lunes, 9 de febrero de 2009

Un hotel que nos mira


Por Hernán Schillagi*

Viejo hotel. Carlos Levy. Ediciones El Mono Armado, 2008, 42 páginas.




Abrir un libro de poemas supone para el lector unos cuantos riesgos. Encontrarse con un hermetismo sin sentido, las enumeraciones caóticas desconectadas, los grumos verbales que entorpecen el ritmo o cierta levedad que disfraza la falta de reflexión lírica. Sin embargo, el mayor de todos los peligros sea quizá el de sentirse espiado por cada una de las palabras que conforman los versos. Hacia esta amenaza positiva nos invitan a abismarnos las puertas del “Viejo hotel” del mendocino Carlos Levy.

Al comienzo, a modo de recepcionista, unas palabras del autor nos aclaran que el anhelo de la perfección en la metáfora es efímera y aleja al poeta de los lectores. Entonces los poemas empiezan a aparecer como las habitaciones de este antiguo hotel de Buenos Aires, tan cerca del puerto como de la desaparición. Una voz que mira por la cerradura de los secretos nos muestra a una serie de personajes marginales que deambulan como fantasmas por el filo de la soledad. La prostituta que viene del interior, la solterona beata, el suicida indeciso, la madre que escribe cartas a un hijo perdido son algunos de los seres sin hogar de las grandes ciudades, que cobran vida gracias a un yo poético bastante voyeurista.

Los poemas tienen ese coloquialismo característico de la poesía de los sesentas, pero en ningún momento es un tono forzado y artificioso. La ironía no está utilizada para desacralizar el lirismo, como en la actualidad tantos poetas usan este recurso de manera pobre e injustificada, sino que aquí es una dosis letal de reflexión cómplice: “Toma té la cincuentona Catalina y acaricia,/un gato esclavizado,/chivo expiatorio de su soltería ” Para terminar más adelante diciendo. “También yo,/soy un viejo vecino, claro,/y asumo,/la soledad que me toca.”

También en “Viejo hotel” la experiencia es un rasgo definitorio, ya que en vez de ser testimonios superficiales de la vida, el trabajo del poeta consiste en verdad, como dice el español Luis García Montero en “crear artísticamente las condiciones esenciales para que se reproduzcan en el lector las experiencias estéticas vividas por el poeta”.

Comentario aparte merece la bellísima y austera publicación a cargo de la editorial El Mono Armado que, al comando del experimentado poeta Marcos Silber y su hijo Ramiro, rescatan en esta reedición una obra fundamental de la poesía argentina escrita en Mendoza. Aunque hubiera sido más provechoso que se le sumara un estudio sobre el poemario o algún recorrido de lectura que diera cuenta sobre la importancia de Levy y su poética. Igualmente, este libro llegado “de afuera” viene a poner en evidencia el olvido pasmoso en que se ven sumidos autores locales como Raúl Silanes, Patricia Rodón o Lía Truglio por los agentes culturales, tanto del gobierno como privados.

Por lo tanto, la azarosa invitación a este hotel está hecha. Sólo le queda al lector tomar los riesgos que significa adentrarse al desafío constante de tomar un poema y sentir que nos está nombrando.


*Esta nota se publicó fragmentada por razones de espacio
en Escenario, Diario Uno de Mendoza 2/11/2008




ALGUNOS POEMAS DE “VIEJO HOTEL”, de Carlos Levy



POEMA DEL VIEJO HOTEL



En las coordenadas donde dicen
que nació la melancolía y a medio andar,
sobre la calle de la eterna humedad,
terco,
persiste,
el Viejo Hotel.

Un nombre francés en el cartel lisiado de luz.
Abajo,
decía “de familias” y la eme está casi borrada.

Escaleras quejumbrosas
acompañan techos y paredes,
cicatrices después de tanta historia.

En él se suceden los días,
los días,
los días tras los días,
redondos,
que iguales a suicidios perfectos,
invitan,
a dejarlo todo en manos de un buen recuerdo,
si lo hubiera,
acaso la única heredad.

Viejo Hotel.

Como un convento
en medio del caos,

en la ciudad irremediable.



KARINA



En la calle
la luz de la tarde cede.

El crepúsculo amenaza
con ser más crepúsculo que nunca.

A esa hora, y en ese ocaso de domingo,
lo poco que se escucha
parecen las lamentaciones de una ciudad cansada.

Karina, la honorable,
va en busca del mango rumbo al puerto,
y va,
dispuesta a rajar los tamangos,
de la tarde,
o de la noche,
que más da.

Ha comenzado la ronda contenta sin embargo
y canta al ritmo del traqueteo,
la vieja Julia,
demasiado vieja ya para esos trotes,
le ha regalado,
el vestido de lamé y la pulsera que lleva.

Voy de estreno,
seguramente piensa.

El pecosito,
El gran masturbador,
la está mirando tras la ventana del baño.

Se deja ir
con el andar tangocimbro de su pollerita,

y sublima.


CATALINA



La solterísima Catalina,
vestida de gris como siempre,
anda,
su camino también.

Va a la misa,
con aquella,
infaltable devoción de beata
que llevan para el caso,
las enfermas de desamor,
o las ya demasiado castas.

En su andar casi de monja,
el recogimiento que le exigen,
los instantes previos
a entrar en la iglesia.

En un ojo, en el izquierdo,
ya habrá de notarse,
el advenimiento de la constricción.

Por un momento se ensueña,
con que el hombre,
que está parado en la esquina,
la está mirando.
Piensa que la piensa andando a él,
como la novia que espera.

El espasmo de una casi sonrisa se insinúa.

Le da a su marcha,
como si pudiera alargar los segundos,
una cierta lentitud.

El ojo derecho,
comete pecado,
y se salva.

3 comentarios:

Escribir, coleccionar, vivir dijo...

Yo creo que CATALINA es Leónides Arrufat y a la loca de KARINA le murmura: "arrastradarrastradarrastrada"

Anónimo dijo...

Jaja! ¿Sabés que estoy releyendo por enésima vez "Ceremonia secreta"? La verdad es que yo le escribiría un poema a la femme fatale de Belena.

Escribir, coleccionar, vivir dijo...

Es el arquetipo de parienta hijade... Podrías hacer todo el ciclo de poemas de los personajes de CS, como hizo Marito con Martín y Laura a partir de "La Tregua".