miércoles, 28 de abril de 2010

Historia del poema Puentes de Alicia Genovese




Cómo escribí Puentes








por Alicia Genovese
(Especial para El Desaguadero)

Puentes es un poema largo que se convirtió en libro. Reconocer que era un libro me llevó todo el camino de tránsito por su escritura, un tiempo que me hizo volver a cruzar introspectivamente ciertas vivencias y a reconocerme en ellas, un tiempo de búsqueda formal para darle espacio a su poderosa insistencia. Este poema, y creo que por eso lo elijo, ha sido el que más dificultades me impuso, el que más preguntas me trajo, en buena medida por su caudal de escritura, que me iba llevando por desvíos y accesos impensados, y me iba abriendo zonas que yo reconocía conectadas, pero que lo volvían poco manejable. Era un poema descontrolado aunque lograba sostenerse en un único tono, ese tono de monólogo que me resulta todavía hoy tan cercano. Cada escena que recorría por la vía de un puente, y que intuía iba a sumarse y a ser absorbida en el agua del poema, me devolvía a su inicio, a la imagen icónica y reflexiva del puente. «Puentes» parecía una masa inagotable, como si se reservase siempre algo más, que la escritura, o cada intento fragmentario de escritura, no terminaba de desmadejar.

Puentes empezó con una anotación en un momento clave de mi vida. Volvía de Estados Unidos donde había vivido cinco años y desde donde había decidido retornar, sin tener demasiado claras las razones. Sin embargo, aquí estaba de regreso, con una panza enorme, a poco de parir. Mi infancia y mi adolescencia las viví en la zona sur de Buenos Aires, en Lomas de Zamora, en Llavallol, hice la secundaria en Bánfield. El cruce de los puentes para llegar desde el conurbano a la Capital Federal fue algo habitual desde mi infancia, pero no tan cotidiano como para que perdiese su aura de acontecimiento cada vez que ocurría. Puente Alsina, fue el primero, para ir a la casa de mi abuela materna en Pompeya, Puente Vélez Sarsfield después, por donde mi papá me llevaba a veces, al taller en el que trabajaba. Puente Pueyrredón, ya más grande, cuando conocí el Centro de Buenos Aires. El cruce de los puentes durante años había sido una divisoria, entre el lugar propio y el menos conocido, como si después del puente estuviera el mundo, un mundo que todavía no había recorrido y que me parecía fascinante. Su paisaje era lo que siempre había visto, pero al cruzarlo después de tanto tiempo de haber vivido en otros paisajes y en otra cultura, más ordenada, más prolija, significó una experiencia nueva. Fue una especie de fogonazo, de atardecer repentino que me hizo reconocerme atada a un lugar como no sabía que lo estaba. Cruzar otra vez uno de esos puentes, ver el Riachuelo con su agua pesada y brillosa al ras del sol, tomar por la avenida Pavón hacia el sur para ir a la casa de mis padres, era como entender sin poder explicarlo por qué estaba allí. Por qué desaparecía y se aclaraba esa molestia que me había acompañado (aunque intentara ignorarla) durante los años afuera. Una molestia que tenía relación con sentirme extranjera, con la inquietud que me generaba viviendo fuera de Argentina, pensar que, por más atención que pusiera en lo que me rodeaba, no comprendía del todo los códigos de ese otro lugar y de esa otra cultura, que algo siempre se me estaba escapando.

Puentes fue primero una imagen que anoté en una libreta y no pude seguir. La retomé mucho después cuando escribí toda la primera parte del poema que se produjo de un tirón y fue decisiva para el tono del poema. Pensé entonces que iba a ser eso solo, un poema medio largón que no podía relacionar con otros poemas que venía escribiendo, más líricos digamos, menos narrativos, y que luego formaron parte de El borde es un río. Pero Puentes siguió haciendo sus propias conexiones que me llevaban a seguir escribiendo y seguía así, planteándome obstáculos: ¿Lo cortaba en poemas breves cada uno con un título? ¿Los numeraba como partes de un todo? Hacer eso era bastante fácil y todo quedaba muy organizado, muy armado en pequeñas escenas independientes, cada una con su peso. Pero no me conformaba, el poema perdía fluidez y esa sensación de recurrencia, de eterno retorno que yo vivía con su escritura. Así me fui planteando unir todo el material (que todavía no era todo), usé breves engarces de dos o tres versos que incluían la imagen del puente y que generaban una especie de ritornello, sin la regularidad ni la repetición literal clásica. Otras veces, usé un blanco simple, que conectaba un momento y otro a través de una asociación más o menos libre.

En algún momento del proceso, con mucho escrito me trabé. No podía darle un cierre y tal como estaba, no me convencía. Entonces comencé a sacar fotos. Iba a los lugares que ya había nombrado y a otros que recordaba menos, con una cámara manual, con películas en blanco y negro, con rudimentarios conocimientos de fotografía y tomaba fotos. Cuando revelaba aparecían cosas maravillosas: fantasmas, texturas, sombras. Incorporé las fotos a la escritura, hablé de ellas y el poema se destrabó. Le puse punto final un verano entre los puentecitos del Delta cruzando nuevos ríos y arroyos.


Puentes
(fragmentos)*



Puente Avellaneda, Pueyrredón
Puente Alsina cambiado el nombre
en los mapas,
por el mismo zanjón del Riachuelo
Puente La Noria. Pasajes
al otro lado de la ciudad;

no son postales congeladas
mis idas y vueltas
sino pigmentos tornadizos
como la capa de asfalto
El paso capturado y la mirada
en la misma
agua grasosa que no absorbe
el desecho químico. Amargor
que queda flotando en la superficie
como en el cuerpo
lo inasimilable

Hay un pozo imantador
en este cruce
de puentes suburbanos
que en cada pasada
me desvía
hacia tiempos suspendidos
como hacia un carril
de detención
Petróleo muerto, desgastes
erosión obsesiva
que no ha logrado disolver
cierta hora de niebla temprana
y cielo opaco para llegar
al sitio de los comienzos
Más allá, del otro lado
el viento para en los oídos
y empieza la gravedad, la filigrana
de pequeños actos perecederos
y su trazo enmarañado
Pero aún sobre el puente, suspensa
puedo asir del trayecto
el goce a futuro
de la expectativa,
ese rocío ensoñado que fue
siempre a escondidas, una forma
instantánea de felicidad

***

El puente es el lugar del nómade
la única construcción que se permite
su fuga, su visa
su salvoconducto

De Colorado recuerdo
un pueblito fantasma
abandonado al correrse
la frontera del oro:
mecedoras quietas en los porches
sin peso, sin cuerpos;

carril de detención,
en tu zona de baja velocidad
tu pueblito fantasma,
espacio sobrecargado
y nadie, lugares
de mala combustión
Retardo, retorno
al paisaje ausente,
sustancia que no termina
de entenderse con el agua
ni se deja dócil traspasar

Pasos del Riachuelo,
garganta de agua pesada
que me vuelve
costosamente a mí

***

A la pensión de San Cristóbal fueron
de civil, de casualidad
no estaba y ese mismo día
me mudé, dormí
en casas de amigos
que después fui perdiendo
Alrededor se deshacía
el espacio urbano
en centros y campos inhallables
de detención
Lo poco que nacía
parecía deshecho
en cada esquina, un patrullero

***

Avellaneda, antesala o salida
mugrosa de Constitución por el ramal
ferroviario general Roca
Galpones de chapa de aluminio
y manchas onduladas de óxido
siguiendo en el acanalado
la inclinación de las lluvias
Cementerio de trenes, hierros
amontonados en los carriles secundarios
y el mismo letargo
el mismo súbito entristecimiento
cada vez que se cruza;
preguntas, proyectos
sin conseguir pasaje

Le digo a mi hija
que me gustaba viajar
en los escalones altos del tren
al lado de las puertas,
un día
que la línea electrificada no funciona
y subimos a un adicional
de vagones en ruinas
¿Es a vapor? pregunta
y la locomotora se convierte
en una ilustración de enciclopedia

Herrumbre de vigas inclinadas
cuarenta y cinco grados, remaches
en los puentecitos,
tallas ásperas del ferrocarril
sur. La voz de Manal
en los setenta interrumpiendo
el triste descampado;

algo me anuda
a mí
como una caricia

Alicia Genovese, en Puentes (Libros de Tierra Firme, 2000)

*La obra es un poema de unas 45 páginas y se nos hizo imposible reproducirla por completo, como estaba en el ánimo de la autora y los redactores.

11 comentarios:

Hernán Schillagi dijo...

Alicia: tuve la suerte de leer el libro antes, pero así y todo es hermoso "escucharte" narrar cómo un motivo tan cotidiano, como el de atravesar un puente, te llevó a hacerte un planteo de tu vida, de tu forma pensar y un poco de la realidad de nuestro país en diferentes épocas. Qué importante, parece, es haber vivido en otro lugar para encontrarle la voz al propio. Lo mismo le debe haber pasado al Borges veinteañero que volvió de Europa.

Al mismo tiempo, qué valioso para un lector (y mucho más para los que además escriben) es conocer la cocina de la lucha cuerpo a cuerpo del poeta con las palabras. El modo en que una idea nos abduce casi por completo y deambulamos por la ciudad con la cabeza llena de pájaros (o puentes) hasta que por fin lo podemos plasmar en una hoja. Lo de las fotos me encantó.

Alicia, cuando digo que es un lujo que hayás escrito para la revista, no es sólo por tu trayectoria; sino porque quedan de manifiesto tu generosidad, tu compromiso con la lírica y tu reflexión aguda y experimentada sobre la palabra poética.

Gracias por tenderle un nuevo puente a este río llamado "El Desaguadero".

sergio dijo...

Dos poetas, dos paisajes, dos fotógrafas. Me impresionaron:
a) las coincidencias entre esta bellísima historia de un poema y la de Betina Ballarini;
b) el modo en que un paisaje (el desierto, los puentes de una ciudad), por las razones que fuere, se mete en la cabeza el corazón las vísceras de un poeta y termina (¿empieza?) en poema. Bueh, ya sé, todos lo han hecho pero no deja de sorprender (me).

Escribir, coleccionar, vivir dijo...

Como Hernán, agradezco enormemente a Alicia por compartir su historia. Creo que más allá del relato de creación de un texto, la autora narra su autobiografía en clave de puentes que se tienden desde la infancia, recorren distintas geografías y llegan hasta esa escritora madura que encuentra en el recuerdo y en la fotografía la posibilidad de "contarse". Cruzar esos puentes del conurbano conlleva la posibilidad segura de encontrar del otro lado a la poeta.

Por otro lado, la idea del puente como tópico de escritura es tan atractiva. Tiene mucho de línea de frontera. A la vez, los sitios separados por un puente se constituyen en islas. Para ir de mi pueblo a la ciudad hay que cruzar un viejo puente de ferrocarril hecho de firmes vigas de hierro llenas de remaches. Si alguna profecía asegurará que mi pueblo tiene los días contados, sería el único testigo que quedaría en pie para decir algo. Siempre afirmo que quiero que tiren mis cenizas en mitad de ese puente. Como no soy alguien importante, digamos, "una figura de trayectoria", mi afirmación, lamentablemente, causa gracia: "¿para qué querés complicarle tanto la vida a tus descendientes?", me dicen. Supongo que me toman a la ligera porque me quieren y no soportan que me refiera a mi propia muerte con bastante naturalidad.

Siento muy cercano el método de trabajar la escritura a partir de las imágenes ya que habitualmente lo hago con fotos propias o ajenas. No salgo de mi casa sin la cámara y tengo una infinidad de fotos que por ahí no dirían nada a un observador extraño pero para mí encierran un secreto al que solo puedo acceder -y torpemente- a través de las palabras.

Desde mi ignoto puente ferroviario hasta el mítico puente de Valentín Alsina, envío un abrazo a Alicia.

Cecilia Restiffo dijo...

Alicia: es un placer leer la historia de este libro/poema; en mi opinión lo que más me movilizó en su relato es la duda que surge en cuanto a los cortes o no de un poema de largo aliento, en cuanto a Puentes creo que el ritmo interno se deja sentir con el transcurso de la lectura y acompaña el tránsito del lector.
Por otro lado la imagen que provocó el texto: "los puentes" y la persistencia en esa libreta es una circunstancia que creo tortura muchas veces al escritor, es decir esa intromisión de una idea que nada tiene que ver con lo que estamos escribiendo pero que se conecta con algo profundo que emerge y retorna una y mil veces por las aguas de la palabra.
Es un texto iluminador que nos hace reflexionar sobre el proceso creador y sus inciertas rutas.

Gabi Jimenez dijo...

Hernán, que loca la sección que has puesto abajo de todo "como peces en el desaguadero", creo que estuve dos horas alimentando a los pecesitos.
Que bueno también que finalmente saliera la nota con Alicia, la verdad que desde LAMOLEDORA la extrañamos mucho, casi como a la cerveza en invierno (porque en el frío tomamos ginebra, pero igual no tenemos Alicia en este país).

Hernán Schillagi dijo...

Gabriel: me encanta que te permitás jugar no sólo con los peces muertos de hambre de abajo, sino también con las palabras.

Creo que la invité a participar a Alicia a esta sección con la idea de que la extrañemos un poco menos. Se hizo querer con simpatía, generosidad y una desbordante experiencia. Nos regaló, además, el país de las maravillas que puede ser su poesía.


Un abrazo.

Hernán Schillagi dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Andrelo dijo...

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