martes, 21 de julio de 2009

Pizarnik revisitada



Alejandra:


Como un badajo contra las paredes de mi cabeza, repica: «Y que de mí no quede más que la alegría de quien pidió entrar y le fue concedido». Palabras con las que Cristina Piña epiloga tu biografía. Y pienso que, efectivamente, el ingreso te fue concedido, no ya para alegría tuya sino nuestra, de tus lectores.

¿Cómo llegué hasta vos? Si no me equivoco, en una charla de café con compañeros de la facultad. Antes creo haber tenido alguna referencia, muy oscura por otra parte. De lo que sí estoy seguro es de que fue allí, en una de esas mesas, entre el humo pseudointelectual de nuestros cigarrillos, donde «el libro azul» llegó a mis manos por primera vez, y con él, una de las voces más bellas de la literatura argentina: la tuya.

En un artículo anterior, y perdoname la «autocita», hablé de cómo la familiaridad convierte en amor la atracción casi sexual de la primera lectura. Nada mejor para ilustrarlo que esto que me ha sucedido a lo largo de los años con vos. La ultima inocencia y Las aventuras perdidas fueron los libros del flechazo. Libros adolescentes, intensos, feroces casi. ¿Cómo evitar, entonces, que esa misma adolescencia feroz que fue la tuya encantara la mía que pretendía serlo? Versos citados hasta la saciedad. Probablemente te hubiera causado gracia oírnos anunciar: «he de partir», y que los amigos remataran: «pero arremete viajera». Gracia e incomodidad, tal vez. De todos modos esta actualización de la palabra poética en la vida cotidiana no deja de ser buen síntoma.

El tiempo, lo supiste como pocos, pasó dejando atrás aquellos juegos de estudiantes, no mi admiración. Es cierto que por temporadas más o menos prolongadas te he abandonado, como también, que un día cualquiera, sin demasiadas explicaciones, he vuelto a tus páginas. Inolvidable, en uno de estos reencuentros, el calor que las pequeñas brasas de Árbol de Diana les infundieron a mis noches en las que solo había sed y ningún encuentro. Y las preguntas, insistentes: ¿cómo lograste esa condensación de la belleza?, ¿cómo hiciste tanta música con tan módicos recursos? ¡Vaya trampa nos tendiste! La de inducirnos a creer que el brillo de unas pocas palabras era suficiente. ¡Ah, cándidos, ignorábamos que para alcanzar tal hondura había que construir la casa, emplumar los pájaros, golpear al viento con los propios huesos, terminar solos lo que nadie comenzó! Alguna vez leí de la existencia de autores sobre cuyos acólitos pesaba la condena de Salieri. Ahora lo entiendo.

Llegó luego, de los tuyos, mi libro preferido: Los trabajos y las noches, donde te atreviste a mirar y a decir esa sombra unida a tu nombre, a hacer arder en tu poema ese rostro que dispersa un perfume a amado rostro desaparecido. Nunca, hasta este poemario, el tú amado había sido una presencia tan intensa, constante. Y todavía, lo juro, no comprendo la miopía de algunos profesores, su darte la espalda. Actitud que, de todas maneras, no ha menguado la fascinación de quienes por fuera de la academia te conocimos; acaso porque de vos, mucho más que de ella, aprendimos que «cada palabra dice lo que dice y además más y otra cosa».

Este sería el momento de evocar a tus amigos: Juan Jacobo Bajarlía (Anatomía de un recuerdo), tu cara Ivonne Bordelois (Correspondencia Pizarnik), la misma Piña que, sin haberte tratado, se ocupó tan amorosamente de tu obra y de vos (Alejandra Pizarnik); quienes, superado el escándalo de tu ausencia y «desobedeciendo el voto de abstención estructuralista de buscar sentido por fuera de los textos» (María Moreno), nos hablaron no sólo de la niña alucinada -que lo fuiste-, sino fundamentalmente de la escritora que leyó todo lo que un escritor debe leer, la paciente merodeadora de LA palabra, la ensayista sagaz, la linterna sorda, en fin, que en la noche, toda la noche, palabra por palabra escribió la noche. Es que, aun a riesgo de sonar ingenuo, lo digo: una obra como la tuya, Sasha, no se hizo sola. Te explico: en torno a vos se ha generado una confusión enraizada en parte en tu mito, en parte en ciertos pasajes de tu poesía. Aquel, por ejemplo, donde clamás «ojalá pudiera vivir en éxtasis, haciendo el cuerpo del poema con mi cuerpo», cuyo brillo ha encandilado a tantos poetas, los muy jóvenes sobre todo; y los ha hecho soslayar su terrible paradoja. Pues, aunque pudiera vivirse en éxtasis, aunque pudiera incluso hacerse algo semejante al cuerpo del poema con el propio cuerpo -el subjuntivo no es aleatorio-, es forzoso que la escritura dé cuenta de esos procesos. Léase: no con momentos o sentimientos, tampoco con éxtasis -naturales, artificiales, lo mismo da-, se construye un poema.

Pero regresemos a lo nuestro. De uno de los impasses mencionados más arriba, me arrancó tu impresionante catálogo de crueldades de la condesa Erzébet Báthory, muestrario sólo tolerable por la elegancia austera de tu estilo. Más tarde Extracción de la piedra de locura y El infierno musical me enseñaron las posibilidades del poema en prosa.

Tus textos humorísticos son la última parada en este viaje. Textos que plantean un nuevo dilema: ¿era tu intención que se publicaran o eran apenas ejercicios de experimentación? En cualquier caso, te abocaste a ellos, vieron la luz, fueron leídos, criticados: «Pizarnik es muy semejante a sí misma, salvo en sus últimas prosas, donde rompió completamente con su estilo anterior, pero esa parte de su obra no me interesa, es muy inferior al resto» (Cristina Peri Rossi). Más que el aspecto valorativo de este comentario me interesa la idea del desvío, notorio, pero no exclusivo. Es decir, tu generación respiraba desconfianza hacia el lenguaje y vos, amén de formularla como nadie (la lengua natal castra/la lengua es un órgano de conocimiento/del fracaso de todo poema/castrado por su propia lengua/que es el órgano de la re-creación/del re-conocimiento/pero no el de la resurrección), te dedicaste, como un niño se dedicaría a desarmar un juguete, a desmontar su aparato. No obstante, también en esto, la peor parte la llevan tus chirolitas de impostada voz, que edificaron sus poemas sobre la base del puro juego verbal, descuidando aspectos, a mi juicio, más relevantes: la armonía de las formas, el sentido; que transformaron la poesía en un código de templarios, un juego para iniciados... ¡en psicoanálisis!

Hoy, pisando la edad en que te confinaste al exilio definitivo, me inquieta la posibilidad de que me suceda lo que otrora a Juana Bignozzi, cuando sintió que tu obra, al excluir los avatares del mundo, la sofocaba. De cualquier modo, si como creo, de la poesía atesoramos unas pocas imágenes, unas pocas palabras-talismanes, no dudés de que, una vez concedido el ingreso, vas a morar como querías en la memoria de unos cuantos locos.


Tuyo, S.


Pd: Finalmente, un agradecimiento: el esplendor del minuto aquel en que por fin comprendí con el cuerpo cómo su ritmo, unido al de otro cuerpo, alejaba el vuelo de los cuervos.

19 comentarios:

Fernando G. Toledo dijo...

Al César lo que es del César, ¿no?

sergio dijo...

Según la teoría de nuestro amigo Hernán, un dicho clausura una conversación. Si ud dice "al César lo que es del César", yo qué puedo agregar sino que, efectivamente, "lo que es del César es del César (o la Alejandra en este caso)".

natalia dijo...

Suya también...

natalia dijo...

Suya también...

Escribir, coleccionar, vivir dijo...

¡Qué lo parió!, diría el sabio de Mendieta. Me parece que esta carta de amor nos ha dejado alelados y cuasi-mudos o, al menos, epigramáticos. Es cierto lo que afirma el sentencioso de Toledo "A Alejandra, lo que es de Alejandra". Pero no muchos entienden el concepto y pagan sus impuestos con versos pensando que a la Pizarnik se le debe rendir tributo imitándola. Es que si nos ponemos a pensar, su literatura es tóxica para el escritor novato y para algunos no tanto. Haciendo una comparación, pasa lo mismo con la obra de Borges en prosa. De pronto, parece hasta sencillo pensar un poema de pocos versos como la mayoría de Árbol de Diana o Los trabajos y las noches y dar una muestra acabada de belleza y concisión. ¡Qué error! En el caso del gran maestro, la tentación es igual: pergeñar una idea metafísica, buscar un lugar y tiempo exótico y... nada, otra copia bastarda de lo que solo Borges sabía hacer.
Eloy Martínez decía en un ensayo que esa era la trampa de los grandes abrir nuevas po+sibilidades literarias y, a la vez, clausurarlas con ellos. Es por eso que, inmediatamente, el mundo se "infecta" de epígonos, Salieris, mediocres bastardos. La obra de Alejandra es única y los que pretendemos escribir debemos entenderlo a rajatabla. Dejarnos "contagiar" por su agudeza, su contundencia, su profundidad, pero que la voz que se prepara para hablar tenga nuestro nombre y apellido.

sergio dijo...

Natalia: gracias por pasar, gracias por tantas noches leyendo a Alejandra.

sergio dijo...

Paula:

Gelman sería otro de estos autores que queman todas las naves. Incluso él mismo a esta altura (esto lo dijo Bignozzi y coincido) "gelmanea".

Fernando G. Toledo dijo...

Sergio:
Una buena prueba de que una sentencia no acaba con la conversación es que vamos ya por el octavo comentario.
El sentido de la frase va más bien por el lado que bien vio Paula. Lo que quise decir es que Alejandra Pizarnik suele ser una influencia recurrente en poetas argentinos que están haciendo sus primeras armas. Influencia que, si el camino de este poeta es firme, luego se asimila (como se asimilan los alimentos: de modo que el que los deglute no se convierte en lo que ha comido sino que eso que ingirió lo nutre) y da forma a una voz personal. Lo que veo al mismo tiempo que esa recurrencia es una especie de omisión de tamañana influencia, la pizarnikiana. Entonces me parece muy importante que se reconozca de una forma como la de tu artículo la sombra que proyecta o la luz que irradia Pizarnik aún hoy, y que escritores que han sido influidos por su poesía «hechizadora», sean noveles o no, reconozcan su marca, tanto como las de Bécquer, Neruda, o quien sea.

Hernán Schillagi dijo...

Creo que lo interesante aquí son varias cosas: el título es más que sugestivo, "revisitar a Pizarnik con el sentido de encontrarle el valor y el lugar (al César...) que tiene su poesía a casi 40 años de su muerte". Sergio, de manera más que eficaz, propone un diálogo desde la ficción y profundiza con lo ensayístico. Pero me interesa el género "carta", ya que Sergio se acerca desde lo íntimo al "tótem alejandrino", y se atreve (con más firmeza que timidez) a decirle cuál ha sido su "experiencia de lectura" con la autora.

Pienso en los fans de algunas bandas que pauperizan a la música con rivalidades reaccionarias (ricoteros Vs poperos, por ejemplo). Creo que lo mismo le pasó a la obra de Pizarnik. En su mayoría, todos hicieron (hicimos) una lectura desde el mito y no desde la letra (como les gustaba a los estructuralistas, es cierto, Sergio). Un poquito de biografía perversa no viene mal, es un condimento para la obra; pero NO hace a la poesía ni la mejora. Que el cuyano Víctor Hugo Cúneo se haya suicidado a lo bonzo en la Plaza Independencia es todo un flash y lo dignifica como persona. Sin embargo los pocos poemas que nos dejó ("El nacimiento del ciudadano" y el póstumo "Poemas") es a lo que realmente nos debemos enfrentar como lectores.

Pero sí, los poemas de A.P. contaminan la producción de un poeta en ciernes. Pero también funcionan como un reactivo para comprobar la fortaleza y originalidad de la voz del escritor.

Fernando G. Toledo dijo...

Soy de los que tuvo la suerte de leer la poesía de Pizarnik y no al mito de su figura. Llegué a ella, como siempre he llegado a los escritores (por referencias de otrs lecturas), pero era muy chico y ávido de poemas, no de biografías. Desde mi experiencia personal digo que es mucho mayor el efecto: conocer los avatares biográficos de AP mitigan la potencia de su poesía. Cuanto más supe de ella más dejé de leerla. Incluso no es de mis relecturas más usuales, pero... al César lo que es del César.

sergio dijo...

Fernando:

desde ayer he pensado en lo que decís más (más) arriba. Y no sé si estoy tan de acuerdo. No creo que Pizarnik HOY sea una influencia vergonzante como sí podrían serlo Neruda o Bécquer. O sea, cualquier chico (y no tanto) que empieza a escribir diría abiertamente que admira a Pizarnik y negaría tres o cuatro veces al chileno y cinco o seis al español.

sergio dijo...

Hernán:

Una biografía power es muy atractiva para un lector adolescente. A esa edad uno desea que el escritor amado, además de escribir bien, haya tenido una vida intensa. ¿Será porque es la época de los modelos vitales más que de los estilísticos? Y hablo de malditismo, pero también de compromiso social y político. Y hablo de poetas, aunque también de novelistas, cineastas y sobre todo de estrellas de rock.

Cecilia Restiffo dijo...

Sergio: su texto está muy bien construido, me gusta el estilo un tanto rebuscado pero a la vez intenso y vital. Con respecto a Pizarnik mis lecturas fueron esporádicas y ya de grande, creo que su palabra poética condensa una manera de sentir y VIVIR la poesía, no soy de leer las biografías pero creo que a través de sus palabras el lector encuentra una agitación que pone en alerta todo el texto, me pasa cada tanto que vuelvo a sus páginas,y CREO que de esa agitación carecen muchos de los que escriben como diría mi abuela: "pareciera que les faltara sangre". Es por supuesto una necesidad que yo tengo como lectora, antes de entender completamente el texto ese grupo de palabras me tienen que producir un efecto casi fisiológico y no hablo de la poesía que carece de conceptos, y utiliza imágenes o figuras en su construcción; hablo de una necesidad casi humana de percibir lo escrito. Al leer un poema de Alejandra me sigue ocurriendo el asombro y algo mucho más preciado me sigue invitando a la felicidad.¿Será la mía una lectura adolescente?¿O adolesceré de lecturas?
BELLO TEXTO EL SUYO, SIGA ASÍ!!!

sergio dijo...

Seño Cecilia:

es muy interesante eso que cuenta de la intervención de su cuerpo (más allá de los ojos, claro) en la lectura. La entiendo. También yo busco ese tipo de relación física con los textos. Puro erotismo, diría. Erotismo que, ahora que lo pienso, se asemeja bastante al que sentimos por algunas personas que también combinan de manera equilibrada "fondo" y "forma".

Fragaria Vesca dijo...

Qué bello fue viajar en esta carta por los dominios de Alejandra! Si le contesta, por favor, avise. Aunque en su obra estén algunas respuestas y todas las preguntas.

Hernán Schillagi dijo...

Sergio: a mí el libro que más me gusta (aunque quizá no el mejor) es Árbol de Diana. Me gusta por su unidad de estilo, porque realmente es el "gran salto" a la voz propia de Alejandra y no tan pegada a Orozco y Alfonsina (sí, a Pizarnik también le pasó lo que ella provoca). Y porque el libro no carga tanto las tintas con la "poesía del poetizar", o sí, pero lo hace de una forma nueva que luego se repite en las obras siguientes. Eso sí, ¿podría alguien explicarme el prólogo de Octavio Paz? Nunca lo entendí del todo.

Me gustaría que te explayaras con respecto a "Aspectos más relevantes: la armonía de las formas, el sentido..." Porque pareciera que, para vos, Pizarnik escribía sonetos cristalinos.

sergio dijo...

Fragaria:
Es cierto eso que dice: Pizarnik tiene muchas buenas preguntas. Pocas respuestas. Después de todo, de eso se trata ¿No? Si queremos respuestas: Paulo Coelho.

sergio dijo...

Hernán:
Efectivamente, Pizarnik no escribía sonetos cristalinos (¿existen los sonetos cristalinos?). Igual, creo, que aunque estaba muy influenciada por los surrealistas su obra no era tan “aleatoria” como la de ellos. Es decir, no practicaba -o no publicaba- la escritura automática y su trabajo tenía como objetivo esa perfección formal (¿armonía?) que todos le reconocemos (sobre todo en los poemas breves).

En cuanto al prólogo de Paz, no seré yo quien le explique semejante cosa porque tampoco nunca lo entendí demasiado.

ALBIN dijo...

el prólogo al que refieren es fenomenal, poesía y humor del más alto nivel, casi sicodélico. Y Alejandra es una presencia constante, especialmente cuando me siento a poetizar