por Diego
Roel
«Cuando hundimos nuestra cabeza en el agua, como en un sepulcro, el hombre viejo resulta inmerso y enterrado enteramente. Cuando salimos del agua, el hombre nuevo aparece súbitamente».
Juan Crisóstomo, Homil. in Joh., XXV, 2
La pérdida del padre –o su ausencia– es, sin lugar a
dudas, uno de los topoi literarios
más fructíferos. En Catacumbas, el
segundo libro de Luciana Jazmín Coronado, encontramos una voz que denuncia el
discurso del amo. El padre es el límite a franquear, aquello que nunca se
alcanza, lo que se aleja siempre.
«Cuando me abandonapapá muereluego revivees una flor nocturnase le alargan los pétaloscomo billetes gruesosy me abrazadejándome la sombra»
Estamos ante un padre mítico, totémico, que aprisiona
a su hija a través de la mirada. Que instaura la noche en el día. Que se
convierte en pantera. Estamos ante una sombra carnívora.
«Duele papá Danielel espejo tuyo en míla obra hecha de salduele papá pero no sangrodejo el fondo míoen el aljibeme espanto ante tu rostro viejotus ojos de telarañas, papáduele aquello que se tiendesin tacto sobre mí»
Catacumbas
describe un descenso, el acceso a un territorio vedado. Nos invita a atravesar
un umbral, un jardín prohibido, impregnado de materia oscura. Lo que se busca
(un espectro) es signo de lo imposible. Se muestra para ocultarse, se ausenta,
se hace desear. Busca ser deletreado, ocupa un lugar inestable.
«llegué al jardíny estaba impregnadode materia oscura,en contrastelas arañas eran blancas»
El amor de los padres es una herida que se lleva en
cicatriz. Se trata, entonces, de rehuir el cobijo, de asumir el mayor riesgo.
Sí, hay que ir hasta el final, habitar lo sin techo. Hay que lanzarse en el
pozo. Y romperlo. Debemos, como aconseja Helene Cixous, conservar al otro
dentro de la diferencia. Ésa es la única manera de desafiar la representación
patriarcal, la única forma de escapar de la astucia y la violencia del padre.
El desafío es afirmarse en el cambio, y convertirse -uno mismo- en grito, en
carne que habla y transgrede. En desgarradura. Porque es en el cuerpo donde se
libra la batalla, donde se niega la primacía del falo.
«en el fondo de tu sangrehay una heridaque debés curartomarás un atajoencontrarás tu sombra»
El descenso propicia el encuentro con la tierra, la
emergencia de lo nuevo, la promesa de los frutos. Sumergirse permite entrever
el pasaje, ser padre del nombre, encontrar un lenguaje dentro del lenguaje.
Porque necesitamos una lengua propia que venga a reparar, a curar la herida, a
instaurar ese anudamiento no borromeo al que aludía Lacan. Sólo la caída
permite crear a partir de la nada, establecer una nueva combinatoria. Sólo el
descenso nos establece en lo abierto, lejos de la dirección habitual.
«entonces¿cuánto faltarápara que el jardín se esconday un baúlde flores azulesilumine bajo la tierra?»
Siempre en movimiento, la mujer que habla en estos
poemas habita el cambio. Siempre en fuga, su misión consiste en reunir los
hilos dispersos del paisaje, cavar hasta encontrar la piedra viva del poema. Hija
de nadie, debe rehacerse, fabricarse un rostro nuevo, atravesar el punto de
luz. Cruzar la frontera. Hija de nadie, con lo que sobra debe hacer una joya,
un talismán. La infancia, la niña que fue, vendrá de lejos, atravesará cada
sótano de la memoria, dejará su color en el aire.
«luego de días de calmaencontraré la hierba»
Los poemas de
Luciana instalan una voz que habita varios registros temporales, que pivotea
entre el pasado (el aura mítica de la
infancia) y el futuro. Al final de su viaje, el sujeto ha perdido sus partes
internas. Es un odre vacío, un armazón. Extravió el color de la sangre, es pura
espera. Arrastra lo que quedó de la noche. Se aferra al pellejo del planeta.
Abre la boca para balbucear, todavía, un lenguaje.
«padre, no intentes que comaverás caer mis libros,me verás esconder historias,revolear juguetes, clasificar espadaspadre trajo restos de míen una cajason dibujos de encierro»
Un oso desenhebrado late entre las sábanas blancas.
Sobre los vidrios triturados, el tiempo hunde su pico de grulla. No hay música.
Explotó la bomba. El mar invadió la casa de la memoria. No florecerán lirios.
«papá debe morir»
Asesinar al padre –y revivirlo– equivale a
permanecer con vida. Semejante operación exige un descenso órfico, una
inmersión en lo escuro. Pero, ¿hay algo del
otro lado? ¿Hay una región, un reino más allá? ¿Hay otras puertas?
«marcarétu ataúdcon tiza»
La voz que irrumpe en los poemas de Luciana Jazmín
Coronado insiste, cae, vuelve a levantarse, borda palabras. Pinta con colores
brillantes. Libera una fuerza inaudita. Muta. Nos dice que es posible, a través
de la alquimia de la poesía, ingresar a un espacio donde la astucia y la
violencia no existen.
Referencias:
Freud, S. (1936). Obras completas. Un trastorno de la memoria en la Acrópolis (Carta
abierta a Romain Rolland en ocasión de su septuagésimo aniversario). Traducción
directa del alemán por Luis López- Ballesteros y de Torres, Tomo III. Madrid:
Biblioteca Nueva, 2003.
Cixous, Helene. La risa de la
medusa. Traducción del francés de Ana María
Moix (revisada por Myriam Díaz-Diocaretz) Barcelona: Anthropos Editorial, 2001.
López,
H. Lo fundamental de Heidegger en Lacan.
En: Lo abierto, más lejos que el padre. Buenos Aires: Letra viva, 2004
Tres
poemas de Catacumbas
de
Luciana Jazmín Coronado (*)
La bomba
mi
hermanito y yo
no
esperábamos la bomba
pero
ha caído
te
veo
sobre
los vidrios triturados
lo
que queda
son
uno o dos pensamientos
que
flotan ocultos entre el fuego
la
habitación devastada
el
tiempo ahí
pico
de grulla al sol
en
esta casa no florecerán lirios
no
habrá música
hermanito,
sentí
una luz antes de la explosión
era
el mar incrustado en nuestras cabezas
Soy la alquimista
cuando
me abandona
papá
muere
luego
revive
es
una flor nocturna
se
le alargan los pétalos
como
billetes gruesos
y
me abraza
dejándome
la sombra
a
papá lo mato y lo revivo
soy
su alquimista
papá
tiene que morir en el viento
ya
hice varias mutaciones
de
un resto logro una joya
papá
debe morir ser piedra dejar de ser pantera
no
a los ojos felinos no a la astucia
papá
ya no es porque de tanto mentir
fue
árbol le cosieron la boca
De mar, de mar
en mar
enciendo
todos
los bosques
en
mi deriva
me
agarro al marfil
de
los cuernos de un ciervo
entrego
al río
el
cuerpo lleno de faros
una
sola espiga soy
leve
como el eco de un viento de un viento
de
mar, de mar en mar
me
aferro a las costas
y
a la prisa de la espuma
que
envuelve
el
pellejo del planeta
(*) Luciana Jazmín Coronado nació el 3 de abril de 1991 en Buenos Aires, Argentina. Estudia Licenciatura en Letras (Universidad de Buenos Aires) y Traductorado de Inglés (ENS en Lenguas Vivas). Trabaja como docente de lengua, literatura e inglés y traduce poesía. Publicó La insolación (Viajero Insomne, 2014) y Catacumbas (Valparaíso Ediciones, 2016, I Premio Hispanoamericano de Poesía de San Salvador). Parte de su obra fue publicada en antologías, revistas y blogs. Algunos de sus poemas han sido traducidos al italiano.
(*) Luciana Jazmín Coronado nació el 3 de abril de 1991 en Buenos Aires, Argentina. Estudia Licenciatura en Letras (Universidad de Buenos Aires) y Traductorado de Inglés (ENS en Lenguas Vivas). Trabaja como docente de lengua, literatura e inglés y traduce poesía. Publicó La insolación (Viajero Insomne, 2014) y Catacumbas (Valparaíso Ediciones, 2016, I Premio Hispanoamericano de Poesía de San Salvador). Parte de su obra fue publicada en antologías, revistas y blogs. Algunos de sus poemas han sido traducidos al italiano.
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