Elena Anníbali. |
por Elena Anníbali (*)
Especial para El Desaguadero
Yo iba a séptimo grado. Hacía dos años
se había incorporado a nuestro curso una chica llamada Deolinda B. Era alta y a
los 13 ya tenía todo el cuerpo que una mujer puede esperar, a esa edad y a
futuro también. Morocha, pelo negro y grueso, llevaba siempre naranjas a la
escuela para comer. Tengo el recuerdo de ella asociado a un olor a sudor fuerte
mezclado con cítricos.
Me contaba que su mamá le «enseñaba»
cómo hacer con los hombres. Que primero ella escuchaba debajo de la cama, y que
después sencillamente la madre la educó en la prostitución. Que a ella algunos
hombres jóvenes le gustaban, pero que también iban viejos que le daban asco.
Las maestras se hacían las tontas, los padres se hacían los tontos, me acuerdo
bien, los compañeros veían en ella una chance a la iniciación. Salvo por eso, nadie
quería acercársele, parecía una nena leprosa. Había, en ese cuerpito joven,
varias capas de marginación: por negra, por pobre, por andar con hambre, por
conocer del sexo. Yo ya era huraña y asistía, por entonces, a los recreos, como
a un espectáculo que no me involucraba. Veía esas cosas. Por eso la invitaba a
conversar detrás de un ombú gigante, donde la dejaran en paz un rato de burlas.
Me acuerdo de haber llorado de
indignación cuando, para su cumpleaños, le regalaron un jabón y un peine.
Deolinda estaba encantada. A lo mejor entendía y se hacía la tonta, a lo mejor
no. Yo me acordaba de cuánto quería ella una muñeca. Una muñeca. Rastreé plata
en toda mi casa, pedí a mi hermana, quien me tenía a su cargo. Nada, no hubo
caso. Así que se la prometí.
La vi por última vez en 1993, al frente
de una carnicería, en Oncativo. Pasaba con dos o tres nenes de la mano, que
asumí eran sus hermanos, a quienes ayudaba a criar. Estaba igual, sólo que no
aparentaba su edad. Parecía mucho más madura. Me quedé mirándola, por ver si
ella se acordaba de mí. Iba pendiente de los nenes.
Nunca me olvidé de ella, del espanto de
ser una criatura como ella y no poder hacer nada. Escribí ese poema con rabia y
frustración, para ella y por ella. Pero también para darle a ese cuerpito una
chance, por fuera del cuerpo mismo, de una vida donde quede para siempre
perdida en la inocencia.
la
niña de aprender
hola, niña de aprender
así te llamaban, deolinda,
los que iban a coger con tus trece años
con la piel intacta de noche y tierra
con tus zapatillas de ir a la escuela
¿te acordás lo que me contaste
atrás del ombú?
mi
mamá se sube a la cama
y me
dice que los toque ahí
te movías como una serpiente
sobre la arena
brillante y ronca de haber fumado
toda lumbre oscura
a la hora de convidarme
las frutas
el jugo caía, dulce y fresco,
sobre las rodillas de vos
de mí
y nos reíamos al abrirnos
las blusas
y mostrarle los pechos nacientes
al sol
todo era una hora
donde la muerte comenzaba
a besarnos los ojos
tabaco
mariposa, Caballo
Negro, 2009
(*) Elena Anníbali nació en Oncativo, pcia. de Córdoba, en 1978. Es Licenciada en Letras Modernas , Facultad de Filosofía y Humanidades, UNC. Ha publicado los siguientes libros: Las madres remotas (2007, Ed. Cartografías de R. Cuarto), tabaco mariposa (2009, Caballo Negro, Córdoba), El tigre (2010, EDUVIM, relatos); La casa de la niebla (Ediciones del Dock, 2015). Colaboró en antologías de poesía y cuento en Argentina y el exterior. Se dedica a la docencia y a la investigación.
0 comentarios:
Publicar un comentario