por Eduardo Espósito (*)
Especial para El Desaguadero
Especial para El Desaguadero
La casa de al lado quedó deshabitada y silenciosa por
muchos años, a causa de las frecuentes inundaciones que asolaban a Paso del
Rey, mi pueblo de la infancia. Solíamos jugar en ella desde muy chicos,
especialmente en los veranos, sorteando un paredón, deslizándonos entre pastos
altísimos, arrebatando las mandarinas sin dueño que crecían junto a la higuera.
Ya en mi adolescencia, dos familias jóvenes -muy hippies ellos- llegaron para volver a
darle vida. Pintaron, revocaron y cortaron el pasto. También comenzaron a
sembrar en esa tierra presuntamente virgen.
Desde el alambrado, yo vi crecer zapallos, calabazas, tomates, habas, y unas
plantitas que hasta ese entonces nunca había visto siquiera. Luego me enteré
que no eran para infusión precisamente. Disfruté mucho de su breve vecindad, en
especial, cuando desde la ventana de mi dormitorio escuché alelado a David
Lebon cantar «Hombre de mala sangre». Y es que hablo de una época complicada para
nosotros, los amantes del rock nacional. Sólo había por aquel entonces dos
emisoras de radio -capitalinas por cierto- que transmitían a Pescado Rabioso,
Sui Generis, Manal, más las delicias del rock sinfónico inglés con Yes, Pink
Floyd, ELP y otros monstruos. Encontrar gente con gustos musicales afines era
estar en la gloria.
Pero justo cuando comenzábamos a intercambiar nuestros
discos y los libros de la colección Minotauro, y a disfrutar de algunos humos
juntos, se fueron, tan rápido como habían venido. La casa se había vendido de
un día para el otro. Esta vez, un matrimonio mayor comenzó a verse y oírse en
las mañanas. La señora –Lidia- comenzó a invadir el espacio aéreo de mi patio
con música clásica, su marido Bogdan, un bielorruso al que le decíamos Carlos,
porque así lo llamaba ella, prefería cantar tangos.
Ávida de conocimientos, interesada en todo lo que fuese
cultura, Lidia comenzó a preguntarme, a los pocos días de instalados en su
nueva casa, qué era esa música que yo escuchaba. Le habían llamado la atención
Pink Floyd y Rick Wakeman, para mi satisfacción. Por esos días, le comenté que
algunos de sus discos clásicos me parecían muy buenos, y claro, sin gran
conocimiento yo había estado elogiando a Beethoven y Tchaikowski, nada menos.
Pasaron algunos años, en los que Lidia me obsequiaba pilas
de suplementos culturales, especialmente de poesía, dado que se enteró de que
yo garabateaba algunos textos y se ensamblaron mejor nuestras conversaciones.
Llegó 1982, me fui a vivir a Gral. Roca, Río Negro, llevé conmigo un regalo que
atesoré en mi estadía patagónica. Sabiendo que partía al sur, Lidia me regaló
un long play con la «Sonata a Kreutzer» de Beethoven. Un disparador que me
acercó definitivamente a los clásicos, claro que sin olvidarme de mi amadísimo
rock.
En 1991, regresé a Paso del Rey, a la casa de mi infancia.
Lidia, bastante mayor ya, se puso muy contenta. Seguramente le gustó retomar
ciertas charlas que no sabía compartir con su marido. No me animé a decirle que
mis discos –incluida la sonata- habían quedado en Río Negro, luego de mi divorcio.
Y así siguieron pasando los años, con afectos y obsequios
de ambas partes. La vecina comenzó a utilizar un bastón, pero siguió activa
mientras pudo, no sin un cierto donaire a pesar de su nueva y penosa
enfermedad. El poema «Le gustaba Beethoven» fue escrito al día siguiente de su
fallecimiento. No pude evitarlo. Simplemente salió. Tiene una particularidad:
es el único poema fechado, de los tantos que compuse. Cuando lo lean, de seguro
comprenderán el motivo.
Existe, debo reconocerlo, una cierta conexión especial
con el público, cuando lo leo en algún recital. Supongo que a mí me ocurre lo
mismo con ciertos poemas de otros autores. Creo entender el porqué. Habiendo un
buen manejo del lenguaje en un poema, lo que el lector u oyente atentos perciben
es, a mi parecer, la autenticidad, la carencia de golpes bajos, de artificios.
Esto es impagable, porque allí está la verdadera Poesía, esa madre superadora
que nos sigue arropando ante las inclemencias del sistema.
***
LE GUSTABA BEETHOVEN
Ayer nevó en Bs. As. Después de 89 años
También ayer falleció Lidia la vecina
después de 85
Eventos que no ocurren a menudo
como ases en la manga salen a la luz
Dos buenas jugarretas del destino
un extraño combo inesperado
Si no viajo pienso
no veré la nieve nuevamente
si no muero no veré a Lidia como ayer
Lo cierto es que nada garantiza
que si viajo en Bariloche habrá nevado
que si muero iré a tomar el té con la vecina
o a escuchar a Beethoven
tocarle un solo de arpa
La nieve comienza a disolverse igual que Lidia
y yo sentado frente al mar de lo ya escrito
me abrigo bien en mi afán de perdurar.
10/7/07
De “Quilombario”. Ediciones Amaru (2008)
*Eduardo
Espósito (Argentina, 1956)
Ha publicado. El niño que jugaba a ser Rayo. Bs. As.: El Francotirador,
1992; Violín en bolsa. Bs. As.: El Francotirador, 1995. Una novia
para King Kong. Bs. As.: Amaru, 2005, Quilombario. Bs. As.: Amaru
2008, Las Puertas de Tannhäuser. Bs. As.: El mono Armado, 2011. Participó en
varias antologías, destacándose entre ellas Poesía en el subte. Bs. As.:
de la Flor, 1999.Coordina desde
1996 el taller de escritura de la Dirección de Cultura de la ciudad de Moreno,
y a partir de 2001, desempeña igual actividad en el taller literario
“Elementales Leches” de la ciudad de Gral. Rodríguez, Argentina.
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