Esa empleada doméstica indocumentada del mercado.
1.
Apenas el muchacho con veleidades de poeta llena su primer cuaderno de versos, tarea que suponemos concreta con rapidez, pues «escribir para abajo» rinde, y como le urge que el mundo se anoticie de sus miserias -las del mundo-, o de la belleza de los pechos de su novia –de la novia del poeta-, sale en busca de edición en editorial prestigiosa. Mas como en tales empresas nadie se interesa por su trabajo ni, en general, por el de poeta alguno, el muchacho repudiado de manera tan grosera cuélgase el mote de marginal. Y como todo margen para serlo necesita de un centro, el mencionado muchacho edifica uno -imaginario- habitado por aquellos que sí publicaron, a quienes desdeñosamente comienza a referirse como a «los comprados»; rótulo con el que, aunque por razones distintas, concordamos: «comprados», sí, porque fueron ellos mismos quienes financiaron la impresión de sus libros. El paso siguiente en su camino autoconsagratorio como bardo de los bordes es despotricar contra el adocenamiento de esta sociedad (incluidos los poetas que no comulgan en su capillita), incapaz de captar la intensidad de sus iluminaciones (del muchacho con ínfulas de poeta, se entiende); lo cual no sería censurable si sólo se efectuara junto al oído de alguna jovencita deseosa de entibiar las sábanas del novel escritor, pero que cuando se erige en programa estético hace agua por los cuatro costados.
2.
De un tiempo a esta parte, tanto en las grandes ciudades como en las de provincia, asistimos al cíclico recrudecimiento de la lucha por el margen; no por su enunciación, sino por la exclusividad de enunciar desde él. No obstante, si ponemos la lupa sobre el fenómeno de la lectura veremos que se trata de una actividad más o menos marginal. Si continuamos nuestro examen, descubriremos además que dentro del universo de lectores, los de literatura representan a su vez un margen, puesto que un porcentaje significativo se inclina, entre otras temáticas, hacia la autoayuda, la metafísica o las biografías de famosos. Y si lo proseguimos, esta vez con lupa de mayor espesor (tal es la dificultad para hallarlos), apreciaremos que dentro de los lectores de literatura, los de lírica son un número aún más exiguo. Por lo tanto, en un mercado que no llega a «despensa» (las ediciones de poemarios raramente superan los 200 ejemplares, que con viento a favor su autor distribuye a precio de costo entre amigos y familiares), donde la poesía es un margen dentro del margen del margen: ¿qué poeta no es un «marginal»?Es decir, muchacho con pretensiones de chamán, como el de dios, el de la poesía no es un reino de este mundo. No en un país como el nuestro, donde los poetas pagan sus cuentas con las pobres monedas que les brindan la cátedra o el periodismo, con los billetes obtenidos en el estudio o el consultorio; no mientras, en todos sus niveles, la institución escolar se digne a recuperar su rol de entrenadora de lectores eficientes –y amorosos- de poesía. O sea, no deberías confundir «lo que da de comer con lo que alimenta» (Silvestri). Deberías en cambio aceptar -y agradecer- que la publicación de versos tenga todavía mucho de amateurismo, porque en esta condición radica una de sus más altas virtudes: la libertad; que a vos, muchacho, te permitirá, si es ese tu deseo, seguir alabando las prominentes o modestas curvas de tu novia o lanzando diatribas contra el mundo, sin la obligación amarga de cautivar a los lectores o gerentes de las casas editoriales (testimoniada por más de un novelista mártir); tendrás tan solo que gustarte y, con suerte, gustarle a aquellos que naturalmente se inclinen hacia tu obra.
3.
¿Cuál fue el objetivo que impulsó el movimiento de los dedos sobre el teclado para la redacción de estas notas? ¿Fue acaso la sola crítica de conductas? En parte. De algún modo (solo en este momento se visibiliza) estas líneas procuran que tanto el joven poeta como quienes ingresamos a un bar sin mostrar los documentos, abandonemos las minucias y animemos el fuego de una polémica genuina en torno a cuestiones relevantes para nuestro género; mientras, dejamos en manos de psicólogos (¿de qué otra cosa, sino de egos maltrechos o paranoicos, se habla cuando se instala el problema del margen y del centro?) y sociólogos el abordaje de temas para los que sin dudas están mejor calificados que nosotros. Nosotros que apenas sabemos del amor -¿obsesión?- por las palabras, nosotros que a duras penas intentamos escribir.