miércoles, 24 de febrero de 2021

El final de una reivindicación interminable


 

 por Flavio Crescenzi*

Documentales V. Entrevistas a escritores argentinos, El final de una reivindicación interminable.

 

El año 2021 comenzó con muy buenas noticias, y no me estoy refiriendo a ninguna vacuna en especial, sino a la aparición del quinto y último tomo de “Documentales. Entrevistas a escritores argentinos”, de Rolando Revagliatti. No podría decir que mi relación con esta serie es objetiva, pues tuve el honor de ser uno de los escritores entrevistados en el primero de los tomos y, posteriormente, la osadía de escribir una reseña sobre el segundo, motivo por el cual, cualquier reflexión que aquí consigne no pretenderá fingir distancias ni desapegos críticos, sino que más bien buscará la manera de incitar al lector, con el frenesí del que se considera parte interesada, a que devore el libro cuanto antes.

Para empezar, digamos que lo que hace tan valiosa la gesta que viene llevando a cabo Revagliatti hace ya cuatro volúmenes —y que este quinto y último confirma— es su deliberada reivindicación de la figura del autor, figura que fue en algún punto erosionada por las teorías posestructuralistas y rematada al fin por las teorías posmodernas, cuyos intereses, sospechosamente, se centraban en ese complejísimo juego de espejos, laberintos y palimpsestos en el que se convirtió la literatura tras la victoria y consolidación de la industria cultural. Me referí a esto (aunque quizá con otras palabras) en mi reseña anterior, así que procuraré no repetirme. Sí agregaré algo que no destaqué aquella vez: todos los autores entrevistados en la serie “Documentales” son poetas.

 

 

Como se sabe, la poesía, que supo ser un género literario de prestigio en su momento, es hoy apenas un género frecuentado por sus propios cultores y, tal vez, por algún que otro lector curioso o melancólico. El mercado editorial optó hace décadas por géneros, por así decirlo, más «prosaicos», dejando a los poetas relegados a un ostracismo que fue alimentado día a día por el desconocimiento y el olvido. Es aquí donde el trabajo de Revagliatti viene a hacer justicia. Dicho de otro modo, la serie “Documentales” no supone solo la reivindicación de la figura del autor, sino, por sobre todas las cosas, la del poeta como escritor, esto es, como autor de libros de poesía; libros que también pueden comprarse, leerse y disfrutarse. Así, desde ese lugar de intimidad que Revagliatti construye en la entrevista, el lector podrá llegar a ese otro lugar de intimidad que es el poema, pero sabiendo ya que la voz del poeta es anterior al texto poético que eventualmente leerá y que, incluso, esta es mucho más amplia que lo que jamás hubiese imaginado. «En cada poema hay una poética, y en cada poética una concepción de mundo», decía Raúl Gustavo Aguirre, y conjeturo que Rolando Revagliatti está de acuerdo con la frase, ya que es evidente que la serie “Documentales” se cimienta en algo parecido. 

Este quinto volumen está conformado por las entrevistas realizadas a los poetas/escritores Paula Winkler, María Malusardi, Eduardo Dalter, Pablo Queralt, Marcelo Vernet, Fabián Soberón, César Bisso, Marisa Negri, Reynaldo Jiménez, Jorge Goyeneche, Alejandra Méndez Bujonok, Romina Funes, Carlos Juárez Aldazábal, Rogelio Pizzi, Estela Barrenechea, Marcos Rosenzvaig, Osvaldo Spoltore, Gerardo Burton, Alicia Salinas, Alejandra Correa, José Ioskyn, Fernando Sorrentino y Alberto A. Arias.

“Documentales V. Entrevistas a escritores argentinos”, de Rolando Revagliatti, puede descargarse de manera gratuita a través de los siguientes enlaces:

 http://revagliatti.com/documentalesV/documentales5.htm 

http://revagliatti.com/documentalesV/DOCUMENTALESV.pdf 

https://issuu.com/irezumi/docs/documentales-v-rolandorevagliatti

Solo resta decir que, si bien este tomo es el último de la serie, es posible que dentro de unos meses volvamos a tener novedades del amigo Revagliatti, pues es sabido que su deseo de difundir autores argentinos es casi tan infinito como su amor por la poesía. Hasta que eso finalmente suceda, los invito a deleitarse con estas veintitrés nuevas entrevistas.


*Flavio Crescenzi nació el 20 de julio de 1973 en la ciudad de Córdoba, capital de la provincia homónima, la Argentina, y reside en la ciudad de Buenos Aires. Es Instructor Superior de Lengua y Literatura, habiendo, además, realizado posgrados en Perfeccionamiento en Corrección de Textos y en Redacción Institucional y Corporativa. Fue incluido en la antología bilingüe español-italiano “Italiani D’Altrove” (Rayuela Edizioni, Milano, Italia, 2010). Publicó los poemarios “Por todo sol, la sed” (2000), “La gratuidad de la amenaza” (2001), “Íngrimo e insular” (2005), “La ciudad con Laura” (2012) y “Elucubraciones de un flâneur” (2018). Y en el género ensayo: “La poética surrealista. Panorama de una experiencia inacabada” (2014) y “Del nominativo al ablativo. Una introducción a los casos gramaticales” (2019).

 

martes, 16 de febrero de 2021

Dos poemas de Corteza, de Sandra Cornejo



A fines de 2019, Sandra Cornejo sorprendió con un hermoso libro (hermoso en muchos sentidos: por su contenido, por su hechura, por la continuidad y consolidación que conformaba ante el resto de su obra). El nuevo poemario, titulado Corteza, fue publicado por la editorial Pruebas de Galera (La Plata) y en él hay poemas que van desde los homenajes a figuras literarias y musicales hasta la evocación de viajes y paisajes que ingresan al poema para ponerse casi junto a la par de los lectores.
Compartimos, a continuación, el texto de Susana Cabuchi que oficia de presentación al libro, y dos poemas de esta autora que siempre vale la pena leer.


Espejo para reconocernos

por Susana Cabuchi (*)

Mesura y alabanza, silencio y esplendor, acuerdan en cada poema, en cada palabra modelada por Sandra Cornejo. A su deseo, a su búsqueda, les debemos reconocernos a mitad de camino entre el aislamiento —límite exterior que impone la corteza— y el hondo trabajo espiritual —reencuentro con el otro/otra, entrega, diálogo— de una interioridad protegida por esa misma piel.
Todo acontece entre lecturas, entre ciudades de nuestro país y del mundo, con la proximidad benéfica del hijo, los poetas amados, la memoria.
Todo transcurre y llega, mansamente. Los olivares se acercan conducidos por la luz y cada piedra es una parábola encendida. Algunos versos florecen a la espera de una góndola nocturna que lleve a una isla cubierta de nieve.
Hay en Corteza profundos jardines y mañanas doradas para oponer a las sombras. Días de viajes secretos, de alianzas, de misterios.
Tardes radiantes en Dublín, en Catamarca, en Belfast.
Días y días en Madrid, en Esquel, en Asís, en San Rafael, en Inverness, descifrando señales de un tren que se aleja.
Corteza es un espejo en el que nos reconocemos. Sandra frecuenta en él (con delicada belleza) la interrogación y el asombro, las infinitas calles abiertas al amor y a la desesperanza, a la celebración y al olvido.
Sandra, que ha nombrado la fragmentación, se reconoce indivisible y, en el dominio de su inconfundible voz poética, lo confirma... «y todo lo perdido reaparece» otra vez «porque la casa es esta. / Donde todo termina, donde todo comienza».

(*) Texto de solapa de Corteza (ediciones Prueba de Galera, 2019)


Dos poemas de 
Corteza
de Sandra Cornejo


Cántico

Descendí a lo más profundo
donde fuimos comunes en la misma arcilla
agua, paisaje, árboles, personas.
Allí escuché voces
y lo muy lejano se unió a partes mías
como en el principio.

Un río me atraviesa, 
un lago cambiante.
¿Quién soy? ¿Dónde estoy? ¿Hubo alguien?

He venido a dejarte en el sitio que habrías amado.
A la vez ajeno, a la vez tan propio
como nuestros nombres.

Aquí, este suelo, doble, tutelar, gemelo.
Almas en un alma, 
uno por el otro y para el otro.
Arrullo del soplo del viento en las hierbas altas.
Aquí, donde el agua límpida sosiega,
cantan canciones ancestrales.
Los miro.
Sigo sus rituales con los míos.
¿Cuándo fue el encuentro?
Cuál cañada, colina, barranco.

¿Por qué?
Sonríen.
Vine de tan lejos.
¿Tan lejos?
Te traje conmigo.
Nunca estamos solos: hay un arcoíris y su lluvia.
Su lluvia y su arcoíris. No se siente miedo.
No se teme el eco al que se pertenece.

Estados del alma.
Fallas en el tiempo.
Iluminaciones.

Círculo de pinos, de piedras, de menhires.
Carozo radiante, corazón de cardo.
Loch, de orilla a orilla. Alba.

Regreso a la calle de la Iglesia Antigua y de los libros viejos.

Cementerio de la altura luminosa.
Campanario.
Alquimia.
Castillo en el reposo florecido.

Adorable Gracia.
Flores en su dulce sacrificio.

Te dejo aquí porque la casa es esta.

Donde todo termina, donde todo comienza.


Imágenes

Camino a Valle Grande,
Júpiter entibia el halo de Saturno.
Venus enciende la cañada del Atuel.

En un brazo del mapa, Las Pirquitas,
su enjambre de luciérnagas
bajo la hondura del cielo.

Esquel, su halo transparente, su misterio.

Más acá la textura se condensa.

James Dean en un cuadro, en tu pared.
Su caminata triste.

No la nuestra
abrazados.
No la nuestra.

A Jesús, Marcia, María Berta

lunes, 15 de febrero de 2021

Una nueva editorial mendocina que permite pedir lo imposible




Con base en Facebook, #PerasDelOlmo es una plataforma multicultural que nació en Mendoza en plena pandemia (durante el año 2020) con la consigna de compartir la producción de escritores, músicos, plásticos, ilustradores y demás hacedores culturales. 

El inicio fue con la edición del libro de microrrelatos Modo luciérnagadel periodista y escritor Rubén Valle (creador y director del proyecto); en tanto que la colección de poesía Uva de Niebla debutó con los Poemas para usar del escritor y ensayista José Luis Menéndez, del que extraemos dos poemas e invitamos a su lectura completa a través del enlace de descarga. 


Dos textos de
Poemas para usar
de José Luis Menéndez


No era fácil hablarle en Navidad

No era fácil hablarle en Navidad.
Ella miraba para atrás
y todo se volvía un largo encantamiento.

Entonces si hablaba del brillo de las frutas
era un monte poblado de fantasmas
y si decía nubes
era un aire de ausencias
el aroma del pan
con un suave dulzor de salsa de hongos.
y si decía la siesta
era la sombra de un verano ardiente
cuando su abuela le contaba
las andanzas del agua
y la buscaban juntas
haciendo barquitos de papel.
Y si entonces le brotaba una lágrima
te decía no es nada
es por el polvo de los paraísos.

En ese punto,
lo mejor que uno podía hacer
era callarse.
O salir al patio
—a un patio de treinta y tantos años—
a rogar por la lluvia.


La revolución es una llama verde

Edades del sopor: 
entonces una sombra de pasto asoma su delirio 
bajo la rigidez de cuestas y pisadas sin tiempo. 
¿Quién recuerda su nombre? 
¿Quién advierte, en esa yema vacilante,
todavía sin un destello de verdor, que vendrán otros días? 
¿Quién la observa, como si fuera ya un tallo caliente, 
en la vejez del agua, 
en la huella que dejan las vastas muchedumbres? 

Se la ve, sin embargo, luego de roces infinitos, 
luego de la desolación y la escarcha, 
se la ve cuando envuelve las paredes rugosas, 
cuando discute, aún con la tibieza
de un musgo mínimo, el destino de los epitafios.

Brotes inciertos callados quebradizos:
aparentan morir cuando intuyen la primera mirada.
Pero luego estallan, hacen suya la verdad
y el juicio de los incendios más devoradores, 
y crecen, como lenguas del fin del mundo,
sobre los campos y los corazones de piedra.

Ciertos días parece que no hay manos
que dejen su palabra en la quietud de los páramos. 
Parece que no ardieran los ojos, 
como si fueran las puertas de un amor 
en praderas que la noche calienta con espinas fugaces.
Sólo vemos el rostro de una vaga ceniza,
Poemas para soltar amarras
atravesando, con vuelo de ángeles o de leyenda,
los espacios del horror y la muerte.

Entonces el tiempo nos acoda en el fango, 
nos arrastra -como si fuéramos parte de un diluvio inmutable- 
a honduras de silencio. Y apenas si pervive un latido callado, 
un aroma de surco y lejanía, unos huesos que ocultan, 
entre los ayes de un dolor, jazmines invisibles. 

Pero no hay quienes digan la última palabra.
Siempre queda, al menos, el eco de un adiós, 
la figura de un héroe que sigue destellando 
su mirada verde, su cintura de lunas y fogatas.

Por eso alzamos, en cada incierta víspera,
nuestro cuerpo de viento. Y soplamos,
sin pausa, sobre la dulce chispa cegadora.

Nosotros mismos nos hacemos un rescoldo de luz.


martes, 9 de febrero de 2021

Plantar una lengua

Lengua padre, de Hernán Schillagi. Libros de Piedra Infinita, 2020, 100 pág.

 

por María Cristina Alonso*

 

Una secreta trama unifica estos poemas en cuanto a escritura y sus ideas afines: mensajes, textos, cartas, palabras; intentan plantar una lengua para escribir al futuro. Como en el juego del gallito ciego -al que remite uno de los poemas- Schillagi intenta orientarse hasta encontrar las palabras que alumbren las zonas de oscuridad, que lo devuelvan a la aldea de la infancia de donde fue desterrado, que lo ayuden a improvisar la última palabra. 

Poesía que remite a otros textos, emanada de un lector que se guarda personajes para luego compartirlos, «arqueólogo del café» remite al comienzo de El coronel no tiene quien le escriba, de García Márquez, o «strogoff» es una clara alusión a la novela de Julio Verne. En ambos textos se busca que la palabra defina, evoque, abra un paréntesis. He aquí una de las claves, la poesía como mensaje cifrado, como un enhebrar palabras con los ojos vendados, un aferrarse al idioma sin soltarse para entender la existencia. 

El libro de poemas de Hernán Schillagi (Mendoza, 1976) resplandece en imágenes, algunas nos remiten a actos cotidianos y nos envían también, no a los iluminados lugares que idealizamos, sino a sus zonas más oscuras donde merodea la muerte como expresa el poeta en «lengua muerta». Porque la palabra es aquí un rayo que hiere, pero también libera al silencio («lengua suelta»). 

Poemas en los que las metáforas se construyen desde la observación de acciones mínimas trazando una escritura imposible de traducir como es toda experiencia humana y que solo se conserva en los dedos que «son los soldados del tiempo». 

Una escritura que intenta nombrar el mundo como únicamente un poeta puede hacerlo, una construcción imaginaria de una lengua que pueda descifrar los secretos, los sueños, el quiebre de la inocencia, el amor y la muerte. 

 

*Epílogo a la edición de Lengua padre, de Hernán Schillagi 

 

***

 



 Tres poemas de  Lengua padre,

de Hernán Schillagi

 

 al azar un libro


diez horas de viaje en la ruta
llanura sol pastizales y más ruta la nena
duerme mi mujer lee los bichos se estrellan
contra el parabrisas y son una lluvia
de muerte tan solo para nosotros

saco al azar un libro del bolso
el primero que asoma «eclipses y fulgores»
de olga orozco leo el poema «con esta boca
en este mundo» y me dejo llevar

mi mujer baja su libro y me dice
«estamos atravesando la pampa
y vos justo leyendo a olga
las casualidades sí existen»

el colectivo de larga distancia
transporta cuerpos silenciosos
entregados a la velocidad y los accidentes
pero mi cabeza es arrastrada a los gritos
por otra «corriente secreta de los grandes ríos»
otra casualidad programada que falla
para así renovar el asombro del alfabeto
perdido en la ruta ante la llanura el sol y los pastizales


*
 

rock nacional



las caras son dos lado a y lado b
unos hermanos de este modo
tratan de grabar esa canción de la radio
en una tarde de los ochenta pero la cinta
ya contiene otra música la paterna
como si una piel anterior hubiera sido tatuada
por completo hasta enmudecerla de tinta

el desafío tal vez sea encontrar el poro
por donde respirar hacer de los carreteles
una locura hacia adelante hasta que una tecla roja y lenguaraz
borre a los gritos este silencio en pausa esta resonancia
sin origen ni destino porque no hay reducción de ruidos
en esa caja aprisionada y casera porque la copia gira
por el recuerdo frágil para perder
con el paso del tiempo y honrosamente
toda la fidelidad posible


*


lengua padre


sí lo descubrís justo ahora
cuando la noche era apenas un techo negro
con el brillo de las estrellas como una salpicada humedad
un cielorraso lejano y ondulante
hasta que sí justo lo descubrís ahora
elevaste al azar tu lapicera retráctil
contra una nube con forma de calamar
y un líquido oscuro comenzó a pesar sobre el resorte
a desbordar el pequeño tanque alargado hasta que por tu mano
un mar de tinta intenso te cubrió el brazo
y se filtró en tu pecho para que ahora justo lo descubrís
sí a este hombre que le escribe una carta a su hija
donde le cuenta que las luciérnagas
pueden apagarse cuando están en peligro
ocultar sus antenas tras la madreselva
a la espera de que una promesa voladora
les devuelva la luz en todo el cuerpo
y de esta lengua última sí ahora lo descubrís justo
solo vendrá tu herencia de padre
que haga de la sombra del futuro un lugar menos solitario



 

 





 

Carlos Levy, un náufrago de la palabra


Carlos Levy.




Fue en la mañana de Navidad. Fue como una ironía de esas con las que gustaba reírse, provocar y escribir poemas deslumbrantes. Como en una broma, el escritor mendocino Carlos Levy murió el 25 de diciembre de 2020. Era, sin dudas, uno de los grandes líricos contemporáneos y eso, para una provincia de grandes poetas, no es un dato irrisorio. En un año de grandes pérdidas, la ausencia que suma su fallecimiento (como víctima de la Covid-19) será aun más notoria.

Piedades. Levy había nacido el 7 de julio de 1942 en Tunuyán, lugar que consideraba su «paraíso perdido» y en el que aspiraba a volver para vivir sus últimas horas, algo que no fue posible. El autor, que vivía en el centro capitalino, se descompuso durante la Nochebuena, fue internado y falleció en los albores de la Navidad.

Otros cardinales. Muy pronto, en su juventud, y tras la mudanza al Gran Mendoza, Levy comenzó a relacionarse con lo que podía considerarse la «bohemia» mendocina. Sus gustos por las largas charlas nocturnas, en cafés ambientados por la música, el humo y los buenos tragos, lo llevaron a entablar amistad con grandes personalidades del arte y las letras de su tiempo, como Víctor Hugo Cúneo, Fernando Lorenzo (a quien lo unió una gran amistad y proyectos en común) y el plástico Ricardo Embrioni, a quien consideraba su mayor influencias y a quien le dedicó uno de sus libros. Además, por ese tiempo conoció a Armando Tejada Gómez, a quien siempre consideró el lírico más influyente de su tierra.

Destierros. En los años 60, movido por sus intereses literarios y culturales, Levy se muda a Buenos Aires, ya con la decisión de volcarse a la escritura. Todo su trabajo y las experiencias de entonces cristalizan finalmente en Inmensamente ciudadano (1967), su primer libro, en el que a las influencias de la poesía de Juan Gelman le suma su siempre bien cultivado tono elegíaco y, además, su eterna preocupación por la «cuestión judía», que él solía resumir en una frase: «No hay mayor judío que yo sobre la faz de la Tierra, pero soy ateo».

Naufragios. A pesar de que, sin dudas, mostró con ese libro su calidad como poeta, habrían de pasar 17 años para que Levy pudiera publicar su segunda obra. De vuelta a Mendoza, se dedica a varios oficios y a la venta de libros. En 1984, recopila parte de la gran cantidad de poemas acumulados en su libro Café de náufragos (1984), al que poco después sigue un libro a dos voces, Anverso/Reverso, en colaboración con Fernando Lorenzo, y de una hechura muy particular: era un libro reversible en el que sus textos se cruzaban, como en un diálogo de café de esos que solían mantener.

Canto rodado. En esos tiempos hace Levy también sus armas como editor, tarea a la que se dedicaría en plenitud durante los 90, con una editorial emblemática: Ediciones del Canto Rodado, que no sólo publicó títulos de varios y variados autores locales, sino también algunos de otras latitudes (especialmente de su amigo y colega Marcos Silber) y algunos propios, como Té con hielo (1997), su primera edición íntegramente narrativa, en la que su poesía no podía dejar de colarse.

Dolorata. Luego llegan su hermosa antología poética Destierros (2001) y otro libro a dúo, esta vez con Marcos Silber (Doloratas, 2001, también con temática judía). Entrados los 2000, llegan sus incursiones en la gestión pública. Dirige Radio Nacional (época en la que se produjo el lamentable robo de originales de Víctor Delhez) y la Biblioteca San Martín. También, por ese entonces, abre una legendaria librería, llamada La Anticuaria, que primero estuvo en la galería Bamac y luego en la galería Tonsa, del centro capitalino, y que alimentó de lecturas a muchos amantes de la literatura y, también, a muchos coleccionistas.

Bilbiliko solitario. Más tarde, en 2005, publica una de sus obras más reconocidas: la traducción al judeo español (sefardí) del Martín Fierro, de José Hernández, experiencia que le vale numerosos elogios. Son años prolíficos en publicaciones, ya que luego vendría su libro de poemas Viejo hotel —cuya reseña abrió el primer número de esta revista— y su colección de cuentos Adiós, Celina, adiós.

Inmensamente ciudadano. Tras su trabajo como asesor del gobierno de Francisco Pérez (quien lo declara embajador cultural de Mendoza), con gran actividad en las diversas Ferias del Libro realizadas en el Espacio Le Parc, viene un retiro efectivo de la actividad pública, que cambia para seguir escribiendo (y publicando), pero también para cultivar una pasión, para algunos, secreta: la talabartería. Además, como lo dijo muchas veces, para rodearse de sus nietos y bisnietos.

La palabra y sus nombres. A la hora de posicionarse en la política, se cansó de llamarse comunista, socialista y peronista, indistintamente. Pero, como sucedía con la religión en su caso, también todo quedaba en segundo plano con lo que él consideraba su objeto de adoración: la palabra, la «brava palabra». A ella le escribió una conmovedora «plegaria atea» pensada para ser leída, justamente, en las épocas del año en que dijo adiós. Y que tiene unos versos finales que parecen escritos para su propia despedida: «no nos dejes caer en la tentación del letargo / no nos prives del viento, tu palabra / no nos abandones mientras estemos vivos / que el día de nuestra muerte / prometemos olvidarte / amén».

Una versión de este texto fue publicada en diario Los Andes el 25 de diciembre de 2020




Tres poemas de
Carlos Levy


La piedad de la memoria

Nos queda
la piedad de la memoria
la piedad de esas llaves misteriosas
que abren cada tarde
               las llaves del destiempo y los relojes

y la piedad de las palabras
esos restos casi pobres de un sonido
que fueran una blasfemia heroica,
                         allá en la adolescencia,

es la piedad de los fantasmas
que llevan por nosotros los lutos amarillos
ausencias lejanas que habitan
en la oscura dimensión de los álbumes y arcones 
como si la vida fuera,

        tan sólo un pequeño
        descuido de la muerte.


(de La memoria y otras piedades, 1984)


Poética

Brava la palabras
brazo del poema
que brama y abrasa
tritura sin trampa
que presto se presta
ya presa y con prisa
el modo de amar;

y triste traidora
la que hablada vana
la canción cansada
engalana engaña
ya vieja y ajada
prostituta cara
del gran palabral;

brava la palabra
que como el sol quema
no aquella que crepa
como el crepúsculo
y crápula el sol
que ya no crepita
no brama ni abrasa
como la palabra.

(de Anverso/Reverso, 1989)


Aquello que fuera

La tarde está hecha de pequeñas muertes
en el reloj que llevo en mi muñeca
el segundero
como una daga sin titubeos
me marca un adiós en cada movimiento
y convierte la vida en memoria.

Seré otro mañana cuando amanezca
si ya no soy el que era esta mañana,
y que atrás, que allá
quedará mi adolescencia,
el ave audaz que fuera eso que vendría
vuelta tan sólo por la piedad que tiene el viento
por las mareas
de devolver los restos del naufragio;

lo cierto es,
que la ilusión es frágil
y ya no seré jamás
la aventura que iba a llevar mi apellido
     soy un hombre
     con su melancolía.

(de Café de náufragos, 1991)


domingo, 7 de febrero de 2021

Las resonancias más sutiles




Andréi Rubliov de Diego Roel (Ediciones Rialp, 2020)

por Diego L. García

El Rubliov de Diego Roel, ganador del Premio Alegría convocado por el Ayuntamiento de Santander en 2020, es un eslabón que debe leerse en la cadena de un proyecto poético, asentado ya en varios libros. Hace unos años, escribí sobre Las intemperies del mar, otro de los libros del autor: «Dentro de un sistema religioso, las cosas a las que refiere Roel no dejan de ser trascendentales. Recuperemos esta palabra: relativo a lo que está más allá de los límites naturales, en su raíz está scendere, trepar / escalar; entonces ese límite nos habla de jerarquías verticales, de escalas en las que, por ejemplo, algo asciende de cosa a palabra y luego a mar». El trascendentalismo de Andréi Rubliov radica en los colores y las melodías. Pero también en las sombras, en el roce, en las resonancias más sutiles. 

Las preguntas y los acertijos aparecen como formas de entrar en el misterio. Esa es la zona donde el poeta edifica su voz. El misterio, mucho más allá de los dogmas, es aquello que encerrado en un sistema puede autoalimentarse y perdurar. El único puente entre el interior y nosotros es el lenguaje que transita con fluidez mas no así el sentido: el o los sentidos no salen, no se trafican en la gratuidad de lo humano (ese resto). Es el sujeto quien debe descender y pactar un regreso al decir: «Mi arte es mudo pero sabe hablar», leemos al cierre de uno de los poemas.

Ascensos y descensos
La película homónima de Andréi Tarkovski (1966) es materia central para el libro. Los siete episodios en que se divide son abordados desde el poema: El bufón, Teófanes el griego, La campana, La fiesta, La invasión, El juicio final, y acaso La pasión sin ese título, pero diseminado en cada una de las páginas, junto con otros textos que recomponen escenas del film, como El globo

Sin embargo, no siguen la misma secuencia de Tarkovski, sino que actúan de manera circular. Esa es la figura que ilustraría con justeza la estructura del poemario. No suenan aquí las campanas de la Historia, sino las reverberaciones de un espíritu creador. 

El arte no es una línea recta. Aparecen ante nosotros distintas tomas de una misma escena, modos en que el poema se fuga de la forma acabada y entra en una zona de prueba. Estos poemas entran en el estudio del detalle, y eso es un potente acto de la fe. Una fe en la demora, una fe en la condición de isla de la belleza.

«Volando va desnuda 
una sola palabra en el paisaje. 
Dormida va. 

¿La ves?»

Es este un fragmento de El globo (Otoño de 1400), el primer poema. El ascenso continuará por varios textos hasta su repetición. Hasta que el imperativo abre los brazos se transforme en abre los ojos

Roel alcanza la sencillez de una escritura pulida en extremo y me pregunto por sus tensiones con el realismo: ¿es el lenguaje simple exclusividad de una realidad simple? Posiblemente ahí está la ruptura que la poesía de Diego Roel viene planteando. 


Diego Roel (foto: Diario de Río Negro)




Tres poemas de 
Andréi Rubliov
de Diego Roel

El cegamiento
(Verano de 1407)

EN esta habitación dibujo lo que no puede dibujar
la mano de un hombre.

Vengo del valle de la sombra de la muerte.

Mi arte es mudo pero sabe hablar.



La caza
(Verano de 1403)

¿DÓNDE te escondiste?

¿Debajo del sonido del metal?
¿En la oscuridad de la noche?
¿En el alarido de los moribundos?

Tu sombra es más veloz
que la yegua azabache de los tártaros.

¿Dónde te escondiste?

Me dejaste con gemido.



Invitación al Kremlin
(Invierno de 1405)

EL ícono de la Virgen de Vladimir
me miró a los ojos y me dijo:

«Búscame en el muro donde la tarde extiende su plumaje.

Estoy detrás de los estandartes de cola de caballo,
debajo de las hojas y los frutos.

Búscame en el aire, en las cenizas.

Estoy arriba del puente de todos los ríos,
encima de la huella de los lobos.

Búscame en el arco donde la sangre se desata.

Estoy bajo el ala de la noche».

El Desaguadero / Número 20

 


Una revista de poesía escrita por poetas

*
 
ENTREVISTAS
 
Entrevista a Valeria Pariso, por Fernando G. Toledo

Entrevista a Pablo Dema, por Augusto Munaro


RESEÑAS CRÍTICAS
 
Una flor muerta en el ramo de flores, por Rita González Hesaynes

Me abro al cierre, por Cecilia Restiffo

A los saltos por la lengua, por Hernán Schillagi

El año que leímos en peligro, por Hernán Schillagi  


NOTAS Y ENSAYOS
 
Las palabras íntimas, por Fernando G. Toledo


El estallido de la lengua, por Fernando G. Toledo

 
EL REPORTAJE HAIKU
 

 
LA EXCUSA DEL POEMA
 
Tres poemas de Julieta Lopérgolo, por Fernando G. Toledo 


NOTICIAS Y ADELANTOS

martes, 3 de diciembre de 2019

Habla la flor muerta en el ramo de flores




                       La Dalia Negra y otros poemas criminales, de  Melisa Mauriño. Ed Al Filo Ediciones, Buenos Aires, 2019, 100 págs.








Hay un cuerpo sin vida. Un cuerpo asesinado. Es el de una mujer. Con la fórmula típica, ya célebre, de la novela negra –noir–, empieza La Dalia Negra y otros poemas criminales, el último poemario de Melisa Mauriño. El cadáver de una mujer hermosa nos espera desde la primera página. Quizás incluso desde antes.

Para atravesar este libro tendremos que sumergirnos en su mundo como si fuésemos nosotros mismos sus personajes. Deshojar, como la flor a quien le preguntamos sobre un posible amante, las numerosas facetas del asesinato de Elizabeth Short, mejor conocida como La Dalia Negra, víctima de uno de los femicidios mejor conocidos de los Estados Unidos y también de los más incognoscibles, ya que, a pesar de la cantidad de pistas, hipótesis y pericias recopiladas en torno al caso; continúa todavía irresuelto.

El cuerpo de Elizabeth Short fue descubierto en un baldío por una mujer y su hijita de tres años en un estado de mutilación salvaje: tajeado, desangrado, seccionado al medio, con los intestinos arrancados y dos cortes profundos desde los labios hacia las orejas en lo que se conoce como «la sonrisa de Glasgow» (que muchos conocemos por la imagen del Joker interpretado por Heath Ledger en la película The Dark Knight). La truculencia del crimen es proverbial y muy lejos de ser apta para seres impresionables. Quien haya acudido al libro en busca de imágenes sosegadas y de una belleza sencilla, hará bien en detenerse y optar por una obra más convencional. Pero hay mucho que ganar si continuamos. Un coro de voces nos habla desde sus páginas. Voces que nos interpelan sin rodeos desde un más allá extrañamente cercano, voces que nos tratan de «cariño», de «mamá», acaso confundiéndonos con otras personas, pero sin fallar en atraparnos y conducirnos lenta e inexorablemente al centro de su historia como espíritus de una ficción gótica que se aparecen ante nosotros para revelarnos los pormenores de su muerte y alcanzar, a través nuestro, algún esbozo de justicia.

Una de las primeras sensaciones que nos domina al aceptar el pacto y dejarnos llevar entre sus páginas, es que los poemas de La Dalia Negra parecen haber sido escritos en una lengua extranjera y que el texto que llega a nuestras manos no es otra cosa que una traducción o doblaje cinematográfico. No me cabe duda de que esto obedece a lo que Melisa comenta en la Nota al lector que, a modo de postfacio, explica cómo comenzó a escribir los textos: «la voz de Elizabeth fluyó libremente...», dice, invitándonos a pensar en el carácter mediúmnico de esta –y de casi toda– ilocución poética, pero también elaborando un complejo artificio. Al ir borrando la figura autoral subsumiéndola a la de una mera transcripción y traducción de voces extranjeras, quien escribe se vale de una estrategia ambigua, próxima a la del asesino experto que oculta sus huellas para evitar la captura.
 
 Ilustraciones del libro por Facundo Emmanuel Carmona (Ferenc)
No es específicamente una técnica modernista pero causa un efecto análogo. Como dice T. S. Eliot en su ensayo La tradición y el talento individual: «El progreso de un artista es un autosacrificio continuo, una continua extinción de la personalidad...». Un proceso de despersonalización y uso de máscaras dramáticas para evitar expresar constantemente las proximidades del mundo del «yo».

Otro elemento que vamos a encontrar repetidamente en nuestra lectura de estos «poemas criminales» es el de la escisión. Así como el cuerpo de Elizabeth Short fue partido al medio, este libro consta necesariamente de dos partes. El primer poema lo explicita: «Partida en dos, el torso / arqueado en el éxtasis mortal / los brazos hacia atrás, cariño / abrázame antes de que ocurra...». Las partes, al principio, no parecen formar una unidad acabada. «¡Dejen de tomar fotografías! / algo está mal, no encajan / las partes...». Esta afirmación va a ir transformándose, pero primero atendamos a los detalles, al artificio que está aquí, preparado para nosotros.

Los títulos de los poemas tampoco coinciden del todo con el resto del texto. Nos extraña que estos poemas-monólogo, declamados desde el punto de vista de las víctimas (salvo uno, el del asesino de Short), estén titulados con frases impersonales, más propias de actores externos –como la prensa sensacionalista–, que de los protagonistas de la historia. Acá también tenemos una escisión, una apropiación del relato por parte de terceras partes, que solo se remedia con la contraparte poética. El poema «The most beautiful» debe su título a una frase de un teatro de Hollywood, que declaraba que por sus puertas pasaban las chicas más bellas del mundo. Sin embargo, ya desde la primera línea, la voz de Short hablándole a Matt, su prometido muerto durante la Segunda Guerra Mundial, nos devuelve a la situación lírica. Short reclama para sí su cuerpo, su recuerdo, sus sensaciones. Y necesita hacerlo porque su asesinato la ha despojado de todo.

«La guerra no termina / jamás, simplemente le han dado / otros nombres / como a mí...». Estas líneas bellas y dolorosas revelan el estado de mutilación interminable al que fue sometido el cuerpo y la persona misma de Short: la tortura, muerte y mutilación física operada por su asesino; una nueva mutilación que acapara la verdad sobre los detalles de su muerte, a cargo de los médicos forenses; una tercera, el cierre del caso en estado irresuelto y, finalmente, aquella efectuada por el periodismo, que reescribe la historia completa de Short y hasta le asigna un apodo (The Black Dahlia), que es por el que se la conoce popularmente. En el poema homónimo, que nos interesa particularmente porque es el único donde se filtra la voz del asesino, se dice «van a adorarte, venderán / tu fotografía hasta que dejen / de buscar y sólo te recuerden / como un mito de mujer...».

Hablando de mitos, prestemos atención a la imagen de las estrellas que en estos poemas funciona siempre de manera ambigua. En la mitología grecorromana era usual que aquellos mortales que se habían destacado particularmente a los ojos de los dioses, o aquellos a quienes les acaecía una catástrofe particularmente injusta, fueran rescatados, convertidos, inmortalizados y convertidos en constelaciones e inmortalizados, más próximos al Olimpo que a los demás humanos. Algo parecido sucede en la leyenda reciente de la Dalia Negra. Su paso al estrellato, que ella tanto deseaba, se produce recién post-mortem, y no como una artista o actriz de cine, sino como la obra de un artista-asesino que deja como legado un cadáver espantoso, pero también espectacular: «No es obra de Dios esa mueca / terrible, arrancada a la fuerza / de mí, no es mía: es la sonrisa / de mi asesino...».

No es casualidad que sea «Black Dahlia», el poema que lleva el título más parecido al del conjunto, el que más nos acerca a la idea de que la autora, como sospechábamos, se vale de un procedimiento criminal. Mediante el ocultamiento del hecho literario bajo una apariencia de transcripción o verosimilitud (un procedimiento típico de la narrativa realista) y la reescritura de las notas del femicidio, parece reapropiarse nuevamente de la voz de Short, convertida una vez más en la Dalia Negra. ¿Será por esto que el título del volumen especifica poemas criminales y no poemas sobre crímenes? También nosotros, los lectores, representamos nuevamente, cómplices y morbosos, las horas últimas, las fatales, con especial lujo de detalle. Pero ya no importa cuántas más muertes deba atravesar su figura. Es ella misma quien viene a recuperar sus despojos. Esta vez, su voz se impone sobre la del asesino y exclama: «Mi nombre es Elizabeth Short...». A pesar de los títulos, a pesar de los autores y sus nombres, es el poema quien debe sostenerse a sí mismo y hablar.

Así empieza el libro, con la recuperación que Short hace de su voz (en primera persona), de su nombre y sus apodos verdaderos, de sus recuerdos y hasta de lo sucedido al momento del crimen. Y digo «empieza», porque nada de esto alcanza su sentido completo hasta no avanzar a la segunda parte del libro; los otros poemas criminales, que nos recibe con un epígrafe que pertenece al poema «Hacia la noche» de Philippe Soupault y dice: «Y todo lo que debía desaparecer / todo lo perdido / hay que volver a encontrarlo / por encima del sueño / hacia la noche...». Se trata, entonces, del mismo movimiento en el que nos envuelve la primera parte: uno de recuperación. Por supuesto, en un orden distinto que aquel de la pérdida. El fenómeno irreversible de la pérdida material y de la muerte, ¿puede revertirse o, al menos, atenuarse, en el plano del arte, de la imaginación, del símbolo?

«Soy una mujer pez...», dice Starr Faithfull, dueña de la voz que nos enfrenta dulcemente en el poema «Mermaid»; otro caso que la prensa sensacionalista supo rapiñar, enfocándose en la vida disoluta de la víctima, y que, como el de Short, no llegó a ser resuelto. En el universo de este libro, Faithfull consuma su obsesión con el mar y las embarcaciones dejándose convertir en una criatura fantástica, híbrida (mujer-pez), y a la vez retrocediendo a la niñez: «sus lenguas turquesa al amanecer / lamiéndome como si fuera / completamente nueva otra vez / una niña que escucha con atención...». La regresión a estadios antiguos como la infancia es un motivo recurrente en este poemario que persigue justamente la restitución de lo irrestituible, una posible solución a la entropía que se percibe injusta. No es casual que la última línea de los poemas de Short se dirijan a su madre y a sus memorias de la infancia: «¿Recuerdas los inviernos / en Florida?...». De la misma manera, en el poema «Bella en el Olmo de las Brujas», la voz de aquella mujer muerta a la que, junto con la vida, le ha sido arrebatado el nombre, el rostro y hasta la mano que le fue cercenada, reaparece asimilada a una voz colectiva que surge de la naturaleza: «el cántico embrujado del bosque resuena / como un aquelarre que se inclina / para adorar a su dios...».

¿Hay, en el regreso a formas primigenias, anteriores, de vida, alguna idea de superación? ¿O es simplemente la cara que nos presenta la muerte, que nos arranca de nuestra existencia individual para fusionarnos nuevamente con los elementos de la naturaleza y la memoria colectiva? Nos vamos acercando a las preguntas centrales de este poemario: qué hay detrás de esa transformación de mujeres vivas –actrices, prostitutas, enfermeras–, en mujeres-estrella, mujeres-pez, mujeres-bosque. ¿Hay algo más que la pérdida de una individualidad en acto, que se nos presenta como preciosa e irrecuperable? Si hay una respuesta en estas páginas, no es unívoca ni cerrada, está hecha de los fragmentos –que no encajan y posiblemente nunca lo harán– de las voces, los cuerpos, los indicios, de las muertas a las que este libro rinde su homenaje.

En contraposición a los discursos analíticos y pretendidamente objetivos de la criminalística, la medicina y el periodismo, identificados con la apropiación agresiva que el femicida hace de su víctima –y que llega a su punto álgido en el proceso de disección y mutilación del cuerpo– y, sin duda alguna, con el universo masculino, lo que se ofrece aquí es el movimiento contrario. El de la síntesis. Acá ya estamos lejos de «la estrategia del asesino» que reconocíamos en el registro lingüístico. Lejos de culminar en una verdad monolítica, La Dalia Negra nos regala un episodio coral, una gala tétrica de máscaras que no temen presentarse como fantásticas, subjetivas o «hechas de la misma materia de los sueños». Su potencia no radica en la precisión sino en la combinación: el coro de las sirenas, de las brujas del bosque, de las constelaciones. El universo femenino que los pensadores y cronistas del pasado no quisieron nunca individualizar: siempre a la sombra de los que hacen la Historia (demiurgos-asesinos-artistas-sujetos de discurso), siempre animales mitológicos (atadas al ciclo reproductivo y por ello más bestiales que racionales, con suerte musas inspiradoras, con suerte objetos de discurso), siempre atadas al destino de las demás. Siempre pétalos sueltos o ramo de flores. Siempre fragmentos o masa indiferenciada. Nunca el justo medio que se arroga la figura del varón: la del individuo pleno. En esa debilidad aparente, Melisa percibe, en cambio, una fortaleza y una promesa, como dice el coro de la «marcha de las novias» en el poema que cierra el conjunto: «porque no somos de nadie / porque seremos libres / como espíritus cuyos cuerpos / han sido arrebatados / con odio...»; se está afirmando, a la vez, con la delicadeza cruel de la lírica que anima a este texto, que la libertad no necesariamente resulta aniquilada por la pertenencia a una comunidad. Que el todo es más, mucho más, que la suma de sus partes.



Berlín, mayo de 2019.


*Prólogo publicado en el libro La Dalia Negra y otros poemas criminales.

 
***

Un poema de 
La Dalia Negra y otros poemas criminales,  
de Melisa Mauriño.





Through these portals pass the most beautiful girls in the world.
(1)
Earl Carroll Theatre, Hollywood

The most beautiful

Matt, cariño
la muerte ha caído sobre nosotros.

¿A quién pertenece
toda esta violencia del mundo
sino a nosotros, a quién
pertenece sino a los hombres?

Esa chica posando para la cámara
(para el ojo detrás, para todos ellos)
delante del Earl Carroll Theatre
en Sunset Boulevard, soy yo:
recuérdame así

la blusa sin hombros, la falda
negra asiendo mis caderas,
¿las recuerdas? El fragmento
del letrero luminoso
sobre mí: the most beautiful.

¿Era mi sonrisa
acaso demasiado pequeña?
Él la extendió al infinito.

Tal vez,
era una chica triste
aún capaz de soñar con tocar
el cielo con las manos.

La guerra no termina.
Cuando esto acabe estarás muerto,
habrá acabado para nosotros
y yo seré otra víctima, como tú;
recordados así: dos amantes
tocados por la fatalidad.

Los aviones se caen, las bombas
se abren como flores
en el aire de agosto, 1945.
La guerra no termina
jamás, simplemente le han dado
otros nombres

como a mí. Me he convertido
en una celebridad,
en Hollywood todo el mundo
me conoce; han visto ellos
también la blancura de mi cuerpo
abierto sobre el césped,
sonriente.

Guardaré tus cartas
junto a la fotografía de aquella cena
cuando sujetaba tu brazo
adornada con esa dalia blanca
en mi escote. Guardaré
la sensación de tus manos
prendiendo la flor
a mi vestido esa noche.
El corazón palpita entre las nubes.

Matt, cariño
después de la guerra, después
de tanta muerte, ¿qué nos queda
sino una fotografía donde las manos
se entrelazan, felices?

(1) A través de estos portales pasan las chicas más hermosas del mundo.