lunes, 1 de mayo de 2017

Catacumbas: el bautismo de la escritura

Catacumbas, de Luciana Jazmín Coronado
(Valparaíso Ediciones, 2016).


por Diego Roel



«Cuando hundimos nuestra cabeza en el agua, como en un sepulcro, el hombre viejo resulta inmerso y enterrado enteramente. Cuando salimos del agua, el hombre nuevo aparece súbitamente».
Juan Crisóstomo, Homil. in Joh., XXV, 2


La pérdida del padre –o su ausencia– es, sin lugar a dudas, uno de los topoi literarios más fructíferos. En Catacumbas, el segundo libro de Luciana Jazmín Coronado, encontramos una voz que denuncia el discurso del amo. El padre es el límite a franquear, aquello que nunca se alcanza, lo que se aleja siempre.

«Cuando me abandona
papá muere
luego revive
es una flor nocturna
se le alargan los pétalos
como billetes gruesos
y me abraza
dejándome la sombra»

Estamos ante un padre mítico, totémico, que aprisiona a su hija a través de la mirada. Que instaura la noche en el día. Que se convierte en pantera. Estamos ante una sombra carnívora.

«Duele papá Daniel
el espejo tuyo en mí
la obra hecha de sal
duele papá pero no sangro
dejo el fondo mío
en el aljibe
me espanto ante tu rostro viejo
tus ojos de telarañas, papá
duele aquello que se tiende
sin tacto sobre mí»

Catacumbas describe un descenso, el acceso a un territorio vedado. Nos invita a atravesar un umbral, un jardín prohibido, impregnado de materia oscura. Lo que se busca (un espectro) es signo de lo imposible. Se muestra para ocultarse, se ausenta, se hace desear. Busca ser deletreado, ocupa un lugar inestable.

«llegué al jardín
y estaba impregnado
de materia oscura,
en contraste
las arañas eran blancas»

El amor de los padres es una herida que se lleva en cicatriz. Se trata, entonces, de rehuir el cobijo, de asumir el mayor riesgo. Sí, hay que ir hasta el final, habitar lo sin techo. Hay que lanzarse en el pozo. Y romperlo. Debemos, como aconseja Helene Cixous, conservar al otro dentro de la diferencia. Ésa es la única manera de desafiar la representación patriarcal, la única forma de escapar de la astucia y la violencia del padre. El desafío es afirmarse en el cambio, y convertirse -uno mismo- en grito, en carne que habla y transgrede. En desgarradura. Porque es en el cuerpo donde se libra la batalla, donde se niega la primacía del falo.

«en el fondo de tu sangre
hay una herida
que debés curar
tomarás un atajo
encontrarás tu sombra»

El descenso propicia el encuentro con la tierra, la emergencia de lo nuevo, la promesa de los frutos. Sumergirse permite entrever el pasaje, ser padre del nombre, encontrar un lenguaje dentro del lenguaje. Porque necesitamos una lengua propia que venga a reparar, a curar la herida, a instaurar ese anudamiento no borromeo al que aludía Lacan. Sólo la caída permite crear a partir de la nada, establecer una nueva combinatoria. Sólo el descenso nos establece en lo abierto, lejos de la dirección habitual.

«entonces
¿cuánto faltará
para que el jardín se esconda
y un baúl
de flores azules
ilumine bajo la tierra?»

Siempre en movimiento, la mujer que habla en estos poemas habita el cambio. Siempre en fuga, su misión consiste en reunir los hilos dispersos del paisaje, cavar hasta encontrar la piedra viva del poema. Hija de nadie, debe rehacerse, fabricarse un rostro nuevo, atravesar el punto de luz. Cruzar la frontera. Hija de nadie, con lo que sobra debe hacer una joya, un talismán. La infancia, la niña que fue, vendrá de lejos, atravesará cada sótano de la memoria, dejará su color en el aire.

«luego de días de calma
encontraré la hierba»

Los poemas de Luciana instalan una voz que habita varios registros temporales, que pivotea entre el pasado (el aura  mítica de la infancia) y el futuro. Al final de su viaje, el sujeto ha perdido sus partes internas. Es un odre vacío, un armazón. Extravió el color de la sangre, es pura espera. Arrastra lo que quedó de la noche. Se aferra al pellejo del planeta. Abre la boca para balbucear, todavía, un lenguaje.

«padre, no intentes que coma
verás caer mis libros,
me verás esconder historias,
revolear juguetes, clasificar espadas
padre trajo restos de mí
en una caja
son dibujos de encierro»

Un oso desenhebrado late entre las sábanas blancas. Sobre los vidrios triturados, el tiempo hunde su pico de grulla. No hay música. Explotó la bomba. El mar invadió la casa de la memoria. No florecerán lirios.

«papá debe morir»

Asesinar al padre –y revivirlo– equivale a permanecer con vida. Semejante operación exige un descenso órfico, una inmersión en lo escuro.  Pero, ¿hay algo del otro lado? ¿Hay una región, un reino más allá? ¿Hay otras puertas?

«marcaré
tu ataúd
con tiza»

La voz que irrumpe en los poemas de Luciana Jazmín Coronado insiste, cae, vuelve a levantarse, borda palabras. Pinta con colores brillantes. Libera una fuerza inaudita. Muta. Nos dice que es posible, a través de la alquimia de la poesía, ingresar a un espacio donde la astucia y la violencia no existen.


Referencias:
Freud, S. (1936). Obras completas. Un trastorno de la memoria en la Acrópolis (Carta abierta a Romain Rolland en ocasión de su septuagésimo aniversario). Traducción directa del alemán por Luis López- Ballesteros y de Torres, Tomo III. Madrid: Biblioteca Nueva, 2003.
Cixous, Helene. La risa de la medusa. Traducción del francés de Ana María Moix (revisada por Myriam Díaz-Diocaretz) Barcelona: Anthropos Editorial, 2001.
López, H. Lo fundamental de Heidegger en Lacan. En: Lo abierto, más lejos que el padre. Buenos Aires: Letra viva, 2004

Luciana Jazmín Coronado.


Tres poemas de Catacumbas
de Luciana Jazmín Coronado (*)

La bomba

mi hermanito y yo
no esperábamos la bomba
pero ha caído

te veo
sobre los vidrios triturados
lo que queda
son uno o dos pensamientos
que flotan ocultos entre el fuego

la habitación devastada
el tiempo ahí
pico de grulla al sol

en esta casa no florecerán lirios
no habrá música

hermanito,
sentí una luz antes de la explosión
era el mar incrustado en nuestras cabezas



Soy la alquimista


cuando me abandona
papá muere

luego revive
es una flor nocturna
se le alargan los pétalos
como billetes gruesos
y me abraza
dejándome la sombra

a papá lo mato y lo revivo
soy su alquimista

papá tiene que morir en el viento
ya hice varias mutaciones
de un resto logro una joya

papá debe morir ser piedra dejar de ser pantera
no a los ojos felinos no a la astucia

papá ya no es porque de tanto mentir
fue árbol le cosieron la boca


De mar, de mar en mar

enciendo
todos los bosques
en mi deriva

me agarro al marfil
de los cuernos de un ciervo

entrego al río
el cuerpo lleno de faros
una sola espiga soy
leve como el eco de un viento de un viento

de mar, de mar en mar
me aferro a las costas
y a la prisa de la espuma
que envuelve

el pellejo del planeta


(*) Luciana Jazmín Coronado nació el 3 de abril de 1991 en Buenos Aires, Argentina. Estudia Licenciatura en Letras (Universidad de Buenos Aires) y Traductorado de Inglés (ENS en Lenguas Vivas). Trabaja como docente de lengua, literatura e inglés y traduce poesía. Publicó La insolación (Viajero Insomne, 2014) y Catacumbas (Valparaíso Ediciones, 2016, I Premio Hispanoamericano de Poesía de San Salvador). Parte de su obra fue publicada en antologías, revistas y blogs. Algunos de sus poemas han sido traducidos al italiano.

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