Sobre el poema
la hermana clavadista
por Jorge Paolantonio
Especial para El Desaguadero
Sucesos argentinos era, para quien lo ignore, nuestro más clásico noticiero cinematográfico. Abría y cerraba con música épica y un gaucho que avanzaba sobre su caballo hasta ponerlo con las patas delanteras arriba. Entonces el jinete, frente a la cámara, agitaba para todos la bandera de la comunicación moderna. Para entonces, este «niño de la Nueva Argentina» descubría en el monótono blanco y negro muchas novedades impensadas.
Un día quedé boquiabierto frente a lo que se llamaba «los clavadistas del Pacífico mexicano». Populares desde los años ’40, cientos de valientes –a la puesta del sol en La Quebrada de Acapulco– se lanzan al oleaje desde una saliente de roca a cuarenta metros de altura. Todavía hoy cronometran a puro ojo su lanzamiento para no caer y estrellarse contra el fondo del mar. Tienen apenas segundos y seis metros de agua para zambullirse y emerger en superficie.
En una de las tomas que vi en ese entonces, un nadador se lanzaba portando una tea ardiendo para dar realce a su acto.
Esa imagen y la palabra «clavadista» me rondaron buena parte de la infancia.
Ya adolescente descubrí que mi hermana, seis años menor, padecía de una «enfermedad» que el clínico resumía en una frase lanzada a mi afligida madre: «su niña es obesa». Pero la «enferma», carente de culpa y cargo, era la gorda más feliz de la comarca («feliz», digo, y no «cómica»). Justamente por ello fue que un día, viéndola lanzarse desde lo más alto del trampolín de la pileta pública a la que nos llevaban, tuve la total certeza de que lo suyo era un acto de pura alegría. Ignoraba «la clavadista», cayendo con el más bello estruendo, la risa de los imbéciles –esos que abundan en pueblo chico (y de todo tamaño, ¡bah!) donde la envidia se mide con lenguas filosas, ojos en blanco y codazos de complicidad–.
Tuve una infancia maravillosa. No fue igual descubrir que ya no era un niño. Ya no tomaba sopa sino que me dormía con un regusto amargo. Ciertas palabras y el prejuicio pesaban hasta sofocarme. Mi miedo hizo que jamás aprendiese a nadar. En cambio «la enferma» siguió su rutina de trampolín hasta convertirse en una espléndida sirena. No es este el cuento del patito feo. Es más vale la historia de un cetáceo hembra que opuso su optimismo y sus ganas de vivir a todas las vallas consabidas.
Hoy ya no se lanza. Eso sí, canta, rodeada de pajaritos que cuida con esmero. Tiene cuatro nietos. Y este hermano que le ha escrito el poema. «La clavadista» también tiene un guacamayo que anuncia los renovados «sucesos argentinos» con colores que encienden su vida, la nuestra y el patio de provincia.
la hermana clavadista
quien no haya tenido una hermana clavadista
distará de entender
qué significa lluvia
en un pueblo anegado de malicia
cada vez que la pienso
cada vez que la digo
es sirena que ulula en carcajadas
y levanta un palmo de la tabla
para lanzarse
y caer
como chubasco latoso
a rebalsar
mi sopa de tulipanes
hay lugares al sol
donde la larva de la grandilocuencia
les tiene puesto huevos y lemas
que se repiten de vereda en vereda
como meadas de perro callejero
ella
ella no se reitera
nada en elipsis después de tocar fondo
y vuelve
al trampolín
a los aplausos
quien no ha tenido una hermana clavadista
difícilmente logre
aceptar sus periquitos
ella
ella tan ancha y señora de su mundo
tan dueña de sus madrigales
tan nacida del mismo vientre
Del libro El orden y la dicha (Ruinas Circulares, Buenos Aires, 2011)
7 comentarios:
Me emociono en tu relato y en el poema, por eso me gusta tanto escucharte, me relatas la vida, en un color desconocido,,,
Jorge, ya te dije que recuerdo la frecura de este poema tuyo. Bellísimo. El otro día lo recordamos. Otra vez vuelve aquí, como una ráfaga, iluminando la entrada de la noche.
Con placer he disfrutado de escucharte leer este poema...tan ella quien sabe muy bien volver luego de tocar el fondo.
Con placer he disfrutado de escucharte leer este poema...tan ella quien sabe muy bien volver luego de tocar el fondo.
Con placer he disfrutado de escucharte leer este poema...tan ella quien sabe muy bien volver luego de tocar el fondo.
vengo de nadar este hermoso poema, gracias!
Hermoso poema querido Jorge, como todos los del libro "Del orden y la dicha" gracias por tu poesía
leandro calle
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