Foto tomada por Gustavo Gottfried |
por Carlos Battilana*
-Especial para El Desaguadero-
Escribà El dulce porvenir hace algunos años. Todas las mañanas me llevaba una hora levantarme, tomar un café, estar un poco solo a la madrugada. Era una hora de desasosiego, pero también de cierta calma que por algún motivo no hallaba luego a lo largo del dÃa. Otra hora la tomaba para preparar el desayuno, la ropa y cambiar a mi hijo antes de que viniera la combi que lo llevarÃa a su escuela. Y luego de saludar a Marcos, besarlo, acariciarlo infinitamente, recuerdo que un dÃa empecé a escribir un poema en el escritorio. Al escribirlo, recordé a muchos poetas, compañeros y amigos, a los que habÃa conocido a fines de los años 80, tremendos poetas de libros y poemas excelentes, con los que compartà la pasión y el fuego de la poesÃa. HacÃa tiempo que no los veÃa. Las horas y los dÃas de aquella época juvenil estaban impregnados de incertidumbres y deseos simultáneos, en ese momento de la vida en que uno empieza a caminar hacia algún lado. Tal vez idealice un poco, no lo sé. La poesÃa era en aquella época una constancia, una suerte de ingreso a un mundo lleno de intensidad. Un invisible hilo vital y una sensación fÃsica sobre el paso del tiempo saturaron el instante de escritura de El dulce porvenir. Me percaté de que todos ya éramos grandes. Un tema común, es cierto, condensaba el pequeño acto de cambiar a mi hijo, y de despedirlo hasta la tarde: la fugacidad. Casi podÃa tocar los minutos que se habÃan acumulado en el transcurso de mi vida. Sentà un terrible vértigo. Escribà ese poema recordando un film que hablaba de niños y adolescentes que tienen un espantoso accidente en una ruta. El «futuro», el «porvenir» es una inscripción social, una marca muda que se les imprime a los jóvenes en los rostros. Una inscripción silenciosa, pero sellada a fuego. Sabemos que la infancia es un puro presente; sin embargo el impulso biológico de la sociedad les impone una suerte de misión a cumplir (la patria, el orden social, la continuidad de la especie, el bien) en el tiempo que sobrevendrá. Como sea, de manera tenuemente irónica, utilicé el tÃtulo del film: El dulce porvenir.
Leà el poema en voz alta durante un verano, en casa de una amiga. HabÃa organizado una reunión donde tomamos café, y luego leÃmos poemas. Me tocó el turno, y empecé a decirlo despacio, a pronunciar palabra por palabra; no me resulta agradable la emoción explÃcita en una lectura, y mucho menos la estridencia. Sin embargo, no pude evitar emocionarme. Pasado un tiempo, me solicitaron unos poemas para un suplemento literario; me pedÃan una selección de textos de un libro que habÃa sido editado hacÃa pocos dÃas. Pero le envié ese poema al editor, y decidió publicarlo. Posteriormente lo incluà en un libro que se llama Un western del frÃo. Creo que el poema habla del paso del tiempo, sÃ, y también de mi hijo, sÃ, pero sobre todo del tesoro vital que puede ser cada instante: una vivencia que no busca necesariamente ni el bien ni la verdad, sino su propio vértigo y su propia expansión.
Buenos Aires, 25 de febrero 2016
El dulce porvenir
Cuando los mejores poetas de mi generación
curtidos por las drogas
la grasa y el vino excesivo
están haciendo pie
y pueden usar la palabra templanza
con toda propiedad
reunir poemas
evaluar con cierta distancia
sus tesoros
su cúmulo precioso
cuando cerca de los 50
la juventud
es una palabra
que ha sido usada
y se puede recordar
-sÃ, con alegrÃa-
las viejas amistades
los duelos
los viajes pequeños
cuando
el poeta
de los grandes experimentos
pero de otros poemas
mejores aún
es una increÃble
referencia
y ahora
puede
-finalmente-
distribuir
el aire
y la respiración
porque ha corrido tanto
yo aún
el poeta de la familia
el poeta que
literalmente
ha administrado la energÃa
el poeta del tenis
estoy cambiando a mi hijo
interminable
en el baño
posterior de la casa
y le digo
“te amo te amo”
y barro
bajo los signos y los hábitos
de antiguos mecanismos
la ropa la basura y me muevo
-ya ciego-
entre escombros de fuego
y no tengo, lo sé,
escapatoria
no puedo ni podré respirar
amo
con pobreza
como pude
pronuncio “te amo”
como una
invocación
como una oración religiosa
-polvo del camino-
la única propiedad
con base
en lo real.
*Carlos Battilana nació en el año 1964 en Paso de los Libres, Corrientes. Doctor en Letras, se desempeña como docente de Literatura Latinoamericana en la Universidad de Buenos Aires. Publicó los libros de poesÃa Unos dÃas (1992), El fin del verano (1999), Una historia oscura (1999), La demora (2003), El lado ciego (2005), Materia (2010), Presente continuo (2010), Narración (2013), Velocidad crucero (2014) y Un western del frÃo (2015). Sus poemas han aparecido en antologÃas argentinas y latinoamericanas. Ejerció el periodismo cultural. Autor de ensayos, notas y artÃculos.
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