lunes, 10 de junio de 2024

Veinte poemas de amor y una canción desesperada, de Neruda, cumple 100 años

Retrato de Pablo Neruda por Renato Guttuso.

 Pájaros que dormían en tu alma


por Fernando G. Toledo

Hay pocos libros de poesía contemporánea en español de los que pueda decirse que han influido a generaciones enteras, pocos que han vendido tantos ejemplares, pocos que pueden seguir encarnando ese ideal romántico como Veinte poemas de amor y una canción desesperada, el libro de Pablo Neruda que está cumpliendo un siglo desde su primera edición.

Si revisamos la inusual popularidad del libro, un verdadero éxito editorial que trasciende todo análisis meramente literario (por las implicaciones culturales de la obra), hay que decir que el último conteo oficial data de hace 20 años, cuando este poemario llegó a los tres millones de ejemplares vendidos. A pesar de que su poesía evolucionó notablemente en los años siguientes, hasta llegar a la concreción de obras cruciales para la poesía de América como Residencia en la tierra o Canto general, Neruda jamás cometió el pecado de despreciar a esta obra aun cuando se tratara de un libro de juventud.

De hecho, cuando en 1960 el libro alcanzó el millón de ejemplares vendidos, Neruda prologó la edición conmemorativa de ese año con un texto titulado Pequeña historia, en el que se lee: «Por obra del curioso destino, los Veinte poemas… continúan siendo un libro de aquellos que se aman. Por un milagro que no comprendo, este libro atormentado ha mostrado el camino de la felicidad a muchos seres. ¿Qué otro destino espera el poeta para su obra?».

Reducir, sin embargo, el valor del libro a su popularidad, aun cuando esta se imponga por contundencia, sería cometer un error. Y es que junto con esa popularidad hay un influjo que se vuelca de los lectores en los autores iniciados, en el sentido de que por mucho tiempo (quizás durante todo el siglo que ya festejan los Veinte poemas…), el de Neruda ha sido el volumen de poesía que ha acompañado el inicio de la trayectoria poética de muchos autores de lengua española. 

No muy distinto fue el recorrido del propio autor chileno al escribirlo. Un año antes de este libro, el precoz poeta de 19 años había publicado Crepusculario (1923), que pronto llamó la atención de sus contemporáneos chilenos, entre ellos el escritor conocido por el seudónimo Alone. Si en el ese libro inicial el modernismo de la época parece evidenciarse más claramente, en Veinte poemas de amor y una canción desesperada, la influencia más clara, y la reconocida por el propio autor sin ambages, es una muy distinta. Carlos Sabat Ercasty, quien había publicado en 1917 un libro inicial llamado Pantheos resultó una revelación para Neruda. Leer el libro del uruguayo es descubrir los cimientos de ese Neruda, desde la cuestión tipográfica (el uso de signos exclamativos de cierre, al modo inglés, el corte de besos) hasta el encendido romanticismo del planteo.


Pero no todo es imitación en Neruda, ya que la voz del futuro Premio Nobel (lo obtuvo en 1971) empieza a resonar claramente, en poemas de sorprendente perfección formal (dominan los versos endecasílabos y los alejandrinos, además de la rima asonante), en los que esta parece eclipsada por la potencia de sus imágenes y el hondo, pero sutil erotismo que rezuman los textos. En este sentido, la corporalidad que dibuja ya desde los primeros versos del poema inicial («Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos (...) / Mi cuerpo de labriego te socava / y hace saltar el hijo del fondo de la tierra»).

La destinataria de los versos no es una, aunque siempre le hable con la misma intensidad. Parece una síntesis de algunos amores de juventud, que se dan cita de manera innombrada. A veces, ciertamente, la mujer está junto a él y actúa en presente, pero en otras ocasiones el poema es un arma contra el olvido, contra lo pasado, contra lo alejado: «Por qué se me vendrá todo el amor de golpe / cuando me siento triste y te siento lejana?». En este sentido, el poema más célebre es casi un paradigma. En «Puedo escribir los versos más tristes esta noche» (Poema 20), Neruda traza un paisaje desolado en uno de los más conmovedores poemas de amor de nuestro tiempo, que no puede más que desembocar en esa «canción desesperada» con la que cierra el breve e intenso volumen y en el que ya pueden apreciarse poderosas imágenes emparentadas con las que el poeta trazará en su obra maestra (Residencia en la tierra), como cuando canta, dolido: «Abandonado, como los muelles en el alba. / Sólo la sombra trémula se retuerce en mis manos. / / Ah, más allá de todo. Ah, más allá de todo»).

Libro que borra las fronteras del lector culto y el iniciado, versos para aprender a escribir, germen de uno de los poetas mayores de nuestra lengua, Veinte poemas de amor y una canción desesperada pareciera no envejecer, con un siglo encima. Quizás porque, parafraseando uno de sus versos, siempre consigue en quien lo lee, que despierten «pájaros que dormían en su alma».





Un poema de
Veinte poemas de amor y una canción desesperada
de Pablo Neruda

Poema N° 20

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Escribir, por ejemplo: «La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos».

El viento de la noche gira en el cielo y canta.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.

En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.

Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.

Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.

Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.

Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.

Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.

La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.

De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.

Porque en noches como esta la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.

Aunque este sea el último dolor que ella me causa,
y estos sean los últimos versos que yo le escribo.

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