lunes, 11 de agosto de 2025

Entrevista a Claudia Bertini: una florida caligrafía poética

Claudia Bertini



Claudia Bertini: «Las personas son flores»

La autora mendocina acaba de publicar El camino de las flores, un libro de poemas ilustrados por ella misma y cuya particularidad editorial es que todos los textos están en su propia caligrafía manuscrita.

por Fernando G. Toledo 


La fascinación por las flores no es un rasgo accesorio en la autora mendocina Claudia Bertini. Esta escritora, profesora de Lengua y Literatura Inglesa (Filosofía y Letras, UNCuyo) viene enhebrando su obra poética con los hilos de su otra pasión: la que le despiertan los pétalos, los tallos, los colores sembrados en jardines o macetas, en campos o patios. 

Cuando uno dice que Claudia Bertini ha enlazado esas dos pasiones, la floral y la verbal, no exagera. Ya en 2022 había publicado Floriolarium, un libro de poesía que se proponía como un «herbario de flores fantásticas» en el que ella aportaba los versos y su hermana Patrizia, las ilustraciones. 

Ese camino entre flores y versos es sólo una parte de una trayectoria que incluye más publicaciones. Primero, una breve selección de poemas, que obtuvieron el Premio Vendimia en 1999 y salieron bajo el título de La voz en hileras. Luego, tras publicar algunos poemas en inglés (para la revista “Community of Poets” de Canterbury, Inglaterra), y mientras vivía en Italia, Bertini recibió el Premio Julio Cortázar de la universidad española de Murcia por su relato La cartonista, que se imprimió en un volumen con otros cuentos galardonados. Luego publicó los libros Cuentos que no son, poemas que quisieron (relatos y poemas) y El perfume de la naranja (cuentos).

Ahora vuelve al cantero abonado de las páginas con otra propuesta que combina versos, flores y dibujos. Y es con El camino de los flores, un particularísimo volumen editado por Dunken en cuyas páginas no sólo se aprecian sus textos, sino también su caligrafía (no hay poemas en letras de molde, sino todos en su directa manuscrita) y los dibujos realizados por ella misma y que toman la forma de muestrarios de la belleza floral que la rodea.
 
El efecto que produce el libro es fascinante, dado que —por si particularidades le faltaran al volumen— todas las hojas interiores son negras, por lo cual los trazos de las palabras y los dibujos son blancos, como si estuvieran floreciendo desde la noche hacia la luz.

«Una misma y delicada línea de plata contornea el negro papel dando vida por igual a las flores y a las palabras, abriendo paso a lo que se ve y lo que se imagina, porque no es posible revelarlo todo», apunta atinadamente Jorgelina Iúdica en el prólogo de El camino de las flores.

—Hablemos antes del contenido que de la forma: ¿Cómo surge la idea de elaborar un libro así? ¿Surgieron los poemas y los dibujos a la vez, unos ilustraron a los otros?
—Encontré un placer lúdico haciendo trazos con birome de tinta blanca en un cuaderno de hojas negras. Estábamos de viaje por el sur de Chile, 2023, y recuerdo que le compartí a mi familia los dibujos que iban apareciendo y ellos, al igual que yo, también se sorprendían al ver las flores singulares que surgían. Y digo así, porque espontáneamente, página tras página, mientras más hacía, más me entusiasmaba, hasta llegar a completarlo. Después, nació la idea de escribir a partir de esas imágenes. Finalmente, las ganas de convertirlo en libro.

—¿Y cuándo tomás la decisión de que el libro refleje, además, tu caligrafía en los poemas? 
—Quien me ayudó a maquetar el libro, Germán Mémoli, tuvo algo que ver con eso. Estábamos viendo qué tipo de letra insertar entre las páginas dibujadas. Como no me convencía ninguna tipografía decidí escribirlo a mano en otro cuaderno de hojas negras. Él se entusiasmó enseguida y me preguntó qué tal si dejábamos las tachaduras de palabras y frases, los cambios de idea que habían ocurrido y me pareció genial. Con respecto a lo que siento al plasmar la caligrafía propia sobre el libro, me parece interesante, porque tiene esa intimidad visual de las cartas que escribíamos antes. Además, siento que la entrega es total, como autora, a los ojos que se detienen en El Camino de las flores.

—¿A qué punto llega tu fascinación por las flores?
—Al punto de disfrutar fotografiarlas donde sea que las encuentre. Al punto de haber solicitado cultivar flores en vez de verduras en una huerta. Al punto de ir a comprar ramos casi compulsivamente para cualquier ocasión o porque sí. Al punto, de haber inventado cien. Escribí cien flores imaginarias que mi hermana, artista plástica, representó gráficamente durante la pandemia y desde Italia. Pero ese es otro libro. Aunque también es parte del mismo camino, mi ikebana, mi tao floral. Fascinación es una palabra apropiada. También, la flor como símbolo elegido y resignificado, porque llega a abarcar la naturaleza toda, y todo lo que ocurre alrededor de las flores, es belleza. Para mí, las personas son flores. Quiero escribir sobre eso también.

—Tu obra poética se ha ido construyendo casi de a poco. Desde aquellos poemas premiados por el Vendimia en 1999 al relato también premiado en un concurso internacional, pasaste a Cuentos que no son, poemas que quisieron y a El perfume de la naranja. ¿Cuáles son los rasgos que vos misma identificás en tu poesía y en tu narrativa? ¿Qué autores, además, sentís como referenciales o influencias en tu propia obra?
—De bien jovencita solía escribir poemas bastante herméticos, experimentales en distintos niveles, con temáticas arraigadas en lo que encontraba en la mayoría de los poetas que leía: el tiempo, el amor romántico, la vida y la muerte, el ars poetica. Después, hay una parte inédita que contiene versos mínimos parientes del haiku, inspirados en el desierto geográfico y ese otro análogo y metafórico del alma, la sequía como dificultad para fluir poéticamente, la nostalgia oceánica. A Neruda le debo el despertar de lo poético. A Pizarnik y a Plath, la seducción de la sombra. A Emily Dickinson, vibrar con un solo verso. A Whitman, el sabor de la libertad. A Borges, la inmensidad. Mi narrativa hizo su propio camino errante, siempre se cuela un soplo lírico. Últimamente, pretende inmiscuirse, ¿será venganza? en la extensión de largos poemas que cuentan historias.  

—Hablábamos de flores y de poesía, ¿cómo ves, ya no como autora sino como lectora, la literatura actual en Mendoza? ¿Está en florecimiento más bien marchita? ¿Te interesan autores locales?
—Igual que en todo jardín, suceden cosas que son parte de la vida, nuestra naturaleza. Por un lado, nos despedimos de poetas del tamaño de Carlos Levy, un árbol frondoso donde poder abrevar siempre. De grandes Maestras, como Bettina Ballarini, y compañeras de taller, Liana Cataño: qué importante que no quede «ni un árbol por decir». Por otra parte, creo en «la fuerza que a través del tallo verde impulsa a la flor» (Dylan Thomas). Escucho voces nuevas, juventud con valentía de forjar caminos y labrar huella. Se animan, se asoman, buscan quien los oiga, a micrófono abierto, quien los lea, hablan bajito, en el refugio de una casa, junto al fogón con la guitarra, en ronda, en cafés, en librerías, se presentan en pequeñas editoriales, florecen editoriales nuevas, artesanales, abiertas, con las manos llenas de tinta y de menta. Huele, traen aromas olvidados, aromas dormidos, aromas propios. Aquí vienen, aquí están, dispuestos y habilitados para, como decía Whitman, «contribuir con un verso».





Dos poemas de
El camino de las flores
de Claudia Bertini

Ahí está la noche
la oscuridad despierta
mirando con los ojos de lo negro
al paisaje que aún no existe.

Ahí está la noche
aullando al silencio
entre las blancas flores.

Espacio (la noche)
donde se refugia el temblor
de un pulso desconocido.




Un arrullo de hierba
mece la voz del silencio.
Marea de flores a la luz de la luna.

El pájaro escucha
cómo se abre una flor.
Atento, como si el aire
se hubiera detenido.

viernes, 1 de agosto de 2025

Reportaje haiku: Natalia Greta Martínez y la verdad emocional de la poesía

Natalia Greta Martínez



 Basho definía al haiku como «lo que está sucediendo en este momento, en este lugar y atravesado por una reflexión». Inspirados en esas líneas, proponemos un «reportaje haiku», cuyas preguntas y respuestas se apoyen en esos pilares.




¿La poesía como bálsamo? Es posible: lejos de considerar a la escritura lírica algo así como sirvienta de la medicina o la psicología, hay algo inocultable: que el trato con la belleza poética, con la escritura de versos, con su lectura y el resonar de lo escrito en el ánimo, puede, en algunos casos, provocar una cura.
Algo de ese efecto colateral, buscando o no, es lo que ofrece —según su autora—Cosernos del revés para que no se note, el libro de poemas de la mendocina Natalia Greta Martínez (Mendoza, 1983), que acaba de ser galardonado con el Premio Vendimia 2025 de Poesía.

El premio (que consiste en una retribución en metálico y la publicación, a través de Ediciones Culturales de Mendoza) permitirá ver otra faceta de la autora, que también cultiva la narrativa. 

1- En este momento

—Contame de tu libro, que tiene un título largo, casi aforístico: Cosernos del revés para que no se note. ¿Cómo nos lo presentarías y qué representa para vos que haya sido premiado con el Vendimia?
—Es un libro que nace del desgarro, pero que no quiere mostrarse roto. El título resume una estrategia de supervivencia: ocultar las costuras, disimular las marcas. En los poemas hay hilos, tejidos, remiendos; pero también agua, sombra, muerte, memoria. Son textos que quieren suturar sin esconder el dolor, como quien se cose desde adentro para no exponer las cicatrices. Es un libro que dialoga con el duelo, la pérdida, lo cotidiano quebrado, pero siempre con una pulsión poética que intenta resistir. (En cuanto al premio Vendimia) Es un reconocimiento que abraza. Me emociona profundamente porque siento que el premio Vendimia es la máxima premiación para los autores locales. El Vendimia me da voz y también responsabilidad: la de seguir escribiendo con honestidad y profundidad.

2. En este lugar

—Sos profesora de Lengua y Literatura, lo cual habla de una afinidad por las letras, convertida además en profesión. Pero, ¿cómo nace tu relación con las letras y cómo nace en vos la vocación de la escritura? ¿Cuáles han sido las lecturas fundamentales para tu formación?
—La lectura fue mi primer refugio. En la infancia, los libros eran lugares donde podía quedarme. Después apareció la necesidad de responderle al mundo con palabras propias. La escritura no nació como vocación, sino como necesidad. Escribía para entender, para ordenar lo que sentía. Y en algún momento esa pulsión se transformó en una forma de vida, en un oficio. Ser profesora es, además, una forma de sostener esa pasión. En cuanto a las lecturas, hay muchas que me marcaron: Jorge Luis Borges, Alejandra Pizarnik, Idea Vilariño, Angélica Gorodischer, Olga Orozco, Roberto Juarroz, Juan Gelman, Úrsula K Le Guinn, me quedo corta con la lista. Pero también me nutro de lo cotidiano: una conversación, un recuerdo, una foto, una escena doméstica, una pérdida. La poesía no está solo en los libros; está en cómo miramos, en cómo escuchamos, en cómo sentimos.

3. Una reflexión

—Ya publicaste antes otro libro de poemas, además de obras de otros géneros. ¿Cómo considerás que ha sido la evolución de uno hacia otro libro y cómo es escribir en distintos registros?
—Patio interior fue mi primer libro de poemas. Lo siento como una semilla de lo que vino después. Aquel era más introspectivo, una búsqueda del adentro. Cosernos del revés... es más orgánico, más consciente del lenguaje poético como herramienta de sostén. Hay una maduración en la imagen, en la estructura del libro como entramado. En ambos está presente la memoria, la ausencia, el dolor; pero el segundo encuentra más herramientas para habitar y expresar esos territorios. En cuanto a escribir poesía y narrativa, siento que ambas formas se retroalimentan. La narrativa me permite desplegar escenas, personajes, tiempos más amplios. La poesía, en cambio, es precisión, es gesto mínimo pero potente. Cuando escribo, decido de antemano el género. Pero, hay veces que relatos nacen como poemas y viceversa. Lo importante para mí es la verdad emocional que se transmite.


Dos poemas de 
Cosernos del revés para que no se nota
de Natalia Greta Martínez

La puerta en el atardecer

Como si hacer memoria me devolviera su cuerpo
revuelvo la olla en sentido contrario al reloj
como una especie de retroceso falso.
Así se hace el dulce, se estremece
para que no se arruine.
El movimiento es vida, dicen
para sobrevivir catástrofes el movimiento es vida.
Pero cómo explicar que
fue una catástrofe íntima, personal, cotidiana.
El sol se esconde sepia tras las montañas
la casa atardece de un mismo color
el mismo aroma.
Son segundos en que la presencia llega
en ese susurro
que hace que la mermelada sea perfecta.

El dulce ámbar ya tibio
descansa boca abajo en los frascos.
Se etiquetan y se guardan en lo oscuro
dentro de la alacena de las generaciones
con esa puerta que ya no cierra del todo.

Hay personas que son atardeceres
absolutos, fugaces, eternos.


Viaje de ida

Sentir que nos acercamos a la muerte
como ese frío inesperado en el pecho.
Tratar de abrigarnos
con una manta
hecha de retazos.