lunes, 11 de mayo de 2015

La historia de un poema de Patricio Foglia

Patricio Foglia.
Foto: Gustavo Gottfried.


especial para El Desaguadero

Cuando escribí este poema, todavía vivía con mi abuela y mi papá, en nuestra casa en Lugano, a tres cuadras de la estación. Mi abuela tenía noventa años y se sentaba, todos los días, al lado de la cocina para tomar pavas y pavas de mate. Yo, me acomodaba con mis cosas en la mesa de madera, a unos metros, y leía mis apuntes de la facultad.
    Al principio, intenté escribir sobre cómo, con toda claridad -al menos para mí- mi abuela se sumergía en su memoria, literalmente en esas aguas como un buzo táctico, nadando hasta el fondo del mar para volver, después de un rato, con algún comentario. Como si acabase de salir del océano, con su mano extendida, habiendo logrado rescatar algo único y luminoso, una moneda imperial o una extraña almeja que me enseñaba fascinada. Mi abuela me decía cosas como:
     –¿Sabías, Patricio, que cuando era chica mi madre nos purgaba a todos en casa? Nos daban un líquido verde y espeso, y nosotras lo tomábamos, siempre en septiembre, me acuerdo, pero eso ahora ya no se hace…
     Y después volvía encantada a su paseo marino.
     Los poemas sobre abuelas que buceaban no llegaron nunca. Lo que apareció en cambio fue otra imagen: una playa solitaria y un caminante. Preferí no encapricharme, dejar que el poema crezca por sí mismo: seguir, yo también, el recorrido del hombre de la escafandra.



La escafandra

Desde el muelle, parecía tener unos
quinientos años

Primero vi algo informe
acercándose
desde lo alto de un médano
y después descubrí
un antiguo traje submarino
que avanzaba con dirección a las aguas, al calor
del atardecer en la playa

(de La escafandra, Mágicas Naranjas, 2015)

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