lunes, 19 de noviembre de 2012

Herencia poética

La poesía como un hecho inevitable*

           




Porque hubo habrá hay generaciones
(demás está decir que «hay cadáveres»)
no crean en Rimbaud joven para siempre
hay rockstars pelados hay malditos en muletas…

Tamara Kamenszain, en La novela de la poesía


           
 1.De tal palo, tal poesía

Cuántas veces hemos escuchado decir frases como: «Tiene los mismos ojos del padre», «Camina como el abuelo», o «Sonríe como la tía». Sin embargo qué sucede cuando a un vástago la voz le sale extraña, única y oscura. Encima nunca dice lo que dice. Siempre esquiva la mentira y habla con la verdad, que es el modo más claro para confundirnos. Por lo tanto, la preocupada madre se queja con el alma en un hilo: «El nene me salió poeta». Entonces, la vecina le responde con total sinceridad: «Querida, lo que se hereda no se roba».

           
2.Mapa poético
           
La poesía se encuentra en el ADN de la humanidad. De otro modo, cómo podemos explicar que, en un mundo vertiginoso y tecnificado como el de hoy, siga existiendo. Así, han pasado las guerras, las torturas y los campos de concentración. Por eso leo, con más pena que curiosidad, los poemas de Ana María Ponce, una militante secuestrada y desaparecida durante la última dictadura militar. En medio del cautiverio en la ESMA se animó a redactar para su hijo: «Para que la voz no se calle nunca / para que las manos no se entumezcan, / para que los ojos vean siempre la luz / necesito sentarme a escribir…»[1]. Apropiadamente, Adorno dijo que después de Auschwitz escribir un poema era un acto de barbarie. Aunque, la misma poesía viene a ser un testimonio fugaz de nuestro paso por la Tierra, la suma fragmentaria de una historia personal, la herencia unívoca de las palabras que se comparten en la mesa familiar. La poesía, según dicen, no sirve para nada; pero el inventario mensual de lecturas, publicaciones, presentaciones, blogs, performances en bares y teatros demuestran que, al menos, es inevitable.
           
           
3.Nene, qué vas a ser cuando seas vate

Jorge Luis Borges sospechaba que sus padres lo habían engendrado en Buenos Aires para la felicidad y que les había fallado. En un solo gesto heredó la ceguera, como así también la luminosa biblioteca paterna donde eligió perderse para siempre. Padres e hijos, hijos y padres: «No nos une el amor, sino el espanto…», supo escribir. Como también es cierto que los mismos poetas nos dejan su propio legado: un modo voluptuoso de torcer el idioma dominante (Rubén Darío), la voz que se levanta ante la desigualdad (Alfonsina Storni), la vitalidad a prueba de solemnes (Oliverio Girondo), el habla inquieta de la calle (Juan Gelman), el hacer del cuerpo un poema (Alejandra Pizarnik). Ningún poeta que se precie, por tanto, apuesta todo a la tradición lírica; al contrario, ya que desdeña convertirse en una repetición deformada y anacrónica de sus antepasados y, como supo ver el japonés Bashô: «No sigo el camino de los antiguos: / busco lo que ellos buscaron». La herencia es una oferta que, tal vez, la eternidad pone en saldos y retazos. Ya la obtuvimos sin esfuerzo, está al alcance de la mano. Ahora nos queda ir en su contra.

           
4.Cosecharás tu verba

Lo dicho: como el color de los ojos, la poesía se nos hace inevitable en la caligrafía del genoma humano, imposible de soslayar con el pulso sobrenatural del silencio o las distracciones cotidianas. si la herencia es involuntaria, las palabras no. Sin determinismo, uno elige letra por letra qué va a decir (y qué va a leer) para guardar en el baúl de los recuerdos literarios. Todos hablamos para hacernos notar. Muy pocos callan para poder existir. Generaciones y generaciones de palabras corren ciegas por nuestras venas hasta que estallan esplendorosamente. Ya no podemos pronunciar «luna» sin verla un poco como la describieron Federico García Lorca («La luna vino a la fragua / con su polisón de nardos…»), Leopoldo Lugones («Y la luna en enaguas, / como propicia náyade…»), o el mismo Borges («Mírala. Es tu espejo»). Sin embargo, también el ADN de la poesía va mutando, es un animal vivo que corre hacia delante; porque sabe que nunca leemos lo mismo en un poema, cambia todo el tiempo, convierte en frases inolvidables aquello que creíamos dormido en nuestro interior. Como anota Edgardo Dobry: «la inestabilidad es fantasma perpetuo, y el poeta trabaja en ese límite devenido centralidad: el de la agresión sublimada y directamente ejercida sobre el idioma como un filo que atraviesa los niveles del lenguaje y los cortocircuita y los fisiona. Abdicando, de paso, toda venerable genealogía literaria…»[2]. Entonces, como sucede en el paso irrecuperable por la infancia, la poesía también nos modifica para siempre; y ese es nuestro legado al mundo, nuestra herencia poética.

 
 
 
 
*A partir del guion escrito para el espectáculo Herencia poética, poemas de padres e hijos presentado por el grupo El Desaguadero durante 2012.
[1]«Poemas», Ana María Ponce. Colección Memoria en movimiento, Buenos Aires, 2011.
[2]«Orfeo en el quiosco de diarios: ensayos sobre poesía», Edgardo Dobry. Ed. Adriana Hidalgo, 
Buenos Aires, 2007.

2 comentarios:

Damián dijo...

la poesía es perfectamente inútil, como todas las cosas realmente imprescindibles.

saludos!!!

Hernán Schillagi dijo...

Damián: Muy bueno, ese sería el remate alternativo de este "evitable" ensayo. Muchas gracias por luchar a favor de lo más inútil del mundo.