Informe sobre la Beca del taller de poesía del Fondo Nacional de las Artes en Mendoza
De izquierda a derecha de pie: Conna, Parral, Jiménez y Arenas. Sentadas: Drajer, Stocco, Benítez Schaefer y Genovese.
por Hernán Schillagi
Coordinadora: Alicia Genovese
Becarios: Alejandra Privitera, Antonio Rolando Arenas, Eliana Drajer, Facundo López, Gabriel Jiménez, Gabriel Vanella, Laura Miranda, Luciana Benítez Schaefer, Melisa Stocco, Mercedes Parral, Yvan Conna.
Pista de despegue.
A finales del verano se hizo la convocatoria. El Fondo Nacional de las Artes, nada más y nada menos, ofrecía una beca para «darles una posibilidad de crecimiento y perfeccionamiento a creadores con condiciones para el oficio literario», exclusivo para mendocinos en narrativa o poesía. Los cursos comenzarían en abril y desde allí 4 meses de intensivo trabajo. Los reconocidos Vicente Battista (cuentista y novelista) y Alicia Genovese (poeta y ensayista) coordinarían los talleres en dos encuentros mensuales, con la Biblioteca San Martín como marco ideal.
Pero, me dije: ¿Qué es un taller literario?¿Se puede enseñar a escribir poesía?¿Cómo está el panorama en Buenos Aires en cuanto a talleres?. Demasiadas preguntas, sí. Entonces, me subí sin demora al 270, directo a las respuestas.
Coordinadora: Alicia Genovese
Becarios: Alejandra Privitera, Antonio Rolando Arenas, Eliana Drajer, Facundo López, Gabriel Jiménez, Gabriel Vanella, Laura Miranda, Luciana Benítez Schaefer, Melisa Stocco, Mercedes Parral, Yvan Conna.
Pista de despegue.
A finales del verano se hizo la convocatoria. El Fondo Nacional de las Artes, nada más y nada menos, ofrecía una beca para «darles una posibilidad de crecimiento y perfeccionamiento a creadores con condiciones para el oficio literario», exclusivo para mendocinos en narrativa o poesía. Los cursos comenzarían en abril y desde allí 4 meses de intensivo trabajo. Los reconocidos Vicente Battista (cuentista y novelista) y Alicia Genovese (poeta y ensayista) coordinarían los talleres en dos encuentros mensuales, con la Biblioteca San Martín como marco ideal.
Pero, me dije: ¿Qué es un taller literario?¿Se puede enseñar a escribir poesía?¿Cómo está el panorama en Buenos Aires en cuanto a talleres?. Demasiadas preguntas, sí. Entonces, me subí sin demora al 270, directo a las respuestas.
Corte y corrección.
Antes de llegar, en el micro iba haciendo memoria. Las experiencias en Mendoza sobre talleres literarios han sido más bien aisladas y esporádicas. En los ’90 estaban los que dictaban en la SADE Ulises Naranjo y Patricia Rodón. También los que se nucleaban en Luján encabezados por Gladys Guerrero y Lía Truglio. Amanda Buttini coordinó alguno que otro de poesía. Sin embargo no siempre fueron episodios que dejaran una huella o marcaran un camino poético en cuanto a estilo. Si hasta cuando en el 2006 vino Santiago Sylvester a dar una «clínica de poesía», una poeta de boina levantó la mano para decir «algunos de los que estamos acá, no necesitamos que nos enseñen nada». Siguiendo esa lógica, hay algunos que dicen que, si poetas como Alejandra Pizarnik y Oliverio Girondo no necesitaron ir a aprender a escribir, para qué un taller. Al prejuicio yo respondo con una pregunta: ¿Por qué el boom de los talleres en la joven poesía argentina?
Antes del atardecer.
Nuestros encuentros fueron dos. Uno a fines de mayo y el otro en junio, siempre a la salida del curso, a eso de las 7 de la tarde en un bar de la Alameda. En el primero, la charla fue informal, más de café. Alicia Genovese nos encantó a todos con su recorrido de experiencias, anécdotas jugosas y reflexiones agudas sobre la poesía actual. Los chicos que hacen el taller estaban más bien callados, observaban cada gesto y capturaban cada palabra como si fueran fotos digitales para algún álbum furtivo. El segundo, ya fue con libreta en mano y el grupo estaba más que afilado. En el bar, Charly García nos susurraba «Éxtasis, todo mundo quiere éxtasis» como para romper el hielo.
El poeta y su poema.
Marcelo di Marco, que coordina talleres hace años y hasta ha publicado el libro Hacer el verso: Apuntes, ejemplos y prácticas para escribir poesía, avisa al comienzo: «En el arte no existen dogmas ni las recetas infalibles. Sí poéticas, sí experiencias, sí lecturas aprovechables». Por lo tanto, a la pregunta sobre qué los motivó a inscribirse en la Beca, Antonio Rolando Arenas me dispara: «Quería estar incluido, y probarme luego de una selección». Casi al unísono dice lo suyo Luciana Benítez Schaefer: «Vivir la nueva experiencia, aprender cosas nuevas. También buscar una opinión autorizada»; y para rematar Yvan Conna aporta: «Es atravesar la experiencia con otra mirada no contaminada de mí mismo.»
Redoblo, por tanto, la apuesta: «¿Creen que la poesía sin trabajo merece ser leída por otros o publicarse?». Gabriel Jiménez se sonríe mientras me responde: «Es relativo a la expectativa del autor». Y con cierta ironía sigue: «Si te tomás esto como un hobbie, puede ser»
Puentes.
El formato del taller, propuesto por Genovese, consiste en 4 ó 5 encuentros donde la poeta hace devoluciones en profundidad (y no correcciones): «Hago devoluciones y no crítica. La diferencia es hacerles un aporte. Éste es un taller muy heterogéneo». Y es cierto, ya que el grupo se forma con poetas que tienen su primer libro editado, como Arenas, Conna y Facundo López; otros, como Eliana Drajer, que tiene uno terminado y varias presentaciones en concursos; están Gabriel Jiménez y Gabriel Vanella que han asumido «estado público» en blogs literarios. Y el resto, algunos estudiantes de Letras, que vienen enfrentándose en silencio con la palabra.
Por eso, la coordinadora aclara sus objetivos: «Los ubico en el momento en que cada uno se encuentra dentro de su producción. Algunos no diferencian aún los momentos de logro y cuándo se les va de las manos un texto y no son poemas».
La voz de los otros.
No es secreto para nadie que detrás de todo buen poeta se esconde un mejor lector. Por eso es que Genovese los ha enfrentado a autores representativos de algunas líneas estéticas. El gran poeta Joaquín O. Giannuzzi fue uno de ellos. Melisa Stocco reflexiona: «Analizar el objeto sin alejarse es muy interesante. Como también recibir el aporte de otras estéticas y lecturas, entre ellas, Marosa di Giorgio, Susana Thénon o el peruano José Watanabe». Otra experiencia determinante es la de leerse entre pares. Eliana Drajer rescata: «En este proceso conocés otras voces mendocinas. Me criticaron mis textos y fue una experiencia muy interesante y riesgosa».
Impacto profundo.
La coordinadora me aclara que en el primer encuentro ella quiere provocar un «shock» en el poeta, a partir de sus devoluciones. En ese momento, Mercedes Parral comienza a reírse y se confiesa: «Cuando llegué a mi casa, quería quemar todo lo escrito luego del ‘shock’ que propone Alicia» Aunque agrega inmediatamente: «Pero fue increíble poder reencontrarse con lo que uno escribe».
Cauterizar la herida.
Cuenta la leyenda que, en 1923, Borges le regaló Fervor de Buenos Aires a su padre; éste lo recibió en silencio y lo guardó en la biblioteca. Tiempo después, el joven Georgie lo sacó de entre los libros y lo encontró todo rayado con anotaciones del propio padre. Esto quiere decir que los grandes escritores también necesitaron una voz mayor que los iluminara para ver las cosas de otro modo. «Desde la década del ‘70», me dice Alicia, «que los talleres proliferan en Buenos Aires. Denostarlos es un anacronismo». Además, la autora coordina de forma individual a poetas que tienen una obra a punto de publicar. El auge de los talleres de poesía está tan instalado que la joven poeta Clara Muschietti transcribe en los datos de su primer libro, La campeona de nado: «Realizó seminarios en la Casa de la Poesía con Irene Gruss y Andy Nachón y participó en la Clínica del Rojas con Fabián Casas». Algo impensado hace 10 años.
Entonces, bienvenida la nueva experiencia, bienvenida la voz que hace de la duda una red de contención, bienvenida también porque, como dice Alicia Genovese en un poema de La hybris: «Escribir, la hechura/de palabras/cauteriza la herida,/sin la simpleza/del olvido»
Antes de llegar, en el micro iba haciendo memoria. Las experiencias en Mendoza sobre talleres literarios han sido más bien aisladas y esporádicas. En los ’90 estaban los que dictaban en la SADE Ulises Naranjo y Patricia Rodón. También los que se nucleaban en Luján encabezados por Gladys Guerrero y Lía Truglio. Amanda Buttini coordinó alguno que otro de poesía. Sin embargo no siempre fueron episodios que dejaran una huella o marcaran un camino poético en cuanto a estilo. Si hasta cuando en el 2006 vino Santiago Sylvester a dar una «clínica de poesía», una poeta de boina levantó la mano para decir «algunos de los que estamos acá, no necesitamos que nos enseñen nada». Siguiendo esa lógica, hay algunos que dicen que, si poetas como Alejandra Pizarnik y Oliverio Girondo no necesitaron ir a aprender a escribir, para qué un taller. Al prejuicio yo respondo con una pregunta: ¿Por qué el boom de los talleres en la joven poesía argentina?
Antes del atardecer.
Nuestros encuentros fueron dos. Uno a fines de mayo y el otro en junio, siempre a la salida del curso, a eso de las 7 de la tarde en un bar de la Alameda. En el primero, la charla fue informal, más de café. Alicia Genovese nos encantó a todos con su recorrido de experiencias, anécdotas jugosas y reflexiones agudas sobre la poesía actual. Los chicos que hacen el taller estaban más bien callados, observaban cada gesto y capturaban cada palabra como si fueran fotos digitales para algún álbum furtivo. El segundo, ya fue con libreta en mano y el grupo estaba más que afilado. En el bar, Charly García nos susurraba «Éxtasis, todo mundo quiere éxtasis» como para romper el hielo.
El poeta y su poema.
Marcelo di Marco, que coordina talleres hace años y hasta ha publicado el libro Hacer el verso: Apuntes, ejemplos y prácticas para escribir poesía, avisa al comienzo: «En el arte no existen dogmas ni las recetas infalibles. Sí poéticas, sí experiencias, sí lecturas aprovechables». Por lo tanto, a la pregunta sobre qué los motivó a inscribirse en la Beca, Antonio Rolando Arenas me dispara: «Quería estar incluido, y probarme luego de una selección». Casi al unísono dice lo suyo Luciana Benítez Schaefer: «Vivir la nueva experiencia, aprender cosas nuevas. También buscar una opinión autorizada»; y para rematar Yvan Conna aporta: «Es atravesar la experiencia con otra mirada no contaminada de mí mismo.»
Redoblo, por tanto, la apuesta: «¿Creen que la poesía sin trabajo merece ser leída por otros o publicarse?». Gabriel Jiménez se sonríe mientras me responde: «Es relativo a la expectativa del autor». Y con cierta ironía sigue: «Si te tomás esto como un hobbie, puede ser»
Puentes.
El formato del taller, propuesto por Genovese, consiste en 4 ó 5 encuentros donde la poeta hace devoluciones en profundidad (y no correcciones): «Hago devoluciones y no crítica. La diferencia es hacerles un aporte. Éste es un taller muy heterogéneo». Y es cierto, ya que el grupo se forma con poetas que tienen su primer libro editado, como Arenas, Conna y Facundo López; otros, como Eliana Drajer, que tiene uno terminado y varias presentaciones en concursos; están Gabriel Jiménez y Gabriel Vanella que han asumido «estado público» en blogs literarios. Y el resto, algunos estudiantes de Letras, que vienen enfrentándose en silencio con la palabra.
Por eso, la coordinadora aclara sus objetivos: «Los ubico en el momento en que cada uno se encuentra dentro de su producción. Algunos no diferencian aún los momentos de logro y cuándo se les va de las manos un texto y no son poemas».
La voz de los otros.
No es secreto para nadie que detrás de todo buen poeta se esconde un mejor lector. Por eso es que Genovese los ha enfrentado a autores representativos de algunas líneas estéticas. El gran poeta Joaquín O. Giannuzzi fue uno de ellos. Melisa Stocco reflexiona: «Analizar el objeto sin alejarse es muy interesante. Como también recibir el aporte de otras estéticas y lecturas, entre ellas, Marosa di Giorgio, Susana Thénon o el peruano José Watanabe». Otra experiencia determinante es la de leerse entre pares. Eliana Drajer rescata: «En este proceso conocés otras voces mendocinas. Me criticaron mis textos y fue una experiencia muy interesante y riesgosa».
Impacto profundo.
La coordinadora me aclara que en el primer encuentro ella quiere provocar un «shock» en el poeta, a partir de sus devoluciones. En ese momento, Mercedes Parral comienza a reírse y se confiesa: «Cuando llegué a mi casa, quería quemar todo lo escrito luego del ‘shock’ que propone Alicia» Aunque agrega inmediatamente: «Pero fue increíble poder reencontrarse con lo que uno escribe».
Cauterizar la herida.
Cuenta la leyenda que, en 1923, Borges le regaló Fervor de Buenos Aires a su padre; éste lo recibió en silencio y lo guardó en la biblioteca. Tiempo después, el joven Georgie lo sacó de entre los libros y lo encontró todo rayado con anotaciones del propio padre. Esto quiere decir que los grandes escritores también necesitaron una voz mayor que los iluminara para ver las cosas de otro modo. «Desde la década del ‘70», me dice Alicia, «que los talleres proliferan en Buenos Aires. Denostarlos es un anacronismo». Además, la autora coordina de forma individual a poetas que tienen una obra a punto de publicar. El auge de los talleres de poesía está tan instalado que la joven poeta Clara Muschietti transcribe en los datos de su primer libro, La campeona de nado: «Realizó seminarios en la Casa de la Poesía con Irene Gruss y Andy Nachón y participó en la Clínica del Rojas con Fabián Casas». Algo impensado hace 10 años.
Entonces, bienvenida la nueva experiencia, bienvenida la voz que hace de la duda una red de contención, bienvenida también porque, como dice Alicia Genovese en un poema de La hybris: «Escribir, la hechura/de palabras/cauteriza la herida,/sin la simpleza/del olvido»
26 comentarios:
HERNÁN: creo sin dudarlo que la propuesta de Alicia va a alentar a otros a dar el paso obligado de todo escritor que es "mostrar sus textos", pero no como un acto de exhibicionismo ególatra, sino como un arrojarse al otro en cuerpo y alma para que de ese encuentro salga un texto más puro, más concreto, más tamizado y defendido, por qué no.
Me gustó mucho el informe y debo confesar que yo era una de esas anacrónicas que me preguntaba "para qué un taller"; al pasar el tiempo he comprendido que a veces cuatro ojos ven más que dos incluso en este solitario arte de escribir.
que tal Hernan, ¿cómo va?
revise la nota con un tanto de nerviosismo en cuánto a cómo habias tomado mis risas durante la charla, pero parece que bien, jaja.
nos vemos pronto
te dejo el link de mi blog que veo no quedo bien registrado (sé que es un poco rara la dir)
www.el-chabon.blogspot.com
Gabriel (Jiménez): Habrás visto que tus risas y tus comentarios no los olvidé. En mi libreta registré lo que dijiste, pero en mi memoria quedó la complicidad.
Gracias por avisar lo del link. Se ve que metí mal los dedos, pero ya lo arreglo. Me llama la atención que estés haciendo un taller de poesía y tengás un blog de narrativa. Aunque eso demuestra que te gusta moverte por varios caminos.
Gabriel, de nuevo (y de paso a Vanella): cambié el link, que para mi sorpresa estaba bien y no "funca". Probá vos y vas a ver que la dirección es correcta. Sólo que "Google toolbar" oficia de intermediario. Pero llegás igual a destino. Gracias.
Adhiero a la cita de Marcelo Di Marco: en el arte no hay recetas como tampoco las hay en ninguna experiencia vital. Sí existen las lecturas aprovechables, el trabajo compartido, el "poner el cuerpo" junto con el texto propio, el escuchar sugerencias, el acercarse a escritores que no se habían frecuentado, el trabajar a partir de consignas que no sean el simple papel en blanco y la caprichosa imaginación. Un taller es una experiencia vasta en muchos sentidos. Alguna vez hice uno periodístico y no puedo olvidar los buenos consejos que recibí y que poco tenían que ver con lo aprendido en las aulas de la facultad.
Espero que sea una experiencia fructífera para todos los becarios.
Obviamente que la exposición es un riesgo como dice Eliana y, a veces, dan ganas de quemar todo como le pasó a Mercedes. Supongo que, a pesar de todas estas sacudidas, las miradas críticas y atentas de pares y escritores de gran reconocimiento como los que coordinan este taller, terminan mejorando la autoestima del escritor y afianzando más su trabajo.
Felicitaciones a todos los becarios y adelante.
muchas gracias por estar y difundir...
un abrazo isleño!
Gracias Hernán por tu informe,que se une al gesto cálido de recibimiento que ha tenido el grupo de poetas mendocinos hacia mí y hacia esta iniciativa del Fondo. Creo que todo contribuye a una escritura y una lectura más atenta, es decir a la poesía misma, así como a desarmar el prejuicio acerca de que los poetas no precisan una formación literaria. Va también mi abrazo
Cecilia: sí, en nuestros comienzos, en los 90, cuando decíamos "taller" inmediatamente pensábamos en un señor con mameluco y las manos engrasadas. Creo que ésa no es una imagen muy distante del verdadero trabajo de un poeta. Pero al estar en una facultad donde se estudiaba literatura, siempre había un compañero que había leído más, o un profesor abierto que, generoso, te prestaba un libro. Y las ganas de que lo que uno escribía no podía quedarse en un cajón.
El informe, aunque largo, quería demostrar un poco esa realidad prejuiciosa que hay en la provincia, pero que está cambiando (para bien).
Paula: me sumo a tus felicitaciones y mucho más porque tuve el placer de conocer a casi todos ellos. Aparte de "taller", otro término que anda pululando es el de "clínica". En la música, por ejemplo, viene un baterista grosso a la ciudad y todos los músicos se mueren por "internarse" con él y aprender un rulo nuevo.
Tal vez, ése espíritu en la poesía (y lo amplío a toda la literatura)recién está apareciendo. Ha habido mucho egoísmo y mucha desconfianza en este rubro. Sobre todo aquí, ya que nadie considera una "autoridad" al otro como "pa´ que me enseñe algo".
Eliana: estamos aislados, es cierto, pero las botellas llegan rápido y con fuerza en el mar de la web.
El agradecido soy yo por tu comentario y tus palabras esa tarde. Ojalá que tu proyecto llegue a buen puerto pronto.
Alicia! qué hermosa sorpresa tenerte entre los comentaristas.
Creo que el prejuicio es de larga data. El mismo Girondo, sin quererlo, lo fomentó en uno de sus "Embelecos": "El mejor crítico es el cajón de la mesita de luz", decía.
Con el tiempo, nos hemos dado cuenta que no es así. Que exiten voces generosas, como la tuya, que aportan una mirada de luz atenta a las zonas oscuras.
Creo que fue uno de los chicos, Gabriel Jiménez, el que dijo que todo artista plástico o músico tiene su maestro de referencia o asiste a talleres. Pienso también en los actores (serios) que se viven formando en escuelas. Eso nadie lo cuestiona. Y está bien que en poesía se empiece a formar a los que no tienen la suerte de conocer a otros poetas o de contar con una bibioteca universitaria.
La difusión del taller era más que necesaria, ya que había aparecido en todos los medios la convocatoria, y luego nadie sabía quiénes habían obtenido la Beca del Fondo, cómo iba a ser el trabajo y sus resultados. Espero que en narrativa alguien repare el olvido.
Un abrazo en forma de largo "puente".
Hernán... me pareció un gran gesto dar a conocer lo que está sucediendo en el taller. Un poco de lo que hablamos en el café aquella tarde. Nadie cuestiona a aquel que toma clases particulares de música, al que acude a un taller de pintura, al que hace un curso de 3Ds para hacer fotorrealismo... porque debería entonces ser cuestionado un taller para escritores?
Dejemos tranquilos a los virtuosos, el resto debemos ponernos a trabajar.
Un abrazo grande
Es cierto, Hernán, también se usa el término "clínica", muchísimo en música. Personalmente me parece antipático. Semánticamente "taller" es más noble, implica construir: con maderas, telas, metales, en este caso, palabras. La materia prima "humanizada" dará una manufactura superior. En cambio, clínica, tan pegada todavía al ámbito médico como palabra, significa restaurar la salud a lo que está enfermo.
Si bien ninguno de los redactores de ED estamos haciendo un taller, como grupo frecuentemente nos leemos, criticamos y, al exponer nuestras producciones entre nosotros, creo que mejoramos nuestro trabajo. Por lo menos ésa ha sido mi experiencia.
Interrogantes
Autor: Antonio Rolando Arenas
ISBN: 987-518-130-7. Se trata de una obra elegante y bien estructurada. La sensibilidad poética del autor es evidente en el estilo y delicadeza poética de la obra, así como en la talentosa adaptación del lenguaje cotidiano a la atmósfera lírica desarrollada en la misma.
Editorial: American International Publishers/Dunken. Bs. As.. 1999.
Antonio: gracias por el dato. Una lástima que no lo dijeras en la entrevista. De allí la omisión.
Yvan: Gracias! Más que gesto fue acción. Allí está el informe.
Por otro lado, es verdad. Los que no necesitan, o creen no necesitar un taller de un taller que sigan en lo suyo. Aunque no deja de ser cierto que hay formas veladas de taller, como la de leerse entre amigos, compañeros, u otros poetas que anden por ahí.
Un abrazo.
Paula: sigo con las formas mutantes de taller: el blog es una por antonomasia. "Publicás" un texto, pero con la maleabilidad de lo virtual que el papel cristaliza. Entonces entra cualquiera y deja su aporte (a veces sin anestesia) y el texto cambia, crece y es otro por las miradas de los demás.
Hernan, creo que la poesía es la que se mueve por varios caminos, yo sólo desvario un poco.
En el-chabon, hay un engendro que se escapa de sí todo el tiempo, sospecho que no banca su falta de forma por lo que se disfraza de prosa, narrativa, poesía y cine.
Lo importante es que respire, más allá de las clasificaciones.
Hola. Es realmente muy auspicioso que se rompa ese prejuicio, es un paso importante hacia la humildad: ir a un taller implica admitir a un maestro, admitir la validez de otros puntos de vista que no sean siempre los de los amigos de siempre, poner entre paréntesis los gustos propios para entender al otro en la lógica que cada poética propone, aprender a hacer y recibir una devolución. En fin, empezar a trabajar, dejar de lado esa vanidad estúpida del "genio incomprendido" (que además es una idea del siglo XVIII, o sea, vetustísima) que se las pasa quejándose por todo. Felicitaciones para todos los que han sido becados!
Creo que el taller nos ha servido a los participantes porque tuvo esa dosis exacta de sinceridad constructiva para los que recien empezamos en esto de escribir verticalmente. Y en eso Alicia fue muy clara desde el principio, "crítica constructiva", desde nuestros asientos y con los pies en la tierra. Se generaron una buena cantidad de diálogos, una comunicación sobre lo que nos retumbaba del compañero que exponía ese día. A eso le agregamos la mirada por la ventana a grandes poetas, asique además de escucharnos, pudimos encontrar varios poetas a nuestra medida para leer y seguir construyéndonos.
Gabriel V., creo que tus palabras, además de inteligentes e iluminadoras, viene a sintetizar un poco lo que es el taller del Fondo.
La frase "crítica constructiva" es cierto que parece una "frase hecha". Porque todo aquél que es "criticado" generalmente se ofende o se siente atacado en algún punto (hasta en lo personal). Sin embargo, cuán importates son las palabras de otro a la hora de trabajar un poema!
Gabriel, me alegro que hayás comentado, ya que me quedé las dos veces con las ganas de conocerte personalmente.
Nos vemos.
He dejado pasar el tiempo y los comentarios para hacer el mío, pues esperaba que surgiera en algún momento un tema que me parece importante y aquí ha sido sólo sugerido. Fuera de mis pareceres acerca de la utilidad de hacer un taller o no (como no he hecho ninguno, me cuesta opinar al respecto), lo que sí me parece importante es que en éstos se instale en los talleristas una noción clave: que para escribir bien hace falta más que escribir, leer, y mucho. Sé de varios poetas (no me refiero específicamente a los de este taller) que no sólo leen poco de poesía, sino que se jactan de no hacerlo. Recordemos que hace poco Piccolo, el último ganador del Vendimai de poesía, reconocía no ser un gran lector de libros de la misma. Pareciera, sin embargo, que lee más de la media. Pero sí he oído a muchos decir que leían muy poco, a veces "para no contaminarse", o ridiculeces por el estilo. Si yo me pensase como docente de un taller, planificaría a este con un porcentaje mayoritario de "incitación a la lectura de poesía".
Estoy de acuerdo Fernando. Como alguna vez dije en este espacio, en estos tiempos tan rápidos creo que leer poesía es todo un desafío. Porque más allá del disfrute a punta de lengua de un verso, cuando leemos poesía (al menos yo) me siento obligado a ir más allá para hincar definitivamente en la obra. Ahondar en la cabeza del autor. ¿Cómo leer a Pessoa sin saber la existencia de sus heterónimos? Y creo que por ahí en estos tiempos de tetra pack y tv digital enlatada, sentarse a leer poesía es dedicarle tiempo para acortar la distancia y llegar al sentido. Sí, sin dudas, hay que leer poesía si queremos escribir vertical. Sin dudas el taller me sirvió para conocer poemas a Gianuzzi, por ejemplo, que no lo conocía. Ahora voy por la obra.
Si bien se ha hablado aquí de las dificultades de leer poesía hoy en los tiempo que corren, como de las barreras que ponen las librerías para conseguir un buen libro de poemas; también es cierto que no es excusa para hacerse "el sota" y leer poco. Internet ofrece un sin fin de textos poéticos parciales y completos, como también la bibliografía específica que los comentan. Basta buscar, apretar bien el teclado y fijar la vista en donde otros la hace a un lado.
Fernando: sí. Sin lectura diría que casi no hay (verdadera) poesía. El que lee cree que puede "contagiarse" del estilo del maestro, pero el que no lee, está condenado irremediablemente a repetir-se
Gabriel V.: qué interesante lo que decís sobre la "lectura de la punta de la lengua" vs. "la lectura que hinca los dientes". Creo que, además, esto se podría trasladar sin problemas a la escritura.
Te cuento que de Joaquín Giannuzzi hay muchos poemas rondando por la red. Pero "Violín obligado" está completo (buscá en poeticas.com)y es un libro fundamental en la obra del autor.
Uy Hernán buenísimo el dato de Gianuzzi. Esto es lo bueno de el desaguadero, el k discurrir de enredaderas de data poética. Y si, tenés razón, hoy con la web, podemos llegar a esos nombres, que por ahí es muy difícil llegar a través de las librerías. Saludos
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