lunes, 23 de noviembre de 2009

Historia del poema Resistencia



(Colaboración especial para El Desaguadero)

Un poema, pienso, empieza a escribirse mucho tiempo antes de llegar a convertirse en palabras. ¿Es de palabras un poema? ¿O es una cierta intensidad, un halo que guarda en sí la calidez del último día de un verano vivido hace muchos años, la aspereza de la textura de la piedra que -de chicos- solíamos llevar apretada en la mano, la frescura de las aguas verdes y doradas de una laguna, cuyo contacto aún nos estremece como si el cuerpo guardara tesoros que salen a la luz en el momento en que algo -una caricia, una presencia, una imagen apenas entrevista- los llama?
«La grandeza del verdadero arte –escribe Proust– consiste en encontrar, volver a captar, hacernos ver aquella realidad lejos de la cual vivimos, de la cual nos apartamos más y más a medida que adquiere más espesor e impermeabilidad el conocimiento convencional con el que la sustituimos, aquella realidad que podríamos morir sin haber conocido, y que es simplemente nuestra vida».

Resistencia es el nombre de mi tierra natal. Siempre pensé que si el modo de ser nombrado determina una posición en la vida, haber nacido en un lugar llamado así no podía resultar inocuo. Y de hecho me dediqué a escribir, que si no hubiera sido un acto de supervivencia, podría también ser pensado como un acto de resistencia. ¿Ante qué? quizás ante los poderes de la fealdad y de la muerte, del dolor y de la estupidez, que siempre están ahí, agazapados en nosotros, porque necesitan, para existir, de toda la fuerza vital de la que carecen por sí mismos.
Resistencia, este poema, nació en las largas horas de las siestas de mi infancia. Para las personas que habitan en las grandes ciudades, la siesta es un momento inexistente. Pero para mí, que nací en una pequeña, es el tiempo más hermoso y más pleno: el tiempo en el que la vida pareciera suspenderse, aletargarse a un punto tal que el mundo, con sus urgencias y sus demandas, se va apagando lentamente. ¿Qué queda entonces? La luz y el silencio. Y cuando digo luz digo: un resplandor crudo, deslumbrante, insoportable, que obliga a guarecerse bajo techo o bajo la fronda de los árboles del jardín. Este poema está hecho de esa materia: el calor y la luz de las siestas de verano vividas a la sombra de un árbol, en el jardín de una casa en la que todos duermen.

«¿Cómo es tu ciudad natal?», me preguntaron muchas veces, «¿es tal como está descripta en tus poemas?». «Resistencia» -debería quizás responder- «no es para mí una ciudad sino mi infancia». Y como dice Bachelard, «toda nuestra infancia debe ser imaginada de nuevo». La poesía, según creo, nos da la posibilidad de construir, sobre las ruinas de lo efectivamente sucedido, aquello que debería haber ocurrido y no ocurrió. Nos permite recuperar no lo perdido, sino lo deseado. Escribir, para mí, es un viaje. Es volver, una y otra vez, al lugar en el que todo comenzó. En mi caso, a una de esas siestas de hace tantos años en las que –sin yo saberlo– este poema, y los muchos que vendrían, ya se estaban escribiendo, silenciosos y tercos, en mi cuerpo tendido al sol.





Resistencia

Nací en una ciudad rodeada por defensas de tierra.
Montañas de utilería para que cuando llueva,
el río, en su crecida, no invada nuestras casas
y arrase la ciudad. Pero se ha tenido la precaución
de construir murallas precarias, abiertas. Para mantener
al enemigo vivo. Los que hemos nacido en Resistencia
tenemos para qué levantarnos cada mañana:
quien tiene a qué temer ya no está solo.
Aquí, el uniforme de guerra incluye botas de lluvia
amarillas. Nos sentimos impermeables
cuando caminamos por las calles, cómplices
como sobrevivientes de un desastre secreto.
Una vez, la lluvia nos sitió por tres días y tres noches.
Los chicos soñábamos con la amistad del agua,
salir descalzos a la invasión, cada gota
un disparo fresco en el pecho. Pero permanecíamos
tras las trincheras, cristales dibujados al vapor
con nuestros nombres. Casa del agua.
¿Un barco ebrio? No, mi casa era un blanco quieto.
Guardado en una botella, como una cabaña de los Alpes,
una miniatura olvidada en un estante.
Soñé entonces con construir un arca, pero no llevaría
animales sino palabras. Las elegiría al azar, por capricho.
Por la música que despedían de sí al ser dichas.

¿No es más importante preservar la belleza que la especie?.
Zarparía en silencio hasta que la tierra
se perdiera de mis ojos por la distancia y el diluvio.
¿Noé sabría de su audacia al huir?. Soldado que huye
sirve para huir de la próxima batalla.
¿Y si escribir no fuera temblar en la tormenta sino
- a lo sumo- presumir bajo el alero?
¿Y si la crecida de las aguas no existiera?
Un mito. La fundación de algo. De una ciudad: Resistencia.
Construida para ofrecerse a un ataque imaginario,
a una corriente asesina que no existe. Acuario seco
en que los peces sofocados resistimos
hasta que las agallas sangran. Nunca fue cierto
que en las guerras se venciera por un arte sutil
de resistencia.

Claudia Masin, en Geología (Nusud, 2001)


* Claudia Masin nació en Resistencia, Chaco, Argentina, en 1972. Desde 1990 vive en Buenos Aires. Es escritora y psicoanalista. Tiene cinco libros de poemas: Bizarría (1997, Nusud, Buenos Aires), Geología (Seleccionado para su edición por el Plan de Promoción a la Edición de Literatura Argentina de la Secretaría de Cultura del Gobierno Argentino; 2001, Nusud, Buenos Aires), la vista (Premio Casa de América de Poesía Americana 2002, Visor, Madrid), Abrigo (Bajo la Luna, 2007) y El secreto (Antología 1997-2007. Ed. de La Paz, 2007).

12 comentarios:

Cecilia Restiffo dijo...

Claudia: Quizás lo más difícil para mí como poeta, es "asir" esos resquicios del poema que viven en nosotros desde siempre, es decir, estar atenta, lúcida para captar para tomar lo de pronto sólo es silencio.
Es muy inquietante darse cuenta que las palabras están en nosotros metidas en la piel, es por eso que a veces siento la necesidad de despellejarme ante la desesperación de lo "no dicho".
Comparto tu reflexión y admiro esa capacidad tuya para observar las esquirlas de esas supernovas que vuelven a veces desde el recuerdo, como un aroma a tilos que vive en la lejanía de una tarde y no nos abandona.
Bello tu poema, bella tu generosidad.

Fernando G. Toledo dijo...

¿No les pasó también a ustedes? ¿Ese primer párrafo no es también un poema, un poema de esos hermosos y demoledores de los que uno espera de Claudia? Me costó avanzar porque sabía que un párrafo más allá, éste iba a quedar atrás.
Mis saludos, Claudia. Mis respetos, mi cariño.

sergio dijo...

Más que la historia de un poema Masin nos regala en su hermoso texto la historia de su poesía. Podría hablar de la escritura como viaje o como acto de supervivencia, pero hablaré de las siestas. Para mí, que ni siquiera viví en una ciudad pequeña sino en el campo, la siesta también era un momento interesante. Era la hora en la que estábamos solos (en estos recuerdos la figura de mi hermano es imprescindible), jugábamos (siempre dentro de la casa, pues para mi madre los niños bien criados no andaban solos por allí como lagartijas), molestábamos (más de una vez recibimos un chancletazo por romper algún objeto ¿las pelotas?), veíamos películas en blanco y negro (las de Marisol, las de Rocío Durcal, etc) y sobre todo esperábamos, en verano, la hora en que los mayores se levantaran y nos dejaran por fin salir a bañarnos en el canal. De todos modos, pese al encierro, estas horas eran casi las únicas que transcurrían fuera de la mirada cuasiomnisciente de mi progenitora y entonces había algo de libertad en el aire. Luego, me hice mayor y por supuesto, comencé a dormir mis dos horas de siestecita.

Proyecto Maria Castaña dijo...

Claudia tiene la agudeza de ofrecernos en esta entrada una interesante teoría sobre el origen de cualquier poema. El poema como intensidad, como signo tatuado en un cuerpo tendido al sol. El poema como compañero mudo que secunda al poeta, quizás durante años, y, en algún momento, lo incita a descifrarlo con las limitadas herramientas del lenguaje. Y ese mundo deseado, que también es un poema latente, encuentra en la escritura su porción de belleza o su porción de mediocridad. Ningún poeta puede escapar a los extremos de este arco por eso su tarea es decepcionante y maravillosa a la vez. En italiano las palabras traducir y traicionar son prácticamente iguales. El poeta camina por ese delgado límite donde su poema puede ser una traducción plena de esa intensidad interna que lo quema o una infame traición a la misma.

Bibiana Poveda dijo...

como ya lo han dicho casi todo (y muy bien) me limito a respirar este ME ENCANTÓ.
Un abrazo, y se agradece esta lectura que complace.

Milo Pratt dijo...

Increible poema... de una tremenda beleza... una claridad cristalina, tierna y sutil. No tengo tanto tiempo ahora para detenerme a re-leer mis partes favoritas, pero es sin duda un poema precioso...

doy vuelta hace solo unos días por el mundo de los blogs literarios y he encontrado ya muchas voces interesantísimas...

Maria Castaña:

El poeta camina por ese delgado límite donde su poema puede ser una traducción plena de esa intensidad interna que lo quema o una infame traición a la misma.


Muy cierto... la comunicación es para mi en sí misma un acto de traducción, el lenguaje es un doble intento de traducción, por una parte de nuestros estados fisico emocionales y por otro de la realidad "física-objetiva" o de la realidad tangible, sin palabras son incomprensibles y sin embargo las palabras describen siempre en modo parcial...

en fin... dejo la invitación a mi blog que crece y crece... incentivado también por tantas bellas palabras y zurcidos de palabras que me encuentro por acá y por allá:

http://lacasadelsimio.blogspot.com

Unknown dijo...

Realmente me quedé pensando en eso de que si es de palabras un poema. A veces pienso que todo es poesía, en la medida en que nosotros nos detengamos y veamos la belleza. Las vivencias, las intensidades, están en cada ser humano, por lo que en todos, hay un poeta escondido. No muchos son los que se atreven a buscar esas fotografías mentales y “materializarlas” en palabras, sin perder lo que generan, lo que despiertan.

“¿Y si escribir no fuera temblar en la tormenta sino
- a lo sumo- presumir bajo el alero?”
A pesar de mis pocos años vividos, siento que la memoria se va despertando con el tiempo. Pasan los días y voy reconstruyendo mi niñez con pequeños recuerdos, tal vez insignificantes, pero que completan y dotan de vida lo pasado. E incluso al recobrar todo eso, es como si también lo modificara, como si creara un mundo nuevo, idílico, que tal vez nunca fue así, o yo no lo vi.
Ahora entiendo la necesidad de la espera en la poesía (como tantas veces me dijo Sergio), el dejar que los recuerdos se vayan asentando para ser revividos, el alejarse de esa “tormenta”. El ahora puede resultar tedioso, angustiante o alegre, quién sabe, pero cuando se convierte en el recuerdo de diez años después, parece más bello, atractivo, casi cinematográfico. Y cuando ese recuerdo, también se poetiza, se recorta aún más, se absorben aquellos elementos o sensaciones que reemplazan lo temporal y espacial por un sueño, por ese viaje del que habla Masin, una y otra vez, hasta que ese recuerdo deja de ser sólo nuestro y simplemente, es belleza.


“Resistencia” es lo primero que leo de Claudia Masin y me pareció hermoso. Lamento no haberme encontrado con esta poesía antes, pero más vale tarde que nunca. Este poema realmente me parece ese viaje del que habla ella, un viaje al que nos sumamos.

sergio dijo...

Todo el asunto de la memoria me hizo recordar una estupenda entrevista que Paula Jiménez le realizó hace un tiempo a Lucrecia Martel. Es otra visión, pero también da para pensar.

Paula Jiménez: Cuándo, al final de La mujer sin cabeza, Verónica pregunta por la habitación 818 ocupada en el fin de semana de la tormenta y la empleada del hotel no encuentra registro, una podría interpretar, por ejemplo, que su primo hizo desaparecer las pruebas de haber estado ahí con ella. Como si flotara en la atmósfera ese sistema de valores y el encubrimiento y la desaparición de las pruebas formaran parte de esa idiosincrasia, o de la idiosincrasia de cierta clase social.

Lucrecia Martel: Es como si borrar las pruebas de una pequeña infidelidad permitiera borrar las de un crimen, o a la inversa. Borrar es borrar. Desresponsabilizarte, negar algo en lo que has tenido una importante parte, es también hacer un agujero en tu vida, no es solamente negar un hecho. Se va creando un agujero negro que se va comiendo un período enorme. Es como las parejas que deciden no verse nunca más y tienen un gran resentimiento; yo creo que jamás podría ir por ese camino, debido al terror que me da que desaparezca una parte de mi vida. Porque si vos negás mucho a alguien, por odio o por lo que sea, eso empieza lentamente a erosionar y un día no te vas a acordar de nada de esa época. Solamente para no recordar a esa persona vas a tener que borrar viajes, ¡tantas cosas vas a tener que hacer desaparecer! (...)

Unknown dijo...

Hola amigos de la poesía y de las palabras compartidas: Me sorprendo por la belleza casi a diario y este poema fue un excelente comienzo del día. Creo ferveintemente en el poder sanador de la palabra, en sus aristas desconcertantes donde nos encontramos amontonados como seres humanos y me alegro de no sólo reconocerme en otros poemas- como esta joya de Resistencia- sino además reconocer a otros que lo transitan. El poder evocativo de este poema es como un "adakadabra" (¿Se escribirá así?). Además de felicitar a Claudia - cosa que no creo que signifique mucho en su vida ya que no sabe quien soy- además quiero agradecerle el respeto a la palabra poética, la generosidad con el "otro" por compartir su sensibilidad y la tibieza de un recuerdo tan potente como la infancia.

Unknown dijo...

Hola, mi cuenta es docenadetulinitas, pero mi nombre es Marisa Pérez, para que no borren el comentario.
Un abrazo a quienes abrazan las palabras.

Hernán Schillagi dijo...

La verdad es que leer a Claudia Masin (lo dije en el blog del amasijo, de María del Carmen Colombo), ya sea sus poemas o esta historia, es como una revelación: no estábamos preparados, pero nos encanta.

Al mismo tiempo me he dejado llevar placenteramente por los emotivos e inteligentes comentarios que me preceden. Eso me hizo pensar que la poesía -y sobre todo la de Masin- nos lleva a un territorio entrañable, donde las palabras funcionan como llaves a puertas que teníamos dormidas.

Geología es un libro increíble. La voz en los poemas se alza ante el recuerdo para hundir sus uñas en lo más profundo. A veces extrae pequeños fragmentos donde lo hallado es un brillo -casi aurífero- que nos hace cerrar los ojos de tanta belleza precisa. Por otro lado, hay poemas -como "Resistencia"- de períodos más amplios en los que abismarse en ellos es como un viaje al centro de la tierra.

Si los poemas los venimos trayendo escritos desde la niñez y además -como si fuera poco- en el cuerpo; entonces crecer y envejecer son la excusa perfecta para escribir poesía sin morir en el intento, o al menos no traicionar al niño que fuimos. Claudia enuncia en "Cría cuervos" de la vista:

"Crecer es el tránsito de la imagen precisa
a la distorsión. Quiero seguir siendo niña
para conservar la vista."

claudia masin dijo...

Gracias a todos por los bellos, lúcidos y generosos comentarios. Un abrazo fuerte.