lunes, 11 de julio de 2011

Una campaña del desierto




Libro del desierto, Omar Ochi. Ediciones Culturales de Mendoza, 2011. 84 pág.


por Hernán Schillagi


Los premios literarios, más allá de la vanidad y el esnobismo, justifican su existencia entre los escritores solo cuando posibilitan el conocimiento de la obra de un poeta que -de otro modo- le hubiese llevado mucho tiempo llegar a los lectores y cobrar visibilidad. Omar Ochi (Mendoza, 1988) resultó el ganador de la edición 2010 del Gran Premio Vendimia con el poemario Libro del desierto. Digámoslo, obtener el primer puesto en un certamen de poesía no se encuentra en los intereses que desvelan a los jóvenes de i-pod en mano, y mucho menos provoca una «mejora» en la escritura de nadie. Sin embargo es al menos auspicioso que un estudiante de la carrera de Letras se anime -entre el fárrago de voces medianeras- a levantar la mano empuñando la palabra poética.


Piedra y camino

La propuesta de Ochi en su Libro del desierto se hace explícita desde el primer poema: romper con el pasado, tanto literario como íntimo, para plantear el tránsito hacia el desierto, es decir, hacia una metáfora de lo desconocido. Rápidamente descubre en dónde se encuentra. Sabe que el camino de la poesía paisajista y sentimental ya está agotado. Como un doctor Jekyll hastiado de lo remanido y acomodaticio separa su cuerpo de lo anterior y se lanza esta vez a buscar el cuerpo informe y malhadado del poeta: «hoy, abriendo el cofre del pensamiento/ y desenvainando la palabra,/ encuentro mi laberinto de arena…»

El poeta, entonces, debe dinamitar sus habilidades aprendidas para lograr descubrirse. Toda búsqueda en lo conocido se vuelve inútil. Únicamente a través de la reflexión, la voz se abre paso y avanza. Es así cómo la arena se le presentará como un símbolo del lenguaje infinito o, al menos, como algo inabarcable. Hay una dificultad, es cierto, la de ser una unidad luego de la separación. «Repaso el día en que te desprendiste de mí…», dice en uno de los primeros textos; para rematar luego: «Partirme en dos canciones/ y volverte a perder».


Todos tus desiertos

El libro también apuesta a un viaje con tres paradas obligadas. La primera, como hemos visto, la «Separación». La segunda, ahora, es un adentrarse en el desierto con los escasos fragmentos que han quedado en las alforjas. Si en la primera parte, los poemas tienen título e intentan dar nombre a cada paso; en «Espejismos» hay una serie de 14 textos numerados como un inventario improbable de lo visto entre la arena y el sol. La esquiva unidad la da el espacio: un desierto silente, inhóspito, alucinado. Es por eso que la reflexión aquí atiza sin miramientos. El dolor se hace presente entre tanta ausencia y de algún modo habla: «una traición sin sospechas/ es tan real como la ilusión». Los hallazgos se vuelven cada vez más temerarios: «pero oímos/ que la muerte es la primera nota del silencio». La voz se desdobla en su soledad, comienza un enfrentamiento vital y se indaga como si fuera otro: «y encuentra un hombre/ que huye del hombre/ que lleva adentro». Entonces, el poeta se encuentra en el oxímoron, en todos los opuestos que desafían la lógica, pero que van produciendo palabras y zonas extranjeras:


aunque lo tenía todo
el halcón se despojó de sus alturas
bajó al desierto
y murió
infinitamente vivo

(Espejismos, XIV)



El libro de arena

La última y anhelada parada, por lo tanto, es la «Poesía». La innumerable arena (¿el tiempo?) sigue siendo el motivo, la base de despegue; sin embargo el poeta encuentra las palabras a través de un «pacto secreto» con el desierto. En esta parte, si bien la tensión que hemos venido palpitando decae y se dispersa, también es cierto que Ochi nos ofrece las piedras ocultas de lo no transitado. Una veintena de poemas sobre la belleza, la escritura, la eternidad, la materia poética en sí; aunque sin la solemnidad que ya estarán suponiendo algunos «bardos culposos» de la actualidad que piensan que, sin ironía y humor, la poesía deviene altisonante y engreída. Ochi, por el contrario, hace una defensa de la poesía, de su acto de escribir a través del tono bajo - sin énfasis- de los que tienen certezas, con vocablos precisos que condensan un eje verterbrador, con el escandido firme y trabajado de una música hipnótica: «Escribo esto que no es mío,/ sino de las manos de un verso/ y mis pedazos». Cuando el silencio dice, el desierto termina.

Omar Ochi con su Libro del desierto nos provoca, de algún modo, a realizar otros viajes de búsqueda poética y humana por algunas obras escritas en Mendoza como Segundo Diluvio de Fernando Lorenzo o, más cerca en el tiempo, La iluminada de Raúl Silanes. Distancias, seguro que las hay y de todo tipo; sin embargo como exige Rodolfo Alonso: «La devoción por la poesía, en la poesía, […] implica aún, mal que les pese a tanto profeta posmoderno, a la vez exigencia y entrega, precisión e infinitud, solvencia e instinto, cerebro y oído…» Quizá por eso, un poeta no merezca un premio; sino que los premios son los que se merecen a la poesía.


Algunos poemas de Omar Ochi



Repaso

Ya ves, ninguno ganó.
Perdimos la historia, las manos, la piel
por tirar nuestras cartas y jugar a llovernos.

Repaso el día en que te desprendiste de mí,
el maldito día, la bendita lluvia
escrita para siempre en el texto de las lágrimas.

Luego te pierdo en la arena,
sangrando tus voces, llorando así:
con la verdad que se sufre en los ojos del tiempo,
en el latido innumerable,
en el final y al revés.

Pues sucede que para volver a hallarte
debo hallarme mil veces,
partirme en dos canciones
y volverme a perder…

*

I

en las dunas
el hombre estaba solo

sólo acompañado
de sus piedras invisibles
sus dudas
y un pueblo de fantasmas
solos

entonces de su costilla
salió un poema

*

Mientras alguien callaba

Reíste cuando algo desentonó
cuando alguien perdió su pájaro y nevaba en otra parte.

Cantaste, dijiste una música;
vengaste el silencio, su crueldad, sus sonidos:
y le diste al amor tu nota más alta.

Reíste, lanzaste luz por la boca
mientras alguien, en el invierno de una rosa,
y en alguna otra parte, callaba.

4 comentarios:

Fernando G. Toledo dijo...

No sólo me alegra sino también me entusiasma saber (y comprobar con estos botones de muestra) que hay buena poesía escribiéndose, que sigue escribiéndose, y que esa poesía no desdeña la novedad acaso, aunque sí por suerte desdeña el esnobismo y la pose maldita que a veces esconde incapacidad sintática y lecturas.

Hernán Schillagi dijo...

Fernando: los premios Vendimia en poesía han sido bastante variados, por suerte. El arco que se tensa desde "Estudio voyeur" de Patricia Rodón hasta el mismo "Libro del desierto" de Ochi es bastante interesante, aunque no representa toda la primera década de este siglo de lo escrito en Mendoza.

No quiero ser injusto, pero un poeta no se mide por un premio ni "mejora". Recuerdo reseñas críticas que terminaban así: "Por eso este libro mereció el premio Vendima). Cuánta superficialidad y exitismo. Tampoco todo lo contrario. Es decir, que los poetas que se consideran "marginales", no pueden pensar (y decir) que el ganador de un premio hace poesía conservadora y le hace el juego al poder.

La poesía se desentiende del esnobismo y la mezquindad.

Celebro, también, esta públicación y estos poemas de Omar.

Fernando G. Toledo dijo...

Hernán: Suscribo completamente tu observación acerca tanto del paisaje que se forma al recorrer los premios Vendimia como la futilidad de considerar a los premios, cualquieras sean (aun el Nobel) como termómetro de la calidez (o sea, calidad) poética. Ciertamente, hay grandes libros entre los publicados. Excluyo de estos últimos el de Acosta (que me pareció escolar), el de Piccolo (no está tan mal, sólo que me resultó un libro de poemas de alguien que no es poeta y por eso abundan los juegos de palabras y los chistes) y el de Zarzur (que simplemente es muy malo). De entre los demás hay un muy buen nivel general, más allá de los gustos estilísticos. Obvio, quito de toda mención mi propio libro, pues de él no debe hablar su autor.

P.D.: En el primer comentario, donde dice "esconde incapacidad sintática y lecturas" debe decir "esconde incapacidad sintáctica y lecturas".

Hernán Schillagi dijo...

Fernando: muy interesante que des nombres. Creo que estaría bueno hacer un recorrido por esta década de "Vendimias". Sobre todo, también, sin olvidar a los que estuvieron cerca, es decir, las primeras menciones: Mercedes Gobbi, Gladys Guerrero o Bettina Ballarini. Pudimos leer solo fragmentos de sus libros (o nada) y nos quedamos con ganas de que se editaran luego.

Otro "temita" espinoso es el de los jurados. Ampliamente debatido en su momento, y lo único que conseguimos es que haya un representante de la SADE local, cuya pericia en el género poético deja bastante que desear. Lo digo a pesar del buen libro de Omar Ochi. Sabemos, por voz de Daniel Israel, que la edición del 2009 tuvo irregularidades y que solo votaron dos jurados (con el ocultamiento de Cultura de todo esto).

Así y todo, importa mucho más lo escrito que las miserias y vicisitudes del premio.

Sueño conque haya otras alternativas. Más premios de relevancia que apuntalen la difícil tarea de publicar.