lunes, 24 de enero de 2011

Una manta de poemas




Performance poética de Gabriela Bejerman y Luciana Caamaño. Librería Sibelius, 11 de enero de 2011, Mar del Plata.


por Cecilia Restiffo


La búsqueda del tesoro


Como es habitual en cierto tipo de gente al llegar a una ciudad, uno busca los lugares de preferencia, en mi caso -además de las tiendas de artesanías y antigüedades-, rastreo con avidez librerías y afines en donde pueda encontrar algo de poesía.
A pesar de que ya conocía lo que ofrece Mar del Plata en cuestión de libros nuevos, usados, saldos editoriales y alguna otra rareza; pensé en localizar dos nuevos lugares que aún no visitaba. Tal periplo me llevó hasta Sibelius, una pequeña librería al final de una «calle coqueta», como diría Mirtha.
La sorpresa y la gratitud de encontrar una nueva fuente de poesía es casi indescriptible, más cuando fuimos amablemente atendidos y dejados en soledad para explorar y revisar una y mil veces el mesoncito lírico, que como un cofre esperaba pacientemente a los exploradores.



Una cosa lleva a la otra

En el frenesí que nos envolvía al leer nuevos autores, y releer aquellos conocidos fuimos entablando con la vendedora una guía de preguntas y respuestas sobre los precios, las editoriales, los escritores y las actividades poéticas posibles. Entonces fue cuando nos enteramos que en unos días habría allí mismo una lectura de poemas, evento al que se nos invitaba. Las autoras Luciana Caamaño y Gabriela Bejerman estarían allí la tarde del 11 de enero, para atentar líricamente contra la modorra playera.


Los martes, poesía

Los poetas en general sabemos que la convocatoria a los eventos líricos es escasa; por ello cuando llegamos al lugar y a la hora señalada, el movimiento de gente por un momento nos hizo dudar acerca de las coordenadas memorizadas, pero al momento fuimos reconocidos por la organizadora del evento, quien nos guió hacia un pequeño parque en donde estaban dispuestas algunas sillas, bancos, y mantas para los más intrépidos. Hacia la manta fuimos con mi hija, tratando de sortear las hormigas y los abrojos que en el césped nos anunciaban la tarde.

Cuatro ojos leen más que dos

Caamaño lee sus poemas ante el público
Luego de que las autoras fueron presentadas y los asistentes terminaban de llegar, se abrió el fuego. La voz de Luciana interrumpió la tarde para dejar con sus versos una sensación extraña. A la manera de Enrique Pinti sacudió su primer poema sin un furcio -mérito que, para la que escribe, ya es de suma importancia-; así, las palabras quedaron resonando: «…las latas de arvejas como rastro deseable en la alacena». Una historia de amor, una voz lírica que habla y se contesta. El flash de una cámara me sacó de mis reflexiones y al paso apretado avanzó Gabriela quien, desde una silla, intentaba en vano comenzar a escarbar en su lectura, finalmente el ímpetu de los versos la hicieron ponerse de pie para mirar de frente y descargar sobre nosotros «Dos pianos» primero y «El secreto está en la clorofila» después. En el viaje planeado hay una invitación, hay un estilo que juega con el sarcasmo, con las frases hechas redefinidas, caen a cuentagotas imágenes y algunos recursos que sirven de escenografía para el público que asiste a una interpretación teatral de ambos textos: «podrías invitarme a uno de tus sueños / yo te lo cuento y vos te lo acordás / sh, seguí brillando, estrella de mar / y enlazá de vez en cuando este torpe corazón…» (Bejerman). Aplausos y más flashes son el corolario.
En la segunda rueda, las palabras entonaron a dúo experiencias recientes, que se enmarcaban en una visión gris acerca de la sociedad, del ser humano, del amor; la estructura poética dialogada o monologada de los textos fue común a ambas autoras. En Caamaño, el lenguaje referencial introduce en el poema objetos, marcas, lugares que tienen que ver con un espacio urbano; en Bejerman, por tanto, las referencias literarias están parodiadas y el tono irónico intenta reflexionar sobre la propia realidad.


Todos los caminos

Luciana Caamaño
Los oyentes asistieron silenciosos a la cadencia de los versos, el viento húmedo trajo el olor del mar. Luciana ofrece un último texto que anuncia: «te escuché mal y creí que habías dicho algo hermoso…». Esos versos entonados casi en un susurro dan fin a la velada poética. Las autoras ríen como quien después de un par de tragos dijo aquello que desnudaba su alma. Nos miran y todos estamos algo desnudos. Hemos escuchado pero también hemos puesto en el aire esa materia inasible que se amalgama entre el lector y el poema. Lo que me lleva a pensar que sea cual sea el estilo, la voz, el fraseo, la rima o la no rima, lo clásico o lo pop; el ser humano sigue buscando, sigue buscándose en los intersticios del silencio, ese espacio en blanco que no es otra cosa que las preguntas, las dudas y los miedos buceando entre las islas del poema.



El bis

Bejerman dice sus poemas a los de la manta
La pregunta fue directa: «¿Nadie quiere leer un poema?» Los oyentes se miraron sorprendidos, Gabriela instaba a que alguien más revelara sus alma. Luciana espetó: «¡La gente no anda con sus poemas por la vida!», «¿Quién sabe?», sospechó Bejerman. Pero nadie se atrevió, aunque pude ver algunas hojitas arrugadas en los bolsillos de último momento, que desaparecían sordas de miedo.
En la mesa dispuesta se veía un libro expuesto, “Linaje”, de Gabriela Bejerman. Fue entonces cuando alguien del público, intrépidamente instó a que se leyera algo de esa publicación. Bejerman explicó que se trataba de una novela y que como habíamos insistido leería el prólogo; en él podían escucharse la razones de aquel texto y una apretada síntesis argumental que invitaba a leer la historia de dos hermanos.
El aplauso marcó el final, ambas agradecieron y entre saludos y comentarios nos fuimos dispersando en pequeños grupos. «La dueña de casa» ofreció cerveza helada para terminar la ceremonia, mientras las voces arrullaban el rumor de la noche, la ciudad volvía a tomar su forma. El alma no, el alma había transitado por los poemas y, sin querer, ya no sería la misma.



Algunos poemas leídos por Caamaño y Bejerman


*
te escuché mal
y creí que habías dicho algo hermoso
hablamos mucho de plantas últimamente
en realidad
no te despertaste pensando en que
le estás haciendo un compañero al cáctus
que este mes, por suerte anda mucho mejor de salud
te despertaste pensando en que
le estás haciendo un cáctus a tu compañero
aún así
podría seguir teniendo algo de hermoso
no te apresures, no terminé
estabas hablando de tu compañero de laburo
y entonces todas las varitas y los magos y los best sellers del mundo al tacho
debería hablar menos de que veo poco
y más de que escucho poco
o simplemente
debería hablar menos de mis ojos
me gustaría que para mi cumpleaños me regales
una semana a puro espiarme
no me lo tenés que decir
sino a la gracia le pasa lo mismo que le pasó a la magia
a menos que me lo digas y yo te escuche mal
y entienda que estás diciendo
algo hermoso

de Luciana Caamaño

*

dos pianos


estamos yendo por el camino de un sueño
caminamos entre altas cumbres que son edificios encendiéndose a la noche
una luna naranja al final de la calle
un puñado de estrellas fugaces con deseos que pasan
todo mi cuerpo está caliente adentro de tu mano
las alas de la noche abren pájaros parpadeantes
cuando soplamos a través de las ventanas vemos las más agudas notas del piano
vamos a pestañear para hacer agua, podríamos dudar pero seguimos
las líneas amarillas de la calle que nos llevan parecen moños estirados
por nuestras manos suaves, tan tímidas, tan curiosas
risa de côté, luz de dientes
un alfiler engancha tus dos labios para que no se pierdan por ahí
si te doy un beso me pinchás
mua, mua… no hay apuro, es manso
tantas maneras que tiene el amor, hasta en los sueños multiplica sus formas
de un salto empezamos a volar
somos naranjas como la luna, lu
somos ella que flota por encima de la ciudad donde se van de joda los jóvenes
nuestros súbditos, nuestra droga social
los dejamos dando vueltas en la pista
con sus sombreritos de paja y sus gafas
con sus pantalones americanos y sus tocados de planta
hemos buscado con ellos los afeites de la magia
aprobamos los hallazgos colocando un tobogán
las locas madrinas, nos hicieron un tango para cantar en taxi
ahora nos lleva ese chofer de 33
gratis, le pagamos cantando
viste cuando los sueños se acuestan a dormir
se diluyen en la cama con tul para los bichos
y así hasta la terraza desde donde se ve uruguay, unas luces
y por arriba nos pasan los aviones
nos muestran su panza de insecto
nos hacen vibrar las cuquis
nos dejan darnos la mano siempre más, y en la punta de los dedos
nos damos besos


de Gabriela Bejerman

martes, 11 de enero de 2011

Antes y después de María Elena Walsh


La fotógrafa Sara Facio, última pareja de María Elena Walsh, es la autora de este retrato.




Por Fernando G. Toledo


No hay en la historia de la literatura argentina una pluma como la de María Elena Walsh (1930-2011). Refinada poeta, activa polemista: era todo eso. Pero su lugar especial en este panteón está bien ganado por lo que es su costado más popular: el de autora (e intérprete) de canciones infantiles.
Canciones, éstas, que conforman un universo literario único, de un nivel lírico pocas veces alcanzado en autores que quieren hablar para niños y muchas veces lo hacen como lactantes. María Elena, en cambio, no hizo más que escribir para niños como lo que era: una poeta, ante todo. Y por eso sus poemas (luego, canciones) están repletos de hallazgos estéticos, de métricas precisas, de giros poéticos acordes con el nivel de su talento.
Quizá esa sea la clave para que la potencia de sus creaciones pensadas para el público infantil hayan calado hondo en tantas generaciones. Desde sus inicios, a dúo con Leda Valladares, sus versos y sus personajes se instalaron en la cultura argentina, y mucho más allá de las fronteras de nuestro país.
Detenerse en cualquiera de sus canciones para niños, ir más allá de cantarla como la canta cualquiera para quien esas canciones hayan formado parte de su infancia, representa un verdadero descubrimiento de todos los pliegues de las mismas. Veamos, por ejemplo, la Marcha de Osías y estos versos:

«Quiero todo lo que guardan los espejos
y una flor adentro de un raviol
y también una galera con conejos
y una pelota que haga gol».


Allí se combinan la vena romántica e intimista del primer verso con el efecto surrealista y juguetón del segundo, para acabar con una alusión tan asequible como inocente en el último de estos cuatro.
En la más célebre canción, El reino del revés, María Elena consigue un efecto particular: celebrar la fantasía más absurda, propia de los juegos imaginarios de los chicos, con la fuerza de una alusión capaz de encerrar una verdadera radiografía de los vicios de una sociedad:

«Me dijeron que en el Reino del Revés
nadie baila con los pies,
que un ladrón es vigilante y otro es juez
y que dos y dos son tres».


La poesía a veces llamada «para adultos» de la autora es de un enorme nivel, y sin embargo, a pesar de haber recibido elogios célebres (de Juan Ramón Jiménez, de Jorge Luis Borges), no tuvo la influencia de sus otras creaciones.
En cambio, la literatura infantil en español, en especial la lírica, tiene en esta escritora que el 10 de enero murió una bisagra insoslayable. Hay un tiempo antes y un tiempo después de María Elena Walsh, y todo aquel que vaya a escribir o leer pensando en los chicos lo hará, sin dudas, bajo la luz de su obra.

Poemas y canciones de María Elena Walsh

Término

Yo sé que estoy en vísperas de lo desconocido:
un presagio madura tristemente en mi pulso.
Por él ¡oh despiadado! ya imagino las noches
en que andaré descalza por pasillos oscuros.

Retoños de dolor que imaginó mi frente
en rojas certidumbres florecerán mañana.
Tengo el presentimiento de mi infausto bautismo,
de la amarga parcela que me está reservada.

Que el silencio presida mi pavorosa angustia,
que nada en mí pretenda huir de lo inevitable.
Para sufrir más tarde el tiempo de las lágrimas
vivo ahora esta edad de sed y aprendizaje.

Todas las cosas deben florecer. Que el augurio
se nutra de mi sangre y cumpla mi presente.
Como él es el paisaje que habitará mi dolor
yo soy un sitio que habitará la muerte.

(de Otoño imperdonable, 1947)


Balada del tiempo perdido

«Yo dormía pero mi corazón velaba…»
Cantares


Como a sus vanas hojas
el tiempo me perdía.
Clavada a la madera de otro sueño
volaban sobre mí noches y días.

Poblándome de una
nostalgia distraída,
la tierra, el mar, me entraban en los ojos
y por ociosas lágrimas salían.

Cuántos papeles ciegos
en la tarde vacía.
Qué multitud de imágenes miradas
como a través de una mortal llovizna.

Entorpecidas sombras
en vez de manos mías,
de tanto enajenarse en los espejos,
todo lo que tocaba se moría.

Memorias y esperanzas
callaban su agonía:
un porfiado presente demoraba
siempre las mismas ramas amarillas.

Qué tiempo sin sentido
el que mi amor perdía.
Qué lamentable primavera inútil
haciendo en vano flores que se olvidan.

Pero mi corazón
velaba y no sabía.
Recuperada su pasión secreta
ahora enamorado resucita.

Y el tiempo que hoy me guarda
entre sus hojas vivas
es un tiempo feliz desde hace tantos
sueños que nacerán en la vigilia.

(de Baladas con ángel, 1952)


La reina Batata

Estaba la Reina Batata
sentada en un plato de plata.
El cocinero la miró
y la Reina se abatató.

La Reina temblaba de miedo,
el cocinero con el dedo
–que no, que sí, que sí, que no–
de mal humor la amenazó.

Pensaba la Reina Batata:
–Ahora me pincha y me mata.
Y el cocinero murmuró:
–Con esta sí me quedo yo.

La Reina vio por el rabillo
que estaba afilando el cuchillo.
Y tanto, tanto se asustó
que rodó al suelo y se escondió.

Entonces llegó de la plaza
la nena menor de la casa.
Cuando buscaba su yoyó
en un rincón la descubrió.

La nena en un trono de lata
la puso a la Reina Batata.
Colita verde le brotó
(a la Reina Batata, a la nena, no).

Y esta canción se terminó.

(de En el país de Nomeacuerdo, 1967)



La cigarra


Tantas veces me mataron,
tantas veces me morí,
sin embargo estoy aquí,
resucitando.
Gracias doy a la desgracia
y a la mano con puñal
porque me mató tan mal,
y seguí cantando.

Cantando al sol como la cigarra
después de un año bajo la tierra,
igual que sobreviviente
que vuelve de la guerra.

Tantas veces me borraron,
tantas desaparecí,
a mi propio entierro fui
sola y llorando.
Hice un nudo en el pañuelo
pero me olvidé después
que no era la única vez,
y seguí cantando.

Tantas veces te mataron,
tantas resucitarás,
tantas noches pasarás
desesperando.
A la hora del naufragio
y la de la oscuridad
alguien te rescatará
para ir cantando.

(de Como la cigarra, 1972)


Complicidad de la víctima

Besé la mano del guardián
y lo ayudé a bruñir cerrojos
con esa antigua habilidad que tengo
para borrar innecesariamente
toda huella de bien habida corrupción.
Permití las tinieblas,
rigores me tranquilizaron.
Saludé agradecida al aumentado déspota
y agité flores y banderas
en honor de su rango
de sembrador de oprobios para prójimos
pero no –quizás– para mí.
Odié a las otras víctimas
en lugar de hermanarme
y no quise saber qué sucedía
en el vecino calabozo
o tras los diarios, más allá del mar.
Por eso me dejé vendar los ojos,
sencilla y obediente.
¡Es tan dulce la vida sin saber!
Acepté el castigo
con hipocresía de estampa
por si lo merecía mi inocencia
y fui capaz de denunciar
no al amo sino a la insensata esclava
que desdeñaba protección y ley.
Por pereza me dejé coronar
de puños o serpientes
y admira sin fisuras
a ujieres y embalsamadores,
el fascinante escaparate de los serios.
No supe compartir el sufrimiento
y orgullosa de su exclusividad
inventé argucias contra la rebelión
y jamás en sus aguas dudosas me metí.
Fui custodia del fuego
–a mucha honra– para pequeños meritorios
y santones cubiertos de moscas.
Juro que nunca vertí veneno en su sopa
y en mis tiempos de bruja les alivié las llagas,
favor que me pagaron con incendios
pero yo perdoné
porque ¡es humano quemar!
La razón del verdugo
justifiqué callando y otorgando
y preferir durar decapitada
que trascender a mi albedrío
porque la libertad, ya sabéis, amenaza
con alimañas de perdición
como abismo a los pies de un paralítico.
Dormí con la conciencia
engrillada pero limpia
¿Qué culpa tiene una sombra?
Quise investirme de prestigio ajeno
y el sometimiento era vínculo,
me contagiaba un solemne resplandor.
Por eso permanezco
fiel a iniquidades y censores.
Al fin y al cabo me porté bien,
supe negociar
mi pálida y frágil sobrevivencia.

(de Poemas 1978-1982)