«Lo prosaico es la pérdida de sentido de la literatura»
Dionisio Salas Astorga. |
Hasta el año 2003, la poesía de Dionisio Salas Astorga (Viña del Mar, 1965) era para muchos un enigma. Incluso, tal vez, una cosa de un pasado adolescente que presagiaba un después que no había sido. En efecto, el autor había publicado en su tierna juventud un premiado librito titulado Sentimiento, que pudo pasar, para algún distraído, por un arrebato adolescente. Pero quienes lo trataban más de cerca sabían, en cambio, que en su voz siempre la poesía estaba presente. Y que acunaba desde hacía años un libro que esperaba su turno por salir. En el medio había estado su mudanza al país vecino (este), su formación en la Facultad de Filosofía y Letras, sus años como periodista de redacción y sus lecturas constantes. Pero en esos albores del siglo XXI, Salas Astorga entregó a la editorial Libros de Piedra Infinita un puñado de poemas que no eran justamente aquellos que ya tenían hasta un título, sino otros nuevos que terminaron reunidos bajo el título Sábanas sin flores.
El «regreso» de Salas Astorga a la poesía publicada, sin embargo, no presagiaba el caudal prolífico que debía esperar aún una década más para desatarse. Poco después, el también docente de Letras incursionó en la novela infantil con Las aventuras de Cepillo el león (que tuvo también versiones teatrales y que acaba de ser reeditado), fundó su propia editorial y recopiló una antología de la poesía mendocina (Promiscuos & Promisorios) que las letras contemporáneas de Mendoza necesitaban.
A partir de 2013, al fin, llegaron los años intensos. el poeta publicó un libro con poemas novísimos y de temática amorosa, Como en las películas (2013) al que le siguió casi sin descanso una serie homogénea y que terminó de definir su perfil lírico: Últimas oraciones (2013, ahora sí, el libro largamente acunado), Crónicas cínicas (2014) y Para salir a matar (2015), todos editados en su sello LunaRoja.
Ahora, en el último suspiro de 2016, Dionisio Salas Astorga regresó al catálogo de Libros de Piedra Infinita con Vida de santos y santas non sancta, un poemario que confirma el cauce que los últimos títulos venían trazando, y en el que revierte el formato de las oraciones a santos paganos para volcarlos en la labor que viene desvelándolo: el convertirse en un cronista poético de los hechos del presente.
–Hay un vínculo con los libros anteriores aunque cambie lo esencial de la forma (textos breves / textos extensos / voces que a modo de coro griego anuncian o presagian dentro del poema); es decir, en mis libros hay constantes temáticas –el mundo, la gente nadie, creencias por contrato, la decepción del amor, lo feo y lo triste, si querés, el humor– pero son muy distintos los escenarios y los protagonistas. Digamos que los temas, ciertas posiciones poéticas, la trinchera que a uno le importa defender difícilmente se abandona, tal vez por temor a naufragar, además. Tener esas trincheras (temas recurrentes) es lo que moldea eso que se conoce como «estilo». Y esa continuidad de mi poesía que vos observás la veo también en lo que digo en algunos artículos o ensayos que cada tanto escribo. Puede que sea un defecto de mi profesión docente, no idealizo a la literatura ni menos a los escritores. Y reitero algunos descubrimientos, las clases que me han salido bien. Ahora bien, volviendo al libro y tu pregunta, Vida de santos... pone el problema en la fe y nuestra relación con los santos populares; los ruegos por el milagro diario: que arranque el auto, que nos aumenten el sueldo, que alcancen los votos no de fe sino los que le faltan al candidato, que siempre será Judas. Y no coloca el problema en Dios o los pobres santos ruteros, sino en la mezquindad que se manifiesta en esa fe popular (la de todos y todas), más casera y burda, al pedir. Eso es lo que este libro muestra, expone, denuncia si querés. No se parece en su discurso ni estilo ni voz a Crónicas Cínicas o Para salir a matar, porque esos libros exhiben el desamparo general en el que estamos y hay mucha relectura de la Historia. Vida de santos y santas es más mendocino, es una parodia de lo que somos nosotros menducos, aquí y ahora, y que seguramente seguiremos siendo.
–En Últimas oraciones aparecía la reposición poética de los temas religiosos más cercanos al punto de vista canónico. Ahora lo que aparecen son los santos profanos y populares. ¿De dónde proviene tu interés por esa temática?
–La fe hace milagros y la falta de fe también. Y parece que libros (ja). Hay muchos años entre estos dos, pero me quedé con ganas de variar la óptica de los textos. Últimas oraciones demoró décadas en ser un libro, implicó arduas lecturas y gran escepticismo. Cuestiona lo que pasa con el mundo desde lo teológico, desde el discurso religioso cristiano en particular. Vida de santos en cambio es la parodia de nuestra mala fe cuando creemos que implorándole a una mujer santificada por sus acosadores, o a un gauchito asesinado por estancieros, nos va a funcionar mejor el auto, el novio dejará a la otra o nos van a cuidar la casa cuando estemos en Mar del Plata. La fe muestra a la gente, es decir, lo peor de ella y lo que nos salva del suicidio colectivo. La religión y la fe signan casi todos los actos de la humanidad. Estos libros coinciden en el tema de la fe o de la religión porque plantearla literariamente me ayuda a establecer un vínculo más racional con el lector, desafiarlo en esa parte menos pública de su vida, y a veces más contradictoria. Y desafiarlo a verse expuesto, cuestionado, sucio.
La fe no mueve montañas, pero puede mover al lector, al menos moverlo a pensar, que es lo que en definitiva busco que genere lo que escribo. En realidad te diría que me importa manosear al lector en el sentido más amplio de su fe, es decir, en todas sus creencias, incluso la negación de ellas.–La poesía de este libro bien puede ser calificada de «urgente», cuestión que acentúa lo que ya se percibía en las partes finales de tus libros Crónicas cínicas o el ya mencionado Para salir a matar. ¿Se te puede pensar como un cronista que escribe en versos? ¿Es cada libro algo así como un periódico del presente, convertido en materia poética?
–Me gusta esa idea, sí, podría no ser más que un cronista y la crónica está sujeta al tiempo. Ahora bien ¿qué autor no ha sido cronista de su tiempo, de su aldea, de los miedos o vergüenzas de su época? Las crónicas de todos los tiempos rebosan literatura, realidad, historia. Los escritores dan al periodismo una cara estética y emotiva; los periodistas enaltecen la realidad con un toque de literatura. Lo de «urgente» de esta poesía está en que ya no hay mucho tiempo para esperar, o al menos no lo tiene este autor por su finitud. Soy profundamente pesimista respecto del futuro, teniendo en cuenta el balance a la fecha. Nadie que conozca un poco la Historia Universal puede tener abundantes expectativas. En ese caso mis libros podrían ser un diario de bolsillo, algo amarillista, para leer en el tren y tirar bajo el banco. El asterisco lo pongo en eso que llamaste «materia poética», o sea la materia oscura que es la poesía, la emoción, la idea que trasciende en ese texto que habla del presente (qué poesía, además, no habla del presente).
Supongo que lo poético que hay en lo que escribo está ligado al tema en sí mismo, y obvio, el ritmo del discurso, el pentagrama de las ideas, el juego, es lo que separa a estos libros o los salva de ser mera crónica.
«La forma de ver las cosas vistas»; pienso en Carver, en Bukowski, en Saramago. Puedo escribir a la manera de un cronista, por ejemplo de un accidente vial (lo he hecho): el poema ahí no está en los detalles del choque, el poema está en la muerte, la cruz a la orilla del camino que va borrando el viento y la lluvia, el nichito despintado que también desaparecerá.
–Si bien el lenguaje de tus poemas busca esquivar toda impostura, y utiliza muchas veces coloquialismos, diálogos y frases cotidianas, al mismo tiempo pareciera que hay un cuidado extremo por no caer en cierto prosaísmo simplón como el que ha caracterizado buena parte de lo que se llamó «la poesía de los 90» (porteña y rosarina, especialmente), así como algunas muestras, un tanto tardías, de poesía local. ¿Coincidís con esta observación? Y, si es así, ¿por qué sería necesario hoy esquivar ese estilo prosaico?
–Coincido. La poesía debe conservarse en algún lado, cuando se escribe. Y puede que la poesía al escribir esté en el vacío que deja el texto. Pero ese vacío es premeditado, no es un accidente. La buena poesía no es puro relato ni menos simplona. Los poetas malos se esfuerzan por llenar la página con versos rimbombantes, adjetivos tiernos, por describir escenas neoclásicas. Creen que hablando de la belleza se escribe bonito. Pero la belleza no tiene nada de trascendente ni de profundo. La belleza en la literatura no tiene que ser bonita, menos la fealdad. Cualquiera de esos que pintan caballitos con cuernos con aerosol en la plaza sería un gran artista y no lo es porque sus cuadros están llenos de obviedades, de lugares comunes, del imaginario popular. No obstante la habilidad de esos «artistas», no aportan ningún descubrimiento, no cambian el modo de ver ni lo que vemos, no transforman nada. Y también están los otros, los que a fuerza de omitir creen que dicen. Tampoco creo en el metalenguaje poético, en la construcción discursiva poética, en un poema que dice ser poema porque se refiere así mismo, en la retórica poética más elitista y hermética, en el puro juego verbal. Creo que el purismo de un supuesto discurso poético superior o canónico es una negación, un caprichito de los formalistas ñoños. Por otra parte, «escrito en prosa no es lo mismo que prosaico», aclaro. La prosa en el poema es un recurso lícito y hasta indispensable para componer. En mi poesía –tiende el yo a desaparecer, ya que no creo en el yo ni la referencia personal ni en el poeta médium– quiero que las voces sean de otros, quiero que el que diga no tenga mucho que ver conmigo y ahí el discurso en prosa es fundamental, la parodia o representación de la voz del otro. No soy yo quien juzga el cinismo cuando escribo; el cínico se muestra en el poema o el poema evidencia a los cínicos. No soy yo el que ve la decadencia del mundo, como un testigo inocente, nosotros lo vemos, y hacemos esto al mundo. El poeta no tiene nada de inocente. El problema, por último, no veo que esté en el uso de la prosa si no en el uso vacuo del lenguaje, en la falta de ideas de la poesía, en la obviedad.
Lo prosaico como vos lo llamás no sólo debe desaparecer de la poesía, es la pérdida de sentido en la literatura.Al menos en esa literatura que a los más veteranos nos importa, no la del mercado persa que son las editoriales internacionales.
–En cuestión de fechas frías, tu trayectoria bibliográfica está por cumplir 35 años. ¿Cómo repasás tu propia evolución como poeta, desde Sentimiento (1982) hasta Vida de santos y santas (2016)?
–Nunca había pensado en ese tiempo. Tu aclaración me provoca un sacudón jodido. Veinte años no es nada, pero 35 sí. Bueno, de mis 35 años de literatura diría que tengo tres hijos corregidos y aumentados. Que escribí bastantes libros y por suerte la mayoría se perdieron o vencieron. Ahora, después de 35 años, siento a veces que escribo algo «que parece escrito por otro». Ha sido puro aprestamiento. Mi decálogo con pinzas sería este: contrariamente a lo que algunos novísimos declaran por ahí, pienso que el escritor que no ha leído su época, no conoce su genealogía literaria, no tiene nada nuevo que aportar. Está condenado a la reiteración, a veces triste, a veces disimulada, a veces ocurrente, de lo mismo de siempre. Y leer bien y mucho lleva algunas décadas. Y después silencio. Y si se supera ese tiempo de estupor, de sorpresa, de maravilla, ese apabullamiento que produce leer a los grandes, se escribe. Y si hay más convicción o neurosis todavía, se publica. El primer y segundo libro casi siempre son un error necesario –salvo para los genios– pero como escribir un mal libro de poemas no genera cáncer ni afecta el clima del planeta, no hay que exagerar demasiado. Soy un autor rezagado, pero respetuoso de la historia literaria, soy un hombre de letras al fin y al cabo y eso da cierto pudor a la hora de escribir.
–Pero la constancia deja como saldo ineludible, también, la experiencia. ¿Hay algunas conclusiones que destile esa experiencia de escribir poesía?
–De todos estos años de dedicación semi exclusiva a la literatura digamos que me consta que: 1) hay grandes escritores que son personas insignificantes. Hay malas obras hechas con buena fe y heroísmo; 2) cualquiera puede escribir y ganar premios y hasta quedar en la historia, porque la historia de la cultura se escribe y trama en un nido de cascabeles, en ciudades estados, en sectas más o menos persistentes, por personas vinculadas a algún poder circunstancial y efímero, 3) entre la comedia y la tragedia, siempre prefiero a la tragedia, es el género que verdaderamente representa la figura secundaria del escritor, el destino trazado de su obra para nadie, el asombro y el olvido del lector, la vida; 4) igual que Gilda, no me arrepiento de este amor; 5) poeta muerto vale homenaje; 6) poeta con incontables amigos es sospechoso de alta traición al género; 7) poeta que sigue a flote después de reiterados tsunamis es porque es livianito y no vale la pena leerlo; 8) poeta ponedor de bombas y organizaciones parapoéticas seguro consigue un puesto en el gobierno, pero pasará al olvido; 9) poeta que se usa a sí mismo, sufre el complejo de narciso o de madrastra de Blancanieves y en realidad es uno de sus siete enanos; 10) poeta que vive gracias a los muertos, es un poeta necrófago; 11) poeta que vive gracias a los vivos, es un hijo de puta.
–Bueno, es cierto que no edité nada en 10 años y por eso algunos me eliminaron del mapa, pero en esos 10 años publiqué tres centenares de artículos periodísticos, cuentos, ensayos, poemas sueltos y una novela infantil. Mi novela salió el 2007, la editó Diógenes, financiada por Cultura de la provincia. No es que me haya dedicado a la endocrinología, digamos. Promiscuos&Promisorios, la antología de 14 poetas de Mendoza que edité con LunaRoja –para cuya selección hubo un consejo asesor– sigue siendo representativa. Lo dije muchas veces: las antologías son un recorte necesario y si responden a algunos criterios, se justifican, porque dejan una foto panorámica. La mayoría de esos 14 merecía estar, destacarse, ser reconocidos en esa foto, aunque hoy no haría el enorme trabajo que supone editar a otros. De hecho la colección que seguía se suspendió por falta de disposición de los autores y falta de calidad literaria que justificara el esfuerzo.
Hay en Mendoza mucha gente que escribe, somos todos escritores en Mendoza, pero a la hora de separar recitadores, payadores, folcloristas, chamanes, corazones rotos, divorciados y maestras jubiladas, no queda mucho.Así que me consta que poetas mendocinos hay más que lectores de poesía, pero obras poéticas, pocas. También es verdad que en los últimos años la poesía se ha viralizado por bares y otros puntos de la ciudad y hay mucha gente inédita que no conozco exponiendo sus sentimientos en las redes. Hablo pensando en los poetas coetáneos, la gente de mi generación, cuando hablo. No veo mal que la gente edite sus propios libros y se multipliquen las editoriales artesanales. La poesía no tiene otra posibilidad en este mundo de novelitas de chimentos y biografías eróticas. Sí creo que hay mucha impunidad, exceso de lamento boliviano, endogamia, asistencialismo literario y que los lectores han renunciado a su rol maravilloso para dedicarse a escribir. La consecuencia aquí en Mendoza es la misma para Santiago o Buenos Aires: canibalismo lírico, sectas que curan enfermedades del alma, clubes de poetas que en vez de bocha tiran sus versos hasta el amanecer entre amigos que esperan su turno.
–Vida de santos y santas non sancta aparece pocos meses después de tu anterior libro de poemas y, además, se suma a una seguidilla de libros que venís publicando desde principios de 2013. ¿Cuál es la razón de estos años prolíficos? ¿Ya hay un nuevo libro de poemas escribiéndose?
–He renunciado a la riqueza terrenal, o sea, horas de clase. Así generé un tiempo que no tenía, la paz, ganas y hasta la presión. No se pueden escribir libros a medianoche, solo el domingo o esperar a jubilarse. He tomado a la literatura como una enfermedad terminal, terminal para mí. Hay una edad en que se hacen o no se hacen ciertas cosas. Hay que mirarse al espejo y decidir. No se puede pasar la vida uno usurpando el título de escritor por una docena de poemitas tibios que escribió en la «juventud divino tesoro», a mí al menos se me cae la cara, salvo claro que hubiera escrito Las flores del mal. Y no es el caso. Los ’40 exigieron la cuota de egoísmo, aislamiento, misantropía, orfandad que la literatura cobra por prestar sus servicios. Hay más libros terminados. Uno sobre Valparaíso y su historia, finalista en Chile de los subsidios nacionales de Cultura, pero que por manos negras no logró el dinero y ahí está esperando; dos de poesía, otro de ensayos relacionados con la literatura.
Hay gente que ve sospechoso que el que oficia de escritor, escriba. En realidad nos hemos acostumbrado y resignado a no escribir, a escribir para concursos, a decirnos que de lo bueno poco y consuelos más o menos ingeniosos para aguantar el estreñimiento literario. Yo no me tengo ni respeto ni piedad en esto: he leído demasiado para no saber que lo que no está escrito no existe, que aun escrito todo libro está en manos del azar absoluto, que en esta carrera u oficio que es hacer literatura la meta es un espejismo de la ruta. Y en la ruta hay que encomendarse a todos los santos.
–Junto con tu obra poética aparece una única obra en prosa, la novela infantil Las aventuras de Cepillo el león, que acaba de ser reeditada y que sigue teniendo versiones teatrales. ¿Has seguido trabajando en la narrativa?
–Escribo algunas columnas en diarios, se van amontonando prosas profanas, digamos. Tengo cuentos cortos y mucha pintura costumbrista, como se decía en los tiempos de don Mariano José de Larra y que diluyera bien Roberto Arlt en Buenos Aires. Uno de esos libros está terminado: Las desventuras de jaimito (sátira o parábola sobre algunos funcionarios del gobierno actual), pero por cuestiones políticas lo demoro. Eso es todo. Sé que me debo una novela, pero por ahora no asoma en esta lista. Y no me preocupa, en el fondo sé que los libros no le hacen falta a nadie en este mundo que parece una mala película de ciencia ficción. Las librerías venden música, los escritores que llenan las ferias son sexólogos o chimenteros de TV. No hay que tomarse la literatura tan en serio, la literatura solo es un discurso más en este mundo donde nadie escucha a nadie, menos que menos a aquellos que andan gritando que han visto el fin y la verdad y que se viene la apocalipsis.
Tres poemas de
Vida de santos y santas non sancta
nosotros también tenemos hijos madrecita
y vamos por un desierto
tenemos hambre y sed miedo de no llegar vivos
a fin de mes
por eso por eso
intercede
este es nuestro mandato
que nos aumenten el básico
que no nos paguen en cuotas
ayúdanos a que nuestro sueldo sea una tabla de surf
sobre el diluvio inflacionario que nos rodea
no permitas que la sociedad nos siga despreciando
que las escuelas nos enseñen semana a semana
las siete plagas de egipto
no permitas que los medios nos ignoren o tergiversen
los porcentajes
no permitas que el cuerpo de la comunidad educativa
vaya por las calles como un leproso sin familia
* * *
no es cuestión de fe
de buena o mala fe
a nosotros nos sobra la fe
lo que nos falta es todo lo demás
todo hubiera sido sencillo
sin tanta metáfora
sin tanta parábola
demasiada letra chica
brother
demasiadas putas haciendo el trabajo feo
y lavando tus platos rotos más encima
1 comentarios:
Algunas de las contestaciones del entrevistado son tan impredecibles e irónicas como su poesia. Muy buena nota. Poesia que siempre sorprende.
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