blasfemo, de Leandro Calle. Alción Editora, Córdoba 2013,
53 págs.
por Hernán Schillagi
1
Todo poeta es un blasfemo
reflexivo.
2
Leandro Calle (Zárate,
1969) repite en su nuevo libro las minúsculas en el título, al igual que en el
anterior entonces (Alción, 2010).
Pero esta vez con un sentido que va más allá de lo estético: el blasfemo iguala al mismo nivel a «dios»
para poder enrostrarle un par de verdades duras, crueles y hasta impiadosas:
«nosotros condenados a la pena de muerte / él a cadena perpetua».
3
Abro el libro. Tiene dos
partes bien diferenciadas. La primera, la que da título a la obra completa,
continúa con la ausencia de mayúsculas en una serie encadenada de poemas sin nombrar,
con versos de amplio espectro y otros bien breves. Como una respiración que
refleja la agitación de las ideas de este sacrílego decir. El segundo capítulo,
«Cuerpo», otra serie de quince poemas, aunque separados. Todos poemas de seis
versos heptasílabos, excepto el último que, caligramáticamente, se descompone
en palabras sueltas, arrojadas a la página en blanco sin un punto final.
4
En este diálogo tan
igualitario como imposible, las preguntas universales se imponen: qué hay antes
y después de la vida, la ausencia misma de dios, la duda como motor de la
creencia. Hay intentos valientes de respuesta, por supuesto, el amor es dios y
no al revés, el silencio como lo único cierto y concreto, así como la muerte no
es atributo divino, ya que dios –propone el blasfemo poeta- no se lleva a nadie.
Le exige, además -y sin permiso mediante-, hablar de los muertos, de los
teólogos y las religiones, de lo eterno, de la sexualidad: «hablemos de dios
teniendo sexo / ¿su posición favorita es siempre arriba?». Ironía y sarcasmo
para el que padece el mutismo de alguien tan cruel como un padre borracho y
golpeador.
5
Leandro Calle más que
atacar se defiende: «Al blasfemar afirmo tu presencia».
6
Hacia el final del primer
capítulo/libro, el impío reconoce que le es imposible no «desgastarse» u
«oxidarse» por los golpes de la vida, las dudas, el dolor y los temores, por
eso sabe que no dejará de beber en los silencios de dios. En un pareado
endecasílabo que resulta ser el clímax de esta «tirada» tan poética como
difamatoria dice: «sucia de dios esta ciudad que habito / sucia de dios y
limpia de infinito». Así y todo, el yo lírico admite a regañadientes la
existencia de una realidad absoluta y trascendente -¿agnosticismo al fin?-,
como también hay escepticismo religioso y algo de apateísmo: la existencia de
dios o no, no solo no es conocida, sino que es irrelevante. Aunque la blasfemia
no deja de ser, a su pesar, una dolorosa confirmación.
7
Susan Sontag: «Las
satisfacciones que encontramos en el Paraíso
perdido no proceden de sus concepciones sobre Dios y el hombre, sino de la
energía, la vitalidad y la expresividad superiores encarnadas en el poema…». Blasfemo es una creación humana, una
«creatura» de un poeta -salvaje y racional- que escribe sin pudor para
demostrar que, tal vez, es el único que realmente está vivo.
8
Llego a la segunda parte:
«Cuerpo». Es un contraste en estilo y tono con la primera. Donde había furia e
irreverencia, ahora hay elegancia y sensualidad. El epígrafe de Octavio Paz: «Y
las sombras se abrieron otra vez y mostraron un cuerpo» no es azaroso (no
olvidemos además los ensayos sobre amor y erotismo de La llama doble). Poemas de celebración del cuerpo y, por tanto, del
sexo. Acaso una hermosa manera de blasfemar y de aclamar lo único cierto: la
vida. Juega con el oxímoron y reflexiona en sinestesia: «inmóviles caminan /
dos caracoles quietos» o «tus dos orejas cantan. / Una canta en silencio / otra
grita colores». Hay una vuelta intencional a las mayúsculas en esta especie de
tankas extendidos y personales. La métrica regular de los versos sugiere una
cadencia más gozosa que monótona. Aquí, Calle tiende un puente hacia su libro entonces, donde el amor era el motor de
búsqueda, una sed que encendía y saciaba al mismo tiempo. Aunque en los poemas
de «Cuerpo», el amor físico surge ahora como una posibilidad.
9
El erotismo, entonces,
como una posible y paradógica respuesta de «apagar el deseo», el deseo de creer
sin dudas -sin fisuras- en un ser supremo y bondadoso: «No quisieran volar / no
quieren ser del aire. / A veces tus dos manos / se aferran tanto al
cuerpo…». Finalmente, en el último
poema, el cuerpo alcanza cierta sublimación y deja irremediablemente de
existir. Es «ese algo que arde» repetido lo que, provocativamente, lo llama y
desvela al yo lírico.
10
Todo blasfemo es un poeta
desatinado.
Algunos poemas de Blasfemo,
de Leandro Calle
durante años salí a
buscarte
y ahora que no te busco te
aparecés en las esquinas
y me mirás con esa cara de
silencio
*
busco a dios en tus ojos
no lo encuentro
tampoco está en la tarde
de domingo
descielado
bajo lentamente por tus
piernas
y la zarza arde todavía
*
una lata vacía es una lata
vacía
pero la he llenado de
lápices, marcadores y alfileres
ahora ya no es más una
lata vacía
ahora es una lata llena
una lata vacía es también
la posibilidad de llenar algo
una lata vacía
es como la mitad de la
muerte
***
Cuerpo
III
Ejército de oriente
rebaño de corderos
tus dientes permanecen
asidos a mi carne.
No los burla la muerte.
No los arrastra el hambre.
VII
No son malas serpientes
ni anguilas recostadas.
Tus labios son de pólvora.
Mojados, embebidos
tienen color de incendio.
Apagan el deseo.
XI
Huellas en la madera
mordedura del hacha
es tu sexo una encina
donde puedo habitarte.
Se duerme entre temblores.
No se despierta nunca.
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