martes, 20 de junio de 2023

4 poemas de Luis Ricardo Casnati

Luis Ricardo Casnati.


Luis Ricardo Casnati nació el 21 de junio de 1926, en San Rafael, al sur de Mendoza. A los 15 años fue alumno del gran poeta Alfredo Bufano, quien se desempeñaba como profesor de Literatura. Egresó como arquitecto de la Universidad Nacional de Córdoba, en el año 1952. Fue, además, escritor, diseñador y docente. 
Fue figura destacada de la poesía mendocina en la segunda mitad del siglo XX. Su trayectoria literaria se inició con De avena o pájaros (1965), libro de poemas al que le siguieron Aquel San Rafael de los álamos (1975), La batalla del oro (1975), Cantata a dos voces (1975), Balanzas, cabras y gemelos (1984), La hilandera (1987), La luna en el agua (1993) y otras obras poéticas por las cuales recibió numerosos premios. Editó también los cuentos Historias de mi sangre, Sólo tu nombre de trigo verde y Las palabras del sésamo, entre otros.
En 1958 fue nombrado director de Arquitectura de la Provincia, por lo que se trasladó a vivir al Gran Mendoza, fijando su domicilio en el distrito Las Cañas, de Guaymallén, donde diseñó y construyó su hogar. En su domicilio poseía una biblioteca con unos 3.000 libros.
Fue cofundador de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Mendoza en 1960. Allí se desempeñó como profesor de la cátedra de Plástica, que incluía equipamiento de interiores y diseño de muebles. Además, fue presidente de la Sociedad de Arquitectos de la provincia, presidente del Colegio de Arquitectos y presidente de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) de Mendoza, institución en la que también ocupó el cargo de vicepresidente a nivel nacional.
En marzo de 2017 fue distinguido por su aporte y trayectoria en el mundo artístico por la Cámara de Senadores de Mendoza. Fue gran amigo y cómplice en el arte del pintor Luis Quesada, con quien creaba piezas de mobiliario. De hecho, la casa de Quesada fue diseñada por Casnati. El 20 de junio de 2017 falleció con 91 años, rodeado del afecto de sus familiares y amigos.



Piel

Tu piel es tierra de suspiros. 
Tierra de antigua miel 
y trazo limpio 
donde se envuelve el duro 
aire que soy yo mismo.

Tierra de sol
altísimo,
que lleva a la raíz 
de tu vida y mi vida a ser rocío, 
a fundirse en el mundo legendario 
donde el grito es un lirio herido 
y donde es suelo firme 
el vacío.

Potro blanco en la noche. 
Savia que es casi río. 
Detrás de nuestros ojos, 
un camino de agua y un navío.

(de De avena o pájaros, 1965)


6

Yo estaba de violeta, de nostalgia, de otoño, 
los vientos traspasaban mis palabras, mi carne, 
me dolía el cabello, mi nombre me dolía,
la luz me parecía oscura y dura, 
el sol lejano y enemigo, 
la luna torva y triste. 
Todo era idéntico a otra cosa: 
la tristeza al azufre, 
el azufre a la lluvia, 
la lluvia a las avispas. 
Los días comenzaban 
llorando, 
se abrían los crepúsculos 
como una herida, 
todo era gris y quieto, 
todo se resolvía de manera 
pesadamente melancólica, 
pastosa, indiferente. 
Las máquinas gemían, 
los tenedores, los cuchillos 
amenazaban desde los trinchantes, 
las espinas volaban por el aire de luto, 
los caballos corrían por campos de ceniza, 
las agujas clavaban lentamente los ojos.

Pero entonces llegaste.

(de Amo, luego existo, 1984)


Carta del hombre que mira a Samarcanda

He caminado por esta ciudad,
Que antiguamente estuvo amurallada, y que una vez fue destruida por Alejandro de Macedonia. 
He mirado sus mezquitas,
Con su devastada arquitectura y sus cúpulas de nervios azules.
He mirado el sextante de Ulugh-beg,
Que con sus simples ojos de hombre clasificó la magnitud de mil ochocientas estrellas, 
Y calculó hace medio milenio la duración del año, con sólo un error de segundos.
He mirado un paisaje que se dilataba en cuatro cordilleras detrás de una de las cuales comenzaba la China.
He mirado la flor del té.
He mirado este curioso cielo,
Que tiene su Dragón y su Serpiente y su Delfín, pero donde no está clavada la Cruz del Sur.
He tocado adobes cortados antes de las Cruzadas y antes de Carlomagno, y me he estremecido.
He mirado rostros inhabituales para mí, de altos pómulos, Bajo los cuales se escuchaban lenguas a las que, con toda probabilidad, jamás tendré acceso.
He mirado la curvatura de la noche,
Creyendo adivinar el polvo de las caravanas y las sombras de Tamerlán y Marco Polo,
Y no sé si eran, o no eran, o era tan sólo el viento entre las ruinas 
He mirado todo esto largamente, con los ojos abiertos y con los ojos cerrados. 
Y por arriba de esto, por debajo de esto, detrás de esto, atravesando esto,
Te he visto a ti.

(de Cartas rusas, 1993)


Nada sucede 

Y uno se siente igual. Con los caminos 
tan cercenados o bloqueados como 
los que ya caminó: sin un asomo 
de cambio. Ve los días asesinos

de los meses, los meses de los años, 
los años de la vida. El horizonte 
visible es como aquel Jano bifronte 
de la mitología: desengaños

hacia adelante y hacia atrás olvido. 
Todo parece vano y sin sentido 
y dado a luz por la melancolía.

Y uno con su reloj de arena cruenta, 
mirando cómo el tiempo se alimenta 
de un día y otro día y otro día.

(de Las palabras del sésamo, 1995) 

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