por Patricio Torne*
(Especial para El Desaguadero)
(Especial para El Desaguadero)
Por
entonces, me había obsesionado en encontrar el meollo de las conductas y modos
de vida de aquellos acérrimos defensores de las tradiciones cuyanas y la tonada
como música inevitable y referencial. Peñas, asados, fiestas familiares,
guitarreadas con clima de profunda intimidad, todo era propicio y bienvenido a
mi intención de asirme a ese flujo de vida tan particular como auténtico. Poco
a poco, un grupo de esos hombres, que a la vez estaban relacionados por lazos
familiares, me fue incorporando a su cofradía que en apariencias era muy
abierta, sin embargo, fiel a sus propias tradiciones, era muy cerrada, como
quien teme abrirse a un juego social que funciona más como amenaza que como
lugar propicio para compartir. Allí me hicieron depositario de historias y
hechos que, de no ser por la confianza y el afecto conquistado, jamás podrían
haber estado en poder de mi conocimiento: rencillas y decepciones amorosas;
peleas irreconciliables por cuestiones domésticas; pasiones cruzadas o
traiciones. Hechos todos que, superado el pudor, fueron el tema inspirador de
algunas tonadas o cuecas de las que algunos de los integrantes de este grupo
fueron autores.
Uno de
estos hombres se hizo profundamente confidente conmigo, él aparecía como
desvalido ante el ojo de los que no pertenecían a ese círculo, porque era uno
de los pocos que no tocaba la guitarra, no cantaba, ni escribía versos, sin
embargo siempre estaba como el motor, y se situaba en los bordes de la escena
que surgía de una juntada, un asado, una guitarreada, como quien lleva a cabo
el registro visual que luego se volverá anécdota fiel de lo ocurrido para un
documental. Si bien me hizo partícipe de muchas de sus cuestiones personales,
fue sobre una en particular que volvía recurrentemente, y trataba de un amor
clandestino con una mujer que ya estaba casada con uno de sus familiares. Si
bien intentaba disimularlo, cada vez que aparecía el tema, su sufrimiento era
ostensible. Toda la culpa de la concepción occidental y cristiana lo
atormentaba, pero no podía hacer otra cosa que volver, una y otra vez, al
centro del pecado. «Tendrías que escribir sobre esto», me decía. Por estos
lugares hay un modo de amainar las consecuencias de la resaca: «pá destrancar»,
dicen los criollos, y consiste en tomarte un vaso de aquella bebida que la
noche anterior funcionó como la mejor compañía. Y esto fue lo que tomé como eje
para escribir, a mi modo, lo que le estaba pasando a ese amigo cuyano.
***
ResacaAhora es lo que pesa. El dolor donde antes hubo dicha. Lo amargo de una fruta que antes supo la más jugosa y dulce de su especie. Lo que de ser veneno mata con esa lentitud que te hace dialogar con el verdugo. Lo que de ser verdugo lleva el rostro y el perfume del que amas y viene a indigestarte. Lo que de haber sido sonrisa ya es la mueca, es el espasmo. Lo que no más fuese el elixir, vuelto hiel como cicuta en las entrañas. Lo que no tiene remedio. Eso que está lejos de cualquier bálsamo. Lejos de toda compasión, toda palabra bienhechora, porque la ternura de otra fuente nunca alcanza y es infierno después de tanto cielo. Lo que a pesar de tanto infierno es una espada congelada rompiéndote de frío, y mucho más que todo eso. Lo que uno siente que es mejor no haber tenido paz; ni haber bailado con lo más deseado de la fiesta, o haber comido de su plato hasta saciarse nada más que con las migas, vaciando una tras otra las botellas del más franco de los vinos.
Lo que antes de tan breve fue un suspiro, vuelto ahora bocanada sin aire en los pulmones. Lo que lejos de querer ser vade retro, maldición, un acto despreciable, es pura pena por saber lo que nos falta. Un acto irremediable de conciencia con piadosa mentira, haciéndote decir que ahora has aprendido; que es mejor ser un estoico, un ermitaño, un desalmado, un cero, alguna piedra, cualquier cosa menos la pasión; cualquier objeto menos la sangre. Porque nadie está dispuesto a resistir tanta tragedia, tanta sombra en lo inmenso de la noche, y lo que es peor: nada es tan grande como este malestar que nos aqueja, que sólo hay un brebaje capaz de disiparlo, y es el mismo veneno que lo trajo.
*Patricio Emilio Torne, poeta, cronista, artista plástico. Nació en Helvecia (Provincia de Santa Fe), el 31 de Enero de 1956. Desde el año 1985, reside en Villa Mercedes, y desde entonces coordina Talleres de Escritura en la Secretaría de Extensión Universitaria de la U.N.S.L. Desde el año 2010 Coordina el Ciclo PRETEXTO, donde poetas de todo el país, la región y locales se dan cita para desarrollar lecturas y compartir experiencias creativas. Ha participado y editado en distintos congresos, encuentros y publicaciones del país y el extranjero. Ha publicado los libros Orbita de Endriago (Editorial Filofalsía, 1990); Helvecia y Otros Tópicos (Editorial Todos Bailan, 1990); Donde Muere la Lógica (Editorial Último Reino,1992); Anacrónica (Ediciones de la nada, 2000); Perros (Editorial Revistas Callejeras, 2010); Materialismo Dialéctico (Editorial deacá, 2013); Perros y más perros (Editorial deacá, 2015). Junto a Pablo Castro realiza performance poético musicales, entre ellos “Un abrazo” y “Corazonada”.
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