por Griselda García
(Especial para El Desaguadero)
La reina tuerta
Hasta un ciego con memoria del tacto
podría servirme,
lo guiaría el olor de la sal, la tibieza,
la humedad silenciosa.
Detrás de él vendrían cientos,
aceite en el cabello,
olor acre de la orina.
Yo sólo tendría que yacer inmóvil,
palmear alguna espalda, quizás.
Lo mejor es lo que más tarde llega,
una noche, sin ser esperado,
delicado como un ladrón,
mil veces más silencioso.
¿Soy aquella niñita de pollera al viento
bailando entre altos pastizales?
de La ruta de las arañas. Ediciones Del Dock. Buenos Aires.
2005.
Este
poema forma parte de La ruta de las arañas, libro reseñado por tres poetas que
ya murieron: Jorge Orozco, Javier Adúriz, Jorge Santiago Perednik. Aprendí
mucho de ellos en el breve tiempo en que nos frecuentamos -a veces se nace muy
tarde o muy temprano-, y la mayor parte de las cosas que dijeron las entendí
años después. Fueron ayudas, como el rebencazo en las paletas en Don Segundo
Sombra o el golpe en el punto de encaje de Don Juan. Cuando se presenta un
libro -llamamos a otro escritor para que hable de él, le imponemos su lectura-,
por lo general es difícil escuchar realmente lo que dice. Uno está en estado de
trance; la soledad se le pobló de amigos. Le vuelven interpretaciones, intervenciones,
de todas partes y la química del cuerpo cambia, como en un examen o ante novio
nuevo.
Creo
que explicar un poema es arruinarlo. Como revelar el truco. Pero no hay truco.
Es lo que es. Por lo general los versos son una cifra a descifrar. Pero para
eso se necesita tiempo, un bien de lujo. Arruinemos, empezando por el final: la
niñita soy yo en una foto donde aparezco no con pollera sino con malla infantil
a rayitas rojas y blancas entre pastos de Ezeiza. Íbamos de picnic con mis
abuelos en el Fiat 600. Mi
abuelo juntaba bosta de caballos en bolsas de arpillera. Decía que eran buen
abono para los almácigos. La poesía que me interesa leer está hecha de un modo
similar, como plantas que hay que regar y cuidar.
Escena
que abre el texto: una monarca en un gang bang imperial. Silencio. El silencio
es tan preciso. Cura. ¿Para qué le sirven esos cientos de seres, oleosos y
fragantes?, eso me pregunto, y: ¿cómo perdió el ojo? Se pregunta lo que se
sabe. Es obvio que ya no es aquella niñita. Y si no se espera ¿cómo saber si lo
que llega es lo mejor? No sé. Algunos dicen que se escribe para intentar
responder. Pero por cada pregunta que se responden, aparecen otras, nuevas. En
eso estamos.
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