa dama como la poesía. La mujer trae de la mano a la infancia, o el
recuerdo de infancia convoca a la mujer.
Fue un poema muy
alabado; por ser un tour de force, claro. Un escritor se asombró del color
del poema, a pesar de carecer de adjetivos. Supongo que inconscientemente los
sustantivos elegidos tienen gran carga visual.
Por supuesto, mi
agradecimiento eterno a Edgar; maestro a su pesar; su sola presencia era un
territorio poético.
La dama del
mediodía (poema sin adjetivos)
a Edgar Bayley
La dama con
sombrero de paja
camina desde el
sol
hasta mi mesa en
la arena.
No puedo ver sus
ojos ni sus manos
pero sé que el
mar
se incluye en su
vestido
y su cintura se
balancea
como las olas de
aquella tarde.
Había roto mis
uñas buscando almejas
sólo para
dejarlas otra vez en su lugar
y no había
tenido fuerzas de construir castillos.
(La gaviota
había muerto,
era plumas y
pico en la brisa de las seis).
La vida no es
más que eso, pienso,
la lucha para no
ahuyentar para siempre
a la dama del
mediodía
—vestido de mar,
balanceo de cintura—
sin siquiera
haber reparado en sus pies.
(de Rojo junio )
(*) Paulina Vinderman nació en 1944 en Buenos Aires, ciudad donde reside. Publicó: Ciruelo (2014), La epigrafista (2012), Bote negro (2010), Los gansos salvajes (antología, 2010), El vino del atardecer (2008). Hospital de veteranos (2006), Transparencias (antología, 2005), Cónsul honoraria (antología personal, 2003), El muelle (2003), Bulgaria (1998), Escalera de incendio (1994), Rojo junio (1988), La balada de Cordelia (1984). La mirada de los héroes (1982), La otra ciudad (1980) y Los espejos y los puentes (1978).
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