Cómo escribí las «vidas
breves»
por Fabián Soberón
(Especial para El
Desaguadero)
Siempre
me impacta lo que opina alguien desde afuera. Nadie conoce el proceso de
escritura de mis poemas o de mis relatos hasta que tengo la oportunidad, como
ahora, de hablar de ese proceso.
Una de mis estrategias al
escribir los poemas (o relatos, según cómo se los lea) incluidos en Vidas
breves fue trabajar con el registro del presente histórico. Todas las vidas
breves están escritas en presente. Bien: ese artificio (estoy refiriéndome a
hechos del pasado y debería usar un tiempo pasado) se llama «presente histórico». El presente
histórico da una sensación curiosa y compleja: remite al pasado pero con la
ilusión de que está más cerca. También produce la sensación de que ocurre
ahora, o mejor, de que está ocurriendo. Además, en las Vidas breves, tomo
momentos que me parecen cruciales. Tomo momentos de la vida de las personas que
fueron definitorias. Es decir: narro momentos que –siguiendo a Borges– le
ayudan a definirse, a saber quiénes son. En ese sentido, trabajo con la
cuestión de la identidad. Ese momento crucial –o que yo creo que es crucial– es
fundamental porque de alguna forma le ayuda a definir su identidad, su yo.
Creo que estos recursos (uso del
presente histórico y referencia a momentos cruciales ligados con la identidad)
se potencian cuando están trabajados desde la idea de escena. Es decir, yo
ubico y redefino narrativamente ese momento crucial a través de la idea de
escena. Y entonces, los momentos se ubican en un espacio y en un tiempo
definidos, casi como en el teatro o en el cine. Por eso, creo, muchas personas
me dicen que las vidas breves les brindan imágenes cinematográficas. El poema o
el relato están estructurados desde la idea de escena y adquiere, creo, la
potencia narrativa del cine.
Algunos poemas del libro, están
redactados bajo la idea prodigiosa (para mí) del poema conjetural. Esta idea
fue promulgada por Kipling en lengua inglesa y fue Borges el que la difundió en
nuestra lengua española. Los poemas redactados en primera persona promueven una
persona falsa, una ficción. La primera persona desde la que se construye el
poema es una pura ficción, una conjetura, ya que ahí habla o piensa alguien que
no soy yo. Es el yo de alguien que ha dejado de existir. Ese yo lírico es una
ficción, una creación decidida. De modo que en estos poemas se cruzan el uso
del presente histórico, la apropiación de la idea de escena y la ficción del yo
conjetural.
Debo decir, también, que los
comentarios de los lectores me ayudan a pensar mis poemas y cuentos y me
alientan a seguir escribiendo. Para ser escritor hay que escribir mucho y leer
mucho. Pero también, y sobre todo, hay que conseguir un lector, alguien que
tenga oficio de lector. El oficio de lector es simétrico al oficio de escritor.
No se puede escribir sin escuchar las opiniones de un lector. Un crítico no es
otra cosa que un lector entrenado, alguien que lee con placer e inteligencia.
Un crítico es un lector más civil, como dice Borges. En ese sentido, no se
puede escribir sin la ayuda atenta de un crítico. Y si no, piensen qué hubiera
sido Kafka sin su amigo y lector Max Brod.
Por qué escribo
La escritura es inseparable de la
lectura. Escribo mientras leo y cuanto leo lo escudriño para reescribirlo.
Alguna vez tuve una moto y corrí como
un loco y sentí el abrazo desangelado del viento zumbando en mis oídos. Escalé
el glaciar Perito Moreno, navegué por las olas turquesas del sur; deambulé,
fascinado, por la cárcel de Ushuaia contemplando los patios vacíos de los maniáticos
y de los asesinos. Todo, o casi todo, lo hice para después escribirlo.
La escritura es una de las razones que le da sentido a mi vida. Por eso creo que la escritura no es poca cosa. Y la vida tampoco. Anotó Abelardo Castillo en un ensayo: «Roberto Arlt escribió para aprender a vivir feliz». Yo vivo para aprender a escribir.
La escritura es una de las razones que le da sentido a mi vida. Por eso creo que la escritura no es poca cosa. Y la vida tampoco. Anotó Abelardo Castillo en un ensayo: «Roberto Arlt escribió para aprender a vivir feliz». Yo vivo para aprender a escribir.
Hace 22 años, dicté, en voz alta, mis
primeros textos en un cuarto húmedo de un pueblo de Tucumán. Mi querida tía
Amalia, devota de Edgar Poe y de la conversación voluntariosa y amable, anotaba
mis oraciones en una máquina de escribir Olivetti. Eran los guiones para un
programa de radio. Todavía escucho el repiqueteo metálico de las teclas y las
gruesas gotas de lluvia en el techo de zinc. Las ideas copiadas en el papel se
convertían en la voz grave del locutor y después se perdían en el aire
infinito. Nadie recuerda hoy esos programas de radio. Las ondas se esfumaron en
el vacío como los cuerpos se pudren, irreversiblemente, bajo la tierra. A veces
pienso que lo que escribo está destinado, como las diáfanas ondas radiofónicas
y como casi todo, a perderse en el océano arrollador del olvido.
El filósofo Emil Cioran no deseaba la
inmortalidad sino haber vivido en el pasado romano. Yo anhelo que al menos una
línea de mis cuentos y novelas no sea olvidada del todo. Mi escritura es, de
alguna forma, una lucha empecinada y vana contra el olvido.
***
Pudo oír
en las difíciles sombras
de los días
la voluntad del mundo:
la música.
Tal vez
sólo escribió lo que vio.
Después de las cenizas
repite su doctrina:
la materia del tiempo
sobrevive.
El frágil
anciano de Alemania
ha dejado rodar
sus melodías
entre los hombres.
Suficiente.
(Extraído de Vidas breves. Buenos Aires, Ediciones Simurg, 2007)
3 comentarios:
Muy bueno lo tuyo. Deseo que son el tiempo escribas para estar vivo. Con cariño. Elides
Hola Elides. Muchas gracias por leer y gracias por el comentario. Un saludo cordial. Fabián
Interesante texto, pero me impresiona más el proceso por el que llegas a él. En buena medida es lo que nunca se sabe de los textos , sean poéticos o narrativos o explicativos.
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