Marcelo Dughetti. |
Doméstica
bitácora del animalito en junio
por
Marcelo Dughetti (*)
Especial para El
Desaguadero
Fue
en junio cuando el animalito del frío paseaba por la casa. Enrejaba la lluvia a
los cuatro árboles que con mi hija habíamos plantado: un limonero de cuatro
estaciones, un pino y dos algarrobos. Con la madre terminábamos un matrimonio
de 12 años que nos había consumido y, a la manera del cuervo de Poe, graznaba
su frase lacónica. El mundo se debatía en otra de sus guerras y el país en esas
luchas intestinas que nos sobresaltan y enloquecen.
Había
alquilado una pieza y un baño que compartía con primos. Mi casa, mi lar, quedaban
atrás. En un Rastrojero había cargado mi bicicleta, dos bibliotecas breves,
discos y ropa: nada más pediría. En la mudanza, entre los libros encontré un
dibujo en papel verde que mi hija me hiciera. Allí me retrataba con mis
anteojos, barba rala y una capa corta. Un superhéroe. La realidad no podía estar
más distante. Esa fragilidad, ese precario sentimiento de no poder con nada
construía ahora para mi criatura el símbolo de una caída.
Entonces,
una vez instalado en aquella pieza y tapado con cobijas a falta de calefacción,
agarrotadas las manos, comencé a escribir este poema que es ni más ni menos que
la encarnación de toda la precariedad; de toda la impotencia que sentí ante el
mundo abierto como una fruta podrida que cayera al suelo y estuviera a merced
de todo tipo de alimañas. Aquel capullo familiar había reventado y colonias de
insectos se repartían los despojos.
El
poema tenía, de por sí otro final, pero en la mitad del aliento llamó mi hija y
le dije que se calmara, que íbamos a estar juntos, que todo esto era parte de
crecer. En fin, las estupideces que intentan explicar un naufragio que sabía
seguro. Por eso es que llega hasta el llamado y cambia, y cae quizás en un
simple «te extraño y que descanses».
Solos,
los padres sabemos lo que esa primera noche hace con nosotros. Por eso es
necesario, más que necesario esa primera noche, estar alejados de filos y
alturas conmovedoras, aferrarse a fotos , pequeños dibujos, restos que fulguran.
*
hija
yo no puedo salvarte de nada
pero te prometo un paraguas roto
un poema a media mañana
la soledad de la única flor de la enredadera
la canción con la que te acuné
los feriados al sol leyéndote cuentos
la mamadera tibia
los caramelos de menta
mi abrazo que es como la flor de esa enredadera
una oración
el arroz pasado con aceite normal según vos
cualquiera que no sea de oliva
las aceitunas de la pizza que pedimos los viernes
los automóviles con patentes impares
el color rojo
la lluvia en las mañanas del sábado
los grillos en la caja de fósforos
los caminos que siempre van a Roma
y los otros que nunca se sabe
bueno
que duermas bien
te extraño
mayo se ha perdido
junio es un animalito suelto en el patio.
yo no puedo salvarte de nada
pero te prometo un paraguas roto
un poema a media mañana
la soledad de la única flor de la enredadera
la canción con la que te acuné
los feriados al sol leyéndote cuentos
la mamadera tibia
los caramelos de menta
mi abrazo que es como la flor de esa enredadera
una oración
el arroz pasado con aceite normal según vos
cualquiera que no sea de oliva
las aceitunas de la pizza que pedimos los viernes
los automóviles con patentes impares
el color rojo
la lluvia en las mañanas del sábado
los grillos en la caja de fósforos
los caminos que siempre van a Roma
y los otros que nunca se sabe
bueno
que duermas bien
te extraño
mayo se ha perdido
junio es un animalito suelto en el patio.
[poema
que integra el libro inédito Los galgos
de sol]
(*)
Marcelo Luis Dughetti nació en Villa María (Córdoba) en 1970. Publicó en
poesía: La joroba de bronce (2003), Donde cayó esta muerta (2003), Los caballos de Isabel (2009), Hospital (2012), Los perros del loco Torriglia (2010), Sioux (2013) y Fui a cuidar
los árboles (2014). En narrativa: La
bicicleta roja (2007).
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