Elegía Joseph Cornell, de María Negroni (2013).
Por Fernando G. Toledo
En su larga estancia en Nueva York, la poeta María Negroni (Rosario, 1951) dio, azarosamente, con la obra de Joseph Cornell. Artista marginal, amigo de otros grandes –Duchamp, entre ellos–, cineasta sui generis y coleccionista apasionado, Cornell y su estética fascinaron tanto a la autora de Cantar la nada que ella decidió sumergirse en su obra, tan dispersa como, en cierto modo, desconocida.
Elegía Joseph Cornell es la respuesta a esa fascinación. Aquí María Negroni traza un retrato disgregado y caótico de este director de cine a partir de la visión de cierta escena de una de sus películas paradigmáticas: Children’s party.
En ese cortometraje de fines de los años ’30 Cornell, después de mostrar una especie de fábrica con mecanismos extraños, hace aparecer la imagen etérea de una niña (que «habría dejado insomne a Lewis Carroll»), desnuda y montada en un pequeño corcel blanco, como una especie de Lady Godiva eximida del tiempo pero atrapada por la inocencia.
Si Cornell construía así sus perturbadoras películas (recolectando metros y metros de filmaciones abandonadas para luego dar a luz, por la vía del ensamblaje, una nueva obra), Negroni avanza en esta elegía combinando prosas líricas, fragmentos en los que se compone una biografía, ensayos en miniatura, citas y hasta la transcripción del inventario con un grupo de libros de la biblioteca del artista.
Es cierto: al principio nos sentimos sumergidos en un laberinto. Sin embargo, de a poco Negroni consigue llevarnos al centro de ese planeta llamado Cornell para mostrarnos que la sustancia que exhalaba en sus obras plásticas, en sus extrañas cajas, en sus películas y también en su vida marginal (marcada por la soledad y el cuidado de un hermano enfermo), esa sustancia, en suma, era puramente poética. Por eso la poesía, la de Negroni, aunque aparezca velada por el disfraz de otras formas, brota también y se alza como el instrumento perfecto para cantar esta elegía.
* * *
Dos textos de
Elegía Joseph Cornell
de María Negroni
La nena que pasa desnuda en el corcel blanco habría dejado insomne a Lewis Carroll. Atrás, titila un castillo de cuento de hadas. Todo comparte la misma gracia: la luna que mira a un costado, la medianoche en su fiesta, el yo y su desfile de sombras. La niña baja los ojos, busca con vehemencia el pozo de lo invisible. Cuando llegue al castillo, abrirá la puerta un corcel blanco.
*
Esa noche, como todas las noches, la niña soñó que había nacido huérfana y que esa condición –si así puede llamársele– la empujaba a un mundo adentro del mundo que se parecía a un hermoso circo, lleno de domadores de tigres, contorsionistas, lanzadores de fuego. A ella le había tocado la Muerte-en-Vida. Su número consistía en balancearse sobre una cuerda pero ella se enredaba en el pelo e indefectiblemente daba un salto mortal a lo imposible. La caída se repetía tres veces, sin motivo aparente y, lo que es peor, sin destinatario. El amor es un arte antiguo, imposible, feroz.
0 comentarios:
Publicar un comentario