«Los poetas me interesan por el humor, el desparpajo, los hallazgos formales»
por Fernando G. Toledo
Juan, su hijo, lo tenía claro desde el principio: «Los homenajes se hacen en vida». Por eso, desde principios de 2009, trazaba sesudamente lo que iba a ser en setiembre el homenaje a su padre. Y lo consiguió: Luis Villalba celebró así, junto a los suyos y otros colegas-artistas, sus «Setenta vueltas alrededor del sol», en una fecha de número sugerente (09-09-09), en el teatro Quintanilla.
Luis Villalba, quien entre muchos calificativos elige considerarse como un «activista del arte», recibió en la sala de plaza Independencia el tributo no sólo de sus hijos Juan, Gonzalo y Ramiro, sino también de artistas como Gladys Ravalle, Mariú Carreras, Jorge Sosa, Daniel Talquenca, Julio Rudman, Roberto Chediack, Susana Dragotta, el grupo de folclore Va de Nuevo y el guitarrista Karim Villalba.
Por ese entonces, a días de tal celebración por sus 70 años, el autor de La muchacha del café accedió a una entrevista en las que repasó algunas de esas tantas vueltas solares.
–Me gustaría ayudar a los lectores y preguntarte cómo te gustaría que te presentara. ¿Con algún adjetivo, como «poeta», «narrador», «cineasta», «activista del arte» o algo así?
–Cualquiera estaría bien si se le agregara un proverbio que alguna vez leí: «El pez que va a favor de la corriente es porque está muerto». Entonces, por eso, podría definirme «activista del arte». El arte, junto con la religión, la ciencia y la filosofía son las barreras ontológicas que hemos levantado para soportar la certeza de la nada. No tengo sentimientos religiosos y mis intereses son amplios en los otros aspectos.
–Si uno se llama «poeta» le preguntan, «¿pero de qué vivís?». ¿De qué ha vivido, subsistido económicamente, Luis Villalba?
–De todo un poco: profesor de guitarra, vendedor de galletitas, empleado público, guionista, docente… Siempre con ganas de encontrarme con los otros de turno. Los otros que me dan sentido, que no son un espejo sino un bello enigma, una pregunta sin respuesta que me ayuda a seguir. He vivido de lo que otros me han dado.
–Mediabas la treintena cuando llegó el golpe de Estado del Proceso. ¿Pensaste en irte del país?
–No. En parte porque era sólo medio conciente de lo que ocurría, a pesar de que me echaron de la Universidad y me pusieron en las listas negras de los medios de difusión. Mis hijos estaban acá y eran chicos. Fue una lotería tenebrosa. Cerca de mí desaparecían compañeros de trabajo, eran chupados delegados del sindicato con los que yo militaba. ¿Por qué a ellos sí y a mí no? No sé. El terror se trata de eso, de la falta de lógica., del capricho asesino, de la cobardía encubierta.
–Un poema tuyo, Conciencia de clase, pareciera un retrato de cierto sector del pueblo de ese entonces. ¿Es así?
–Pertenece al libro La muchacha del café. Es una pregunta que no me puedo contestar sobre la subjetividad desmembrada de un pueblo que se contradice y que a veces pienso que se anula. Decía Sartre: «No siempre somos libres para hacer, pero siempre somos responsables de lo que hacemos». Creo que un sector amplio de nuestro pueblo construye éticas a posteriori, acomodaticias. Sin embargo, también creo que cada momento trae una nueva oportunidad para crecer y muchos lo demuestran en acciones comunitarias.
–¿Has tenido alguna posición política declarada?
–He militado en el Socialismo Auténtico, en el Partido Intransigente, en el Socialismo Popular… y siempre he terminado chocando con la obediencia. No la entiendo, no me gusta. Desde hace un tiempo me acerco a todo aquello que favorece la empatía, la solidaridad, el reconocimiento de los otros, la democracia. Todo lo contrario al capitalismo que siempre es salvaje, siempre es un robo. Y la república en la que vivimos es una fachada bastante poco disimulada de la lucha entre sectores capitalistas, donde la plusvalía persiste aunque quiera negarse. Me preocupa la subjetividad enajenada y trato de resistir desde la cultura.
–Si bien estás festejando tus 70 años, falta poquísimo para que se cumpla medio siglo de la aparición de tu primer libro de poemas, Justificación de la piedra. ¿Qué intereses poéticos te movilizaban hace 50 años para ese libro y cuáles te impulsan ahora?
–La política, el amor, el sentido de la vida, forman parte insoslayable de todos mis libros, en mayor o menor medida. Justificación de la piedra es un nombre que remite al enojo, a la ira frente a las injusticias. Uno de los poemas está dedicado a Patrice Lummumba, el revolucionario africano. Mis intereses básicamente no han cambiado, aunque los expreso en la búsqueda cinematográfica experimental y en la narración literaria.
–¿Hay lecturas, autores, que te hayan acompañado desde entonces hasta ahora?
–En general he ido cambiando de gustos y necesidades. Aunque hay autores a los que vuelvo, que echaron raíces. García Lorca, Miguel Hernández, Olga Orozco, Enrique Molina, en poesía. Cervantes, Voltaire, Asturias, Joyce, Sartre, Simone de Beauvoir, Di Benedetto, Virginia Wolf, en prosa. Y también Galileo, Spinoza, Freud, Bakunin, Marx…
–Tu último libro de poemas data de 1999 y se llamó Hoteles baratos, que salió al poco tiempo de otro libro anterior, La muchacha del café. ¿Estás preparando algún nuevo trabajo?
–Sigo escribiendo poesía pero sin continuidad, hay sonidos nuevos que no termino de plasmar. Mientras tanto, estoy avanzando en una novela satírica que continúa las búsquedas de mi libro de cuentos Los cuerpos, que salió en 2005. También estoy volcando mi experiencia como docente de cine en Pedagogía del cine de autor, donde cuestiono la monoforma hollywodense y su consecuente método de enseñanza. Y en marzo (N. de la R: se ha retrasado la edición) sale un libro de cuentos para niños. Además tengo listo un guión de largometraje, que dirigirá Juan Carlos Araya.
–¿Conocés la poesía que se escribe actualmente en Mendoza? ¿Qué autores te interesan y por qué?
–Conozco poco de los jóvenes, aunque en 2008 estuve como jurado en el Certamen Vendimia de Poesía y leí libros excelentes, y me quedé con ganas de conocer sus nombres… Aprecio los trabajos de Jorge Reynals, Bibiana Poveda, Claudia Bertini… Me interesan por el humor, el desparpajo, los hallazgos formales. Aunque insisto en que estoy desactualizado. Entre los veteranos me sigue sorprendiendo la vitalidad de Carlos Levy, José Luis Menéndez y Julio González, y disfruto de algunos poetas de la generación intermedia, como Andrés Oliver, Luis Ábrego, Rubén Valle y vos mismo, con una subjetividad que oscila entre la exposición y el ocultamiento.
–También has sido jurado del Certamen Vendimia. ¿Qué opinión te merece ese concurso, que pasa por ser el más importante de la provincia?
–Tiene varios problemas: los cambios en la normativa, la discontinuidad tanto en el concurso como en la publicación, y una deficiente distribución. Una lástima, porque en general los trabajos premiados son buenos y merecerían ser mejor conocidos por lectores de ésta y otras latitudes. Pero, bueno, las políticas culturales no existen.
–Hace ya más de una década, al entrevistarte, te quejaste y nos quejábamos de la manera en que se hacía la Fiesta de la Vendimia por entonces. ¿Ha cambiado algo en todo este tiempo?
–Para peor. Los funcionarios no conocen el tema y los artistas cada vez arriesgan menos. Se hace porque está en el calendario turístico, y no hay mucho más que decir.
–¿Qué podés decirme del homenaje que recibiste, sobre todo a instancias de tus hijos, en el Quintanilla? ¿A quiénes les falta un homenaje así que vos tendrás la suerte de presenciar?
–Es algo que me emociona por supuesto y lo recibí con todo cariño. Más que un homenaje lo siento como un regalo de la vida que me ha permitido hacer lo que me gusta y tener tan buenos amigos. Aunque tal vez el mejor homenaje que se le podría rendir a un artista sería el de apoyar sus creaciones y divulgarlas. En Mendoza, un lugar notable por la cantidad y calidad de creadores, persistentes y comprometidos, existe un divorcio con la sociedad y con los gobiernos. ¡Hay tantos que merecen un reconocimiento, un estímulo, un aplauso generoso por todo lo que nos hacen disfrutar!
Poemas de Luis Villalba
Conciencia de clase
Aunque ustedes imaginen la inflación
imaginen la desocupación
imaginen
las perversiones, la censura, los buenos modales
imaginen la templanza, los nihil obstat, las venéreas
el doblez del destape
y las encuestas tan familiares del hogar
el pueblo seguirá haciendo el amor sin discreción ni miramiento
atendiendo sólo a argumentos no muy serios
como los de tener ganas o muchas ganas
lo que demuestra que el pueblo tiene conciencia de clase
y/o
que no tiene ninguna clase de conciencia.
(de La muchacha del café, Libros de Tierra Firme, 1996)
Valparaíso
I
¿Cuál es el tema? se pregunta
mientras mordisquea un cigarro en la playa.
Debe haber un tema, insiste
y guarda el cigarro en el bolsillo de la camisa a cuadros.
Un amor quiero decir un miedo una rabieta
te lleva a otro sucesivamente el árbol se ramifica.
La memoria juega a recordar.
La memoria es un periodista en busca de noticias
otros le encontrarán el título.
La historia se concluye con un pisco a fondo blanco,
con un plácido suspiro y frases al estilo de no lo hice tan mal.
II
Cuando no era el vestidito eran las tías,
el cura en el espejo o las muñecas.
Bajo la sombra fresca de un desván
ella apilaba los dibujos infantiles, les prendía fuego,
el de una mujer sobre todo
que apretaba en las sienes el mundo a punto de estallar.
Acribilladas por los pequeños sonidos del verano
las caricias prefirieron los límites de su cuerpo desnudo.
III
Metió los dedos en el enchufe, en el ventilador,
en la garganta anudó un trozo de carne equina,
le estalló una arteria en la cabeza y el agua de la pileta lo asfixió.
Como epílogo se estrelló contra un monumento de bronce pintado.
El mensaje estuvo claro pero lo ignoró,
hasta el final persistió en su tesis sobre los límites y la transgresión.
IV
Ella volvía, una y otra vez a la playa ella volvía
para vigilar del mundo y de la noche una ola en la oscuridad.
A su izquierda Valparaíso escondía secretos en la carne de los caballos.
Los poetas se escondían en trabajos honrados y otras desgracias.
A la derecha concurrían las dentaduras impecables
sin hilachas en sus almas duras.
Ellos también vigilaban las olas
por aquello de que los cadáveres vuelven siempre al lugar del crimen.
Alguien le dijo
Miss, es una playa privada y usted no puede andar por aquí.
Nadie se atrevió a preguntarle el nombre que estaba escrito en las olas.
V
Entre la luz de arriba y la luz de la mesita de luz
elige la penumbra del ventanal para mirarla.
Con desenfreno le espía dulcemente el sueño,
los globitos que la respiración le forma en las comisuras.
Se aprieta el contorno espeso y la mano
en su oreja nuca espalda cadera humedad
le transmite noticias universales.
VI
Llegar, deslizarse, invadir,
escapar, escurrirse, partir,
correr, deambular, merodear,
andar por ahí, entre el escote y los zapatos.
VII
La adicción trae más inconvenientes que la sanputa.
Todo lo que no se dice
se transforma en detritus radioactivo.
Cuando uno quiere acordar la gastritis no se anda con chiquitas
y al momento siguiente la dentadura se estrella contra el piso.
Por eso, el que dice primero, come dos veces.
VIII
Las mujeres esperan con sus largos vestidos grises
para llorar a los muertos.
IX
No hay cosa más parecida a la muerte
que una mujer pariendo.
X
La buena locura de entonces
la locura cuerda
la locura sana
la locura
cura.
(de Hoteles baratos, editorial Diógenes, 1999)
4 comentarios:
Foto en blanco y negro: gentileza de Juan Villalba.
Foto en color: gentileza de Los Andes.
Fernando:
Para empezar, algo frívolo: hace 50 años (cuando Luis tenía 20) ¿Había menos gravedad? ¡Por el peinado alucinantemente alto! Me encantó.
Por otro lado, cómo se nota en las respuestas cuando un poeta tiene experiencia, lápices gastados de tanto borronear papeles, conocimiento de causa en esta lucha cuerpo a cuerpo con la palabra.
Poetas como él fueron publicados por José Luis Mangieri y su mítica editorial "Libros de Tierra Firme". "La muchacha del café" es un libro hermoso.
Al mismo tiempo cuando "Hoteles baratos" formó parte de la Colección "La Mesita de Luz"; su transitada voz vino como a reafirmar a las jóvenes que conformaban el grupo: Rubén Valle, Patricia Rodón, Carlos Vallejo, vos y otros que de algún modo nos mostraron a los que apenas entrábamos en la veintena que se podía escribir y publicar en Mendoza sin caer en los tópicos recurrentes de la viña y las acequias. Urbanidad, sexo, reflexión de la palabra poética y un lenguaje renovador.
Lo interesante de Luis Villalba y su libro era la propuesta de un libro seriado (programático diría Damián López) donde casi hacía un recorrido vital y meditado de su vida trashumante.
Qué bueno pensar en poetas desde el humor y el desparpajo. Lo malo es que algunos poetas escriben desde el humor y luego no lo tienen personalmente o a la hora de debatir en estas huestes. Pero algo es algo.
Interesante entrevista. Pocos como Villalba pueden sostener en nuestro medio una trayectoria tan larga y productiva. Ateniéndome a sus palabras, sería un "salmón" de la cultura mendocina que ha resistido a cuanto oso oficial ha querido fagocitarlo a lo largo de estos cincuenta años.
Gracias Hernán también por los abundantes datos que das en el comentario anterior para contextualizar a Villalba en la poesía mendocina. Contestándote una inquietud frívola que te atormentaba -como yo, sé que a veces te llenan tanto de curiosidad como las serias- allá, a principios de los sesenta, se usaba a rabiar una pasta azul cristalina llamada Lord Cheseline que era capaz de crear verdaderas "paredes" capilares. Si tu abuelo no lo usaba realmente era un bicho raro.
Paula: gracias por el dato. Perdón, pero mi papá está cerca de los 70 y usaba lord cheseline en su momento. Aunque le he visto fotos donde se dejaba caer el jopo casi como un anticipado flogger. Otra que Violencia Rivas y el pre-punk, ja.
Sería muy interesante que los que tienen los recursos, comenzaran a reeditar a poetas que de algún modo se comprometieron con la poesía, que escribieron sin pensar si agradaban, que publicaron como un grito en medio del desierto. Si no, los que ahora andan por los 20 en Mendoza tendrán todo el derecho de sentir que nadie los precedió y que todo es vendimia.
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