Últimas oraciones, de Dionisio Salas Astorga. Luna Roja Ediciones, 2013.
Por Fernando G. Toledo
No es sencillo mantener en vilo durante tres décadas la idea y la construcción de un conjunto de poemas y al terminar la tarea, al publicar el libro, comprobar que siguen vigentes los resortes que impulsaban su escritura. Y no sólo eso: descubrir, además, que la voz ha madurado y que todo lo que había que decir ha tomado un nuevo rumbo con las lecturas acumuladas, las escrituras acumuladas. Y la vida acumulada.
Todo ello ha sucedido con Últimas oraciones (LunaRoja Ediciones), el segundo libro que Dionisio Salas Astorga edita en 2013, después de Como en las películas. La génesis de Últimas oraciones, y ya que el término nos conviene, se remonta a la adolescencia del poeta, es decir, a su génesis como tal. En su juventud, con el primer cimbronazo de los autores que lo marcarían, y sus inquietudes existenciales, comenzó este poeta a trazar los versos que serían el germen de este libro. Pero el recorrido fue largo. Y entonces, las resonancias de ciertos autores (Pablo Neruda, Vicente Huidobro, Ernesto Cardenal o Jorge Teillier, entre muchos otros) empezaron a dar paso a otra voz, la del propio Salas Astorga. Una voz que no se dedicó sólo a darle color a los temas que trataba en esos poemas, sino que les dio forma definitiva.
¿Y cuál era el tema central que abordaba desde el principio en esos poemas que terminaron cristalizando en esta versión final, madura y compleja, de Últimas oraciones? Pues nada menos que el tema de nuestra soledad bajo las estrellas. El también autor de Sábanas sin flores propuso, desde sus versos de hace 30 años (algunos están aún hoy en el libro) un interrogatorio descarnado a la figura de un Dios escurridizo, ocupado en hacerse alabar pero olvidado del mundo que debería estar a su cargo. Un Dios ausente, un dios inexistente, en suma («salvo que todo sea una metáfora», como dice un poema), que era el destinatario de estas plegarias que son, sobre todo, un recuento de las maldades de este mundo, no una denuncia de las mismas.
Es por ello que Últimas oraciones se aparece como un bello mecanismo lírico destinado a ser también algo así como una teodicea invertida. Como se sabe, la teodicea es uno de los más admirables pero a la vez más vanos intentos por demostrar la existencia de Dios. Su paladín fue Leibniz (filósofo brillante, por cierto), quien se propuso «defender» racionalmente la existencia de Dios de uno de los argumentos más devastadores de cuantos existen: la existencia del mal en el mundo.
A Epicuro se le atribuyen las raíces de lo que es la formulación del argumento del mal. Dice más o menos que si el mal existe en el mundo, o bien Dios no puede combatir el mal (con lo cual es impotente y por tanto no puede ser considerado Dios), o bien Dios no quiere combatirlo, y por tanto Dios no es bueno y tampoco podría ser considerado como Dios. O, al fin: que Dios no existe y por ello el mal es posible.
Leibniz (y muchos epígonos luego) quisieron demostrar, palabras más, palabras menos, que el mal no existía, que lo que veíamos como mal en el mundo era sólo relativo y cuestión de perspectivas. Que, al final de cuentas, todo es por una razón mayor que sólo Dios se guarda en su plan maestro.
Y si Últimas oraciones es una teodicea invertida lo es porque, contra Leibniz, nos muestra que el mal sí está aquí, y somos espectadores del mismo a cada rato: mirando la televisión, viendo el hambre y la miseria cotidianas, observándonos a nosotros mismos rezar.
Por supuesto, ante eso, los versos son cínicos, ásperos, desencantados. Hay hartazgo, pero ese hartazgo acaba convertido no en fastidio, sino en materia para la poesía. La queja callada, aunque dicha en la voz baja de estos poemas en los que habla una voz que parece la de una humanidad sometida a su existencia, dice «si la maldad es lo único que brota de nuestro pecho / qué oportunidad tenemos / qué culpa tenemos nosotros».
El hartazgo ante la negación del mal se traduce, entonces, en lírica. Los años han permitido esquivar la desesperación, pisar más seguro en la poesía y cantar la desazón. El poeta entiende que está blindado de estoicismo: ya puso una mejilla, como le enseñaron. Y la otra, como le enseñaron. Pero sigue vivo. Cierto: «nadie tiene tres mejillas».
Últimas oraciones no es un libro cómodo. No es un libro terso. Es un libro sombrío y desafiante. Un libro que nos habla mirándonos a los ojos. Por una sencilla razón: nosotros hemos visto al mal con nuestros propios ojos. Porque tenemos ojos, porque sí existimos, podemos entenderlo.
* * *
Poemas de Últimas oraciones
de Dionisio Salas Astorga
y semejanza
nos amamantaste con tus manos
te arrodillaste
en el barro jugaste a hacer el pan
de nuestros cuerpos
cómo puede ser que seamos peor
que una fábrica de papel ahora
peor que los que hacen las leyes a media noche para decirlas por la mañana
frente a las cámaras de televisión
que los que se casan frente al satélite y se arrodillan
temiendo la mirada de las cámaras
peor que los que matan a sus hijos
sin un fin último
(no entendemos)
si somos una caja de Pandora
un pozo de veneno
si la maldad es lo único que brota
de nuestro pecho
qué oportunidad tenemos
qué culpa tenemos nosotros
*
alabado sea el clonazepam
que nos mantiene dormidos
alabado sea el escitalopram
que nos mantiene despiertos
alabados sean los diarios / las radios / la televisión
que demuestran a cada minuto
que tenemos razón en tomarlos
alabados sean los farmacéuticos
que atienden las 24 horas
en el cielo en la tierra en todo lugar
*
ya pusimos la otra mejilla
como nos enseñaste
no sabemos qué más quieren
no hemos olvidado que has muerto
por todos
en la cruz
pero nosotros seguimos vivos
esperando que dejen de clavar
o vuelvas
escúchanos
necesitamos un milagro
ahora sí que es en serio
necesitamos un milagro
nadie tiene tres mejillas
1 comentarios:
Gracias Fernando por tu análisis de este libro. Coincido plenamente con él y creo que su destino -como el de todos los libros- es incierto y estará poblado de fantasmas. De todas formas, no espero otra cosa que el olvido y el desprecio de las mayorías. Es conocer la historia. Un abrazo.
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