martes, 16 de abril de 2013

Entrevista a Pedro Luis Barcia

Jardinero del lenguaje

Pedro Luis Barcia, presidente de la Academia Argentina de Letras.



En tiempos de depredación verbal, de catástrofe léxica, de caos idiomático, los guardianes del lenguaje parecen personajes descastados. Son vistos como aureolados por la petulancia, y sin embargo, parece, buscan todo lo contrario: buscan cuidar la lengua como una planta débil, pero también preservar sus mejores brotes.
Algo de esa tarea, la de un jardinero del idioma, es la que lleva a cabo Pedro Luis Barcia, presidente de la Academia Argentina de Letras y miembro de la Real Academia Española. El académico, nacido en Entre Ríos en 1939, pasó por Mendoza durante la última feria del libro provincial para dar dos charlas que tuvieron a la poesía como eje. La primera, trató de las miradas que sobre el Martín Fierro propusieron Leopoldo Lugones y Jorge Luis Borges. La segunda, presentada por la SADE local, trató sobre «El valor de la lectura».
Antes de su visita, Barcia se prestó a un diálogo que recorrió no sólo los temas de sus conferencias, sino cuestiones como la evolución del lenguaje español, la deficiente cultura lectora de los argentinos y hasta cierta chusmería literaria surgida recientemente.

–Comencemos por la primera de las charlas que ofreció en Mendoza. ¿Cuál es la imagen que ofrecen, por un lado Lugones y por otro Borges, de la obra de Hernández, y qué aspectos revelan de la misma con sus propios textos?
El Payador, de Lugones.
–Lugones, con El Payador (1916), editado con motivo del centenario de nuestra independencia, propone la promoción del libro de Hernández a nivel de poema épico nacional, y a sus dos partes las avecina a Ilíada y Odisea. Es un esfuerzo por prestigiarlo y, al tiempo, darnos un fundamento cultural nacional en un libro paradigmático. El intento del cordobés es excesivo, aunque noble. Borges, en cambio, dice que si hubiéramos elegido Facundo como texto canónico, otro sería nuestro destino. Para Borges, Fierro es una individualidad, un gaucho malo, que no encarna dimensiones nacionales. No ve la obra como un poema épico sino como una novela en verso. Borges desajusta su visión del personaje a partir de prejuicios que dejan de lado la letra del texto. Pero ve con claridad la distinción entre poesía gauchesca y poesía folclórica, que otros no vieron.

–La otra charla habló sobre «El valor de la lectura». ¿Está, como parece, olvidado ese valor en la actualidad?
–El eje de mi charla es el conjunto de aptitudes, destrezas y valores que comporta el hecho de leer. Existen formas del analfabetismo curiosas como: las de leer sólo textos que consuenen con nuestra ideología, pues mata la motivación de la tolerancia y el diálogo, que es base de la democracia, y leer es dialogar; la de leer sólo un género de literatura, lo que lo priva a usted del resto de manifestaciones que hacen a la riqueza de la cultura humana; el leer sólo los contemporáneos, le borra el sentido de continuidad de lo humano y del legado y herencia. En fin, son formas de estrechamiento espiritual en lugar de liberación (liber, libro y libre) y amplitud. Cuando presenté los tres tomos de las Obras completas de Borges, anotadas por Costa Picazo, dije que debían llevar una faja que dijera: «Evite el Alzhéimer: lea a Borges». Sus paradojas, ironías, falacias, ambigüedades, plurisentidos, silencios, estimulan la actividad del cerebro y lo mantienen en vilo y dinámico. Ese es otro valor de la lectura. Las estadísticas señalan que en nuestro país se lee medio libro por habitante y por año… es penoso.

–¿Cree que la escuela argentina, en sus diversos niveles, estimula debidamente la lectura en los niños?
–Las estadísticas de nuestro Ministerio de Educación han señalado que algo más de la mitad de los egresados del secundario no tienen lectura comprensiva, hecho gravísimo para la inserción social y la vida democrática: un pibe pierde un empleo porque no entiende las consignas para llenar la solicitud, y no digamos si debe presentar una nota solicitándolo. La escuela ha dejado de lado varias cosas, tal vez porque debió atender a otras que no le eran propias, debido a las necesidades sociales.

–¿Qué cosas específicas ha dejado de lado la escuela?
–Hay varias realidades: a) no se organizan programas de lecturas graduadas y en totalidad, a lo largo de primaria y secundaria: el caudal de lecturas ha descendido en los últimos diez años en un 70%; b) no se desarrolla la oralidad de los chicos, que ocupa el 85% de la realidad comunicativa cotidiana, el resto es gesticular y escribir; c) se ha reducido, por disminución de lecturas y exigencias, el caudal léxico del muchacho. Hace una década, manejaba unas 2.000 voces en la práctica oral, hoy está en los 700 vocablos. El empobrecimiento verbal afecta al pensamiento: el pensar se estrecha con la reducción de palabras que se manejan. Si el joven no puede expresar («soltar lo preso») por la palabra, lo hace por el sopapo, la piedra o la violencia varia. Esa pobreza lingüística lo hace un ciudadano de segunda, un disminuido para la defensa de sus derechos.

–La Real Academia Española publicó a fines de 2010 una nueva Ortografía, que incluyó cambios no exentos de polémica. Si bien los cambios, en este sentido, suelen tener resistencias, hubo algún caso criticado muy seriamente y que, de hecho, ni siquiera la RAE se atrevió a considerar como obligatorio (lo dejó en la categoría de las sugerencias): es el de la supresión de la tilde en el adverbio «sólo». Ciertamente, los casos de ambigüedad parecen multiplicarse con su eliminación, muy especialmente en la poesía. ¿Qué nos puede comentar al respecto?
–A esta obra de la Asociación de Academias le faltó tiempo de discusión y elaboración. Para a la Gramática  le destinamos 15 sesiones; al DPD, 10 reuniones, y a la Ortografía: dos. Cuando presenté en la AAL la Ortografía, comencé con una frase definitoria: «La opcionalidad es el cáncer de la ortografía». Antes de que se editara nos hicimos oír por los medios, con nuestras disidencias. Es el código del idioma que debe ser más firme y general, con la menor cantidad de excepciones posibles. No es así, lamentablemente: hay tantas opcionalidades que no tiene fuerza de ley, lo que despista y apampa al usuario. Una vez que aprendimos a decir «licua» y no «licúa», nos dan la opción. Es el código más descalificador socialmente hablando. La gente no advierte las faltas sintácticas, pero la mala ortografía lo pone a uno en el banquillo. Los casos de confusión para el «solo» intildado (que no es lo mismo que inacentuado) son escasísimos y casi siempre la ambigüedad se disuelve por el contexto. La próxima edición debería ser muy castigada en pro de la unidad. Cabe decir, también, que ha habido muchas reacciones adversas a las propuestas porque no se conocen los fundamentos, que el texto académico da.

Borges y Bioy.
–Recientemente asistimos a una polémica sobre ciertos dichos de la señora María Kodama sobre Borges y Bioy Casares. ¿Qué opinión le merecen? ¿Cuán importante, según su opinión, fue la amistad literaria y personal entre estos dos autores para las letras argentinas?
–La amistad literaria entre ambos fue asimétrica, pues quien aprendió de su amigo mucho del arte de escribir, fue Bioy. No son comparables ni en la calidad (el talento creativo de Borges y su dominio de la lengua es impar), ni en la coherencia (en cuanto a mantener un alto nivel creativo a lo largo de su obra, Bioy es desparejo); ni en la influencia en la literatura nacional y mundial: Borges es el mayor de los nuestros en este ámbito. Lo segundo, creo que la publicación del Borges, póstumo, de Bioy no fue feliz. Lo que alimenta es la chismografía literaria. María Kodama es centro de vapuleo porque boga o porque no boga. Pero lo esencial es que a todos nos gustaría tener los derechos de «Georgie», y cuando ella marca territorio, genera molestias. Si hay abusos, lo dirimirá la justicia. En esta polémica ambas partes se han ido de boca. Pero estas disputas son ajenas a la axiología literaria.

El habla de los argentinos
–La Academia Argentina de Letras investiga, entre tantas otras cuestiones, acerca del habla de los argentinos. ¿Qué particularidades puede compartir con nosotros sobre algunos «argentinismos» que la Academia haya aprobado recientemente?
–Le paso algunos de los que acabamos de aprobar, y aún tienen calorcito de horno: abrochar (embromar, perjudicar), bacha (de baño), sacabollos (chapista especializado), bolonqui (quilombo), boludez (hecho torpe, tontería; cosa fácil de hacer; cosa ni importancia, nimiedad: como se ve nuestra «boludez» es rica semánticamente); combi, conchero (el de las bailarinas), estrolar (chocar o golpear contra algo), fragote (rebelión militar, de Fraga: y situación complicada, armada intencionalmente), legislatura (en tres sentidos que no usa España), peludo (difícil, complicado), tunear: modificar el aspecto del auto según el gusto personal del dueño: producirse mucho una persona), yeite (habilidad o pericia especial, viene del latín y de allí al portugués y a nuestra lengua). Si esto no es el pueblo, ¿el pueblo dónde está?

–Un aspecto que siempre resulta llamativo a la hora de analizar la lengua española es el caso de los insultos. ¿Son de insultar los miembros de la Academia? ¿Se cuida la corrección también en las puteadas, o es, digamos, un terreno liberado para la experimentación idiomática?
–Hasta ahora no he oído en las sesiones esa presencia. Quiero señalarle que yo no me rasgo las vestiduras frente a esa materia: la estudiamos, la definimos, la codificamos. Le damos trato profesional. Suelo ser quien propone estos elementos en la Comisión del Habla de los Argentinos: los diez sinónimos de «pene» o las treinta expresiones para el verbo «copular», en mi Diccionario fraseológico. Pero, como el que estudia un virus, no lo anda uno desparramando en la plaza: es en la plaza donde se cultiva y recoge, y en la AAL se lo estudia. La puteada es munición de alto calibre que hay que preservar para las ocasiones oportunas donde ella resulta funcional y no cabe otra cosa que darle salida a esta explosión categórica del idioma. La radio argentina, sobre todo la vespertina, avanzó últimamente con retahílas de puteadas y groserías en cadena. Eso perjudica a la funcionalidad del insulto y de la palabra gruesa, porque la reiteración los hace banales, insignificantes, vacíos de carga semántica contundente. Nuestro país es el único en Hispanoamérica que ha generado dos diccionarios de insultos: Puto el que lee, de Editorial Barcelona, que es de una notable exactitud asistida por el humor, y Diccionario de injurias, Editorial Losada. Esa presencia revela la asiduidad de uso. Así como en nuestro Léxico del dinero, registramos doce acepciones del verbo «coimear» (aceitar, embadurnar, facilitar, etc) lo que revela que está institucionalizada la actividad.

Clásicos y contemporáneos
Rubén Darío.
–Usted es un especialista en Rubén Darío. ¿Vislumbra entre nuestros poetas a un autor contemporáneo que esté a la altura literaria del guatemalteco? ¿Le interesa la poesía o los poetas argentinos contemporáneos?
–No veo a nadie en el horizonte que pueda cumplir en nuestros días la doble función de Darío: la renovación total de la lengua literaria y, con ella, las formas de la prosa (cuento, crónica, novela, periodismo, etc), más pesantes , y las del verso en el Modernismo. En su momento, Huidobro «mató la lengua materna», como él decía, y dio un vuelco notable con su creacionismo; luego, Neruda, con su poderosa creatividad; en nuestros días, Juan Gelman, y su poder sincrético del verbo, pero ellos han sido los revolucionarios en el verso. Darío fue «el último libertador de América», como lo llamó Lugones, en prosa y verso. Y por ello, le valió la imagen de Max Henríquez Ureña: él generó la inversión del camino del oro: la vuelta de los galeones. Por otra parte, la  nueva narrativa hispanoamericana, cumplió la liberación en la prosa y el retorno de estos otros los galeones. Fui, desde muchacho, un devorador de poesía, y gracias a mi buena memoria, generé una rica antología portátil, de la que conservo dos terceras partes. Hasta que el señor alemán haga estragos en mí.  Hoy, releo  a mis preferidos (Marechal, Borges, Machado). Pero leo poco a los nuevos poetas, y lo siento. Pero tengo una sola vida y dos academias ad honorem, es decir, de concepción argentina: la cultura es impagable.

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