Nos lo decía Alejandro Crotto (Buenos Aires, 1978) en su
primer libro, Abejas: «la materia /
es difícil, sagrada». En Chesterton (Bajo
la Luna ), su
nueva colección de poemas, ese hombre que mira con fascinación todo lo que lo
rodea vuelve a pronunciar, con timidez, con mesura y pasmo, el espectáculo del
mundo.
Crotto sigue viendo que nada es profano cuando uno se
detiene en los detalles. Todo está atravesado por un misterio maravilloso que a
veces se escapa en el vértigo diario, o se esconde incluso, empañándose, cuando
se lo hace institución. El poema que abre Chesterton
lo expresa con una anécdota: unos niños se divierten en una pileta, solos y
llevados por los juegos. Y mientras «los grandes / ya se fueron a misa» a
«rezarle a Dios, que no se ve y es santo», uno de esos niños se mete entre las
ramas de La lambersiana –así se
llama el poema– para encontrar otro mundo, donde los rayos se filtran y cambian
la mirada: «la luz, la fresca luz / filtrada, que me dura». Allí lo sagrado se
expresa como materia omnipresente, pero que hay que mirar con otros ojos.
Alejandro Crotto. |
Quizá por entender ello es que Chesterton orbita alrededor de lo religioso sin entrar cabalmente
en templo alguno. ¿Por qué? Porque eso equivale ir a misa, donde ya está todo
dicho, instituido, y de manera pomposa y estridente. Es posible, igualmente,
evocar alguna fórmula, algún rezo, pero desde una intimidad nueva que resguarde
al poeta de todo ello: Crotto puede salmodiar a Belén y al Cordero, pero su
oración será casi secreta: una plegaria para sí mismo que, gracias a la poesía,
nosotros podemos leer.
En este sentido, es curioso el título del libro. Si refiere
al gran escritor Gilbert K. Chesterton, está claro que Crotto en nada se parece
al modo con que ambos eligen cantar a la santidad de lo real. Chesterton lo
hizo predicando públicamente su catolicismo (al que se convirtió después de ser
primero agnóstico y después anglicano). Crotto no predica: sólo escribe que
esto que tanto lo maravilla, y que parece común y sencillo, es todo lo
contrario. Es difícil y sagrado.
Crotto no es el primero en maravillarse por el espectáculo
de la realidad: poetas como el argentino Enrique Molina supieron loar con
versos esa «maravilla», sólo que el autor de Abejas no elige el canto alucinado y caudaloso, sino por el
contrario, elige la cautela, la brevedad e, incluso, las formas clásicas como el
soneto, y algunos recursos puntuales, como la rima: «Que sea nuestro cuerpo la
pupila / que se abre si hace falta y no vacila».
Así, la inextricable naturaleza de la mujer, la mole
imponente de un rinoceronte, el pastar de unas vacas, el caminar ridículo de
una gallina, todo es un misterio, todo una maravilla para Crotto. Y esa
maravilla, cree él, pide al menos una palabra que la nombre. Aunque sea con
pocas palabras, lo haga un religioso o un ateo. Lo haga un poeta verborrágico o
uno conciso, aunque sea un trabajo interminable. Aunque la sed por seguir
nombrándola persista. Porque, dice Crotto, «esta sed –que uno sacia / cuanto
quiera en el agua– saciándose perdura».
La lambersiana
Detrás de la pileta hay una lambersiana
del color del limón. Es mediodía
y reverbera el aire en el calor
de febrero y la quieta resolana. Los grandes
ya se fueron a misa,
van a rezarle a Dios, que no se ve y es santo;
mientras tanto los primos nos metemos al agua,
nos secamos tirados entre risas al sol.
Después yo entré en la lambersiana. Era otro mundo
ahí dentro, como ver otro lado en las cosas,
lo que las sostenía. Afuera los penachos amarillos
en el aire caliente, y una estructura adentro
de ramas resinosas y la luz, la fresca luz
filtrada, que me dura.
Como creciendo en el carbón la brasa
Entonces, de repente, percibir,
como creciendo en el carbón la brasa,
en cada cosa, ahora, alrededor,
y dentro, una sal brusca, una promesa
a punto de cumplirse, o ya cumplida,
que te busca, quemándose de nuevo,
o, como anima al ojo la mirada
atenta, una corriente, un pulso vivo;
un pulso incandescente en la rendija,
una sal de latidos diminutos,
un filo que rozándote se aleja,
un brillo oscuro en los segundos quietos.
Que sea nuestro cuerpo la pupila
que se abre si hace falta y no vacila.
Así
Que sea pura desmesura compactada.
Armada la cabeza a ras del piso.
Macizo, la piel gruesa, un poco cosa:
una forma monstruosa de belleza.
Mucho, inquietante, gris blindado.
Potente, amontonado hacia delante.
Monte indolente. Así: rinoceronte.
Tres poemas de
Chesterton
de Alejandro Crotto
La lambersiana
Detrás de la pileta hay una lambersiana
del color del limón. Es mediodía
y reverbera el aire en el calor
de febrero y la quieta resolana. Los grandes
ya se fueron a misa,
van a rezarle a Dios, que no se ve y es santo;
mientras tanto los primos nos metemos al agua,
nos secamos tirados entre risas al sol.
Después yo entré en la lambersiana. Era otro mundo
ahí dentro, como ver otro lado en las cosas,
lo que las sostenía. Afuera los penachos amarillos
en el aire caliente, y una estructura adentro
de ramas resinosas y la luz, la fresca luz
filtrada, que me dura.
Como creciendo en el carbón la brasa
Entonces, de repente, percibir,
como creciendo en el carbón la brasa,
en cada cosa, ahora, alrededor,
y dentro, una sal brusca, una promesa
a punto de cumplirse, o ya cumplida,
que te busca, quemándose de nuevo,
o, como anima al ojo la mirada
atenta, una corriente, un pulso vivo;
un pulso incandescente en la rendija,
una sal de latidos diminutos,
un filo que rozándote se aleja,
un brillo oscuro en los segundos quietos.
Que sea nuestro cuerpo la pupila
que se abre si hace falta y no vacila.
Así
Que sea pura desmesura compactada.
Armada la cabeza a ras del piso.
Macizo, la piel gruesa, un poco cosa:
una forma monstruosa de belleza.
Mucho, inquietante, gris blindado.
Potente, amontonado hacia delante.
Monte indolente. Así: rinoceronte.
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