por Jorge Córdoba*
(Especial para El Desaguadero)
El francés sobreviviente de la Segunda Guerra cabalgaba junto a mi padre en la pampa húmeda y las municiones de la Bersa de mi viejo deshacían la carne tibia de las liebres escurridizas. Al amanecer, sus cadáveres colgaban de las patas en un tapiz de despojo y poder que perforaba el horizonte. «Tinta roja en el gris del ayer…», llenaba el atardecer del campo la voz del Polaco junto a los pinos y la leche con cascarilla de cacao. Las noches de luna esperaban la luz mala mientras que mi vista se fijaba en las osamentas de los animales. En las otras noches, esas de ceguera extensa y permanente, distinguían la nada del otro lado de la ventana. Mi vista se fijaba en el pabilo incandescente de la vela sobre la mesa de luz que guardaba aquel catecismo de forro celeste con caballitos: «Rezá que se van todos los miedos», repetía noche a noche mi madre. Tiempos en los cuales la realidad es una construcción de la inocencia. Mi cabeza de niño se sustrae a la significación: tiempos en el que nace mi poesía.
Cuando era niño pasaba largas horas oyendo el zumbido del viento que limpiaba las sombras en los pinos. Mi vista se acostumbró a la lejanía, a lo imperceptible. A clasificar los sentimientos desde un mundo descentrado, en una realidad paralela y asmática. Mi poesía es el conjunto de retratos que arman el todo; la totalidad que me satisfizo en mi niñez. Mi poesía, manifestaciones escritas llamadas presuntuosamente poemas, son huellas que he pisado pero que no conozco.
En el rezo constante de aquella luz de la vela intento, persistente y balbuceante un escrito. ¿Cuál es la historia de mi poema? No la hay, nunca la hubo. Soy aquel niño que pierde la mirada en la oscuridad y se place del enorme silencio. Al escribir recobro el acontecimiento inasible de la belleza. Ese ser ahí de la insondable tristeza o de la alegría recuperada. La luz incandescente de la piedad en el alma.
***
Presunciones finales que no lo son y la buena fortuna de
poseer juicio, sanos poemas y sentidos castigos
nunca hubo misterio
dung and death
como diría eliot
el saber fue menos
que lo confines
de la vergüenza
las revelaciones
son otra frivolidad
de poetas creyentes
alfabéticos cardos rusos
rodando a través del poema
ese mismo que no sabe de juicios
sólo es la variación
más aceptada
de la antropofagia
en Poesía grave que intenta ser festiva (Libros deTierra Firme, 2007)
*Jorge Córdoba (1965), poeta, narrador y editor.
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