Entre las muchas cosas que un poeta puede hacer con su poesía una es retratar
–como un fotógrafo que registra lo que pasa por su ventana– el espectáculo constante
del mundo. El poeta se convierte así en un cronista que observa, asimila y
comparte lo que desfila ante sus ojos.
Una tarea como esta es la que ha emprendido Dionisio Salas Astorga y que ha cristalizado en Crónicas cínicas, el último libro de una trilogía aparecida en dos años prolíficos para el autor.
Una tarea como esta es la que ha emprendido Dionisio Salas Astorga y que ha cristalizado en Crónicas cínicas, el último libro de una trilogía aparecida en dos años prolíficos para el autor.
Es importante subrayar cierta secuencia en este trabajo. Primero, el descubrimiento de que el espectáculo que nos pasa a través de la ventana (metafórica, por cierto: una ventana, una mirilla o simplemente, una mirada) merece ser contado. Luego, la tarea de volcar esa mirada en forma de versos que también sean crónicas, que observen el paso del tiempo. Por último, recién allí, ver otro espectáculo: el de los versos acumulados como un residuo de los días. Y entonces dar el paso de reunirlos para que le den carne a un libro.
Visto este mecanismo es más fácil entender lo que traen, y adónde llevan, las páginas de Crónicas cínicas. Traen una mirada de lo real, una mirada amarga, desencantada, porque lo que el poeta ve no es siempre un espectáculo festivo ni edulcorado. Y nos lleva al cinismo que propone el título del libro.
La cuestión cínica resulta de especial importancia en la concepción del volumen. De hecho, Dionisio Salas Astorga se preocupa por hacer que la puerta de entrada a sus poemas sea, precisamente, una definición convencional de cinismo. Pero la verdadera definición que construirá el libro de poemas empieza, justamente, donde ese introito termina. Es decir, en los poemas. Y es que aquí el cinismo no se parece en todo ni a la equiparación de este con la hipocresía ni tampoco, estrictamente, a la escuela griega que profesaron, entre otros, Antístenes o Diógenes de Sínope.
En realidad, el cinismo aquí no es una postura filosófica que sustente los poemas sino, acaso y más bien, dos cosas muy distintas: un mecanismo de defensa y una pátina estética. El mecanismo de defensa lo antepone el poeta al no detener su observación, al no quitar los ojos de la ventana indigesta. Mira y sigue mirando y lo que ve no siempre es hermoso. Por ello responde con palabras que si lo enlazan con aquel filósofo que vivía en un barril, rodeado de perros y entregado a un desprendimiento constante, es sólo en el modo en que trata con el mundo. Y así se llega a la pátina estética. El propio Diógenes respondía con un humor no destinado a la risa, sino a la mueca: podía tener a Alejandro Magno enfrente y no lo reverenciaba, sino que le pedía que se quitara del lugar para que no le tapase el sol.
Con parejo humor, Salas Astorga arriba a la estética de sus poemas. En la línea de su libro anterior, Últimas oraciones, no se deja hipnotizar por falsas esperanzas, promesas ultraterrenas o estampitas consagradas. De hecho, nos cuenta (es lo que ve por la ventana) que esas esperanzas fracasan, esas promesas siempre quedan sin cumplir o esas estampitas se corroen con el duro sol de un planeta en peligro.
El carácter cínico encaja, así, perfectamente, con la propuesta lírica del poeta. Este, que ha asimilado influencias diversas (desde Neruda, Huidobro y Teillier hasta Juarroz y Ernesto Cardenal, pasando por innumerables lecturas), traza versos pletóricos de ironía, en los que habla una voz que se confunde a veces con la suya propia, pero sólo porque ni siquiera los límites, en este páramo, son seguros.
En Crónicas cínicas, con un estilo que se confunde a veces con un acta, con un frío informe sociológico o (vade retro) con un reporte periodístico, Salas Astorga encuentra la forma de su poesía, que entra por esa ventana y se posa, ardiente, sobre los papeles del poeta como para dejar su marca. No para dejar sentada una esperanza sino, al fin, y tal como él lo reconoce, para agregar un gesto más a todo el espectáculo, para poner una muesca leve en el paisaje, para sumarse apenas con el digno gesto de la autoconciencia a un lugar en el que «en nombre de la felicidad la democracia los pobres / se siembra la tierra con cruces de madera».
Si, como concluye en su epílogo el libro, todo lo que se diga va hacerse desde este, el «planeta más despreciado del universo», quizá lo único que podamos pedir es que se diga a través de la poesía. Con la materia agridulce de ese consuelo está escrito Crónicas cínicas.
Tres poemas de
Crónicas cínicas
de Dionisio Salas Astorga
se puede escribir
la guerra es una solución
hay enfermedades incurables
el odio es irracional
escribir o callar
si hablamos de amor
la vida es un misterio que está bien así
todo se puede escribir
no cambia en nada este fracaso
*
no tenemos
desaparecidos
ninguno de los nuestros fue
un peldaño colérico en la escala
del mal
no nos mataron a nadie
no nos echaron al exilio con lo puesto
nos dejaron aquí
vivimos
todos estos años fuimos nada
(24 de marzo)
*
se fue
detrás del amor de su vida
tres días después volvió
para no perder el trabajo
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