Resonancias, de
Facundo López. Editorial En Boca Cerrada, Mendoza, 2013, 40 págs.
por Hernán Schillagi
La poesía es desafío, pero
¿son desafiantes los poetas en la actualidad? Es decir, la lectura de poemas
propone (e impone, por qué no) una visión oblicua, una musicalidad
desacostumbrada y una disposición del discurso que rompe con la prosa de la
realidad de todos los días. Si bien no existen muchos lectores dispuestos a
«entrar» en la poesía, el género está asimilado. Sin embargo, esa «asimilación»
de la sociedad es como la que hacían los Borg, esos personajes de la Nueva
Generación de Star Trek que tomaban, automáticamente y por la fuerza, toda la
información y vida de culturas diferentes, pero para hacerlas desaparecer adentro
de un «colectivo» sin identidad propia. Así, Resonancias, del mendocino Facundo López (Las Heras, 1977), aparece
como un libro bellamente editado, con formato de mínimo folleto apaisado (un «no libro», entonces),
con poemas brevísimos que prescinden del verso tradicional (¿una prosa
interrumpida?) y con una dedicatoria llena de pólvora que nos hace levantar la
mirada mecánica: «a los que no leen poesía».
Resonancias, por tanto, abre un desafío luego de Mariposa sobre las cenizas (Libros de
Piedra Infinita, 2006), donde López toma al género poético por primera vez para
descubrirse las cicatrices en el aire de las palabras y bajar así «a pedradas
la luna»; pero sobre todo en el notable El
monstruo (Libros de Piedra Infinita, 2012) aparece la poesía como una zona
dinamitada. Allí el desborde contenido en versos es el material desechable con
el que trabaja para dar cuenta de una historia poco probable de ser narrada: un
sujeto civil, padre de familia, trabajador ejemplar en quien se agita lo
deforme y lo espantosamente cotidiano. Facundo planta bandera desde el
comienzo: «Olviden lo bello, no sé qué cosa sea eso, quizás otro monstruo
inexplicable, como la poesía y la música».
Entonces, en este tercer libro de 2013 editado por el flamante sello En Boca Cerrada, a sabiendas de una
tarea imposible, la voz que canta (¿o nada más habla?) le hace frente al lector
esquivo para «explicarle» un proceso creativo fatuo: «Esta es la prueba de una
línea como si fuera un poema corto». Fin del primer «poema». Abismo blanco en
la página ante los ojos incautos del que lee.
De este modo, el libro
continúa: son pruebas de contacto, textos de un ensayo mayor en el que el yo
poético visualiza sin piedad que la humanidad se niega a la poesía, ya que, en
su discurso, no justifica ni al que la escribe ni a su lector. El poema, en sus
vanos intentos, forma un dibujo irracional o sin sentido, que no es lo mismo:
«Escribo en la pared como de niño solía. Despierto y vuelvo a los zapatos y el
café. Escribo oculto de mí mismo». Así lo cotidiano apresa a la escritura,
aunque escribir no deja de ser una posibilidad de ir un poco más allá. Además,
las pruebas son evidentes en cuanto a lo formal: hay una puntuación que
reemplaza el corte de verso o el encabalgamiento que, también, refleja una
respiración diferente; ya que cada «resonancia» es el resultado de una
frecuencia reforzada. Frecuencia acústica y hasta quizá taquigráfica, porque
cada segmento tantea una hazaña casi sorda, capturar el mar del lenguaje en un
poema: «Todo lo que llevo puesto. Todo lo que traigo escrito. Es prestado».
El libro, por lo tanto,
más que presentar dos capítulos está virtuosamente partido en dos: la primera
parte, un «work in progress» abierto, como un borrador que se rebela y se
revela para lograr su constitución en poema, a pesar de su propio autor: «Este
tampoco es un verdadero poema». La segunda parte, salta al vacío, pues el que
escribe ha reconocido anteriormente su derrota, pero igual ofrece su humilde
pero intensa faena. Por eso, la confianza con el lector es a «ojos cerrados» y
va creando una zona de tolerancia. Aquí, Facundo López se suelta con imágenes y
metáforas de mayor carga. Aunque, luego de usar el voseo al comienzo, elige
contradictoriamente el remanido «tú poético», existe también una fuerte
apelación al otro, reconoce que el poeta poco puede hacer por él, critica con
sutileza al poema sensiblero y melancólico, a la belleza órfica e ineficaz y a
los poetas que escriben «largas listas» en vano, solo para endulzar el ego:
«hoy amor no es caricia», asesta sin medias tintas.
Finalmente, el
experimento poético llega a su clímax: el que habla se reconoce en lo material
en vez de lo visionario. No hay una misión que lo trascienda. Así y todo le
pide al lector que se acerque desde la sinceridad: «Sólo conozco mis manos», le
confiesa. Para llegar a un resultado tan sonoro como gráfico de una búsqueda
sin contemplaciones, los registros en papel (y voz) de un cimbronazo que nadie
advirtió, pero que dejó huellas reconocibles. Porque el desafío es advertir que
el poema verdadero está afuera y no en las palabras. Ahora, solo le queda al
lector furtivo bucear por su cuenta y no quedarse cómodamente sentado.
Algunos
poemas de Resonancias,
de
Facundo López
Esta es la prueba de una
línea como si fuera un poema corto.
*
Seguís en esto. Deberías
perder las ganas. No vas a encontrar una sola palabra que te justifique ni que
lo haga conmigo. Ni vos ni yo. Demasiado humanos.
Ni vos ni yo.
*
Los muertos hablan un
idioma ajeno a la razón. Sus voces se acercan a lo lejano.
*
Cada poema es una prueba.
Cierro los ojos y salto. El vacío no puede ser peor que esto de saber que busco
la forma del mar en un pequeño papel.
*
Tomaste mi mano. Mis
labios. Caminaste mi orilla. Todo lo escrito. Pequeña. No puede explicarte.
*
Rezo con las tripas. Roto
el pecho y la cabeza. Mientras largas listas endulzan el ego de los enanos.
Busco en el moho de las hojas. En la sangre. En la paciencia de la roca que
espera. Sabe quién es y lo que escucha.
*
Dame tu mano. No sé decir
cuándo te enciendes. Deja el resto. Tal vez esto sea todo lo que vine a hacer
por ti.
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