Eugenia Simionato. |
por Fernando G. Toledo
Basho definía al haiku como «lo que está sucediendo en este momento, en este lugar y atravesado por una reflexión». Inspirados en esas líneas, proponemos un «reportaje haiku», cuyas preguntas y respuestas se apoyen en esos pilares.
Mirar, explorar, nombrar. Parecen estos los verbos más importantes para Eugenia Simionato si se piensa en los poemas que traducen su trabajo con las palabras en La noche crece como un río solitario, su primer libro. Aunque bien podríamos corregirnos: mirarse, explorarse, nombrarse es la manera en que pone en práctica estos verbos con su poesía íntima pero expuesta, secreta pero cercana. Lírica, en suma, como toda poesía escrita con intensidad. La poeta mendocina entiende que el yo es el punto de partida para sus versos, y en este reportaje haiku revela que, como muchos, toda exploración no acaba en el conocimiento, sino más bien en la extrañeza.
En este momento
–La
noche crece como un río solitario
es tu primer libro publicado. Hay en él una voz que habla desde una intimidad
explícita, y en la que los sueños, la vigilia y la exploración en el yo son constantes. ¿Cómo fue la
escritura del libro y cómo surgen en vos estos temas?
–Sí,
es cierto que hay una exploración en el yo,
y que esos temas insisten a lo largo del libro. No fue un libro planeado, fue
madurando en un trabajo que hice con un poeta (Diego Muzzio), con el que aprendí mucho, a
partir de su lectura acerca de mis poemas; y eso le da también cierto halo de
espontaneidad, que tiene que ver conmigo, claro, con la forma en la que yo me muevo en la vida. Tuve que mirarme para
poder ver cómo creció mi mirada: ¿de qué están hechos mis ojos?, por decirlo de
algún modo. Es interesante, en ese punto, el tema de la «exploración en el yo» porque, contrariamente a como podría
interpretarse (un ensimismamiento, o un no contacto con el mundo, por esa
exploración hacia adentro), pienso que no, que como nos dice el psicoanálisis
«el yo es un lugar de desconocimiento». Empezar por el yo no implica no tocar el mundo, sino más bien todo lo contrario; entonces,
creo que surge justamente por eso, el yo es un centro abierto, un círculo con
líneas entrecortadas, un lugar poroso, donde mirarse es también mirar la
resonancia que tienen en uno las cosas del mundo. En cuanto a cómo surgen en mí
estos temas, si bien hablo mucho de mi mundo interno, quizás es para entrar en
él, como si yo misma fuera ese río, y así ver con qué recursos cuento para empezar
a navegarlo, nunca del todo hacia dentro, y nunca del todo hacia afuera. Pensando
en mi escritura, me gusta que haya una mezcla de situaciones concretas, simples
cosas del mundo de lo cotidiano, pero dichas con cierto velo, con un uso
estético de la palabra, con imágenes que te dejan en otro lugar, que no lo
dicen o explican todo. Trabajar con el misterio, con lo que sorprende o asombra.
Después está lo que hace al estilo, que es algo muy difícil de lograr, ya que
para eso es necesario conocer o haber descubierto esos modos de la luz, o de un
objeto o situación, que solamente el propio ojo reconoce. Hay un poema de
Wallace Stevens, El hombre de nieve,
que podría ejemplificar esto de la exploración en el yo. Ahora que lo recuerdo, lo puedo relacionar. El poema comienza
así: «uno debe tener una mente de invierno / para mirar la escarcha y las ramas
/ de los pinos cubiertas de nieve / y haber tenido frío durante mucho tiempo / para
contemplar los enebros empolvados de hielo / los recios abetos en el destello
distante».
En este lugar
–¿Cómo ves tu
libro en el contexto de lo que escriben poetas mendocinos y argentinos de hoy?
¿Con quiénes sentís afinidades?
–Yo
siento afinidad por la poesía que trasciende la mirada, que va más allá de lo
que alguien puede ver y llevar al papel. Me gusta que haya lirismo. No me gusta
la inmediatez de quien ve algo, y lo dice tal cual, y ya con eso arma un poema:
el poeta que describe un hecho, como uno puede leer en los diarios, que eso se
ve bastante. Me interesa más el poeta que trabaja la palabra, que la profundiza,
que desafía lo que le dice su ojo, que se anima a decir algo simple y
cotidiano, pero con una complejidad en la sintaxis, que implica cómo trabaja
las imágenes que usa para decir lo que dice. Por ejemplo, en el poema Trece modos de mirar a un mirlo, de
Wallace Stevens, uno podría pensar: «¿por qué trece modos, y no uno solo?».
Algo así es lo que me influye a la hora de escribir. Pero con respecto a lo que
escriben poetas de hoy, y a cómo veo mi libro en ese contexto, no podría decir mucho,
pero sí me diferencio de esos modos más posmodernos de abordar la palabra. Creo
que es fundamental que haya lugar para la contemplación, participar de un modo
contemplativo con lo que uno está observando. Poder descubrir cuánto movimiento
hay en la forma de mirar algo tan simple, como un mirlo o una taza de café.
Pero no por eso, hacer una copia fiel de eso. En cuanto a poetas mendocinos, me
gustan algunos poemas que leí de Débora Benacot, Fernando G. Toledo, Carlos
Levy, Oscar D’Angelo, Hernán Schillagi, Cecilia Restiffo, Eugenia Segura y Eliana Drajer. Y de poetas de otras provincias, me gustan Laura García del Castaño,
Elena Anníbali, Rita González Hesaynes, Jotaele Andrade, Melisa Mauriño y
muchos más que ahora no estoy pudiendo recordar.
Una reflexión
Una reflexión
–En lo que puede
leerse de tu poesía, tanto en tu libro como en los poemas inéditos que
compartís en la red, se percibe esa impronta lírica de la que hablás. ¿Sentís
que el lirismo ha recuperado espacio en la poesía contemporánea o todavía
dominan corrientes antilíricas?
–Sí.
Hay muchos poetas que leo, tanto en libros, como en la red, que trabajan sus
poemas desde una impronta lírica. Con respecto a si todavía dominan corrientes
antilíricas, creería que no, que sigue habiendo lirismo en la poesía
contemporánea. En lo personal, no me gusta la poesía antilírica. La poesía
nunca puede ser antilírica, para mí. Pienso, cuando se habla del realismo en la
poesía, del que trata de escribir como si estuviera obligado a reproducir tal
cual lo que ve en el poema, sin trabajar
las imágenes o sin darles otro giro, como decía anteriormente. Siempre
nos movemos en el terreno de lo ficcional, toda verdad es una ficción, una
construcción propia y singular, y eso es lo que hace que uno tenga un «estilo».
Somos seres hechos de palabras, y eso ya nos da un recurso poderoso y rico: la posibilidad de la invención, de la metáfora. Mark
Strand por ejemplo, habla en una
entrevista , de «poetas metonímicos», que quieren reproducir la realidad tal
como es, entendiendo a lo metonímico, como algo que no produce algo nuevo, o un
efecto sorpresivo. Quizás sea eso la poesía «realista». Digo esto porque
se la contrapone al lirismo, y uno puede
ver entonces, esa división entre poetas líricos, y poetas realistas, que me
parece más bien, citando lo que dijo Roberto Juarroz en una entrevista que le
hizo Guillermo Boido (donde habla de las «enfermedades paraliterarias»), me
parece que es algo que pasa más entre los poetas, un conflicto entre las
personas que escriben antes que algo que pueda enriquecer el trabajo mismo de
la escritura. Si, como dice Octavio Paz en su ensayo El arco y la lira, «la poesía revela este mundo, y crea otro, es un
diálogo con la ausencia, una plegaria al vacío, oración, letanía, epifanía, presencia,
magia, arte de hablar en una forma superior, pero también lenguaje primitivo»;
creo que es un modo de pensar, y entonces con lo único que estamos
comprometidos los poetas es con la palabra, y en cómo la usamos y pulimos. Así
como el bailarín debe ejercitarse y trabajar en su cuerpo para poder bailar y
tener su estilo, el poeta tiene que hacer lo mismo con la palabra, desde la
invención y la creación. Nuestro cuerpo, en este caso, es la imaginación, y hay
que ejercitarla. El poema, sin dejar de ser lenguaje, está más allá del
lenguaje, como sostiene Octavio Paz en su
libro. Creo que hay que ir más allá de esa división lirismo/antilirismo y
pensar qué lugar existe para la poesía hoy, cuando estamos en una época en la
que no se sabe muy bien qué es poesía, y qué no, qué es arte, y qué no.
Poemas de
La noche crece como un río solitario
de Eugenia Simionato
Hacia el oscuro río de la noche
En esta cama mi cuerpo crece
hacia el oscuro río de la noche,
tengo las manos atadas a mis sueños
la antigua espina de mi infancia,
clavada en uno de mis ojos.
La roca erosionada de un recuerdo
roza mis piernas
y entonces me despierto
con un puñado de días
hundidos en la espalda.
Claroscuro
Me hablabas del claroscuro,
de la espera
y yo jugaba con la luz:
esa oscuridad temida.
Pero ahora,
después de haber quebrado lo que se alza
en cada creencia,
tiemblo
porque venís a ese lugar
donde ya no estoy.
Un hombre desconocido me acaricia
Un hombre desconocido me acaricia.
Sus manos hipnotizan. No consigo huir.
Huelo a flores recién cortadas
de un jardín que nunca tuve.
Canto una melodía que ignoro.
Ni siquiera el suelo que ahora piso
es el suelo que alguna vez pisé.
Tanta suavidad me lastima.
¿Cuánto tarda en separarse un cuerpo
de otro cuerpo?
¿Cuántos temblores hacen falta
para expulsar la ternura de unas manos
que se han ido?
Mis piernas desobedecen.
No camino. Doy saltos prematuros
como si la permanencia en la tierra me quemara.
(de La noche crece como un río solitario, Ananga Ranga, 2015)
1 comentarios:
muchas gracias Hernán y Fernando. Hermosa revista.
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