por Sergio Pereyra
1. Puerta de
entrada
Paradójicamente La
casa vacía (Libros de Piedra Infinita, Mendoza, 2014), segundo opus de Cecilia Restiffo, es una casa rebosante
de voces y personajes. Podrán decirme que es lo usual en cualquier libro de
poesía, y estaré de acuerdo. Sin embargo, agregaré que en este «hay más». Lo
aclaro: aquí no hay un yo omnipresente enunciando todos los poemas; tampoco un
tú que funcione como único receptor. Pero vayamos por partes.
2. Las voces
Se me ocurre que recorrer «El ático», las «Habitaciones» y
el «Patio en damero» (secciones que integran el libro) en busca de las
gargantas que emiten las voces, sea la operación necesaria para comenzar a instalarse
con cierta holgura en esta casa. Para ello, estimo conveniente recurrir al
viejo concepto (últimamente caído en desgracia teórica) del yo lírico que,
según algunos manuales, «es la voz que enuncia los poemas y que no debe
confundirse con la del yo autoral». Es decir, quien firma el poema, no es quien
habla en él.
En La casa vacía, Restiffo
ha usado la voz de dos maneras. La primera es semejante a la de un narrador omnisciente,
pero con la particularidad de que siempre se dirige a un tú. De cualquier modo,
la distancia establecida por la tercera persona no enfría nunca los poemas debido
al involucramiento de la tejedora de este universo con cada receptor interno. Lo
ejemplifico.
«El silencio te rodea, sin piedad acompasa tus latidos
ya no mirás a nadie, ya no volvés la cabeza
la puerta está cerrada, tus puños también
pensás en aquella tarde, la tarde de la promesa
con esa breve luz que invadía cada objeto». (Antes del acto)
Mientras que la segunda, la más frecuente, consiste en una
voz en primera persona, que, asimismo, tiene un destinatario intratextual. Para
explicarlo me detendré en el poema «En su papel». A primera vista, resulta un
tanto oscuro, pero en lecturas posteriores saltan, aquí y allí, datos que
iluminan los interrogantes planteados de entrada. Primero: la dedicatoria: «para
China, obvio». ¿De qué «China» se trata? ¿De una «China» conocida solo dentro
del ámbito doméstico de la autora o de alguna «China», por decirlo rápido, más
pública? No obstante, si relacionamos esta dedicatoria con el título del texto
(«En su papel»), con la cita de pasajes entrecomillados que sugieren una
transcripción literal («no puedo dártela, no quiero que me llenés de certezas /
de corajes que no tengo, de pisadas que no puedo seguir») y con la mención del
nombre «Elsa» en la estrofa final, ya no pueden quedarnos dudas, el
rompecabezas se ha armado: la «China» aludida no es otra que la actriz China
Zorrilla, que en la película Elsa y Fred
tuvo uno de sus mejores y más celebrados roles. Lo curioso del asunto es que si
bien el homenaje va, como acabamos de ver, a «China», la «protagonista» del
poema es «Elsa» y quien habla es el otro personaje de la película: «Fred»:
«No consigo tomar tu tiempo de niña
que busca en la fuente las monedas perdidas
es ahora cuando me rindo ante lo evidente:
Anita, Josefina, Elsa, no importa quién
solo quiero aprender de memoria la escena
de tus ojos mirando la vida, así». (En su papel)
En la mayoría de los restantes poemas, la voz se usa de este
mismo modo. La diferencia está en las anécdotas relatadas, que aparentan ser
más cercanas a la experiencia vital de la autora, pese a lo cual el lector no
debe olvidar que lo escrito nunca es ciento por ciento autobiográfico.
3. Los personajes
Como mencioné más arriba, esta casa está habitada por muchos
personajes. Vale aclarar que uso deliberadamente esta palabra, incluso cuando la
sé más habitual al tratarse de otros géneros (narrativa, teatro), uso nacido de
la convicción de que la escritura ficcionaliza tanto a las experiencias como a
los sujetos, porque como sostiene Tamara Kamenszain: «Todo lo que escribo tiene
que ver con mi vida, (…) pero nada de lo que escribo es un calco salvaje de lo
que ya viví». O sea, que las personas llevadas al papel, dejan de serlo para
convertirse en un conjunto de rasgos semánticos. Dicho esto, podemos clasificar
a los personajes del libro en «ficcionales» (Thelma y Louise, Leo /Amanda Gris,
Elsa y Fred) y «reales». Dentro del último grupo aparecen, por un lado, los que
aun siéndolo son retratados en situaciones más imaginadas que documentadas (Garbo,
Tita Merello, Cristina Fernández) y, por el otro, los que suponemos son
producto de la cotidianeidad de la autora (amigas, abuelo, tía, hija, padre, hermano,
etc.); sin olvidar que la voz no solo habla, además actúa.
4. La vida en la
casa
Llegados hasta aquí, por supuesto, la pregunta inevitable es
cómo se comunican las habitaciones donde se alojan estos nombres públicos y
privados. Quizá la respuesta esté en la intensidad con que las mujeres circulan
por la casa, ilustrada por el epígrafe de Laura Yasan que a continuación
transcribo:
«soy una obra en
construcción que se derrumba
en forma
permanente
un defecto sutil de nacimiento
la vida como un thriller
una montaña rusa
mejor no me visites
entrás en esa puerta giratoria y no hay como salir
yo vivo ahí…»
Así, en el poema «Amanda Gris» leemos: «Ya nada te impide
sofocar la pena / has dejado el carmín de la dicha». Mientras que en «Manojo de
mimbre» el yo afirma: «ibas conmigo sin preguntar / riéndote como loca a la
mañana fría». Y en «Manos de lumbre»: «‘No me importó’ dijiste / y yo me volví
ceniza al escucharte». Tres ejemplos de este ímpetu al vivir las emociones, que
sumado a la multiplicación de verbos como «arropar», «cuidar», «acunar», «proteger», pintan el fresco de
una femineidad clásica en apariencia, pero que examinada en detalle no lo es
del todo, pues estas mujeres, en un movimiento más acorde con la concepción
feminista del género, también pisan con potencia la calle. Tal es el caso del
texto inspirado en «Thelma y Louise», en cuyas estrofas finales se dice:
«Cruzamos ese límite
y casi en el vacío
propusiste volver a echar la suerte
rota en un bar.
Acá está mi boca.
Llenemos el aire de libertad».
5. Antes de salir
Aunque La casa vacía es
un poemario complejo, exigente como la vida en cualquier casa, visitarlo tiene
sus recompensas. La primera, y más evidente, es el contacto con su lengua nacida
del mestizaje entre las palabras de diario y las endomingadas. Luego, la eufonía
de los versos que, sin apoyarse en el bastón de la anáfora boba, soportan sin
tropiezos la lectura en voz alta. Finalmente, el bordado laborioso de las
imágenes, nunca meramente decorativas sino, si se me permite el término, «instrumentales».
Es decir, Restiffo sabe que no es una socióloga ni una psicoanalista ni una
filósofa, entonces utiliza la imagen poética como herramienta para aludir la
nostalgia («mi sueño fue antiguo, en él andabas / descalza con ese vestido azul
/ lleno de pétalos de infancia…»), la hondura de la tristeza («tu piel lleva el
perfume de un anhelo estéril / del destino de una madre que no fue…»), o la
alegría menos evidente («Las manos ensangrentadas de pulpa tibia buscan / la
albahaca y la sal, desde adentro / llegan los gritos y las risas / de las que
hierven el invierno en el caldero humeante…»).
Con un pie en el umbral, pienso en que pronto regresaré a
esta casa, pienso en que esta casa merece la visita de todos aquellos interesados
en la poesía que intranquiliza el lugar común, la que merodea los rincones
oscuros y, como una linterna, al echar luz sobre ellos, también nos ilumina.
Cuatro poemas de La casa vacía
Cardos
—por Thelma y Louise—.
Empolvada de arroz
abriste la puerta del sueño
tu fe despierta el recuerdo
de los pasos
herida.
Caminás, sin sombra
por el margen de la infancia
y tu piel se quema con el sol
descubierta.
Hemos andado persiguiendo ángeles
desmenuzando las horas
a la intemperie de las preguntas
desconsolada.
Cruzamos ese límite
y casi en el vacío
propusiste volver a echar la suerte
rota en un bar.
Acá está mi boca
llenemos el aire de libertad.
*
En su papel
—para China,
obvio—.
Cenemos esta noche entre las velas
quiero demorar los silencios que vuelven
a esparcir las horas inquietas
inventaste para mí un sueño viejo
que toma el cansancio y lo limpia.
«Es esta mi vida» gritaste casi borracha
fue entonces cuando cedí mi lugar
para contemplarme desde tus ojos
temo entrar en el juego sin restricciones
porque cada pieza me conduce hasta tu tiempo:
ese exceso imprescindible de tamaño y de distancia
que corona de lumbre mi azar olvidado.
«Dame la mano, quiero ver tus líneas» dije
la mueca de tus ojos invoca una respuesta febril
«no puedo dártela, no quiero que me llenés de certezas,
de corajes que no tengo, de pisadas que no puedo seguir.
El viaje se hizo interminable, el silencio también
solo buscábamos nuestras manos en el parpadeo del vagón
las vías dibujaron el contorno del presente,
necesito acurrucarme en tu vestido bermejo
para que esta alegría no se quede en la próxima estación.
No consigo tomar tu tiempo de niña
que busca en la fuente las monedas perdidas
es ahora cuando me rindo ante lo evidente:
Anita, Josefina, Elsa, no importa quién
solo quiero aprender de memoria la escena
de tus ojos mirando la vida, así.
*
Para el invierno
Los frascos apilados arriba del mesón
una rutina de todos los veranos,
estamos sentados al ras de la infancia enfrentados
bajo el parral de toda la vida,
un fuentón lleno de tomates rojos nos ha convocado.
Las manos ensangrentadas de pulpa tibia buscan
la albahaca y la sal, desde
adentro llegan los gritos y las risas
de las que hierven el invierno en el caldero humeante.
El aroma nos embriaga, te miro de reojo
tu cara seria no me perdona aquel
desprecio
«Ya casi terminamos», esa voz suena lejana, sentenciosa.
No respondo, no encuentro las palabras
como todas las veces, me resisto a llorar en tu presencia
la cebolla desgajada me provoca y su jugo blanco
escurre mi culpa.
Te miro envasar el futuro como cada año, tus manos
que siempre me han sostenido, siguen allí
continuamos el ritual y tapamos esas bocas
llenas de palabras no dichas,
la alacena se puebla de esperanza tricolor
y ya no quiero irme,
ya no tengo otra cosa más importante,
que acompañar a mi padre en esa ceremonia milenaria
de protección y amor al calor de la tarde
de mis trece años.
*
*
Antes
del acto
—a
Cristina—.
El ojo mira sin complacencia,
revisa cada detalle un ritual obligado:
las flores, los ventanales, las sillas en su lugar
preciso,
tu rostro en el espejo cansado, inquieto, perfecto.
Las palabras están allí, esperándote,
tus palabras: un fósforo en el vacío;
vuelven las ideas y los hechos
en ese recuerdo marcado como calles en damero.
El silencio te rodea, sin piedad acompasa tus latidos
ya no mirás a nadie, ya no volvés la cabeza
la puerta está cerrada, tus puños también
pensás en aquella tarde, la tarde de la promesa
con esa breve luz que invadía cada objeto.
Pensás de nuevo en los que esperan, en todos,
en cada uno, en él que ya conoce el gesto inicial;
pensás en la mujer que fuiste, en la niña
que aún reniega de la reglas y por fin te lanzás
a demorar la verdad que duele, para que nadie dude
que esta mujer que ahora se acomoda el pelo
quiere borrar el miedo de las ausencias
en un solo ademán.
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