José María Blanco White (1776-1841)
tenía unos treinta años y una promisoria carrera diplomática en su
España natal cuando debió buscar refugio en Inglaterra. Hijo de un
vicecónsul inglés y una madre española, Blanco se vio obligado a
huir cuando los franceses invadieron Andalucía.
Ese hecho político acabó teniendo una
importancia crucial para la poesía inglesa del siglo XIX, puesto que
el español Blanco, formado en un hogar bilingüe, profundamente
católico, decidió adoptar la lengua del país que lo acogió para
expresar su formidable talento literario. La añoranza de su país
natal y las crisis religiosas por las que atravesó no impidieron al
poeta escribir algunos de los textos más notables en el inglés de
su tiempo.
En otra lengua
La fama de Blanco White (cuyo albo
apellido intenta, en esa traducción incluida, reflejar el carácter
también bilingüe de su personalidad) se debe fundamentalmente a un
poema en inglés firmado en 1825, que está considerado «el mejor y
más notable soneto escrito en nuestra lengua», según Coleridge.
Este soneto llegó a mis ojos en otoño
de 1998. Fue en un número del Diario de Poesía de esa época,
dedicado a la traducción, y junto con una noticia
biográfico-literaria firmada por Guillermo Piro (de la que he tomado
los datos de los primeros párrafos), se publicaba el poema original,
acompañado por una serie de traducciones célebres del mismo, además
de dos versiones novísimas de Leónidas Lamborghini, realizadas por
encargo de la revista.
Por ese entonces yo mismo ultimaba los
detalles de lo que iba a ser mi primer libro de poemas, y mi
pensamiento estaba, creo recordar, particularmente sensible a la
vibración estética. Y, sin dudas, Night and Dead, es
un soneto de tal perfección que no pudo menos que impresionarme, no
sólo por la magnitud de su belleza, sino por lo que había
representado para diversos traductores, la mayoría de ellos también
poetas, durante tantos años. Un magnetismo, seguramente, potenciado
por los polos de las dos lenguas en pugna, que Blanco White ejercía
en carne propia.
Un difundido retrato a lápiz del poeta. |
No se sabe que el
propio poeta haya volcado a su lengua natal ese soneto sobre la noche
como un ropaje de la muerte. Pero sí está claro que de inmediato
fueron muchos los que se abocaron a la febril tarea de trasladar la
punzante y ominosa música del pentámetro inglés a los, acaso, más
sedosos endecasílabos o bien alejandrinos castellanos.
Piro anotaba y
comentaba, en su artículo, algunas características de las
traducciones incluidas en la publicación. A las rimadas y
endecasílabas de Alberto Lista (1837) y Rafael Pombo (c. 1882) las
aludía con una cita de Menéndez Pelayo. Era «poco feliz» la
primera y «una paráfrasis» la segunda. Apunto al margen que,
además, la de Lista utiliza la vía de los antónimos para traducir
el título: El sol y la vida.
A la versión en
alejandrinos y sin rima realizada por Antonio Elías en 1954, como
una reacción al desagrado que a éste le provocaba la de Pombo, el
autor del artículo le achacaba con justicia «reiteradas
asonancias». Luego venían dos versiones de Jorge Guillén, ambas
con versos de catorce sílabas, sin rima la primera y rimada la
segunda, en las que se busca «conservar los valores formales» del
soneto original pero cuyo principal defecto es ser «excesivamente
guillenianas».
Luego Piro
compartía, sin comentarla, la versión que Jesús Díaz preparó en
1986 para una edición de la obra poética de Blanco White editada
por Visor (1994). Mi comentario podría parecerse al que dedicó
Menéndez Pelayo a la de Pombo, aunque la de Díaz es más musical,
pero no por ello menos cargada gratuitamente de adjetivos
psicológicos que exageran el «pasmo» mucho más sutil del poema
original.
La versión de
Esteban Torre, que mereció, informaba Guillermo Piro, un premio de
traducción en 1988, era quizá la mejor de las consignadas, aunque
para mi gusto cometa un desplazamiento injustificado hacia la primera
persona (sólo tácita en el original de Blanco White), lo cual hace
de la suya una versión cuyas resonancias enigmáticas terminan
atenuadas.
Sobre
la traducción de Eliseo Diego (1991), Piro incorporó un comentario
del propio poeta-traductor sobre su versión: «Me pregunto qué
diría Blanco White si pudierse leer su poema inglés en el español
que él abandonara. No me atrevo siquiera a imaginarlo. El soneto
perdió sus rimas en el vuelo de un idioma a otro, Dios nos valga».
Por último, en las
dos versiones de Leónidas Lamborghini aparece, como en el par de las
de Guillén, un exceso de intervención del traductor. Aunque en
este caso, se supone, el «lamborghinismo» es deliberado y entonces,
en esos términos, el resultado tiene buen nivel.
El juego de la traducción
Pero visto ese
espectáculo de versiones, traducciones y, por qué no, traiciones,
el poder que emanaba del soneto original seguía produciendo en mí
una seducción difícil de eludir. Mis experiencias con la traducción
se reducían, por aquel tiempo, a tareas menos arduas. Apenas había
volcado al español una veintena de poemas (de verso libre) de Paul
Auster, junto con algún otro ejercicio sin importancia.
Retrato al óleo de Blanco White. |
Esa inexperiencia
no impidió que me animara, después de varios años de titubeos y
traslaciones literales en verso libre y luego en verso blanco, a una
traducción que sirviera de exorcismo para el hechizo de este soneto
irresistible.
El
hechizo no fue conjurado. Pero algo se formó de ese trabajo de
destrucción y rehechura. Juntas
y en explosión, la lengua y la poesía parecen dictar preceptos a
cumplir. Fascinación mediante, la tarea de la traducción, maldita y
hermosa, putrefacta, ineludible, es entonces un juego en el que sólo
se triunfa haciendo trampas.
Así,
mi versión endecasílaba del soneto resigna rasgos, anécdotas y
elementos del poema original de Blanco White en pos del rigor
métrico, para el cual también son convocadas palabras ausentes
(aunque en lo posible, no ajenas) en el soneto primero. La acentuación clásica ha sido respetada en la medida de lo posible, aunque apartándola en algún caso cuando resultara más importante el crescendo propio de Blanco White: el último verso es el mejor ejemplo de esto.
La
segunda versión (¿o, también, «paráfrasis»?), en alejandrinos de laxos hemistiquios,
se acomoda mejor a la comparación con Night
and Death en
cuanto a expresiones, vocablos y giros. Incluso, quizá, a la
combinación de sonido y sentido, por cuanto el inglés posee mayor
expresión en un espacio menor de tiempo –las palabras suelen ser
más cortas–. Aun así, hay concesiones, aunque el objetivo es que
se diluyan en el todo y, mejor todavía, formen parte integral sin
delito de extranjería. Es indispensable, en cualquier caso, una
lectura acompañada por la presencia del original.
Si hay
que hablar de preferencias, todo depende del parámetro elegido (lo
cual delataría cierto principio de imperfección implícita en toda
traducción). Supongo que en mi versión endecasílaba funciona mejor
la armonía sonora; y en la alejandrina, alcanza mejor cariz el
desarrollo lógico de la idea de la noche como una metáfora de la
muerte. Creo preferir la primera porque a veces la música acompaña
y completa los sentidos. Creo preferir la segunda porque el sentido
compone su propia música con la simple repetición de su secuencia.
En definitiva, prefiero el original para volver a traducirlo, una y
otra vez, hasta que la noche nos separe.
Night
and Dead
by
José María Blanco White
Mysterious
Night, when the first man but knew
Thee
by report, unseen, and heard thy name,
Did he
not tremble for this lovely frame,
This
glorius canopy of light and blue?
Yet’neath
a curtain of traslucent dew
Bathed
in the rays of the great setting flame,
Hesperus
with the host of heaven came,
And
Io! creation widened in his view.
Who
could have thought what darknes lay concealed
Within
thy beams, oh Sun! Or, who could find,
Whilst
fly, and leaf, and insect stood revealed,
That
to such endless orbs thou mad’st us blind!
Weak
man! Why to shun death this anxious strife?
If
light can thus deceive, wherefore not life?
Noche
y muerte
por
José María Blanco White
Versiones de Fernando
G. Toledo, 2002
(Versión
1)
Noche
extraña, cuando el hombre primero
Supo sin conocerte que vendrías,
¿Tembló al mirar el marco que
ofrecías,
Temió perder su toldo azul entero?
Pero, bajo el rocío
duradero,
Llegó Héspero cuando el
ocaso ardía,
¡Y lo creado en sus ojos
crecía,
Con las huestes del cielo
justiciero!
¡Oh Sol, quién descubrir así
pudiera
La oscuridad en tu rayo
emboscada!
¡O quién adivinar que
está escondida
En las hojas e insectos la
ceguera!
¡Débil criatura! La
muerte no es nada.
Si engaña la luz, ¿por
qué no la vida?
(Versión
2)
Extraña noche: cuando tuvo el hombre reporte
De ti, sin verte supo, o le fue revelado,
¿Tembló tal vez por este admirable bordado,
Este brillante, azul, y glorioso soporte?
Mas traído en un velo de gotas su transporte,
Por el ardiente fuego del ocaso bañado,
Con la hueste del cielo ya Héspero ha llegado:
¡Su vista la creación del sur extiende al norte!
¡Quién iba a sospechar que había oscuridad
Entre tus rayos, Sol! ¡O entrever la verdad
oculta entre las moscas, los insectos, las hojas,
La ceguera del orbe a la que nos arrojas!
¡Débil hombre! ¿Por qué negar la muerte tienta?
¿No engañará la vida si la luz aparenta?
* * *
De ti, sin verte supo, o le fue revelado,
¿Tembló tal vez por este admirable bordado,
Este brillante, azul, y glorioso soporte?
Mas traído en un velo de gotas su transporte,
Por el ardiente fuego del ocaso bañado,
Con la hueste del cielo ya Héspero ha llegado:
¡Su vista la creación del sur extiende al norte!
¡Quién iba a sospechar que había oscuridad
Entre tus rayos, Sol! ¡O entrever la verdad
oculta entre las moscas, los insectos, las hojas,
La ceguera del orbe a la que nos arrojas!
¡Débil hombre! ¿Por qué negar la muerte tienta?
¿No engañará la vida si la luz aparenta?
Otras versiones
El sol y la vida
¡Oh noche! Cuando a Adán fue revelado
quién eras, y aun no vista, oyó
nombrarte,
¿no temió que enlutase tu estandarte
el bello alcázar de zafir dorado?
Mas ya el celaje etéreo, blanqueado
del rayo occidental, Héspero parte;
su hueste por los cielos se reparte,
y el hombre nuevos mundos ve admirado.
¡Cuánta sombra en tus llamas
ocultabas,
oh Sol! ¿Quién acertara, cuando
ostenta
la brizna más sutil tu luz mentida,
esos orbes sin fin que nos velabas?
¡Oh mortal! Y ¿el sepulcro te
amedrenta?
Si engañó el Sol, ¿no engañara la
vida?
Versión de Alberto
Lista, 1837
La noche
Al ver la noche
Adán por vez primera
Que iba borrando y
apagando el mundo,
Creyó que, al par
del astro moribundo,
La Creación
agonizaba entera.
Mas luego, al ver
lumbrera tras lumbrera
Dulce brotar y
hervir en un segundo
Universo sin
fin... vuelto en profundo
Pasmo de gratitud,
ora y espera.
Un sol velaba mil;
fue un nuevo Oriente
su ocaso; y pronto
aquella luz dormida
Despertó al mismo
Adán, pura y fulgente.
...¿Por qué la
muerte al ánimo intimida?
Si así engaña la
luz tan dulcemente,
¿Por qué no ha
de engañar también la vida?
Versión de
Rafael Pombo, antes de 1882
La noche
¡Oh noche
misteriosa! Cuando tu imperio y nombre
a nuestro primer
padre fue por Dios anunciado,
¿no tembló por
la fábrica adorable del mundo,
por la luz y la
gloria de la bóveda azul?
Mas, cuando tras
un velo de rocío que enciende
con sus rayos la
gran llamarada poniente,
surge Véspero al
frente del ejército celeste,
¡oh!, a la vista
del hombre la Creación se ensancha.
¡Quién hubiera
pensado la tiniebla escondida
dentro de tus
fulgores, oh sol, y quién creyera
que al revelar la
flor, la hoja y el insecto
nos cegabas al
brillo de orbes innumerables!
¿Por qué, pues,
nos encoge la angustia de la muerte?
Si así la luz
engaña, ¿no ha de engañar la vida?
Versión de
Antonio Elías, 1954
Noche y muerte (versión I)
¡Oh Noche de
misterio! Cuando te conoció
Nuestro padre
inicial, según sacra noticia,
Y tu nombre
escuchó, ¿no tembló -ya nocturno-
Ante el dosel
glorioso de fulgor y azul?
Pero tras la
cortina -traslúcido rocío-
Que traspasaban
los rayos de occidental hoguera,
Héspero con la
huestre de aquellos cielos viene,
Y a los ojos del
hombre la creación se ensancha.
¿Quién imaginó
que dentro de los rayos
Se ocultase tal
sombra, quién, oh Sol, pensaría,
Mientras se nos
revelan hojas, moscas, insectos,
En orbes
invisibles, porque tú nos cegaste?
¿Y tan
ansiosamente luchamos con la muerte?
¿Si así la luz
engaña, no habrá engaño en la vida?
Noche y muerte (versión II)
¡Oh Noche
misteriosa! Cuando el varón primero
Conoció hasta tu
nombre, informe era divino,
¿No se apresuró
temblando frente a frente al destino
Del glorioso dosel
con tanto azul entero?
Pero tras el rocío
-cortina transparente-
Que atraviesan los
rayos del crepúsculo en llama,
Héspero a los
ejércitos del firmamento llama:
Más Creación
descubren los ojos y la muerte.
¿Y cómo
presentir que en tus rayos alojas
Oculta oscuridad,
oh Sol, y convertida,
Después de
revelados insectos, moscas, hojas
En orbes
invisibles tras tu mismo esplendor?
Si así la luz nos
miente, ¿no nos miente la vida?
A nuestro fin
mortal, ¿por qué oponer horror?
Versiones de
Jorge Guillén, 1969 y 1971
La noche y la
muerte
El día aquel que Adán, noche sombría
De tu llegada al serafín oyera,
Temblando estuvo por su alma esfera,
Por la bóveda azul que relucía.
Tembló hasta que, lumbre que caía
Y el relente de seda que cayera,
Salió el lucero con su hueste entera
Y, era de ver: ¡la creación crecía!...
Oh quién pensado hubiera tal negrura
Dentro del sol; quién pulga iluminada,
O mosca o flor de cada luz sentida,
Y tal inmensidad del orbe oscura.
La angustia ante la muerte es para nada.
Como engaña la luz, miente la vida.
Versión de
Jesús Díaz, 1986
La noche y la
muerte
Oh noche oscura, si por vez primera
te viera yo venir, ¿no temblaría
temiendo que esta clara luz del día,
este milagro azul se deshiciera?
Pero, si ya el lucero reverbera
al caer la tarde, y la alegría
de mil estrellas nace, ¿negaría
que brilla más la creación entera?
¡Quién hubiera pensado, oh noche oscura,
que el propio Sol pudiera ensombrecerte,
tenerte entre sus rayos escondida!
Eres gloria de paz y de hermosura.
¿Por qué temer, entonces, a la muerte?
Igual que el Sol, ¿nos cegará la vida?
Versión de
Esteban Torre, 1988
A la noche
¡Extraña noche! Cuando el primer padre
tuvo de ti noticia, oyó tu nombre,
¿tembló quizás por la adorable forma,
la regia cúpula de luz y azul?
Mas bajo un velo de rocío translúcido,
entre los rayos del poniente en llamas,
Héspero con la hueste etérea vino,
¡y el hombre vio ensancharse la Creación!
¿Quién pudo imaginar tales tinieblas
allá en tus rayos, sol, o quién pensó,
mientras insectos y hojas se perfilan,
que a innumerables orbes nos cegaras?
¿A qué rehuir la muerte, pues, ansiosos?
Si engaña así la Luz, ¿qué hará la vida?
Versión de
Eliseo Diego, 1991
¿Se apagó esa
gran luz?... (I)
«¿Se apagó esa gran luz? ¿Volvíame ciego?;
fue tan honda la angustia desatada,
que muy adentro mío oí mi nada
sin consuelo gemir: era mi ruego».
«(Hablo desde ti mismo y no lo niego,
el misterio de hablarte me anonada,
porque es mi voz de Génesis trucada,
de aquel tiempo a este tiempo, sin sosiego)».
«Asomándome, luego, luces en lo alto
vi cambiar; no, esa luz no era la misma,
pero alcanzó a calmar mi sobresalto».
Desde aquel primer mono fue la duda
y el terror de un final que nos abisma:
¿mas no será cual luz que en otra muda?
¿Se apagó esa
gran luz?... (II)
¿Se apagó esa gran luz? ¿Volvíame ciego?;
fue tan feroz la angustia desatada,
que hondo desde la cueva aullé mi nada:
como un loco gemía, era mi ruego.
(Hablo desde tu adentro y no lo niego,
el misterio de oírme me anonada,
porque es mi voz de Génesis trucada,
de aquel tiempo a este tiempo sin sogiego).
Asomándome, empequeñecidas,
vi en lo alto luces, no la misma,
mas sospeché una argucia repetida.
Desde el principio, entonces, fue la duda,
el engaño, el terror que nos abisma
y a que a mi grito el tuyo propio anuda.
Versiones de
Leónidas Lamborghini, 1995
4 comentarios:
Estimado Fernando, y camaradas desaguaderistas, la verdad es que está muy bueno el blog. O al menos,personalmente lo voy leyendo porque aprendo. El artículo sobre Blanco es muy interesante. La verdad es que ver las diversas y variadas traducciones de un mismo soneto es un aporte raro en los blogs.
Un abrazo y felicitaciones desde Córdoba.
leandro calle
Leandro:
Muchas gracias por tus palabras, que nos dan un empujoncito para seguir con esta gustada que es El Desaguadero. Me alegra que te haya gustado, también, el artículo sobre este soneto. Es un honor.
Autobombo:
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