por Elisa Molina (*)
Especial para El Desaguadero
Atilio Arocas es un nombre de fantasía para un crítico extranjero a quien conocí personalmente hace muchos años. En una de sus visitas a Córdoba vino a cenar a casa. Acababa de salir un primer libro mío y se lo mostré. Yo creo que Atilio lee con dificultad en español, así que no sé si comprendía bien. Lo hojeó, se demoró un rato en eso y al final me miró y con su voz algo rasposa emitió un juicio al que le he dado muchas vueltas. Me dijo: «Escribes con la lengua de tu padre».
Me impactó quizás porque no hacía mucho que mi padre había muerto. Si bien ninguno de los textos del libro hacía referencia a ello ni a él, me gustó imaginar que algo de su vigor se habría filtrado en la escritura. Más tarde pensé que, en realidad, lo que había dicho era una frase de ocasión; que quizás había entendido equivocadamente uno de los textos en clave autobiográfica y habría interpretado que se refería a mi padre y, como la cortesía exige decir algo, largó esa frase.
Con el tiempo, se me ocurrió que podría haber sugerido una impostación de mi escritura y que, por lo tanto, el comentario era menos un halago que una crítica velada. Nunca sabremos qué quiso decir. No le pedí precisiones en su momento, porque inmediatamente me preguntó cuál era la profesión de mi padre. Le conté que no tenía una profesión: formación en la marina, más tarde dueño de una ferretería y que en el medio había realizado muchos trabajos para vivir. Agregué que disfrutaba enormemente de inventar cosas como telescopios, pulidoras, casillas rodantes y aventuras, y también de ciertos libros a los que siempre volvía: Herodoto, Aristófanes y, curiosamente, Alexis Carrel.
La frase de Atilio Arocas ha proseguido su lento y minucioso trabajo: el texto múltiple que voy inventado ronda la intuición de que son muchas las voces que resuenan en nosotros y que modulamos como si fueran propias, y que esas voces generan mundos diversos en los que podemos perdernos y también, en ocasiones, encontrarnos. Alguien cualquiera, en su vida más cotidiana, es una pluralidad de identidades fluidas: puede vender bulones y paladear la descripción de los jinetes escitas, por ejemplo, hasta sentir el fragor de los cascos y el frío de la estepa.
Mi segundo libro se llama En la lengua de tu padre, retoma la misteriosa frase y tiene un poema que sí es un homenaje.
En la lengua de tu padre
Escribes con la lengua de tu padre
dijo en mal español el extranjero
y yo traduje. Olor a humo,
gusto a sal entre los labios,
silbar del hacha, el golpe al sesgo:
en la noche inmensa un carozo de fuego;
un árbol deshojándose en otoño,
un árbol violeta en primavera
y el aire fresco escribes
en la lengua de tu padre.
(*) Elisa Molina (Córdoba) es Licenciada y Profesora en Letras Modernas (UNC) y Magister en Literaturas y Culturas Comparadas (UNC). Se desempeña en tareas de docencia y escritura. Ha publicado los libros de poesía Escrito en el agua (2003), En la lengua de tu padre (2012), Por más que en la noche la luna (2016), Una línea simple (2016) y Como se forman las tormentas (2022). Integra las antologías Señales de la nueva poesía argentina (2004), Órbita, veintiuna poetas cordobesas (2017) y Nosotras (2020).
1 comentarios:
Qué hermosa historia y cuanto hay por saber en esa frase misteriosa, como en la palabra poética: llave, tapia, sueño, pregunta. Gracias desaguaderos por la insistencia!
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